Harriet Potter: Saga completa

By Min7641

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Esta es la segunda vez que publicó la historia porque Wattpad la borró. Pero nada detiene a esta historia. L... More

Wattpad
La piedra filosofal
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
La cámara de los secretos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Harriet Potter y el prisionero de Azkaban
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
El cáliz de fuego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Nota
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22

Capítulo 8

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By Min7641


La huida de la Señora Gorda
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Las chicas del dormitorio de Gryffindor solían hacer reuniones donde todas platicaban de todo, se habían faciales, las uñas, desfilaban. Cosas de chicas.

—... No puedo creer que lo hayas hecho.— dijo Parvati una noche que se reunieron y Fay Dumbar hablaba de como falló en el amor, otra vez.

—Es tan linda, es el amor de mi vida.— dijo con una risita y dando patadas de emoción.—Le dije "Hola, sé que no me conoces, pero yo sí y quiero decirte que me gustas".

—Debieron ver la cara de la chica—rio Lavander imitando unas cara de confusión, algo asqueada y asustada.— Luego le dijo que de dónde la conocía y Fay...

—¡De la biblioteca!— saltó ella. Parvati estaba trenzado su cabello con más dificultad que cualquier otro cabello, porque muchas veces ella se aventaba, jalaba, pero esa vez Parvati ser rindió.

—Bendito el día que vayas a la biblioteca, Fay.— dijo Parvati.

—¡Cállate! Yo voy porque…

—Porque ella está ahí.— interrumpió Lavander. Cuando de pronto la 3 miraron a Harriet. Hermione nunca participaba en reuniones así, sobre todo porque tenía demasiadas tareas para un día por sus demasiadas materias.

—Has estado muy callada, cariño. — le dijo Parvati.

—Oh, es que... no es nada... solo las escucho— dijo nerviosa.

—Oh, vamos, estoy segura de que tienes algo que contar.—dijo Lavander.

—Tal vez algo mejor que los amores fallidos de Fay.

—La próxima será la profesora Mcgonagall...

—Bueno...—comenzó Harriet.— Creo que me gusta una persona, pero a esa persona le tengo miedo de que sea mala en realidad y que solo esté fingiendo. Ni siquiera sé si los que siento es enamoramiento, puede ser solo admiración, aunque no sabría decir porque lo admiro, tal vez es solo que me gusta físicamente, eso nadie lo va a negar excepto tal vez Fay, tal vez solo mi corazón se emociona porque es mi amigo pero mi corazón nunca hace por un amigo, excepto tal vez por otro... pero estoy segura de que solo somos amigos con él, él jamás me ha dicho nada y nunca me ha tratado de manera distinta, es muy divertido y eso lo hace diferente al primero chico, es respetuoso, tierno, muy gracioso, lindo, pero creo que con él solo somos amigos y con el otro chico... no lo sé. Insulta a mis amigos.

Las chicas la miraron como si todo lo que dijera fuera muy obvio se solucionar. Harriet sonrió tímidamente. Las chicas comenzaron a hablar.

—Le gustas.

—Totalmente.

—Lo supe cuando dijiste que insultaba a tus amigos.

—Dejate llevar, ¿Qué puede pasar?

• • •

Poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la favorita de la mayoría. Sólo algunos Slytherin criticaban al profesor Lupin:

—Mira cómo lleva la túnica —solían decir.

Harriet trataba de callar a todos los que decían cosas así, Draco trataba de no decir nada, o tal vez Harriet no se entraba, pero era un comienzo. Cuando escuchó lo que decían de la túnica de Lupin ella se peleó con aquellos Slytherin.

—... ¡Draco, ayúdame!— dijo Harriet. Draco estaba detrás de ella.

—¡Fuera de aquí!— gritó Draco, aquellos chicos se fueron atemorizados.

—¡No sé qué te pasó, Malfoy! — gritó uno corriendo.

Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera
remendada y raída. Sus siguientes clases fueron tan interesantes como la primera.

Después de los boggarts estudiaron a los gorros rojos, unas criaturas pequeñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de
sangre, en las mazmorras de los castillos o en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban. De los gorros rojos pasaron a los kappas, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los ignorantes que cruzaban sus estanques.

Harriet habría querido que sus otras clases fueran igual de entretenidas. La peor de todas era Pociones. Snape estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y todos sabían por qué. La historia del boggart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio. Snape no lo encontraba divertido.

A la primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora. A Neville lo acosaba más que nunca.

Harriet también aborrecía las horas que pasaba en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas
confusas, procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que la miraba. No le podía gustar la profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la clase la trataran con un respeto que rayaba en la reverencia.

Parvati Patil y Lavender Brown habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba enojoso, como si supieran cosas que los demásignoraban. Habían comenzado a hablarle a Harriet en susurros, como si se encontrara en su lecho de muerte.

Las clases de pociones avanzada no eran tediosas, Harriet suponía que era porque no estaba rodeado de los chicos de Gryffindor. Harriet se mantenía en silencio, amaba hacer pociones, había para todo: cabello liso, para dormir, para cantar, para silenciar, para enfermedades, entre muchas más.

A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas, que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas criaturas del universo.

—¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.

A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que mantuvo ocupada a Harriet, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de
algunas clases. Se aproximaba la temporada de quidditch y Oliver Wood,
capitán del equipo de Gryffindor, convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.

Oliver Wood era un fornido muchacho de diecisiete años que cursaba su séptimo y último curso. Había cierto tono de desesperación en su voz mientras se dirigía a sus compañeros de equipo en los fríos vestuarios del campo de quidditch que se iba quedando a oscuras.

—Es nuestra última oportunidad…, mi última oportunidad… de ganar la copa de quidditch —les dijo, paseándose con paso firme delante de ellos —. Me marcharé al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha ganado ni una vez en los últimos siete años. De acuerdo, hemos tenido una suerte horrible: heridos…, cancelación del torneo el curso pasado… —Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún le pusiera un nudo en la garganta—. Pero también sabemos que contamos con el mejor… equipo… de este… colegio —añadió, golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra y con el conocido brillo frenético en los ojos—.
Contamos con tres cazadoras estupendas. —Wood señaló a Alicia Spinnet, Angelina Johnson y Katie Bell—. Tenemos dos golpeadores invencibles.

—Déjalo ya, Oliver, nos estás sacando los colores —dijeron Fred y George a la vez, haciendo como que se sonrojaban.

—¡Y tenemos una buscadora que nos ha hecho ganar todos los partidos! —dijo Wood, con voz retumbante y mirando a Harriet con orgullo incontenible—. Y estoy yo —añadió.

—Nosotros creemos que tú también eres muy bueno —dijo George.

—Un guardián muy guapo —confirmó Fred.

—La cuestión es —continuó Wood, reanudando los paseos— que la copa de quidditch debiera de haber llevado nuestro nombre estos dos últimos años. Desde que Harriet se unió al equipo, he pensado que la cosa estaba chupada. Pero no lo hemos conseguido y este curso es la última oportunidad que tendremos para ver nuestro nombre grabado en ella…

Wood hablaba con tal desaliento que incluso a Fred y a George les dio pena.

—Oliver, éste será nuestro año —aseguró Fred.

—Lo conseguiremos, Oliver —dijo Angelina.

—Por supuesto —corroboró Harriet.

Con la moral alta, el equipo comenzó las sesiones de entrenamiento, tres tardes a la semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras, pero no había barro, viento ni lluvia que pudieran empañar la ilusión de ganar por fin la enorme copa de plata.

—… ¡No sabemos cómo puede a estar el clima en el torneo!— decía cuando pasaban tardes de lluvia entrenando.— ¡Esto solo nos dará ventaja sobre aquellos que no entran!

Una tarde, después del entrenamiento, Harriet regresó a la sala común de Gryffindor con frío y entumecida, pero contento por la manera en que se había desarrollado el entrenamiento, y encontró la sala muy animada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó a Ron y Hermione, que estaban sentados al lado del fuego, en dos de las mejores sillas, terminando unos mapas del cielo para la clase de Astronomía.

—Primer fin de semana en Hogsmeade —le dijo Ron, señalando una nota que había aparecido en el viejo tablón de anuncios—. Finales de octubre. Halloween.

—Estupendo —dijo Fred, que había seguido a Harriet por el agujero del retrato—. Tengo que ir a la tienda de Zonko: casi no me quedan bombas fétidas.

Harriet se dejó caer en una silla, al lado de Ron, y la alegría la abandonó. Hermione comprendió lo que le pasaba.

—Harriet, estoy segura de que podrás ir la próxima vez —le consoló—. Van a atrapar a Black enseguida. Ya lo han visto una vez.

—Black no está tan loco como para intentar nada en Hogsmeade. Pregúntale a McGonagall si puedes ir ahora, Harriet. Pueden pasar años hasta la próxima ocasión.

—¡Ron! —dijo Hermione—. Harriet tiene que permanecer en el colegio…

—No puede ser la única de tercero que no vaya. Vamos, Harriet, pregúntale a McGonagall…

—Ron. Cállate, gracias, pero cálla.— dijo Harriet.— me dirá que no profesora McGonagall. Hermione es una mini Mcgonagall.

Hermione la miró enojada como primera reacción, pero luego analizó la situación y se sonrrojó asintiendo con la cabeza.

Crookshanks saltó con presteza al regazo de Hermione. Una araña muerta y grande le colgaba de la boca.

—¿Tiene que comerse eso aquí delante? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.

—Bravo, Crookshanks, ¿la has atrapado tú solito? —dijo Hermione.

Crookshanks masticó y tragó despacio la araña, con los ojos insolentemente fijos en Ron.

—No lo sueltes —pidió Ron irritado, volviendo a su mapa del cielo—. Scabbers está durmiendo en mi mochila.

Harriet bostezó. Le apetecía acostarse, pero antes tenía que terminar su mapa. Tomó la mochila, sacó pergamino, pluma y tinta, y empezó a trabajar.

—Si quieres, puedes copiar el mío —le dijo Ron, poniendo nombre a su última estrella con un ringorrango y acercándole el mapa a Harriet.

Hermione, que no veía con buenos ojos que se copiara, apretó los labios, pero no dijo nada. Crookshanks seguía mirando a Ron sin pestañear, sacudiendo el extremo de su peluda cola. Luego, sin previo aviso, dio un salto.

—¡EH! —gritó Ron, apoderándose de la mochila, al mismo tiempo que Crookshanks clavaba profundamente en ella sus garras y comenzaba a rasgarla con fiereza—. ¡SUELTA, ESTÚPIDO ANIMAL!

Ron intentó arrebatar la mochila a Crookshanks, pero el gato siguió
aferrándola con sus garras, bufando y rasgándola.

—¡No le hagas daño, Ron! —gritó Hermione. Todos los miraban. Ron dio vueltas a la mochila, con Crookshanks agarrado todavía a ella, y Scabbers salió dando un salto…

—¡SUJETA A ESE GATO! —gritó Ron en el momento en que Crookshanks soltaba los restos de la mochila, saltaba sobre la mesa y perseguía a la aterrorizada Scabbers.

George se lanzó sobre Crookshanks, pero no lo atrapó; Scabbers pasó como un rayo entre veinte pares de piernas y se fue a ocultar bajo una vieja cómoda. Crookshanks patinó y frenó, se agachó y se puso a dar zarpazos con una pata delantera.

Ron y Hermione se apresuraron a echarse sobre él. Hermione tomó a Crookshanks por el lomo y lo levantó. Ron se tendió en el suelo y sacó a Scabbers con alguna dificultad, tirando de la cola.

—¡Mírala! —le dijo a Hermione hecho una furia, poniéndole a Scabbers delante de los ojos—. ¡Está en los huesos! Mantén a ese gato lejos de ella.

—¡Crookshanks no sabe lo que hace! —dijo la joven con voz temblorosa—. ¡Todos los gatos persiguen a las ratas, Ron!

—¡Hay algo extraño en ese animal! —dijo Ron, que intentaba persuadir a la frenética Scabbers de que volviera a meterse en su bolsillo—. Me oyó decir que Scabbers estaba en la mochila.

—Vaya, qué tontería —dijo Hermione, hartándose—. Lo que pasa es que Crookshanks la olió. ¿Cómo si no crees que…?

—¡Ese gato la ha tomado con Scabbers! —dijo Ron, sin reparar en cuantos había a su alrededor, que empezaban a reírse—. Y Scabbers estaba aquí primero. Y está enferma.

Ron se marchó enfadado, subiendo por las escaleras hacia los dormitorios de los chicos.

Al día siguiente, Ron seguía enfadado con Hermione. Apenas habló con ella durante la clase de Herbología, aunque Harriet, Hermione y él trabajaban juntos con la misma vainilla de viento.

—¿Cómo está Scabbers? —le preguntó Hermione acobardada, mientras arrancaban a la planta unas vainas gruesas y rosáceas, y vaciaban las
brillantes habas en un balde de madera.

—Está escondida debajo de mi cama, sin dejar de temblar —dijo Ron malhumorado, errando la puntería y derramando las habas por el suelo del invernadero.

—¡Cuidado, Weasley, cuidado! —gritó la profesora Sprout, al ver que las habas retoñaban ante sus ojos.

Parvati Patil estaba llorando. Lavander la rodeaba con el brazo y explicaba algo a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, que escuchaban muy serios.

—¿Qué ocurre, Parvati? —preguntó preocupada Hermione. Harriet y Ron se acercaron al grupo.

—Esta mañana ha recibido una carta de casa —susurró Parvati—. Se trata de su conejo Binky. Un zorro lo ha matado.

—¡Vaya! —dijo Hermione—. Lo siento, Lavender.

—¡Tendría que habérmelo imaginado! —dijo Parvati en tono trágico —. ¿Saben qué día es hoy?

—Eh…

—¡Dieciséis de octubre! ¡«Eso que temes ocurrirá el viernes dieciséis de octubre»! ¿Os acordáis? ¡Tenía razón!

Toda la clase se acababa de reunir alrededor de Parvati. Seamus cabeceó con pesadumbre. Hermione titubeó. Luego dijo:

—Tú, tú… ¿temías que un zorro matara a Binky?

—Bueno, no necesariamente un zorro —dijo Parvati, alzando la mirada hacia Hermione y con los ojos llenos de lágrimas—. Pero tenía miedo de que muriera.

—Vaya —dijo Hermione. Volvió a guardar silencio. Luego preguntó—: ¿Era viejo?

—No… —dijo Parvati sollozando—. ¡So… sólo era un bebé!

Parvati le estrechó los hombros con más fuerza.

—Pero entonces, ¿por qué temías que muriera? —preguntó Hermione. Parvati la fulminó con la mirada—. Bueno, miralo lógicamente —añadió Hermione hacia el resto del grupo—. Lo que quiero decir es que…, bueno, Binky ni siquiera ha muerto hoy. Hoy es cuando Parvati ha recibido la
noticia… —Parvati gimió—. Y no puede haberlo temido, porque la ha tomado completamente por sorpresa.

—No le hagas caso, Parvati —dijo Ron—. Las mascotas de los demás no le importan en absoluto.

La profesora McGonagall abrió en ese momento la puerta del aula, lo que tal vez fue una suerte. Hermione y Ron se lanzaban ya miradas asesinas, y al entrar en el aula se sentaron uno a cada lado de Harriet y no se dirigieron la palabra en toda la hora.

—¡Un momento, por favor! —dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a salir—. Dado que son todos de Gryffindor, como yo, deberan entregarme sus autorizaciones antes de Halloween. Sin autorización no hay visita al pueblo, así que no se les olvide.

Neville levantó la mano.

—Perdone, profesora. Yo… creo que he perdido…

—Tu abuela me la envió directamente, Longbottom —dijo la profesora
McGonagall—. Pensó que era más seguro. Bueno, eso es todo, pueden salir.

Ron llamó de todo a la profesora McGonagall y eso le pareció muy mal a Hermione. Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a Ron aún más, y Harriet tuvo que aguantar que todos sus compañeros de clase comentaran en voz alta y muy contentos lo que harían al llegar a Hogsmeade.

—Por lo menos te queda el banquete. Ya sabes, el banquete de la noche de Halloween.

—Sí —aceptó Harriet con tristeza—. Genial.

El banquete de Halloween era siempre bueno, pero sabría mucho mejor si acudía a él después de haber pasado el día en Hogsmeade con todos los demás. Nada de lo que le dijeran le hacía resignarse.

Ron sugirió no muy convencido la capa invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad recordándole a Ron lo que les había dicho Dumbledore sobre que los dementores podían ver a través de ellas.

Percy pronunció las palabras que probablemente le ayudaron menos a
resignarse:

—Arman mucho revuelo con Hogsmeade, pero te puedo asegurar que no es para tanto —le dijo muy serio—. Bueno, es verdad que la tienda de golosinas es bastante buena, pero la tienda de artículos de broma de Zonko es francamente peligrosa. Y la Casa de los Gritos merece la visita, pero aparte de eso no te pierdes nada.

La mañana del día de Halloween, Harriet se despertó al mismo tiempo que los demás y bajó a desayunar muy triste, pero tratando de disimularlo.

—Te traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —le dijo Hermione, compadeciéndose de ella.

—Sí, montones —dijo Ron. Por fin habían hecho las paces él y Hermione.

—No se preocupen por mí —dijo Harriet con una voz que procuró que le saliera despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Diviértanse.

Los acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado interior de la puerta, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin
permiso.

—¿No irás, verdad, Harriet? —preguntó Draco, que estaba en la cola, junto a Crabbe y a Goyle. Harriet lo miró con cara de que era algo obvio.—Sé que podemos hacer si respecto.

—Quizá en 10 años.— dijo Harriet y volvió por las escaleras de mármol y los
pasillos vacíos, y llegó a la torre de Gryffindor.

—¿Contraseña? —dijo la Señora Gorda despertándose sobresaltada.

—«Fortuna maior» —contestó Harriet.

El retrato le dejó paso y entró en la sala común. Estaba repleta de chicos de primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba.

—¡Harriet! ¡Harriet! ¡Hola, Harriet! —Era Colin Creevey, un estudiante de segundo que sentía veneración por Harriet y nunca perdía la oportunidad de hablar con ella—. ¿No vas a Hogsmeade, Harriet? ¿Por qué no? —Colin miró a sus amigos con interés—, ¡si quieres puedes venir a sentarte con nosotros!

—Gracias, Colin —dijo Harriet, que no estaba de humor para ponerse delante de gente deseosa de contemplarle la cicatriz de la frente—. Pero yo… tengo que ir a la biblioteca. Tengo trabajo.

Después de aquello no tenía más remedio que dar media vuelta y salir por el agujero del retrato.

—¿Con qué motivo me has despertado? —refunfuñó la Señora Gorda cuando pasó por allí.

Harriet anduvo sin entusiasmo hacia la biblioteca, pero a mitad de camino cambió de idea; no le apetecía trabajar. Dio media vuelta y se topó de cara con Filch, que acababa de despedir al último de los visitantes de Hogsmeade.

—¿Qué haces? —le gruñó Filch, suspicaz.

—Nada —respondió Harriet con franqueza.

—¿Nada? —le soltó Filch, con las mandíbulas temblando—. ¡No medigas! Husmeando por ahí tú sola. ¿Por qué no estás en Hogsmeade, comprando bombas fétidas, polvos para eructar y gusanos silbantes, como el resto de tus desagradables amiguitos?

Harriet se encogió de hombros.

—Bueno, regresa a la sala común de tu colegio —dijo Filch, que siguió mirándola fijamente hasta que Harriet se perdió de vista.

Pero Harriet no regresó a la sala común; subió una escalera, pensando en. que tal vez podía ir a la lechucería, e iba por otro pasillo cuando dijo una voz que salía del interior de un aula:

—¿Harriet? —Harriet retrocedió para ver quién lo llamaba y se encontró al profesor Lupin, que lo miraba desde la puerta de su despacho—. ¿Qué haces? —le preguntó Lupin en un tono muy diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione?

—En Hogsmeade —respondió Harriet, con voz que fingía no dar importancia a lo que decía.

—Ah —dijo Lupin. Observó a Harriet un momento—. ¿Por qué no pasas? Acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase.

—¿Un qué? —preguntó Harriet.

Entró en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.

—Es un demonio de agua —dijo Lupin, observando el grindylow ensimismado—. No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los kappas. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Te das cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Son fuertes, pero muy quebradizos.

El grindylow enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón.

—¿Una taza de té? —le preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.

—Gracias —dijo Harriet, algo incómoda.

Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de vapor.

—Siéntate —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té en bolsitas. Aunque me imagino que estarás harta del té suelto.

Harriet lo miró. A Lupin le brillaban los ojos.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harriet.

—Me lo ha dicho la profesora McGonagall —explicó Lupin, pasándole a Harriet una taza descascarillada—. No te preocupa, ¿verdad?

—No —respondió Harriet.

Pensó por un momento en contarle a Lupin lo del perro que había visto en la calle Magnolia, pero se contuvo. No quería que Lupin creyera que era una cobarde y menos desde que el profesor parecía suponer que no podía enfrentarse a un boggart.

Algo de los pensamientos de Harriet debió de reflejarse en su cara, porque Lupin dijo:

—¿Estás preocupado por algo, Harriet?

—No —mintió Harriet. Sorbió un poco de té y vio que el grindylow lo amenazaba con el puño—. Sí —dijo de repente, dejando el té en el escritorio de Lupin—. ¿Recuerda el día que nos enfrentamos al boggart?

—Sí —respondió Lupin.

—¿Por qué no me dejó enfrentarme a él? —le preguntó.

Lupin alzó las cejas.

—Creí que estaba claro —dijo sorprendido.
Harriet, que había imaginado que Lupin lo negaría, se quedó atónito.

—¿Por qué? —volvió a preguntar.

—Bueno —respondió Lupin frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el boggart se enfrentaba contigo adoptaría la forma de lord Voldemort.

Harriet se le quedó mirando, impresionada, era lo que suponía. Lupin había pronunciado el nombre de Voldemort. La única persona a la que había oído pronunciar ese nombre (aparte de ella mismo) era el profesor Dumbledore.

—Es evidente que estaba en un error —añadió Lupin, frunciendo el entrecejo—. Pero no creí que fuera buena idea que Voldemort se materializase en la sala de profesores. Pensé que se aterrorizarían.

—El primero en quien pensé fue Voldemort —dijo Harriet con sinceridad —. Pero luego recordé a los dementores.

—Ya veo —dijo Lupin pensativamente—. Bien, bien…, estoy impresionado. —Sonrió ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harriet—. Eso sugiere que lo que más miedo te da es… el miedo. Muy sensato, Harriet.

Harriet no supo qué contestar, de forma que dio otro sorbo al té.

—¿Así que pensabas que no te creía capaz de enfrentarte a un boggart? —dijo Lupin astutamente.

—Algo así…, sí —dijo Harriet. Estaba mucho más contenta—. Profesor Lupin, usted conoce a los dementores…

Le interrumpieron unos golpes en la puerta.

—Adelante —dijo Lupin.

Se abrió la puerta y entró Snape. Llevaba una copa de la que salía un poco de humo y se detuvo al ver a Harriet. Entornó sus ojos negros.

—¡Ah, Severus! —dijo Lupin sonriendo—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí, en el escritorio? —Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban de Harriet a Lupin—. Estaba enseñando a Harriet mi grindylow — dijo Lupin con cordialidad, señalando el depósito.

—Fascinante —comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya, Lupin.

—Sí, sí, enseguida —dijo Lupin.

—He hecho un caldero entero. Si necesitas más…

—Seguramente mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus.

—De nada —respondió Snape. Pero había en sus ojos una expresión que a Harriet no le gustó.— Más te vale entregar tus deberes en tiempo y forma, Potter.— dijo dándole la espalda, salió del despacho sin más.

Lupin sonrió.

—¿Pociones avanzadas?

—Oh, eeh... Sí.— dijo Harriet sonrojándose.—¿Cómo lo supo?

—Bueno, no es que a Severus le interese mucho si un alumno entrega o no sus deberes, creo que incluso es mejor para él si no.— bromeó.

—Sí, él pone una presión en mí, pero no lo hace difícil. En realidad es inecesario lo que dijo. Quiero decir... Es fácil.— Harriet estaba nerviosa, tomó más té y miró la copa con curiosidad. Lupin volvió a sonreir.

—El profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción —dijo—. Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente difícil. —Tomó la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió, tomando un sorbito y torciendo la boca.

—¿Qué e…? —comenzó Harriet.

Lupin la miró y respondió a la pregunta que Harriet no había acabado de formular:

—No me he encontrado muy bien —dijo—. Esta poción es lo único que me sana. Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos capaces de prepararla.

El profesor Lupin bebió otro sorbo y Harriet tuvo el impulso de quitarle la copa de las manos.

—El profesor Snape está muy interesado por las Artes Oscuras — barbotó.

—¿De verdad? —preguntó Lupin, sin mucho interés, bebiendo otro trago de la poción.

Lupin vació la copa e hizo un gesto de desagrado.

—Asqueroso —dijo—. Bien, Harriet. Tengo que seguir trabajando. Nos veremos en el banquete.

—Claro —dijo Harriet, dejando su taza de té.

La copa, ya vacía, seguía echando humo.

—Aquí tienes —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.

Un chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Harriet. Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo pasado mejor que en toda su vida.

—Gracias —dijo Harriet sonriendo, tomó un paquete de pequeños y negros
diablillos de pimienta—. ¿Cómo es Hogsmeade? ¿Dónde fueron?

A juzgar por las apariencias, a todos los sitios. A Dervish y Banges, la tienda de artículos de brujería, a la tienda de artículos de broma de Zonko, a Las Tres Escobas, para tomarse unas cervezas de mantequilla caliente con espuma, y a otros muchos sitios…

—¡La oficina de correos, Harriet! ¡Unas doscientas lechuzas, todas descansando en anaqueles, todas con claves de colores que indican la velocidad de cada una!

—Honeydukes tiene un nuevo caramelo: daban muestras gratis. Aquí tienes un poco, mira.

—Nos ha parecido ver un ogro. En Las Tres Escobas hay todo tipo de gente…

—Ojalá te hubiéramos traído cerveza de mantequilla. Realmente te reconforta.

—¿Y tú que has hecho? —le preguntó Hermione—. ¿Has trabajado?

—No —respondió Harriet—. Lupin me invitó a un té en su despacho.

Les contó lo que habían hablado.

—¿Y Lupin se la bebió? —exclamó—. ¿Está loco?

Hermione miró la hora.

—Será mejor que bajemos. El banquete empezará dentro de cinco minutos…

Pasaron por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape.

—Pero si él…, ya saben… —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededor con cautela—. Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Harriet.

—Sí, quizá tengas razón —dijo Ron mientras llegaban al vestíbulo y lo cruzaban para entrar en el Gran Comedor.

Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchas serpentinas de color naranja brillante que caían del techo como culebras de río.

La comida fue deliciosa. Incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de los dulces que habían comido en Honeydukes, degustaron.

Harriet no paraba de mirar a la mesa de los profesores. El profesor Lupin parecía alegre y más sano que nunca. Hablaba animadamente con el pequeñísimo profesor Flitwick, que impartía Encantamientos. Harriet recorrió la mesa con la mirada hasta el lugar en que se sentaba Snape.

El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor, cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.

Fue una noche tan estupenda que Draco no tuvo pena de ir a la mesa de Gryffindor, aunque todos lo miraban con miedo o confusión.

—¡Potter!— gritó feliz. Para luego susurrar— Prometo llevarte la próxima vez, y si no es la próxima entonces la próxima después de la próxima.

Ron miraba con enojo a Draco, parecía que no era bien recibido ahí por él, pero Draco solo le daba la espalda, iba con Harriet, no con nadie más.

—¿Por qué tan emocionado, Draco?— preguntó Harriet — Parece como si hubieras bebido.

— Lo dices como si fuera extraño.

—Es que lo es.

—Tengo mucho por contarte, pero me caigo de sueño.

Harriet, Ron y Hermione siguieron al resto de los de su casa, así como Draco, por el camino de la torre de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el retrato de la Señora Gorda, lo encontraron atestado de alumnos.

—¿Por qué no entran? —preguntó Ron intrigado.

Harriet miró por delante de él, por encima de las cabezas. El retrato estaba cerrado.

— Déjenme pasar, por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que nadie se acuerde de la contraseña. Déjenme  pasar, soy delegado.

La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percy decía con una voz repentinamente aguda:

—Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.

Las cabezas se volvieron. Los de atrás se ponían de puntillas.

—¿Qué sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar.

Al cabo de un instante hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Harriet, Ron y Hermione se acercaron un poco para ver qué sucedía.

—¡Madre mía…! —exclamó Hermione, cogiéndose al brazo de Harriet.

La Señora Gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos grandes.

Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos entristecidos vio a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban a toda prisa.

—Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor, profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la Señora Gorda por todos los cuadros del castillo.

—¡Apañados van! —dijo una voz socarrona.

Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema.

—¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz empalagosa que no era mejor que su risa.

—Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor, esquivando los árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría—.
Pobrecita —añadió sin convicción.

—¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.

—Sí, señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? —Peeves dio una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas—. Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.

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