La Tentación de lo Prohibido...

By danielacgalvis

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Hace veinte años dos familias juraron lealtad con un trato que ni el mismo diablo podría disolver, ahora que... More

- Sinopsis -
Prefacio
Capitulo 1
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo 37
Capitulo 38
Capitulo 39
Capitulo 40
Capitulo 41
Capitulo 42
Capitulo 43

Capitulo 2

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By danielacgalvis


Gemma

Sicilia es hermosa.

Hemos llegado a altas horas de la noche, en cuanto aterrizamos en la pista de aviones un auto nos tesaba esperando para llevarnos a nuestro siguiente destino, al parecer una propiedad de los Cappelleti. Las luces que se levantan por toda la carretera iluminando los paisajes de aquella ciudad me hacen sonreír, parece sacado de cuento.

Santo no ha dejado de hablar todo el recorrido por su teléfono móvil, al parecer le está dando indicaciones a alguien para nuestra llegada.

—Va a gustarte mucho la casa, me encargaré de que estés cómoda —sonríe mientras regresa su teléfono a su saco—. Dime, ¿a qué te dedicas? Cuéntame un poco más de ti.

Juego nerviosa con mis dedos.

—Estudio literatura, en poco tiempo me graduaré.

—Oh, así que te gusta mucho el arte de la lectura.

—Me apasiona —respondo con una enorme sonrisa—. ¿A ti también?

—Sí, mucho. Recuérdame obsequiarte un libro en especial. Va a gustarte mucho.

—No hace falta.

—Claro que sí, déjame darte una buena bienvenida —esboza una sonrisa.

Me quedo viéndole a los ojos, son de color grises, parece incluso que cambian de color con la luz o quizás con su temperamento, es guapo, bastante. Santo Cappelleti es un hombre que se robaría las miradas de cualquier mujer, si lo pudiera resumir en una sola palabra seria, "masculino".

Un maullido rápidamente me hace salir de mi trance.

—¿Qué ha sido eso? —enarca una ceja mirando a todos lados.

Mierda.

—Yo...

El gato pronto sale de la bolsa que tengo en mis manos, me brinca encima para acunarse en mis brazos.

—¿Es un gato lo que están viendo mis ojos?

—Por favor no me hagas deshacerme de el, lo he traído conmigo porque no he podido dejarlo solo.

—No podemos traer a ese animal con nosotros señorita Ferreti —arruga el ceño—. Debe dejarlo.

Niego.

—No voy a dejarlo —replico.

Él suspira.

—Voy a encargarme del asunto no se preocupe, quedará en buenas manos —intenta tomarlo en sus brazos pero se lo impido haciéndome a un lado.

—No causará problemas, estaré pendiente de el, yo misma me encargaré del pequeño.

Rueda los ojos.

—Por favor, déjeme quedármelo. Hablaré son el señor Raffaelle si es necesario.

Se queda en silencio un par de segundos.

—Bien, el gato se quedará. Pero no quiero problemas en casa con el. ¿Comprende?

Asiento a lo que ha pedido.

—¿Ves pequeño? —lo tomo en mis manos y lo acaricio con ternura—. El señor Santo te ha dejado quedarte, ya no estarás solo como yo.

Un silencio incómodo se crea entre los dos.

El auto de repente se detiene en una casa no muy grande de allí en medio de lo más alejado de la ciudad y desde donde se puede ver el mar.

—Hemos llegado.

Santo baja primero del auto, luego de eso me ofrece su mano para bajarme de allí, la recibo solo para sentir como una chispa me pasa por el brazo. A pesar del corrientazo que he sentido no la suelto.

—Siéntase como en casa señorita Ferreti.

Doy un paso adelante solo para descubrir que aquella casa que creí en un inicio pequeña no lo es, es una enorme casona de al menos tres pisos, custodiada de lado a lado por hombres.

—Roberto te ayudará con tus cosas, y te indicará tu habitación —me dice él.

—Gracias.

El hombre de confianza de Santo aparece con mi equipaje para mostrarme el camino al interior de aquella enorme mansión, a penas pongo un pie adentro las luces se iluminan reflejando una casa con cuadros finos, candelabros, mesas llenas de las más bellas y elegantes porcelanas, y el piso ni hablar, está hecho de mármol y brilla como un cristal.

—Por aquí señorita Ferreti —me indica el hombre por el camino al que conducen las escaleras.

La voz de Santo me detiene antes de subir.

—¿Tienes hambre? —me pregunta.

—Bueno...

—Haré que preparen algo para los dos, te espero en el comedor. Roberto, pregúntale a la señorita Ferreti cuál es su plato preferido y has que lo preparen —le pide al hombre.

—Si mi señor —contesta este.

Santo desaparece en segundos de mi campo de visión antes de que yo le diga que esto es demasiado para mí, tan solo soy una desconocida y no quiero abusar de su generosidad.

Subo las escaleras como me lo indica el hombre, llegamos a una puerta en específico, el tipo saca una llave de su bolsillo y la mete en la cerradura dorada revelando una hermosa y amplia habitación, casi de la realeza.

—Si necesita algo por favor no dude en pedirlo señorita.

Deja las cosas a un lado del mueble.

—Espero este cómoda aquí. Por favor le gustaría decirme ¿cuál es su plato especial? —pregunta.

—Yo no tengo un plato en especial —me encojo de hombros—. Lo que sea que elijas por mi estará bien.

—No puedo darle esa repuesta al señor Santo, me ha pedido que ordene preparar el plato que más le apetezca, así que puede decírmelo.

—Bueno...—tomo un grande respiro—. Me gusta el pescado, en cualquier presentación.

—¿Algún tipo de pescado en especial?

—Todos me encantan —respondo recordando como mi abuelo y yo comíamos al fuego algunas truchas que solía pescar en el rio—. Si no es mucho pedir la trucha me encanta.

—Trucha será entonces —sonríe él.

El hombre desaparece después de eso dejándome sola en aquella enorme habitación. Me dirijo a la cama en donde dejo al pequeño gato.

—Debo buscar un nombre para ti —le sonrío—. Solo espero que esto no le traigas problemas al señor Santo.

Me quedo allí unos segundos tratando de escoger algún tipo de nombre que se ajuste a el y finalmente lo encuentro.

—Tu nombre será leon. Porque son las iniciales de mi abuelo Leonardo. Y te encontré el mismo día en que más necesitaba a alguien al mi lado. ¿Qué dices? ¿Te gusta?

A el aparece agradarle el nombre porque comienza enseguida a jugar con los cordones de mi blusa.

—Bien leon, esta casa es enorme. No me quiero ni imaginar la de Roma.

Me quedo asombrada mirando cada esquina de allí, todo es muy fino y elegante. Demasiado ostentoso. Las cortinas, las ventanas amplias y pintadas de color blanco.

¿A qué se dedica la familia Capppelleti? ¿Por qué nonno nunca había hablado de ellos?

Paso algunos minutos tratando de organizar mis cosas en el mueble que está a mi lado, luego de eso escucho el golpeteo de la puerta, me acerco hasta esta para encontrarme con el hombre de nombre Roberto.

—La cena está servida señorita Ferreti.

—¿Tan rápido? —enarco una ceja.

—Contamos con tres chefs en la cocina. No es un problema mayor.

—De acuerdo.

Bajo los escalones con Roberto que me guía hasta el comedor en el que santo ya se encuentra sentado.

—Buenas noches Gemma por favor toma asiento —me indica el asiento que tiene enfrente.

Le regreso una sonrisa.

—Buenas noches —respondo sentándome.

—Espero te guste mucho tu plato.

Los empleados enseguida sirven los platos en el comedor acompañados de los cubiertos, observo lo que se me ha servido, una grande trucha acompañada de vegetales, con especias. Huele delicioso y se ve delicioso.

—¿Vino tinto? —pregunta él.

Niego.

—¿Vino blanco entonces?

—Prefiero mejor el agua para ser honesta.

—Agua será entonces —dice él y le da una señal a uno de los empleados que se encarga de servirme un vaso de agua fría—. Buen apetito.

—Igualmente.

Nos dedicamos a comer de nuestros platos en silencio hasta que Santo vuelve a hablar.

—Dime Gemma, ¿qué hacía especial tu vida en Portofino con tu abuelo? —pregunta y se lleva una copa de vino a la boca.

—Bueno, mi abuelo se hizo cargo de mi desde niña, perdí a mis padres en un accidente a los cuatro años, así que nonno se convirtió en como un padre para mí, trabajaba como pescador en el rio que teníamos al lado de la casa y yo le ayudaba a vender el pescado en las tiendas y supermercados.

Él deja a un lado su copa, parece sorprendido con lo que le he dicho.

—¿Has dicho que Leonardo Ferreti era pescador?

—Sí, desde que tengo uso de razón nonno era pescador.

—Ya veo —sonríe.

—No solo era un pescador, era el mejor pescando. Sacaba unos pescados enromes, y eran deliciosos como este. Esta trucha esta buenísima —me saboreo la boca—. Nunca había comido una trucha como esta.

—Me agrada que te guste.

—¿Qué hay de ti? ¿A qué te dedicas? —le pregunto.

—Manejo el negocio de la familia.

—Eso suena a algo demasiado serio.

—Digamos que nací para esto.

Aquello me frena a seguirle preguntándole sobre eso, no quiero ser entrometida con aquello, si él no ha dicho el negocio familiar será por alguna razón.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Adelante.

—¿Por qué nonno nunca había hablado de tu abuelo Raffaelle? Si eran grandes amigos ¿por qué hasta el momento de muerto me he enterado de que tenían una grande amistad?

—No lo sé realmente, al igual que tú estoy sorprendido por lo que ha pasado los últimos días. Pero como te he dicho, mi misión es llevarte a Roma con mi familia, conocerás a mi madre, a mi hermano menor y a mi abuelo por supuesto.

—¿Cuál es el nombre de tu hermano?

—Su nombre es Marcello, tú y él se van a llevar muy bien. Es un hombre bastante..., apasionado por lo que hace. Le gusta mucho el polo, y es amante de la pintura, le agradan mucho los animales también, tiene dos perros Doberman, hades y cronos.

—Vaya esos nombre nos suenan muy amigables.

—De hecho los perros son más míos que de él ya que me obedecen más, pero no te preocupes, Marcello tiene cualidades que te van a gustar.

—Bueno, no es como si nos fuésemos a casar —bromeo.

Su expresión cambia.

—Por supuesto—esboza una media sonrisa—. Dime ¿no te gusta la idea del matrimonio?

—Claro que sí, pero considero que es algo muy importante. Solo te casas una vez, debe ser con la persona a la que ames.

—Conozco a personas que se han casado más de una vez, mi madre por ejemplo.

—Bueno, estas en lo cierto. Es solo que quiero casarme solo una vez y quiero que sea con la persona indicada. No quiero encontrarme con la persona equivocada y luego de eso no poder escapar de una vida miserable a su lado.

Santo permanece en silencio después de eso. No vuelve a hablar y al poco tiempo de terminar nuestros platos se levanta de la mesa para irse a su habitación no sin antes despedirse de mí.

**

Han pasado dos días desde que llegamos a Sicilia. Santo ha salido dejándome una vez más sola en esa enorme casa y sin saber a quién recurrir en estos momentos para pedirle algo.

—Esto no puede empeorar —miro la mancha en las sabanas.

Me muero de la vergüenza.

—¿Cómo pude ser tan olvidadiza? —bufo.

He olvidado la propia fecha de mi periodo, y para mi desafortunada suerte no he traído conmigo nada. Ni toallas, ni tampones.

Me muevo de un lado a otro. Los empleados no me han dejado salir de la habitación y no puedo quedarme allí sin antes lavar esas sabanas y conseguir un paquete de toallas sanitarias.

—Ay Gemma, eres una tonta, me muero de vergüenza por esto.

La puerta suena.

—Señorita Ferreti, soy yo.

Escucho la voz de Santo del otro lado de la puerta. En tiempo record me las arreglo para tomar las sabanas en mis manos las hago una enorme bola y las tiro a un lado.

—¿Señorita Ferreti? —insiste.

—¡Voy en un segundo! —le grito y me arreglo los cabellos desordenados junto a la ropa.

Me acerco hasta la puerta la abro y él entra en la habitación. Espero que no note nada extraño que le llame la atención aunque ahora al único que le podría pedir lo que necesito es a él y no sé cómo demonios decirle.

—He terminado los negocios en la ciudad, pero ya que es nuestro último día en la bella Sicilia me gustaría preguntarle si le gustaría ir conmigo a un concierto de música clásica que se presentará hoy en el Garibaldi luego de eso podemos ir a dar un pequeño paseo para conocer la ciudad.

—Claro, me gustaría mucho ir.

—Bien, le diré a Roberto que prepare el auto —dice mientras se encamina a la puerta.

Vamos Gemma dile, dile.

Santo de pronto fija su vista en la cama, frunce el ceño y se gira.

—Disculpe la pregunta pero ¿acaso las empleadas no han ordenado la habitación?

—Si.

—¿Por qué las sabanas están en el piso? ¿Acaso no han hecho bien su trabajo? Les reclamaré duramente.

—No, no ha sido eso. Es que...

—¿Si?

—Sucedió un accidente y se han ensuciado.

—¿Qué tipo de accidente? ¿Ha sido grave? Debió decírmelo.

—No, no es grave.

—Aun si no fuera grave, debió llamarme, yo lo resolvería enseguida.

Trago en seco, voy a morir de vergüenza.

—Yo necesito algo personal.

—Primero dígame que accidente ha ocurrido luego nos encargaremos de lo que necesite.

—Es que lo que sucedió tiene mucho que ver con lo que necesito.

—Sea más clara que no le estoy entendiendo señorita Ferreti —dice serio.

Aprieto mis labios, mis mejillas se calientan de la vergüenza.

—Necesito objetos de limpieza personal, cosas femeninas.

Él se queda en silencio analizando lo que le he dicho.

—Si no es mucho pedir quisiera ir a una farmacia por ellas.

—Bueno, yo...

—Las necesito en verdad. No quería incomodar, pero no me han dejado salir de la habitación desde que llegue y no sabía a quién más recurrir.

—No se preocupe, las buscaré por usted. Y no se preocupe por las sabanas, le pediré a una de las empleadas que limpie la cama y todo.

—Gracias.

Él me regresa una sonrisa.

—Por favor cámbiese, cuando esté lista la estaré esperando en la sala.

Santo sale de allí, obedezco a lo que me ha pedido, me meto al baño me lavo muy bien el cabello y me aseo por completo. Cuando salgo de la ducha encuentro las sabanas cambiadas y una bolsa con algunas cosas dentro de ella, toallitas húmedas, tampones, toallas de todos los tamaños que podría haber visto y también algunas medicinas para los cólicos menstruales

Nunca creí en la vida pasar por una situación así, menos con un desconocido.

Tomo aquellas cosas en mis manos. Me encargo de ponerme un bonito vestido el más elegante que he encontrado dentro de las cosas que han traído para mí. Bajo los escalones para encontrarme nuevamente con santo en la sala.

—¿Todo bien señorita Ferreti? —pregunta.

—Todo bien.

—Nos vamos entonces.

Él me extiende su mano, me guía por el jardín hasta que llegamos al auto.

—Por favor siga —me indica el interior del auto.

Es todo un caballero.

—Gracias.

Subo al auto con santo que me sigue, el auto conduce lejos de la casa para llevarnos a un sitio en especial un enorme teatro con un letrero en que se lee "Politeama Garibaldi" tiene algunas estatuas que le rodean y una linda vista a la plaza en la que se encuentra ubicado.

Estoy maravillada con todo lo que mis ojos ven.

—Espero que te guste mucho las composiciones de música clásica como el lago de los cisnes.

—Mi abuelo amaba la música clásica, mi instrumento favorito es el violín. Debe de ser muy complicado el tocarlo —simulo el movimiento de las cuerdas en mis dedos.

—Con práctica no lo es, todo va en que te memorices cada una de las cuerdas.

—¿Tú sabes tocar el violín?

—No me gusta alardear —se encoje de hombros—. Digamos que es un talento oculto.

Le regreso una sonrisa.

—Ven, se nos hace tarde ya —mira su reloj de mano y me ofrece su brazo para entrar en el teatro.

Nos metemos al teatro, está lleno de personas vestidos elegantemente, mujeres con joyas más grandes que su propia garganta, esposas de hombres adinerados. Avanzamos y las miradas de muchas de las mujeres se posan en nosotros, para ser más específica en él. Miran a Santo embelesadamente como si nunca hubiesen visto algo igual. Algunas ni lo logran disimular y le envían un par de sonrisas.

Me siento incomoda.

—He reservado los mejores asientos para los dos.

Avanzamos por las escaleras que nos conducen a un palco exclusivo, nos sentamos y la función comienza al poco tiempo, disfruto de todas las canciones que tocan allí, cierro mis ojos para sentir como el sonido de las cuerdas de cada instrumento me transportan a otro lugar.

—Es maravilloso ¿no lo crees? —pregunta.

—Tocan bellísimo.

De pronto los músicos cambian a otra melodía, una que hace que santo permanezca con su vista puesta en el escenario sin despegarla de allí. Parece disfrutarla.

—Vivaldi era simplemente majestuoso, él y Niccolo Paganini son mis compositores favoritos. La música es maravillosa, te hace viajar a cualquier lugar.

Santo habla de su amor a la música en especial del violín como si fuera algo más que un talento oculto como lo llama. Es como si lo dijera desde el fondo más sincero y honesto de su corazón.

—¿Tocas aun?—le pregunto.

Él niega.

—Es solo un pasatiempo.

—Oh.

—¿Sabes que dicen que Niccolo Paganini hizo un pacto con el mismo diablo por llegar a convertirse en el violinista famoso que fué?

—Creí que era solo un mito.

—Yo no creo que lo haya sido, un hombre puede vender su mismísima alma al demonio por tan solo una cosa que desee con todas sus fuerzas, él dejaría lo que fuera por poseerla.

—¿No crees que es algo bastante arriesgado? ¿Perder el alma?

—Es el precio que se paga por tener lo que se desea.

El sonido de su móvil nos interrumpe, Sano se hace a un lado para contestar la llamada y al poco tiempo regresa a mi lado para tomarme del brazo.

—Debemos irnos —dice.

—¿Qué? Pero apenas ha empezado.

—Debemos irnos ahora —gruñe y me jala lejos de allí.

¿Qué le sucede ahora? ¿Por qué me ha sacado de esa manera tan brusca de allí?

Santo me lleva rápidamente al auto que ya está estacionado a un lado de la carretera, me pide que suba a este pero él por el contrario no lo hace.

—Llévala a la pista —le ordena al chofer.

—Si mi señor —responde este.

—¿Dónde iras tú? —le pregunto.

—Nos veremos allá. Debo quedarme.

—¿Qué? —pestañeo sin creerme lo que dice.

—Obedece y no te bajes del auto hasta que llegues a la pista.

Luego de eso el auto se aleja a toda velocidad de allí dejando la figura de Santo atrás que se pierde en medio de las personas.

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