todo niño sensible 》julienzo.

By b4cktothebasics

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julián no está al fondo del último eslabón social pero se mantiene al borde, teniendo que lidiar con su vida... More

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By b4cktothebasics

Como si fuera poco el hecho de que había sido mordido por una araña radiactiva, Julián se había vuelto a enfermar.

Había llegado al portón de la escuela luego de lo que parecía haber sido la semana más dura de su existencia cuando las primeras miradas se posaron en él. Una chica de cuarto incluso se le acercó a preguntarle si estaba bien. Entonces Julián se desmayó y lo tuvieron que ir a buscar. Resultaba que a uno le podía agarrar ciertos malestares cuando no comía en todo el día.

Pero, volviendo a la araña radiactiva, Julián llegó a esa conclusión luego de unos días de la escapada a La Plata.

Al principio comenzó como una picadura normal. Julián no era el tipo de nerd que se sabía de memoria todas las especies de arañas y sus efectos adversos en el cuerpo humano pero dedujo, por simple coherencia, que había sido mordido por una venenosa. Sólo tenía que consultar a una veterinaria y listo.

Sin embargo, su turno en el local del centro había caducado por unas horas y él simplemente se olvidó del tema hasta una noche en específico que se despertó sudoroso de un profundo sueño. Las imágenes de aquel día se habían vuelto a reproducir en su cabeza y Julián estaba atónito con la cantidad de detalles que parecía recordar; desde la bufanda bordó de la anciana en la fuente del espacio verde hasta la pequeña pelusa arriba del lente de su cámara. Entonces llegaba el momento en que la araña se posaba sobre su mano y, una vez más, Julián no la alejaba hasta que ella lo mordiera.

Este recuerdo era diferente, porque una extraña corriente que podría ser tranquilamente confundida con el aire de la madrugada colándose por su ventana tomó de rehén a su cuerpo, trepó por sus venas y se apretó como una cadena alrededor de su corazón. Incluso cuando estuvo despierto al cien por ciento y se arriesgó a levantar a sus tíos yendo a mojarse con agua fría hasta el cuello no dejó de sentirlo.

Al día siguiente decidió que otra vez no iba a ir a la escuela y, en cambio, caminó hacia la biblioteca para algo más que buscar cómics y revistas para adultos con el Cuti. Se sumergió en la sección de biología y leyó todo sobre arácnidos, insectos y seres vivos con los que dudaba tener contacto alguna vez si es que no viajaba al Amazonas. Al principio también creyó que le había servido. Le había encontrado un nombre científico a lo que se había posado sobre su mano aquel día y, de alguna manera, lo tranquilizó. Al menos no era incatalogable y el veneno no era mortal. Se suponía que su cuerpo lo expulsaría naturalmente a través de orina en las próximas veinticuatro horas.

Cosa que, sorpresa, no sucedió. Julián comenzaba a aceptar aquella marca en su mano como una cicatriz más mientras que, en el medio de su resignación y sus sueños raros, se hacía la idea de que aquella no había sido una araña normal. Pero el adjetivo faltante no se lo agregó sino hasta esa mañana del lunes.

—¡Ya me voy! —avisó a su tía que estaba en algún lado de la casa barriendo con una canción de su época.

—¡Bueno! ¡Cuidate! —ella le devolvió el grito.

Una vez en la calle, Julián se tomó con calma las primeras dos cuadras hasta que se le dio por ojear el reloj en su muñeca. Abrió con estupor los ojos. Apuró el paso, comenzando a correr en algún momento mientras insultaba por lo bajo. Estaba llegando tarde y tenía bastante experiencia como para saber que el portón se cerraba tan sólo cinco minutos después del horario de entrada. Se chocó con skaters y viejos que hacían la fila del banco hasta llegar a una encrucijada que parecía moverse con más tráfico del acostumbrado.

Miró rápidamente el semáforo para peatones sin detenerse un segundo. La luz verde estaba encendida pero titilaba y, antes de poder darse cuenta, había cambiado a rojo.

Ahora, Julián nunca había creído en los milagros y, esta vez, tenía una buena excusa con qué reemplazarle. Se detuvo al borde del cordón pintado de amarillo, observando cómo el auto que hubiera podido atropellarlo seguía su ruta a toda velocidad mientras su respiración resonaba en algún punto de su cráneo y le bajaba el cansancio de repente. Pero no había sido su propia voluntad. Julián, en efecto, era demasiado descuidado como para haber llegado a evitar un accidente tan impecablemente.

Incluso cuando pasó el peligro y el semáforo se volvió a poner en verde, significando que había desperdiciado al menos un minuto detenido, Julián sentía aquella presión en su corazón más vívida que nunca. Es más: era como si siempre hubiera estado ahí pero sólo recién se hubiera activado, habiendo estado a punto de morir por su insensatez.

La única cosa que Julián parecía tener en claro entre todas las que desconocía es que esa araña, de seguro, no era una araña normal. El término radiactiva era sólo por formalidad.

—Tengo dos cosas para decirte, la primera: ¿sos anémico ahora y no me contaste a mí, tu mejor amigo? Y la segunda: ¿ya sabés con quién vas a ir a la fiesta de egresados? —un Cristian acostumbradamente alegre se colocó a su lado.

Julián no tuvo otra reacción disponible que bufar. —No y no. No tengo anemia, y no estamos invitados.

—Toda la escuela está invitada —Cristian chistó —. O sea, es un evento en la escuela. ¿Qué te van a decir si vas? ¿Que no podés pasar?

—Eso lo entiendo, pero igual suena incómodo. No conozco a los egresados y, sinceramente, para fingir estar en pedo con Speed prefiero quedarme en mi casa.

Fue el turno de Cuti de quejarse mientras le lanzaba un brazo alrededor del hombro, atrayéndolo más hacia sí. Julián escondió la picadura en su mano al instante. —Bancá, hagamos esto. Yo ya tengo una cita, pero si para noviembre no conseguís una le cancelo y vamos juntos. Dos amigos fingiendo estar en pedo con Speed es mejor que uno.

Julián logró reír. —¿Quién es tu cita?

—¿Te acordás la de la terraza? —dijo —Bueno, su hermana.

El más joven se sorprendió pero no tanto. —Por Dios.

Las clases comenzaron normales sin avistamiento alguno de Enzo. Julián sabía que en algún momento de la mañana había dado el presente así que apenas tuvo un descanso subió a la terraza. No lo encontró fumando pero sí con sus auriculares puestos.

—¿Qué hace un chico extrovertido en mi lugar para introvertidos? —bromeó, y vio a Enzo sonreír suavemente mientras dejaba que sus auriculares colgaran de su cuello.

—A veces a uno se le acaba la batería social, ¿viste? —le siguió la corriente, fingiendo una mueca de seriedad. Julián carraspeó y se sentó a su lado —¿Qué pasa?

—¿Eh? —Julián dijo, luego se encogió de hombros —No sé. Casi muero viniendo para acá, y tuve una semana muy rara.

Enzo se había dado cuenta de que los moretones en su compañero ya estaban curados en su totalidad, y una pequeña sonrisa amenazó con escalar a sus labios. No lo permitió.

—Te vas a quedar libre de tantas semanas raras.

Julián se rió, dándole la razón. La terraza se quedó hundida en silencio mientras que cerca de las escaleras se oía el bullicio de los pasillos y, cerca de la cornisa, el de la calle. Había otros rascacielos más altos en la zona pero a Julián le gustaba este, porque la vista al lejano Río de la Plata estaba adecuadamente acompañada por los edificios viejos de en frente. Por otro lado, ese lugar era el único de la escuela en el que le agradaba estar. Preferentemente solo, pero la compañía de Enzo tampoco estaba mal.

—¿Pensás que debería ir a la fiesta esa? —Julián preguntó casi al aire, luego de un rato.

—Qué sé yo. ¿Salís seguido?

—Sí. Va, no sé —Julián dudó —. En realidad me gustan las fiestas, pero nunca sé muy bien qué hacer.

A Enzo no le cabía la menor duda. Podía imaginarse perfectamente a Julián como esas personas que se quedaban en un rincón con un vaso en la mano y simplemente movían la cabeza ante la música. No exactamente deseando irse pero tampoco queriendo quedarse.

—No puedo creer que el chabón que me caga a piñas desde hace dos años se va a recibir —comentó de forma graciosa, con la vista clavada en sus manos.

Enzo no se abstuvo de enviarle fuerzas a través de una palmada en la espalda. —Andá, entonces —le dijo —. Partile una silla en la cabeza o algo.

—¿Decís? —Julián se giró hacia su lado —O también puedo hacerlo acordar a cuando lloró en la mesa de química para que lo aprueben.

—Uh —Enzo exclamó —. Esa es mejor. Hiere su orgullo de macho.

Ambos crearon un ambiente amistoso de ida y vuelta con sus carcajadas compartidas, pero el tema no volvió a ser tocado. Enzo le ofreció un auricular y el chico lo tomó más entusiasmado de la cuenta. Comenzaban a pasar tiempo juntos. Para ninguno de ellos sonó revoltoso o importante al principio, pero la presión en el corazón de Julián —no la que lo había salvado hacía unas horas; otra diferente— se lo anticipaba. Tarde o temprano, se tomarían cariño. Tenían los mismos gustos musicales y les habían pasado las mismas cosas, y ambos eran muy holgazanes como para buscar otros motivos.

🕷️

Julián tenía tarea atrasada. Mucha tarea atrasada. Y aún así allí estaba, asegurándose cada tanto de que la puerta corrediza de su cuarto estuviera al menos un 95% cerrada para subirse otra vez a la cama e intentar dejarse caer hacia atrás.

Sobre el suelo había colocado una manta porque, claro, sus reflejos radiactivos podían fallar, y él no quería tener que lidiar con una espalda rota. Sin embargo, a la cuarta vez, comenzó a creer que era más una interferencia entre la conexión con su cuerpo que otra cosa. La retiró.

—Okey —murmuró en la soledad de su habitación, estirando sus hombros como si estuviera haciendo un ejercicio de máxima intensificación. Cuando se sintió lo suficientemente confianzudo, cerró los ojos y...

No pudo. Frustrado, se bajó del pobre colchón que se quejaba cada vez más y pensó en otra cosa.

Sobre el escritorio había una hoja borrador con una red conceptual. En la cima de ella, casi sobre el margen, había anotado la fecha de la salida a La Plata, el 12 de mayo, de la cual por ahora sólo salía una flecha con el día en que Julián casi fue atropellado. Lo único que había logrado descubrir es que habían pasado exactamente siete días entre un evento y el otro.

También tenía una enorme enciclopedia que había tomado prestada de la biblioteca abierta en la parte de los venenos de animales, porque no descartaba la hipótesis de que simplemente estuviera alucinando. Pero no había tenido fiebre. Y con su cámara profesional comprobó que la marca en su mano, que llevaba queriendo extenderse por horas, era real.

Probablemente podría decírselo a alguien. Había un montón de locos por la ciencia en Buenos Aires que soñaban con ser mordidos por una araña radiactiva, o un montón de diarios que hacía meses no tenían nada interesante para hablar de su comuna. Si se lo mostrara a la tía Adriana ella entraría en pánico pensando que se trataba de un tumor pero a Julián le serviría, porque en el hospital le darían un diagnóstico adecuado.

Aún no estaba seguro. No sabía qué hacer, pero tampoco tenía idea de cómo reaccionaría el resto. Julián no quería que lo tuvieran secuestrado en un laboratorio ni que lo miraran como a un bicho raro más de lo normal. Decidió, mientras jugaba a girar el lápiz en su dedo con una increíble velocidad y precisión, que podía hacerse cargo de esto. Sólo iba a necesitar más enciclopedias y un espacio abierto. Y un disco de Molotov.

Julián pronto tuvo que llamar a la caballería pesada.

—¡Julián! —Enzo gritó desde una distancia considerable en el jardín delantero. El muchacho se dio vuelta en el techo, y Enzo alzó sobre su cabeza una caja de zapatillas —Te traje más CDs para... lo que sea que estés haciendo.

—¡Uh, buenísimo! —Julián exclamó y, en el intento de saltar del cuarto peldaño al suelo, terminó cayéndose entre los arbustos. Sin embargo, cuando Enzo se inclinó para verlo, había aterrizado en cuatro patas. Enarcó como siempre su ceja.

Julián abrió la caja y se le iluminó la cara al reconocer Dónde Jugarán Las Niñas, Marilyn Manson y hasta el soundtrack de la primera película de Rocky. Le agradeció cortamente y volvió a subir, dejando a Enzo sin más remedio que regresar a su casa pensando en lo raro que era su nuevo amigo, pero lo poco que le molestaba.

Se volvió una especie de rutina el irlo a visitar todas las tardes y verlo sobre el techo haciendo poses extrañas, a veces con las manos vacías y otras con música que Enzo realmente guardaba en vano o bolsas de garrapiñada que compraba en el camino.

—¿Qué trajiste hoy? —preguntó emocionado desde arriba Julián.

Enzo le dio la espalda y se agachó con un quejido frente a la caja. —Veamos. Tenemos La Mosca y la Sopa, la versión que tiene Salando las Heridas —comenzó a enumerar mientras Julián escalaba la vieja chimenea y se mantenía pegada a ella con tan solo la punta de sus dedos —, Lil Supa y... un CD que sólo tiene grabado muchas veces Gangsta's Paradise —dijo, tratando de recordar en qué época de su vida se había obsesionado con esa canción. Detrás suyo, con una sonrisa satisfecha, Julián saltó hacia el techo de nuevo sin hacer ruido alguno.

El muchacho se notaba tan hiperactivo que hasta bajó y luego de un "Gracias, Enzo" le dejó un beso en la mejilla. Enzo se las arregló para no ahogarse con su saliva y lo empujó suavemente.

A un par de metros en la vereda, el tío Fer siempre estaba haciéndole algún que otro arreglo a la camioneta. Había estado hablando de algo que Enzo no alcanzaba a oír con su sobrino pero eligió ese momento en el que Fer se había girado a tomar una herramienta para devolvérsela. Enzo se agachó levemente frente a Julián y lo besó en el cachete. —Chau, Julián.

El otro muchacho se quedó estático contra la puerta del acompañante y separó inconscientemente los labios mientras lo veía alejarse.

—Chau.

Un día nuevo empezó, y Julián se despertó a la madrugada por otro de sus sueños. Se dio cuenta de que probando sus reflejos a las cuatro de la tarde, bajo el pleno rayo del sol, llamaba mucho la atención y ya un par de vecinos lo habían estado mirando raro. Así que dejó el equipo de música en el sofá y subió tranquilamente la escalera hacia el techo a mitad de un bostezo.

Allí hizo en silencio lo que notó que más le gustaba de aquella especie de prueba: trepar la chimenea y ver cuánto aguantaba así, tan sólo sosteniéndose de sus dedos. No había explicación lógica para que pudiera hacerlo y, sin embargo, Julián desafiaba a todas las leyes de la física colgándose de cabeza de las canaletas y viendo la ventana de la casa de al lado al revés. Todo el tiempo tenía una sonrisa de niño con bicicleta nueva en la cara.

Con la luz del amanecer Julián leyó y leyó la red conceptual en sus manos. Le agregó palabras sueltas y que sólo tenían sentido en su mente como superfuerza y agilidad, además de varios, muchísimos dibujos de distintas arañas que iba investigando. No sabía si también había sido obra del incidente en La Plata —como ahora lo llamaba— o curiosidad genuina, pero Julián había comenzado a sentir cierto apego hacia ellas. Nada lo convencía aún de que no eran estéticamente horribles, de todas formas. ¿A quién querían impresionar con esas patas peludas y esos múltiples ojos?

Sacó otra flecha y anotó las características que había recolectado hasta el momento. Podía pegarse a superficies pero no por mucho tiempo porque sus músculos se cansaban. Se había vuelto flexible, mucho más que Enzo y las posiciones raras en las que se sentaba. ¿Ya puse superfuerza? Borrar, borrar, borrar.

Su mente no parecía descansar un segundo, así que Julián soltó el lápiz y se recostó en el techo de su casa con vista directa al cielo despejado. No sabía cómo se sentía con todas las cosas que había descubierto. No sabía para qué las usaría, cuánto durarían, quiénes, tarde o temprano, iban a tener que saber que convivían con un adolescente con poderes arácnidos. No sabía nada.

Pero sabía, bien en el fondo, que esto nunca podía dejar de ser un secreto. Pasara lo que pasara en el futuro, debía prometerse que no le contaría a nadie. Así que lo hizo. Con algo de ganas de cruzar los dedos, pero absteniéndose. Asumiendo por completo una responsabilidad que le hacía ruidos en el estómago pero aún no llegaba a materializarse en palabras.

🕷️

Adriana dejó sus anteojos de lectura sobre la cómoda y caminó descalza sobre el suelo frío hasta el living, donde el teléfono no paraba de sonar. —¿Hola? —atendió con un tono agridulce. Unos segundos pasaron hasta que tapó el micrófono para exclamar: —¡Julián!

El muchacho apareció en el mismo estado instantes después. Tomó el teléfono que su tía le ofrecía y lo alejó de su oreja al instante cuando sintió a su mejor amigo gritar.

¡Hoy hay boliche, negro, eeeeh!

Julián arrugó la cara. —Pará, hijo de puta, me rompés la oreja —le dijo, sin embargo, el Cuti comenzó a cantar más fuerte. Julián infló los cachetes —. No puedo salir, Cuti.

¿Cómo que no?

Julián se sintió culpable mientras se sentaba en el sofá y tragaba saliva. —No. Tengo mucha tarea.

¡Pero ya compré las anticipadas! —se quejó con un mohín. Julián se disculpó y, cuando creyó que su amigo simplemente iba a aceptar y cortar, acabó diciendo: — Bueno. ¿Puedo ir a tu casa por lo menos?

Julián en verdad no se esperaba aquello, así que guardó todas las enciclopedias e hizo bollos algunos papeles para meterlos dentro del lavarropa roto. Sacó ropa sucia del tacho y la lanzó por los aires para hacer parecer que se la había pasado encerrado en su cuarto todos esos días. Cuando Cristian entró por la puerta corrediza, fingió estar haciendo un trabajo.

—¿Qué pasa que andás tan traga, men? —le dijo mientras se tiraba a la cama sin elegancia alguna.

—¿Qué decís? Si siempre fui traga —chistó Julián.

Cuti chasqueó la lengua. —Sí, pero no sé. Estás raro ahora. Te estás juntando mucho con el Enzo ese —dijo. Julián no respondió nada.

Lo gracioso era que, como en compañía de su mejor amigo no podía hacer otra cosa que fingir estar haciendo tarea, terminó siendo lo único en lo que se concentró durante la siguiente media hora, mientras Cristian se dedicaba a intercalar entre los mismos cuatro canales de la televisión que Julián tenía.

Había decidido recuperar el tiempo perdido con él, pero la entera situación estaba poniéndolo bastante nervioso. Había sido bueno disimulándolo hasta que Cuti tuvo la brillante idea de quedarse a dormir, y sus ojos se abrieron en su totalidad antes de aclararse la garganta. —Sí, no hay problema. Voy a traer el colchón.

—No hace falta —Cuti le quitó importancia con un ademán mientras palmeaba el espacio pequeño, casi diminuto y vacío en la cama —. Acá entramos los dos.

Julián sabía que cuando algo se le metía en la cabeza a su amigo era difícil que se rindiera sin conseguirlo. Así que en vez de renegar para luego ser arrastrado a las sábanas de todas maneras, puso los ojos en blanco y tomó asiento donde Cristian señalaba. —Sos consciente de que no tenemos el cuerpo de chicos de doce años y los huevos bastante grandes, ¿no?

Cristian chasqueó su lengua y lo obligó a acostarse a su lado, apretujándolo entre sus brazos. Julián no pudo evitar soltar una risa. Si no lo conociera lo suficiente pensaría que le gustaba a su amigo, pero la verdad es que el Cuti siempre había sido una especie rara de oso cariñoso a quien sus padres no abrazaban lo suficiente.

Por un par de horas estuvo bien. El calor que irradiaba su cuerpo era soportable y tuvo un momento de libertad cuando Cristian rodó hacia la pared y él hacia el borde de la cama. Pero en un momento de la madrugada, cuando todavía no podía dormir por miedo a ser descubierto, sintió al muchacho incorporarse a sus espaldas.

—¿Cuti? —preguntó, girando su cuello pero sin poder ver nada debido a la oscuridad.

No obtuvo respuesta. En cambio, Cristian pasó por encima suyo, casi aplastándolo en el acto, y se puso de pie. Julián recordaba alguna vez haberlo oído hablar sobre de que era sonámbulo, así que simplemente suspiró y salió de la cama también.

—Dale, tonto, acostate —le dijo con voz suave, sin estar seguro del todo si podía oírlo. Cuti se rascó la cabeza y corrió la puerta.

Julián lo siguió de cerca. En una de esas su amigo chocó contra el sofá y Julián tuvo que aguantarse la risa. Entonces, la puerta de la entrada se abrió, dejando entrar a la sala el reflejo del alumbrado público, y Julián apuró el paso. Temía que se fuera a la calle, pero una vez en el porche, Cristian se detuvo ante la escalera que el otro muchacho había estado subiendo y bajando intensivamente en la última semana. Julián le dirigió otra mirada al interior de la casa, teniendo la sensación de que probablemente debería arrastrarlo de nuevo adentro.

Cuti la escaló casi sin problemas y Julián se ocupó de no dejarlo caer si se le ocurría soltarse del barandal. Una vez arriba, vio al muchacho soltar un bostezo en medio de la noche negra y amagar con sentarse en el borde. Pero algo pasó. No sabía si el equilibrio de su cuerpo había fallado o volvió a quedarse dormido mientras se agachaba, pero desde un par de metros atrás, Julián tuvo la vista perfecta de sus hombros inclinándose de a poco hacia el vacío, uno de sus pies ya en el aire.

—¡Cuti! —exclamó en un intento de hacerlo reaccionar, pero era tarde para eso y para correr hacia él. De repente, una punzada hizo temblar a su caja torácica y lo siguiente que supo fue que tenía su brazo extendido hacia su mejor amigo, como quien anhela aferrarse a un recuerdo desvanecido.

Sólo que la imagen no había cambiado. La imagen era la misma, Cuti seguía en el techo y estaba intacto. Julián frunció las cejas mientras su respiración le taladraba la cabeza y se le ocurrió bajar la vista.

Por primera vez en ese periodo de tiempo, la picadura de la araña no era lo que primero llamaba su atención en su mano; en cambio, lo era aquella red blanca y de textura viscosa que no parecía salir de ningún lado de su muñeca, pero lo hacía. Y terminaba alrededor del pecho de Cristian, impidiendo que su cuerpo siguiera balanceándose en dirección al jardín delantero. Julián se quedó en el lugar, parpadeando con fuerza y atreviéndose a caminar hacia su amigo cuando se aseguró de que no estaba alucinando.

Cristian tenía los ojos cerrados. Evidentemente se había dormido de nuevo. Con esa luz verde, Julián observó la red con la mirada bien atenta. Parecía una auténtica tela de araña, gruesa y tan resistente que le llevó un tiempo descubrir cómo deshacerla. Todo aquello era... una locura. No acababa de tirar una telaraña de la muñeca, ¿verdad?

Cuando cargó al Cuti en sus brazos y confió en sus reflejos para saltar del techo hacia los arbustos, deseó haber sido él el sonámbulo, porque Cuti tenía su cara completamente relajada y roncaba, mientras que Julián no logró pegar un ojo el resto de la noche.

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