>>>Hacienda La Ponderosa>>>
Era de noche, Alejandro y Alicia bajaron de la camioneta.
Alicia miraba todo a su alrededor y la grandeza que había alcanzado la hacienda la sorprendió. Ciertamente, la abundancia y el éxito tenían los Santos.
—No te preocupes, yo explicaré todo a mis padres... ellos entenderán.
—Alejandro, me da miedo todo esto... tu mamá y yo no estamos en los mejores términos.
—Eso será pasado, ya verás.
—Eres terco como Inés.
Alejandro sonrió.
>>>
Victoriano estaba en su despacho con su mujer sentada sobre sus piernas, besándose.
Alejandro tocó la puerta y carraspó.
Victoriano soltó un gruñido molesto, fijo su mirada a su hijo.
—Alejandro, sabes que no me gusta que me interrumpan mientras estoy con tu madre — protestó Victoriano irritado al instante.
—Mi amor, tranquilízate... Debe ser algo importante — ayudada por Victoriano se incorporó — ¿Hijo? ¿Pasa algo, mi vida?
—Lo siento, papá... pero es que debo hablar con ustedes... traje a una persona a la hacienda qué necesita de nuestra ayuda... y yo la traje.
Victoriano se levantó de su silla exaltado. —¿Qué? ¿Cómo dices?
—Sí papá.
—¿Pero... a quién trajiste, Alejandro? — cuestionó Inés.
Alejandro suspiró. — A la que fue tu mejor amiga, mamá.
Inés y Victoriano gestaron inquietud.
—He traído a Alicia a la hacienda, mamá... les voy a explicar por qué yo...
Victoriano dió un golpe a su escritorio con su puño.
Lo que había contado su hijo lo había enfurecido, se trataba de la esposa del hombre que más odiaba.
Alejandro cerró sus ojos por un momento, su padre molesto no era nada agradable de tratar.
Inés dió un brinquito del susto que se llevó al escuchar aquel golpe.
—¡¿Cómo se te ocurre traerla?! — gritó furioso.
—¡Tienes que escucharme, papá! ¡YO tenía que hacer algo por ella! ¡Francisco la maltrata!
—¡Alejandro, nos vas a traer más problemas con el imbécil de Francisco trayéndola aquí!
—¿Qué dices, Alejandro? ¿Alicia está bien? — preguntó Inés al instante preocupada.
—Sí, mamá.
Inés rodeó el escritorio, deslizando su mano por este, trataba de acercarse donde había escuchado provenir la voz de su hijo.
Alejandro se acercó al instante para tomarle la mano.
—Mamá, sé que es arriesgado pero ella no tiene a nadie más, nosotros solíamos ser su familia... yo me acuerdo todavía cuando era chiquito, mamá... yo solía llamarla tía... tú y ella eran unidas... ella no está a salvo con ese hombre, mamá... tiene golpes en su rostro.
Victoriano escuchaba, ahora pensaba en cuando Francisco se diera cuenta de que su esposa no estaba en la casa, qué gran conflicto se aproximaría.
—Inés, esto es arriesgado, mujer... no puedo permitir...
—Alejandro, ¿Dónde está ella? — interrumpió a su marido.
—En la sala, mamá.
—Llévame con ella.
—¡Inés!
—¡Victoriano, por favor!
Alejandro llevó a su madre a la sala y Victoriano los siguió.
Alicia esperaba en la sala, los vio salir y su corazón se llenó de pena y de cierta vergüenza.
Verla por primera vez en el estado que ella estaba le movió el piso, todo era diferente.
Hasta que la vió pudo creer que era realidad que había quedado ciega, y notó la pequeña panza abultada.
—¿Alicia?
—Hola, Inés.
—¿Es cierto lo que nos ha dicho mi hijo? ¿Francisco no te trata bien?
Alicia sollozó. —Sí, Inés... desde hace mucho tiempo.
Inés negaba. —¿Qué esperas para dejarlo, Alicia? ¿Cómo permites esto?
—Yo nunca lo he permitido, Inés... él no conoce lo que es el respeto.
—Esto lo planeó Francisco, algo trama... ustedes no son de confiar.
—¡Victoriano!
—Tu marido tiene razón, Inés... no somos de confiar y Francisco mismo ha hecho que la gente desconfíe de mi también...
—Alicia...
Alicia negaba mientras lágrimas caían,fijó su mirada a Alejandro y sonrió. —Han hecho un buen trabajo con sus hijos, de veras que sí... fue un error venir aquí, lo siento mucho, Inés... mejor me voy.
Alicia salió apresurada.
—¡No! ¡Mamá, por favor! ¡Ese hombre le hará daño!
—Victoriano, mi amor... no podemos darle la espalda... tenemos que ayudarla
El rostro de preocupación reflejado en el rostro de Inés fue suficiente para ablandar el corazón de Victoriano.
Victoriano le acarició la mejilla.
—Lo que mi mujer pida se hará... — le besó los labios.
E Inés sonrió ante las palabras de su marido.
—Quédate aquí, Inés... iremos tras ella.
Inés asintió.
Victoriano y Alejandro salieron y cuando Alicia había alcanzado llegar a la entrada d ela hacienda.
La detuvo el grito de Alejandro y Victoriano.
Cuando se acercaron, Alejandro la abrazó. —No te dejaremos ir.
—Así es, Alicia... te vamos a proteger... Inés y yo te daremos protección y así puedas salir adelante.
Alicia agachó la mirada mientras lloraba.
—Vamos adentro, tía... mamá y tú tienen mucho de qué hablar.
Ella asentía.
—Vayan adentro... llévala con Inés, Alejandro.
—Sí, papá.
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Mientras ellos se alejaban, Victoriano fue a hablar con sus trabajadores que vigilaban la hacienda en el turno de noche.
—Sí, patrón... muchos hombres ya se fueron a sus hogares pero los iré a llamar.
—Por favor, Benito... si es necesario, dale armas a todos... ese imbécil es capaz de todo...
Benito asentía.
—Mañana daré nuevas instrucciones pero por ahora solo hagan lo que les he pedido, por favor... cada esquina, cada lugar de esta hacienda deben haber hombres vigilando... la recompensa será grande por su esfuerzo cuando se calmen las aguas.
Los hombres asentían.
Victoriano se retiró para entrar a su casa.
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Adentro, Inés mandó que se prepara un té y algo para comer a complacencia para Alicia.
Si algo tenía claro Inés es que cuando tenían un huésped había qué tratarlo de la mejor forma.
—Nosotras las dejamos, mamá... para que hablen — habló Miguel contento, se despidió de su madre con un beso en la frente para ella.
Alejandro y Daniel siguieron el paso de su hermano.
—Buenas noches, mamá.
—Buenas noches, mis amores.
Y luego se fueron a abrazar a Alicia cariñosos.
Cuando se retiraron hubo segundos de silencio entre ellas, no hallaban qué decir, se habían dicho tanto.
—Tus hijos tienen tu esencia, Inés... son tan cariñosos como lo eres tú — rompió el silencio ante un comentario gentil.
—Mis hijos son un amor pero tiene el carácter de su padre cuando quieren.
Alicia rió. —Ya imagino.
—¿Crees que Francisco ya se habrá dado cuentas que no estás?
—No, Inés...de seguro regresa hasta mañana... y borracho.
—Siento mucho que hayas pasado por algo así, Alicia.
—Tranquila.
—Mi niña, aquí traemos comida para la señora...
Lupita y Nuria acomodaron el plato y cubiertos para Alicia y se retiraron.
—Come, Alicia... aliméntate bien, por favor.
—No merezco nada de esto, Inés... he sido muy mala contigo... se supone que deberías odiarme... incluso lo que sucedió en la carrera fue a causa de mi marido... ambas lo sabemos... y siento mucho eso...
—Yo te pido perdón, Alicia... esa vez te acusé de inmediato... perdóname.
—Perdóname tú a mi, Inés... — tomó la mano de ella — perdóname, por favor... todo lo que he dicho y hecho...
—Ya, Alicia... eso es pasado... estoy feliz de esto... pensé que jamás sucedería.
—Está bien y... Inés... lamento lo que te sucedió.
Inés sonrió levemente. —Ha sido muy duro pero con mis hijos y mi marido todo ha sido más ligero.
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Victoriano entró a la casa poco después y lo primero que pensaba encontrar era a su esposa.
Se fue al comedor al haber escuchado risas de ellas.
—Inés...
Ella se detenía en reír al escucharlo. — Mi amor, al fin llegas... Alicia y yo recordábamos cuando éramos más jóvenes y solíamos ir a cabalgar y la vez que ella se había caído en el caballo.
—Ya veo...
—Fueron buenos tiempos, Inés.
—En verdad lo fueron, Alicia... debemos crear nuevas memorias ahora que estarás aquí, eh.
Victoriano se acercó par tomar la mano de su mujer.
Lichita se acercó. —Aquí estoy, patrona...
—Alicia, Lichita te ayudará a instalarte en la habitación de huéspedes, hay tres habitaciones para que escogas, ella te ayudará en todo.
—Gracias, Inés...
—Buenas noches, Alicia — agregó Victoriano serio.
—Buenas noches, Victoriano.
Victoriano le colocó la mano de Inés en su brazo.
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Acostados se mimaban y acariciaban.
—Me siento intranquilo qué Alicia esté aquí, mi amor.
—Vas a ver que todo estará bien, mi amor... Francisco es débil y solo se guía por sus sentimientos... lo hemos visto.
Continuaron besándose.
—Puse a vigilar y que trajeran más hombres... Solo así estaré tranquilo.
—Mjm...
Victoriano empezó a tocarla con más ímpetu y deseoso.
—Me vuelves loco, mi amor... te amo.
Ella soltaba gemidos tiernos y encantadores qué Victoriano amaba.
>>>Día Siguiente>>
Todos desayunaban cuando Benito entró agitado interrumpiendo.
—¿Pero qué pasa, Benito? — preguntó exaltado Victoriano.
—Es Francisco, patrón... pregunta alterado por su mujer.
Alicia comenzó a angustiarse. — Vino por mí — se levantó asustada — va a hacer un escándalo.
—Quédense aquí ustedes, Inés... ese tipo me va a escuchar.
Los hijos de Victoriano lo siguieron e Inés y Alicia habrían de quedar en la casa
—¡Eres un imbecil! ¡Sé que la estúpida de Alicia está aquí! ¡He visto a Alejandro merodear mi casa! ¡Tráeme a mi mujer, Victoriano!
Benito le pasó una escopeta a su patrón.
A simple vista notaban que Francisco estaba tomado.
—Has caído tan bajo que has terminado golpeando a tu esposa.
Francisco se aferró a las rejas. —¡Alicia! ¡Ven aquí! ¡Alicia!
Victoriano disparo al cielo con su escopeta. —¡Lárgate de mis tierras! ¡Mientras Alicia decida quedarse aquí tiene nuestra protección! ¡Así que vete!
—¡Es mi esposa, Victoriano! — protestó.
—Te aseguro que muy pronto tendrás noticias de una demanda de divorcio... — dirigió la mirada a sus y sus hijos — vámonos de aquí... no hay que perder el tiempo con este.
Mientras Victoriano se alejaba, Francisco se llenaba de un inmenso repudio.
—¡Victoriano! — gritó con todas sus fuerzas para llamar su atención logrando qué Victoriano se detuviera en su andar pero dándole la espalda — ¡Ojo por ojo, diente por diente!
Francisco dió media vuelta y se retiró sin nada más que decir.
Aquellas palabras asustaron a Victoriano en lo profundo de su corazón.
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Victoriano y sus hijos regresaron con las mujeres, lo ánimos habían bajado para los Santos.
—¿Mi amor? ¿Victoriano?
—Aquí estoy, Inés... todo está bien... Alicia, tranquila... tú estarás con nosotros el tiempo que necesites.
—Gracias, Victoriano... lamento ponerlos en esta situación — agachó su mirada.
—No digas eso... — confrontó Alejandro.
Alicia sonrió levemente.
Victoriano evitó decirle a Inés las amenazas que había dicho Francisco para evitar que se preocupara.
>>>Tres meses después>>>
Era de noche, Victoriano e Inés estaban en su balcón.
Mientras todos dormían, ellos estaban compartiendo un tiempo a solas después de haber hecho el amor en su cama.
Ella reposaba de lado sobre el regazo de su marido, Victoriano la tenía aferrada a él con mucha dulzura y suavidad.
También acariciaba el ya avanzado vientre de su mujer.
—Mañana tengo una sorpresa para ti, mujer.
Ella soltó una risita, en verdad era muy consentida por su marido.
Con sus manos buscó los labios de su marido para besarlo. —¿Qué tienes planeado, mi rey?
Él le besó la nariz.
—Mmm, solo puedo decirte que es algo que tengo pendiente contigo hace varios meses, mi reina.
Ella se acurrucó más a su marido. —Me dejas con la intriga... — susurró.
—Valdrá la pena esperar, mi amor... te lo juro.
—¿Cómo está el cielo, mi amor? ¿Se ven las estrellas?
Victoriano elevó su mirada, mientras acariciaba a su esposa.
—Es curioso que siempre que salimos de noche a estas horas nos toque un cielo despejado... como si las estrellas siempre quisieran ser nuestras testigos en nuestro amor.
Inés le acariciaba ro pecho velludo de su marido, enamorada de sus palabras.
—Las estrellas son nuestras cómplices...
—Lo son — concordó él en tanto llevaba una mano por la entre pierna de la mujer.
—Travieso...
Él continuó subiendo y subiendo excitándola, ella rápidamente empezaba a estremecerse ante los toques de su marido.
Ella estaba desnuda y solo era abrigada por una cobija y el calor que le brindaba el cuerpo de su marido.
Ella daba suaves gemidos mientras Victoriano la complacía.
—Qué rico, mi amor... — susurraba ronroneante.
—Estás sensible cada vez más, eh...
Ella soltó una risita.
—Culpa de tu bebé... y también tu culpa, señor Santos... tú eres el causante de que esté como una vaca preñada.
Victoriano carcajeó ante el comentario de su mujer.
—Es que me encanta verte así... — llevó su mano al vientre y lo acariciaba — Mi mujer llevando otro hijo mío es una gran bendición y satisfacción.
—Así que te satisface verme con dolores de espalda, hinchada e irritada... ahora entiendo todo.
Victoriano reía.
—Pero no puedes quejarte que te acompaño siempre en todo, nos irritamos juntos, yo te hago masajes cuando sientes dolor de espalda, ¿o no, mi amor?
—Tienes razón, no me puedo quejar... eres el hombre perfecto... pero gruñón.
Victoriano la nalgueó.
Y ella le golpeó con su pequeño puño en el pecho.
—Eres una peleona, mujer.
—Grosero.
Victoriano arremetió contra ella y la besó violento y mordelón.
Bien mordelón.
Ambos rieron después.
—Justo como me gustan, señor Santos.
—Ya lo sé, mi vida.
—Llévame a la cama... necesitamos descansar, mi amor.
Él asintió y con su fuerza varonil se levantó alzándola hasta llegar a la cama y dormir plácidamente.
>>>Día Siguiente>>>
Era la tarde, Inés se vestía con ayuda de su marido quién le había aconsejado vestirse cómoda y con botas.
Cuando estaban listos, Victoriano bajó con su mujer.
—Aquí está listo lo que pidió, patrón...
—Gracias, Lupita.
—Patrón, Julio me dijo que le hiciera saber que los caballos están listos.
—¿Caballos?
—Sí, Inés... vamos a montar y te llevaré a un lugar... — miró a sus empleadas — Muchas gracias, Lichita.
—Con todo gusto, patrón... disfruten su tarde.
Victoria tomó la canasta en la que había comido hecha para dos, guió a su mujer hasta donde estaban los caballos y Julio.
Ayudó a su mujer a que se montara en Gracia y el sobre su caballo Poderoso.
—Victoriano, ¿Estás seguro, mi amor? Tengo miedo de que Gracia se asuste y pueda pasar — acarició su vientre abultado.
—Yo llevo las riendas de Gracia, mi amor... no te preocupes... nada permitiré que te pase... tú solo disfruta...
Ella asentia nerviosa.
>>>
A paso lento iban, la meta de Victoriano era llegar a un monte alto donde no hubiera nadie que los molestara y donde la vista del atardecer fuera perfecta.
Aunque ella no pudieron ver aquel atardecer, ahí estaría él para describírselo.
Había llegado, lo primero que hizo fue bajar a su mujer.
—Quédate aquí, mi amor... no te muevas un milímetro... estaré aquí ordenando unas cosas.
—Victoriano, no sé ni donde estamos, ¿qué vas a ordenar?
Victoriano no respondió y siguió en lo suyo.
Habría de poner una manta en el pasto, sacó la comida, el vino y tequila, por supuesto.
Se sintió pleno y orgulloso de lo que estaba haciendo por su amada.
—Victoriano? ¿Qué haces? ¿Qué está pasando?
Victoriano volvió con su mujer y le tomó las manos.
—Nos traje a un lugar para tener el picnic que me habías pedido hace tiempo, mi morenita... — Inés no se lo podía creer, pensó que él lo había olvidado hace raro —te debía esto y con mucho amor lo he planeado, las muchachas me ayudaron con hacer unos emparedados y otras cosas más... ya sabes que a mi la cocina no se me da, eh — Inés rio — pero fui y las ayudé a escondidas sin que llegaras a saber, ellas me indicaron que hacer y por supuesto — se acercó al oído de ella para susurrarle — trajo vino y... tequila — le besó el cuello y volvió a mirarla.
Inés estaba sumamente feliz.
— Y hoy al parecer tenemos de regalo un precioso atardecer para nosotros... al parecer, el creador de este le gusta ser nuestro cómplice.
Inés sonreía.
—Victoriano... mi amor... te amo mucho... gracias, mi rey.
Victoriano estampó un beso en los labios de Inés.
Victoriano la guió para que se sentara y él detrás de ella para que pudiera recostarse en su pecho tranquilamente.
Victoriano le guiaba para que comiera a su gusto y lo mejor de todo...
—¿Qué? ¿Guacamole también? — con una sonrisota.
—Así es, mi amor... Lupita y yo la hicimos, aunque ella fue la que más hizo el trabajo.
—Dame un bocado.
Él sonreía emocionado, tomó una cuchara y tomó un poco para que lo probara.
—¿Y bien? ¿Qué te pareció, mi amor?
—Delicioso, mi amor... — hablaba con la boca llena, a lo que Victoriano rió.
— Si fuera uno de nuestros hijos ya lo hubieras regañado.
Ella encogió sus hombros. —No están aquí qué yo sepa... un secreto.
Él le dió besitos en el cuello juguetón.
—El atardecer está precioso, mi vida... bien precioso... su contraste es naranja mezclado con un color rosita suave... bien hermoso.
Ella movía sus piecitos de un lado a otro, estaba siendo feliz en ese momento, muy feliz.
—Gracias, mi amor... por todo esto.
—Verte feliz es mi mayor prosperidad en mi vida... soy feliz con mi Inés.
— Y yo soy plenamente feliz con mi Victoriano.
Victoriano le hizo cosquilleo en la cintura por lo que ella se removía.
Ambos se movían juguetones del uno del otro.
—¡Ah, mi amor!
Él se detuvo para llenarle de besitos por todo el rostro.
Al poco rato, cotorreaban tranquilos, haciéndose bromas y hablaban de su familia.
—Creo que Daniel esta interesado en una muchacha, mi amor... Lo he sentido diferente... habla muy romántico y amoroso... más de lo normal.
—Mi muchacho es todo un hombre ya.
—Para mi sigue siendo mi bebé.
—Mis varones han crecido, pero aún siento que son niños que necesitan mi protección, mi amor.
Ella recordó una memoria divertida.
—¿Te acuerdas de...?
~~~Flashback~~~
Hace tiempo atrás, cuando los varones de Victoriano estaban muy pequeños, acompañaban a la caballeriza a su papá y su mamá a revisar los caballos.
Alejandro tenía 10 años en ese entonces, y ayudaba a limpiar el bebedero de un potrillo cuando vió aparecer una culebra asustando al pequeño Alejandro y el potrillo.
—¡Papá! ¡Auxilio! ¡Mamá, una culebra!
Inés corrió hacia donde estaba su hijo, Victoriano se acercó al igual.
Alejandro se aferró a su mamá con mucho temor.
Victoriano tomó un balde y metió a la culebra en este mientras reía de la reacción de su hijo.
—Ellas no te lastimaran si les haces daño, Alejandro... — El niño asentía mientras lloraba — Ya, hijo, papá se hará cargo — le besó la cabeza al pequeño.
—Llévala lejos, Victoriano.
—Sí, mi amor.
~~~Back~~~
Ambos reían tras haber recordado ese momento de su hijo mayor.
—Y ahora mi hijo no le teme a nada, es todo un Santos.
—Son fuertes como tú — le acariciaba un brazo.
Ambos permanecían recostados y abrazados.
—Mi amazona estará con nosotros muy pronto, tenemos muchos planes con ella.
— Ya has dicho tantas veces que será una niña que hasta ya me lo estoy creyendo... me enojaré mucho contigo si me ilusionas al final, eh.
Él rió. —Aceptaré el castigo.
—Estoy muy emocionada... ya quiero que pasen estos últimos meses... y sabes, la compañía de Alicia me ha alegrado tanto, el tener una amiga de nuevo me ha hecho muy feliz.
—Y de seguro ella también se siente mejor, las heridas que tenía en su rostro desaparecieron.
—Alicia ha sido muy fuerte... y le asusta el silencio uqe ha tenido Francisco desde aquella vez que vino a nuestra Hacienda, ¿has oído algo de él, mi amor?
—Sí, pero no les he dicho nada a ustedes... y más en tu estado menos, mujer... pero todo está bajo control y él se ha ido a otro pueblo.
Inés sabía que era mejor no discutirle qué se haya guardado eso, prefirió seguir como estaban, no querían que hubiera discusión.
—Solo prométeme qué si pasa algo más grave, me contarás, Victoriano... por favor.
—Sí, morena... lo prometo.
>>>Dos meses y medio después>>>
La hacienda estaba con gran emoción esperando en la entrada de la gran casa la noticia de que su querida patrona al fin daba a luz.
Los hijos de Victoriano e Inés esperaban abajo también se movían de un lado a otro, el bebé había querido nacer antes de lo esperado por lo visto.
Daniel estaba sumamente ansioso por su madre saliera de todo bien.
Los gritos de dolor de Inés se lograban escuchar desde la sala principal.
>>>
Adentro de la habitación, Victoriano estaba al lado con su mujer, tomados de la mano mientras ella pujaba y el doctor Juan maniobra como partero.
—Tres pujones más y serás madre de nuevo, Inés.
Inés tenía todo su rostro y cuello sudados, estaba agotada después de largas horas en trabajo de parto.
—Vamos, mi amazona... — le besaba la frente entre besitos — Ya casi, mi amor.
Ella asentía. Recobró sus pocas fuerzas que le quedaban, pujó, pujó y pujó con todas sus fuerzas.
—Un Santos más te doy, Victoriano — susurró aquella frase que se lo había dicho en sus últimos dos embarazos.
Victoriano sonrió entre sollozos.
Pujó por última vez y el llanto de un bebé inundó la hacienda de alegría.
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Abajo lograron escuchar aquel llanto y gritaron de alegría.
Los hermanos Santos se abrazaron entre dulces sollozos.
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Victoriano miró aquel bebé mientras lloraba, aún estaban en los brazos de Juan quién limpiaba la sangre que lo envolvía.
Inés respiraba agitada pero feliz.
Victoriano la besó y la besó y ella reía a lo bajo.
—Doctor, ¿qué sexo es mi bebé? ¡Dígame que me muero por saber!
—Al fin se te hizo, Inés... la llegada de una niña Santos se ha hecho realidad, ¡es una niña!
Victoriano estalló de felicidad y d e nuevo se fue contra su mujer para llenarle de besos mientras le agradecía una y otea vez.
—¡Se nos hizo, mi amor! ¡Se nos hizo!
Inés asentía llorosa, no se lo podía creer.
—Mi Diana al fin llegó, mi bebita...
Diana había nacido en plena tarde, y el cielo dió un hermoso atardecer.
Juan le llevó su bebé a Inés mientras él terminaría con ella.
Inés la tocó con sus manos el pequeño rostro, sus pierna, sus pequeños pieces, su bracitos, su poquito cabello qué tenía, se moría de amor escuchar los babeo que emanaba tan suaves y dulces.
La puso contra su pecho y el bebé se amamantó de su madre por primera vez.
Inés lloraba de felicidad.
—Es igualita a ti, mi amor... te lo dije.
Ella asentía. — Ya la revisé con mis manos, mi amor... es divina, es perfecta mi pequeña amazona.
—Victoriano, hombre, baja porque la gente espera tu noticia de que llegó a ser el bebé — él miró a Inés — Yo termino aqui con Inés, Santos... todo está bien con ella, tu mujer y tu hija están perfectas.
—Ve, mi amor... dales la noticia — soltó una hermosa risita qué encantó el hombre.
—Está bien, te amo.
>>>
Victoriano bajaba emocionado y cuando vieron al patrón bajar todos se acercaron emocionados.
El primero en inquerir fue Daniel.
—¿Cómo está mi mamá, papá? ¿Esta bien? ¿El bebé?
—Papá, ¿qué fue? — preguntó Alejandro.
—¡Mi mujer dió a luz a una niña! ¡Diana Santos ha nacido al fin! — gritó el hombre orgulloso.
Los tres hermanos se lanzaron en un abrazo con su padre.
—¡Qué viva, Diana! ¡Bravo, Diana! ¡Una Santos! — gritaban los trabajadores.
Alicia abrazaba a Lupita y Nuria a Lichita.
Una gran emoción había en la hacienda La Ponderosa.
>>>Noche>>>
Lichita junto con Nuria, Lupita y Alicia subieron a ver a su patrona rato después.
Ella estaba recostada junto a su bebé, rodeada del amor de su marido y sus hijos.
—Ahora falta que te operes de los ojos, mamá y todo estará bien — incitó Daniel ansioso y feliz.
— Sí, mi vida... muero por tener la posibilidad de ver el rostro de mi hija.
—Es preciosa, patrona... será su vivo retrato.
—Tiene el cabello tan negro como la noche, amiga.
—Alicia tiene razón, mi amor... heredó tu cabello azabache, preciosa.
Inés soltaba risitas, se sentía orgullosa de que al fin había dado a luz a su Diana.
>>>
A media noche, Victoriano recibía llamadas de felicitaciones de sus compadres y conocidos.
Estaba en el despacho, mientras Inés y la bebé lograron dormir después haberse alimentado.
Después de las llamadas que recibió, subio para estar con su mujer y su recién nacida aunque estuvieran dormidas.
Las contemplaba, la pequeña Diana dormía cerca del rostro de su mamá, Inés tenía su mano posada en la barriguita de la bebé.
Así, Victoriano pudo observar qué ambas tenían el mismo perfil de rostro. Una maravilla.
>>>
De madrugada, a unas cuantas horas cerca de amanecer, Benito tocaba la puerta de la habitación con desespero.
Inés y Victoriano despertaron conmocionados del susto, la bebé comenzó a llorar.
—¡Patrón! ¡Patrón! — tocaba la puerta desesperado.
—¿Victoriano? ¿Qué está pasando? — tomó a su bebé entre sus brazos asustándose.
Victoriano iría abrir la puerta para reprender con furia a su capataz por como había tocado.
Pero en cuanto la abrió, todo cambiaría.
—¡Patrón, los caballos! ¡Discúlpeme haber tocado así! ¡Pero alguien liberó a los caballos y parte del ganado! ¡Solo Gracia quedó en la caballeriza! ¡Los hombres han salido pero lo necesitamos, patrón!
—¿Qué? ¡¿Pero quién hizo semejante estupidez?! — exaltado.
Inés intentaba calamar de nuevo a la bebé.
Victoriano regresó con ella.
—¿Escuchaste, mi amor? ¡Tengo que ir! ¡No podemos perder esos caballos!
Ella asentía. — Pero, Victoriano...
—Llamaré a las demás para que vengan a estar contigo, me llevaré a nuestros hijos.
La hacienda había quedado prácticamente son hombre a excepción de los que cuidaban la entrada de la hacienda.
Las mujeres habían quedado prácticamente a solas en la casa.
Inés estaba intranquila y no lograba tranquilizar a su bebé.
—Inés, ¿no tendrá hambre?
—Ya intenté pero no quiere, es que estoy preocupada... Lo que está pasando no es bueno, sería uan gran pérdida... espero que Victoriano y los hombres puedan traerlos de vuelta.
De pronto, escucharon dos disparos y todas se asustaron.
—Lichita, ¡¿Qué fue eso?!
—Ay, mi niña... no sé que está pasando.
Se escuchó abrir la puerta principal violentamente.
—¡Inés! — gritó una voz masculina.
Las mujeres se quedaron en silencio, era una voz que no lograba reconocer y menos era Victoriano.
—¡Inés!
Alicia soltó un suspiro al haber reconocido aquella voz.
—¡Es Francisco!
—¡No puede ser! ¡Estamos solas! — gritaba desesperada Inés, trató de levantarse pero le era doloroso, había recién dado a luz, su cuerpo estaba sensible y adolorido.
Vieron a Inés quejarse de dolor.
—Patrona, debemos escondernos, caray... ese hombre...
—¡Inés, debemos salir de aquí, Francisco es capaz de todo! — exclamó Alicia angustiada.
Inés negaba, solo le importaba qué su bebé estuviera a salvo.
—Alicia, tómala — le entregó a Diana en sus brazos — Lichita y las muchachas te llevarán a esconderse, ellas saben donde.
—Patrona, no la vamos a dejar aquí... ¿Cómo cree eso? — cuestionó Lichita angustiada.
—Lichita, ve, por favor... váyanse ustedes, yo no puedo caminar, me duele mucho... yo las atrasaré... de seguro ahorita vienen los hombres y nos sacaran... llévense a mi hija... escóndanse en el ático, por favor, ¡váyanse! ¡Cuiden de mi hija! — imploró en llanto.
Todas lloraban, no querían dejar a Inés pero acatarían la orden que había dado.
Ellas habían logrado salir justo antes de Francisco se acercara a las habitaciones y buscara a Inés con rapidez, hasta que la halló en la habitación principal.
—¡Tú vienes conmigo! ¡Victoriano me las pagará!
Tomó a Inés del cabello y la llevó a rastras hasta el primer piso, ella gritaba del dolor que sentía.
Paralelamente, Lichita había conseguido un teléfono para llamar a Victoriano a su celular y le había contado lo que había sucedido.
Victoriano palideció, todos sus hombres estaban a su alrededor tratando de reunir a los caballos y parte del ganado.
Entonces cayó en cuenta de la realidad de todo.
Todo había sido una trampa de Francisco.