Santa Biblia Reina Valera 1960 - Deuteronomio 5
20 No dirás falso testimonio contra tu prójimo.
Día siguiente.
Abro los ojos por unos sollozos que me despiertan.
Miró al lado de mi cama y me doy cuenta de que no dormí solo, entonces comienzo a recordar todo lo que pasó anoche, en cámara lenta.
«¡Increible!, me dormí a la hija de la cocinera».
«Lo bueno fue que use preservativo».
Ella está sentada al borde de la cama llorando mientras se cubre con la cobija, es entonces cuando me doy cuenta de que la cama está hecha un desastre.
Me levanto y tomo una toalla para irme a duchar.
—¿Que pasa? —le pregunto al pasar por su lado.
Ella sorbe por la nariz y me mira con sus ojos rojos de llorar.
«Algo en ella cambio».
«Ya no tiene esa mirada inocente que la caracterizaba».
—es que era... era mi primera vez —responde llorando.
«Ah, era eso».
«La mía también lo fue».
—siempre hay una primera vez, —le digo como si nada —ahora párate y sal de mi habitación.
Ella me mira confundida.
«¿Acaso dije algo malo?».
—y una cosa más —le digo antes de meterme a la ducha —llevate las cobijas y las sábanas.
Camino hacia la ducha.
—Deimond —me llama.
—jovén Morgan para ti —la corrijo.
—¿Que va a pasar con nosotros después de esto? —me pregunta.
«¿Nosotros?».
«No me diga que se está imaginando que me voy a casar con ella o algo así».
—pues nada —le respondo —no hay un "nosotros", además tú simplemente eres la hija de la cocinera.
Ella vuelve a llorar, se pone de pie con dificultad envuelta en mi cobija, recoge su ropa que está esparcida por el suelo y se va de prisa.
—¡Oye! —la llamó —llevate también las sábanas.
Ella no responde, ni se detiene, tampoco cierra la puerta.
«Ash, que molesta».
Narra Jak:
Estoy viendo un vídeo en mi teléfono, no recomendable para menores de edad, me concentro al máximo que ni siquiera me doy cuenta a que horas entra mi papá a la habitación invadiendo mi privacidad.
Lo peor de todo es que alcanzo a ver lo que yo estaba viendo.
—¡Eres un degenerado! —me grita arrebatándome el teléfono y tirándolo lejos.
—¡Oye! —le contesto parándome de la cama.
Voy hacia donde cayó mi teléfono, lo recojo y por fortuna no le pasó nada, o al menos eso creo.
Me vuelvo a mi padre y lo encaró.
—¡¿Quien diablos te crees para invadir mi privacidad?! —le gritó.
No me respondió nada, solo saco su mano empuñada y pum.
Al suelo fui a caer.
—¡¿No tienes otra forma de hablar conmigo ah?! —le digo mientras me limpio la sangre que corre por mi labio inferior.
Siento como la sangre hierve por mis venas.
—claro que tengo otras formas —me responde —pero no pienso permitir que me faltes al respecto de esa manera, además esta es mi casa y mi casa se respeta, no te permito ver cochinadas.
«Como siempre».
Siempre se la pasa diciendo que está en su casa y que la debo respetar, como si no fuera mía también.
Comienzo a reírme en su cara.
—le diré a la abuela que me haz golpeado —digo triunfante.
Apenas salga de mi habitación, le haré una videollamada a la abuela, para que vea mi labio partido.
El se acerca rápidamente a mi, sin darme tiempo de reaccionar, me toma del brazo y me levanta, cuando me doy cuenta me ha hecho una llave y me está causando tal dolor que parece como si me fuera a partir el brazo.
Luchó por liberarme pero no puedo, trato de hacer que no me duele, pero ya no lo soporto, incluso los ojos se me han cristalizado.
—¡Aaaaaaaahhhhhh! —grito desesperado —¡Ayudaaaaaa!, ¡Mi padre me está matando!.
Él hace más fuerte el agarre impidiendo que grite más por el fuerte dolor, solo me quejo.
—¡¿Le dirás a la abuela?! —me pregunta con ira —¡¿Le dirás?!.
—nooo, no —le digo con dificultad —no lo haré, lo...lo prometo.
—mas te vale —me dice ejerciendo más fuerza sobre mi, en este punto ya una lágrima corre por mi mejilla —porque de lo contrario la próxima vez será... —se calla de golpe al ver a mi madre parada en la puerta, la cual lo mira horrorizada.
«Que se vaya dando cuenta que clase de esposo tiene».
Pero claro a ella si no la trata así, con ella es solo amor, incluso cuando lo está engañando con Fares.
—dile que me suelte por favor —le imploro a mi madre.
—¡Jum-Jak, suéltalo! —le exige a mi madre molesta —esa no es la forma de tratar a nuestro hijo.
Él me suelta.
Yo caigo al suelo quejándome.
—¿Que más quieres que haga? —se queja mi padre con mi madre —me faltó al respeto y luego me chantajeó con decirle a mi madre, ya era hora que le diera una lección, se la tenía bien merecida.
Mi madre lo ignora por completo y se acerca a mi.
—¿Estas bien cariño? —me pregunta con voz dulce.
Yo niego con la cabeza ya que el dolor no me deja hablar.
Ella me ayuda a levantar y me acuesta en la cama.
—iré a traer un analgésico para el dolor —dice antes de dirigirse a la puerta.
—dejalo que se aliente solo —le dice mi padre —así como se cree muy hombrecito para contestarle a uno.
—vete Jum —le dice ella mirándolo brava.
Él se va, no sin antes dedicarme una mirada de advertencia.
Mi madre también sale en busca del analgésico.
Yo sonrió a pesar de el dolor que siento.
«Por lo menos los hice pelear».
Horas después.
Siento una mano delicada y suave acariciar mi rostro y peinar mis cabellos.
Abro los ojos y es mi madre que está sentada al lado mio, viéndome con cara de preocupación.
Quito su mano de mi rostro.
Veo como su semblante decae, pero no me importa.
—¿Ya te sientes mejor? —me pregunta.
—si, —le respondo fríamente —ya no es necesario que te quedes aquí.
Odio tanto que ella se preocupe por mi.
Odio sus muestras de afecto.
Odio que muchas veces en las noches se meta a mi habitación, me ponga las manos encima y comience a orar.
Odio todo lo que tenga que ver con ella.
Odio que quiera aparentar ser la mejor mamá del mundo, cuando yo sé bien que no es así.
Ella es una cualquiera, incluso traiciona a papá, solo que él es un tonto y no se quiere dar por entendido.
Se preguntarán ¿Como hice para enterarme de eso?.
Pues mi abuela me lo contó y yo tengo pruebas.
Fares siempre se la pasa detrás de las naguas de mi mamá, como perro faldero y yo no me creo ese cuento de que él solo vela por su seguridad.
Vaya a ver si no tendrán una casa alquilada para adulterar a su antojo.
—estaba pensando que ya que te sientes bien, podríamos ir al culto hoy. —comenta mi madre entusiasmada.
«Que siga soñando».
Esa palabra "culto", la detesto tanto.
—¡Jamás! —le gritó haciendo que se sobresalte en su lugar.
—¿Jamás? —pregunta mi padre parándose en la puerta.
Me da una mirada que entiendo a la perfección.
Significa: si no haces lo que tu madre te pide, te las vas a ver conmigo.
«No puedo creer que vaya a hacer esto».
Pero apenas tenga oportunidad, hablaré con mi abuela y le diré de todo el maltrato del cual estoy siendo víctima.
—esta bien iré —acepto, solo porque me da miedo de mi papá —solo no se te haga costumbre.
Ella suspira y sonríe ampliamente al ver que se ha salido con la suya.
Pero con esa agradable mirada que me dedico mi papá, ¿Quien no?.
Nótese el sarcasmo.
Media hora después.
Llegamos a la iglesia y me siento como un mosco en leche viendo como esos otros jóvenes visten como viejitos.
«Para mi que a todos ellos lo tienen amenazados con darles una paliza y por eso se visten así».
Ya me imaginé vistiendo esa ropa fea y me dieron náuseas.
Tengo ganas de salir corriendo, pero mi madre se prende de mi brazo y entra conmigo a ese manicomio.
Para colmo de males veo a un señor postrado en la plataforma en donde se sube el pastor a predicar.
Dice palabras raras y llora en alta voz.
«Definitivamente si es un manicomio».
«¿Como me fui a meter aquí?».
«Abuelita, ¿Donde estas, cuando te necesito?».
Hay un joven parado en la puerta con un uniforme, el cual al vernos sonríe.
—Dios los bendiga —dice dándonos la mano a mi y a mis padres. —bienvenidos a la casa del Señor.
—amén, muchas gracias —responden mis padres a la misma vez.
Yo no digo nada.
«Ni siquiera sé que significa amén».
—hermano le presento a mi hijo —dice mi madre con orgullo.
«Lo que me faltaba».
«Que tal donde me lo llegué a encontrar después en la calle y me salude diciendo: Dios le bendiga».
«¿A donde me esconderé de mis amigos por la vergüenza?».
—es un placer —dice él sin dejar de sonreír —mucho gusto —me extiende su mano —mi nombre es Franco.
Mi madre me codea para que tome su mano, yo lo hago porque mi padre está mirando.
—yo me llamó Xian —me presentó.
No le digo mi nombre, porque temo encontrarmelo después, pero si eso llegaré a pasar, yo no lo conozco.
A medida que caminamos, muchos locos nos comienzan a mirar.
Mi madre quiere llevarme con ella a las primeras sillas, yo le doy una mirada suplicante para que no lo haga.
Al final termina cediendo y se hace conmigo en una de las sillas traseras.
Me hubiera gustado que fueran las últimas, pero son las del medio.
Mi madre no quiso otras.
Me siento y mi madre se arrodilla inclinando su cabeza en la silla donde se supone que uno se sienta.
En mi cara se forma una mueca de asco.
«Cuántas colas no se sientan ahí, para uno luego poner la cara».
«No manches».
—¡Señooor! —dice una señora que está arrodillada de la misma manera que mi madre en la silla que está delante de mí —¡Te amo Señor!.
Miró hacia todos lados a ver a quien es que le habla, pero no hay nadie.
Les dije que estaban locos.
Lo único que ruego es que a mí no me vayan a lavar el cerebro.
Miró hacia la puerta y ahí sigue ese joven Franco parado.
Me inclino y le hablo a mi madre que está hablando consigo misma, pero muy despacio.
Porque yo no creo que Dios vaya a escucharla.
—mamá —le susurró.
—¿Si? —pregunta levantando la cabeza.
—¿Cuanto le pagan a Franco por pararse en la puerta? —pregunto curioso.
—nada cariño —me responde —él lo hace para Dios.
«¿Para Dios?, si claro, como no».
«Lo sabía, aquí incluso esclavizan a la gente, la hacen trabajar gratis».
Minutos después.
Miró a mi alrededor aterrorizado, atento a cualquier movimiento raro.
—Dios bendiga a todos los hermanos y amigos que han venido a este lugar —saluda una joven desde la plataforma a través de un micrófono.
Supongo que es otra victima más que tienen obligada a venir acá.
«La policía debería de hacer algo».
La miró con lástima, la pobre está tan medrosa que hasta la voz le tiembla.
Mi madre se pone en pie y se acerca a mi.
—¿Ves esa joven que está hablando por el micrófono? —pregunta.
«Obvio si, ni que fuera ciego».
—si —respondo aburrido.
—ella es la hermana Ximena, una joven de ejemplo en la iglesia, no como esa tal Shiney, la que te conseguiste de novia.
«Ella todavía no lo supera que le halla restregado por la cara a la peor de mis compañeras y se la halla presentado como mi novia».
Me quedo mirando a aquella joven.
«Pues vamos a ver si es una evangélica de verdad»
«Pongamosla a prueba».
El teléfono vibra, veo y es un mensaje.
Jason: ¿Donde estas?, ¿Vas a venir a la carrera o no?.
Le escribo de vuelta.
Yo: Lo siento, no puedo.
Jason: ¿Es que tus padres no te dejan?.
Yo: No es eso, es solo que me siento un poco enfermo.
Jason: ¿Quieres que vaya para allá con unas frías?.
Me apresuró a responder.
Yo: Nooo, no es necesario.
—deja ese teléfono que estamos en culto —mi madre me regaña.
Lo guardo en el bolsillo.
«¿Por queeee?, ¿Por qué?, ¿Por qué?».
«¿Por qué me tiene que pasar esto a mi?».