Me desperté con el mismo aroma que la última vez que me había desmayado. Madera y vainilla. El olor del hogar.
Giré sobre mi misma, quedando frente al azabache, que tenía una mano todavía rodeándome la cintura. Seguramente si abriese ahora los ojos no sería capaz de verme sin sus gafas. Me reí ante esa imagen.
Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien como esta noche, tantas horas seguidas.
Luego del beso James me invitó a pasar y simplemente estuvimos abrazados hasta que nos quedamos dormidos. Una parte de mí me reprocha mis decisiones amorosas. Primero Drew, luego Luke, ahora James… En mi defensa diré que lo que tenía con los dos primeros se terminó por culpa de ellos. También diré que lo que tenía con los dos primeros no tiene nada que ver con lo que tengo con James.
Pasamos del odio a lo que sea esto, aunque pensando en la de bromas que me esperan en cuanto volvamos a Hogwarts en unas semanas, estoy segura de que podemos volver fácilmente al odio. Pero no ahora. Por ahora disfrutaré estos momentos de paz. Momentos que sé que en breves van a escasear.
Tal vez era el cansancio acumulado de los últimos días lo que había hecho que durmiese tan bien.
La visita inesperada de mi padre (el cual ni siquiera merece que le llame así) fue un regalo de navidad adelantado bastante inesperado e indeseado. Peor que aquel año que Blake se obsesionó con los insectos y me regaló un grillo encerrado en una jaulita, que luego se escapó por mi habitación. Pasé tres días durmiendo en el sofá de la sala de estar.
Me incorporé lo suficiente para ver el reloj despertador ubicado en la mesita de noche, casi eran las ocho de la mañana. Pronto empezarían a despertarse los demás. Una de las cosas que más me habían sorprendido de La Madriguera es su versatilidad. Esta casa tiene más encantamientos que la escoba de Merlín, puede hacerse todo lo grande que se quiera, dejando espacio para tantos invitados como se desee. Esto precisamente complica el hecho de que yo haya amanecido en una habitación ajena, pues, teniendo en cuenta que bajo este mismo techo se encuentran, no solo mis padres, sino 2 de mis ex novios, bueno… digamos que si se enterasen, sería un desayuno algo incómodo.
El día de hoy, a pesar de las fuertes emociones de ayer, va a empezar antes de lo normal. Porque hoy es 25 de diciembre, día de Navidad y hay decenas de regalos esperando debajo del árbol a ser abiertos.
El olor de la canela y el café recién hechos hacen que me rujan las tripas. Pensándolo bien, ayer apenas probé bocado; aunque echando la vista atrás, podría decir lo mismo de las últimas semanas, tal vez meses. Y se me notaba.
Gracias al quidditch y a los duros entrenamientos de James, mi cuerpo seguía siendo atlético y seguía conservando músculo. Pero había bajado peso, se apreciaba sobre todo en mi cara, más fina, con los pómulos más marcados. Si a eso le sumas unas ojeras que ni el mejor corrector puede tapar… me sorprende madame Pomfrey no me haya ingresado ya.
Las tripas volvieron a rugirme, era hora del desayuno.
- James -susurré, con el tono más dulce que pude-. James, despierta, tengo hambre.
El pelinegro se removió un poco entre las sábanas y se aferró más fuerte a mi cintura. Sonreí ante esta acción.
En ese momento pensé en ignorar los reclamos de mi estómago y volver a dormirme, acunada por el olor y los brazos del mayor de los Potter. Pero por muy tentador que fuese, sabía que tendría que dar demasiadas explicaciones.
- Venga, James -lo zarandeéun poco-. Me muero de hambre -ninguna respuesta, solo el sonido de su respiración, profunda y rítmica, calmada. Mis tripas volvieron a rugir-. No me dejas elección.
Agarré a James de los hombros y lo giré bruscamente sobre su espalda. Se despertó agitado, buscándome con la mirada. No le fue difícil encontrarme, pues no había distancia entre nuestros labios. Me separé luego de un par de segundos dejando al azabache atónito, tratando sin éxito de procesar la información que llegaba con lentitud a su todavía dormido cerebro.
-¿Qué…? - balbuceó, confuso, pero satisfecho.
-Tengo hambre, no te despertabas -informé, esbozando una leve sonrisa.
El mayor de los Potter se frotó la cara lentamente con las manos y luego se desperezó, estirándose como un gato, hasta que le crujieron los huesos, con el pelo como un nido de pájaros.
Me sonrió y me apretó aún más contra él, poniendo las manos en mi cintura.
-¿Ves? Si quieres desayunar, despiértame así, no aporreando mi puerta a las cinco de la mañana -apuntó con una sonrisa, haciendo referencia a mi pequeña venganza de hacía unos meses.
-Muy gracioso -repliqué conteniendo una risa-. Ahora levántate, estoy a 5 minutos de desfallecer por inanición -dije mientras me levantaba de la cama y tiraba de su brazo.
- Juntarte tanto con Zabini te está volviendo una dramática -resopló mientras buscaba sus gafas.
Dejé escapar una carcajada mientras entraba al baño. Al salir, James me tendió un jersey de lana azul oxford.
- Ten, ponte esto. Que parezca al menos que te has cambiado de ropa.
Me saqué la sudadera que usaba para dormir y me quedé en camiseta de tirantes. Pasé los brazos por las mangas y luego mi cabeza por la abertura del jersey. No se si era la suavidad del material o su olor, pero decidí que no iba a devolverlo.
- Voy a ir bajando, no puedo esperar a que te arregles, tengo demasiada hambre.
Salí de la habitación silenciosamente, cerrando la puerta a mis espaldas. Solté un suspiro y sumergí la nariz en la prenda. Definitivamente era el olor. Escuché un carraspeo a mi derecha, al final del pasillo, en dirección a las escaleras.
Fred sostenía una taza humeante en su mano derecha, con la izquierda se reclinaba en la barandilla.
-Buenos días -saludó con un tono burlón.
-Ni una palabra de esto -lo amenacé.
Hizo un gesto de cerrarse la boca con llave y luego amagó lanzarla lejos. Esbocé una sonrisa, tanto de agradecimiento como de advertencia. Fred continuó su camino a lo largo del pasillo, pasando frente a mí, yendo a despertar a sus amigos. Excepto a James, ya que sabía que o bien estaba despierto, o bien yo no quería que se despertase. Por suerte era la primera, si no habrían sido unas vacaciones muy incómodas.
Bajé las escaleras, rastreando el olor de la felicidad, y lo que me encontré al llegar al comedor no decepcionó.
La larga y robusta mesa de madera estaba abarrotada de comida: tortitas con sirope, pasteles de calabaza y fruta, bizcochos de chocolate, galletas de jengibre, huevos y bacon, pan recién horneado…
Cerré los ojos, disfrutando de ese delicioso aroma y al abrirlos agarré un plato. Me serví un poco de todo mientras la señora Potter entraba con dos tazas humeantes en las manos. Por el olor supe que era té. Me tendió una de ellas y yo le agradecí con una sonrisa. Se sentó a mi lado en la mesa del comedor, arrastrando la silla por el suelo para acercarse a la comida.
-Sé que estás harta de que te lo diga, pero gracias por lo que has hecho por James -comenzó. Abrí la boca para responderle lo de siempre, que no tenía por que darlas y que no iba a dejar que nadie le hiciera daño a su hijo, pero continuó hablando antes de que yo pudiese decir nada-. No me refiero solo a lo de ayer. Él realmente ha cambiado… lo has cambiado. Para bien. Te lo agradezco. Últimamente se comportaba como un idiota.
Solté una carcajada y me llevé un trozo de pastel a la boca.
- No hace falta que me lo jures -apunté luego de tragar-. Cuando lo conocí era un idiota. Y lo sigue siendo -dije divertida-, pero ahora lo disimula mejor.
Ginny soltó una risita mientras daba un trago a la taza.
-Los hombres Potter a estas edades suelen ser bastante idiotas, te lo digo por experiencia. Pero vale la pena.
Durante nuestra pequeña conversación, la mesa había ido llenándose poco a poco. La mayor parte de la familia ya estaba llenándose el estómago, al igual que mis amigos estadounidenses, que se estaban quedando en una de las habitaciones de invitados que habían provisto de literas. Todos disfrutabamos de la deliciosa mañana, esperando impacientes a la hora de abrir los regalos.
Escuchamos unos pasos en la escalera y Ginny nos volvimos a la vez. James bajaba acomodándose el pelo mientras bostezaba. Su madre me guiñó un ojo y luego se levantó para darle un beso en la mejilla.
El azabache se acercó a donde yo me encontraba y puso las manos en mis hombros.
- Tiene una pinta estupenda -comentó mientras me daba un leve beso en la coronilla. Gesto el cual no pasó desapercibido por ninguno de los integrantes de la mesa, que nos miraban sin pizca de disimulo, sobre todo Andrew.
- Todo el mérito se lo lleva tu abuela -sonreí-. Coge un plato y sírvete, ni que hubiese que dártelo todo hecho.
James me alborotó el pelo refunfuñando y luego fue a la cocina a por lo que yo le había dicho.
Miré a mi alrededor. A pesar de que en los últimos días James y yo habíamos estado muy pegados, este era un tipo de cercanía al que nadie en la casa estaba acostumbrado. Yo sabía que no les disgustaba (excepto a algún que otro), pero no se lo esperaban.
- Vale, tengo que preguntar -Lily soltó el tenedor sobre su plato, generando un ruido sordo-. ¿Qué diablos ha sido eso? -inquirió con una sonrisa.
Realmente no sabía qué responder. Miré a Drew al otro lado de la mesa, que se había quedado estático mirando sus huevos revueltos. Pensé que tal vez debería disimular más, que no se me notase el brillo de los ojos cada vez que James entraba en una habitación, que mi risa no tuviera tanto volumen cada vez que él bromeaba conmigo. Pero lo mío con Andrew había terminado hacía casi un año. Seguíamos siendo amigos, pero era hora de que dejásemos atrás ese capítulo de nuestra vida y pasásemos página. Sobre todo él.
- Honestamente Lillian -comencé mientras me llevaba un bocado a la boca con el tenedor-, no tengo ni idea a lo que te refieres.
La menor de las pelirrojas bufó una risa y Blake me guiñó el ojo. Estaba segura de que ella sabía que no había dormido en el cuarto que compartimos. Sabía que parte de la ropa que llevaba no era mía.
James se sentó a mi lado con el plato lleno de comida. Con una mano se sirvió zumo de calabaza y la otra la apoyó en mi muslo, acariciándolo levemente con el pulgar. Me estremecí ante el contacto, lo cual lo hizo sonreír.
Cuando todos terminamos de desayunar fuimos a la sala a abrir los regalos. Risas y exclamaciones se mezclaban cada vez que alguno de los magos o brujas rasgaban los ornamentados papeles de regalo. A todos les gustaron las cosas que les compré, Lily abrazó con fuerza el CD de las Brujas de Macbeth que le había regalado y Fred se atragantó con los dulces que le había comprado en Honeydukes.
- Espera, ¿tú tocas la guitarra? -inquirió Blake señalando el regalo que James acababa de abrir. Mi regalo.
- Tengo muchos talentos, Evans, ¿acaso te sorprende? -contestó el, guardándose la púa en el bolsillo con una sonrisa de bobo al ver mi inicial en ella.
- Por muy bien que toques la guitarra, tu mayor talento siempre va a ser tocar las pelotas -rebatió mi hermana divertida, haciendo que George se atragantara con su café. Todos reímos.
Como ya he dicho, la calma antes de la tormenta.
Soy la peor, lo sé, llevo 100099 años sin actualizar. ¿La excusa? ... ok no tengo excusa, a parte de que la uni es difícil y ser una adolescente (hasta q haga 20 voy a ser adolescente ride or die) aún más.
Ayer me salió un tik tok de que volvía dracotok y de la nada añoré escribir este fanfic. No creo que nadie se acuerde ya de esta historia, peeeeeeero yo la actualizo así como quien no quiere la cosa y mañana tengo pensado escribir más.
Sé que siempre digo lo mismo y luego nunca hago nada, sorry el ADHD es severo jajajajaja. Pero me he pasado toda la tarde releyendo la historia, así que aprovechad que voy a actualizar.
Una cosa que me motiva mazo son los comentarios, me he pasado toda la tarde meándome de la risa con ellos. Así que fluyan esos comentarios.
En el siguiente volvemos a nuestra querida Hogwarts.
No sabéis cuanto la he echado de menos.
Atte.: persea black🖤