Cicatrices

By LuciaHerrera83

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(Aclaración: esta historia es una adaptación de una novela original. Todos los derechos quedan reservados a... More

Prefacio
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75
CAPÍTULO 76
CAPÍTULO 77
CAPÍTULO 78
CAPÍTULO 79
CAPÍTULO 80
CAPÍTULO 82
CAPÍTULO 83
CAPÍTULO 84
CAPÍTULO 85
CAPÍTULO 86
CAPÍTULO 87
CAPÍTULO 88
CAPÍTULO 89
CAPÍTULO 90
CAPÍTULO 91
CAPÍTULO 92
CAPÍTULO 93
CAPÍTULO 94
CAPÍTULO 95
CAPÍTULO 96
CAPÍTULO 97
CAPÍTULO 98
CAPÍTULO 99
CAPÍTULO 100
EPÍLOGO
CAPÍTULO EXTRA

CAPÍTULO 81

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By LuciaHerrera83


El teléfono de la oficina sonó.

—¿Sí?

—Anahí, ¿puedes venir un momento a mi despacho? —me preguntó Alfonso.

—Si, ahora mismo.

Colgué. Cogí una libreta y un bolígrafo y entré en el despacho de Alfonso.

—Dime para qué soy buena —dije, sentándome en una de las sillas.

—Para tantas y tantas cosas —contestó con voz sexy. Sonreí—. Quiero

que me organices y que agendes estas reuniones para la semana que viene.

—Dime.

Durante un rato estuvo dictándome nombres y empresas y a qué hora

quería más o menos que tuviera lugar cada reunión.

—Con Rod Ranstrom que sea por la mañana. Ese hombre es muy pesado y

prefiero quitármelo cuanto antes de encima. Si lo dejo para última hora puedo

cometer un asesinato —dijo.

Me reí.

—Lo pondré a primera hora. —Escribí una nota de advertencia en la

libreta.

—Esta semana por fin firmamos el contrato con AWS Enterprise.

Prepáralo y mándaselo por email a su gerente para que lo eche un vistazo

antes de venir.

—Vale.

—Y también envíanoslo a Jerry y a mí, por si hay algún cambio en el

último momento.

—Vale. —Lo apunté en la libreta y levanté la vista hacia él—. ¿Alguna

cosa más?

Se me quedó mirando con una sonrisilla en la boca.

—¿Estoy muy mandón? —me preguntó.

Sonreí.

—Es mi trabajo —contesté.

—Últimamente estamos trabajando mucho; sobre todo con la oferta para

la licitación pública de las Torres Keio. ¿Qué te parece si nos vamos un fin de semana fuera para desconectar?

Se me iluminó el rostro.

—Me encantaría —dije como una niña pequeña.

Alfonso esbozó una sonrisa al ver mi reacción.

—¿Qué te parece ir a la montaña?

Hice una mueca con la boca.

—No sé esquiar.

—¿Quién dice que vamos a esquiar? —Alzó las cejas un par de veces en

un gesto elocuente—. Beberemos vino, dormiremos acurrucados para paliar

el frío y nos manosearemos en cualquier rincón que nos apetezca.

Dibujé una sonrisa de oreja a oreja con los ojos brillantes de ilusión.

—Eres un bicho —bromeé.

Alfonso se carcajeó.

—Reservaré un apartamento en Hunter Mountain Resort. Está a dos horas

y media de aquí en coche —repuso.

—Genial.

Me parecía perfecto. La montaña implicaba frío y el frío llevar mucha

ropa. Entre playa y montaña, siempre me quedaría con la montaña, sin

dudarlo.

—Bien, prepara la maleta, porque el viernes nos vamos.

Di una palmadita.

—Me encanta la idea.

El viernes, al salir del trabajo, Alfonso me acompañó al apartamento a por la

maleta que había dejado ya preparada, y a cambiarme de ropa, y de allí

pusimos rumbo a nuestro fin de semana por la Interestatal 87 dirección norte.

El apartamento que reservó era una cucada con alma de cabaña, con una

habitación, cocina americana y, lo que más me gustó, una chimenea en el

salón. Todo iba muy a tono con el entorno en el que estábamos y con el frío

que hacía.

—¿Qué te parece? —me preguntó Alfonso al entrar.

—Me gusta mucho —contesté, dando pequeños saltitos en el salón cuando

vi la chimenea.

Llegamos entrada la noche, así que cenamos algo de comida que habíamos

llevado y que calentamos en el microondas, pues calculamos que los restaurantes ya estarían cerrados, y nos sentamos con una copa de vino tinto

frente a la chimenea que Alfonso se había encargado de encender con los

troncos de leña que había en un cesto.

Alfonso se me quedó mirando.

—Me sienta bien —dijo.

Giré el rostro hacia él. Sus pupilas estaban dilatadas y las llamas

fluctuaban por su rostro dando profundidad a sus rasgos.

—¿El qué? —le pregunté.

—Tú. Toda tú, Anahí. No sabes cuánto bien me haces.

Se inclinó sobre mí y me dio un beso en la boca. No era un beso exigente

ni tenía la vehemencia que otros. Era un beso tranquilo, como si quisiera

aprenderse la forma de mis labios con los suyos. Cerré los ojos y lo saboreé.

Sí, saboreé a Alfonso. El regusto del vino se mezclaba con el anhelo, el deseo y

otras muchas cosas.

—Esta semana no hemos podido estar mucho juntos —susurró pegado a

mi boca.

—Hemos tenido mucho trabajo —comenté.

—Estaba impaciente por quedarnos solos. Por tenerte para mí —dijo,

quitándome la copa de vino de la mano y dejándola en el suelo.

La anticipación empezó a bailar por mi cuerpo.

—Alfonso... —musité con voz casi agónica.

—Oh, Anahí...

Mi nombre cayendo de sus labios era una de las cosas más eróticas que

podía escuchar. Rozó mis labios con los suyos suavemente, pero no me besó,

simplemente me respiraba y yo le respiraba a él.

—Me corres por las venas... —susurró.

Levanté los brazos y metí los dedos por los mechones negros de su pelo,

disfrutando de su suavidad. Sin aguantarme más las ganas, me lancé a su

boca y lo besé. Me iba a volver loca si no lo hacía. Mis labios lo besaron con

exigencia, con apremio. Era cuando estaba entre sus brazos cuando lo sentía

mío, completamente. Era cuando se metía en mí cuando encontraba un

refugio en el que agazaparme y del que no quería salir. El mundo exterior me

daba demasiado miedo y hacía aflorar mis inseguridades, sobre todo cuando

sobrevolaba la sombra de Katrin sobre mi cabeza.

Las manos de Alfonso treparon hasta mi pelo y me quitó la cinta que lo

sujetaba, deshaciendo la coleta que me había hecho antes de salir de casa. Me había puesto un jersey de cuello alto, así que no había problema con las

cicatrices.

—Tu pelo huele tan bien... —dijo mientras mi melena caía en cascada

alrededor de los hombros.

Se enterró en mi cuello y lo olió.

—Hueles a coco y a vainilla...

Sonreí y ladeé la cabeza cuando su boca empezó a repartir besos en mi

cuello. Luego me besó fugazmente las pecas de la nariz, las mejillas, y la

línea de la mandíbula.

Me sacó el jersey por la cabeza y me quitó los pantalones. Después fue el

turno de la ropa interior. Yo le ayudé a deshacerse de su jersey también de

cuello alto y de sus vaqueros, que le quedaban tan bien que hasta me dio

pena.

Durante un buen rato, tumbada sobre la mullida alfombra, a un par de

metros de la chimenea, Alfonso me llenó el cuerpo de besos. Siempre que sus

labios pasaban por las zonas de mi piel dañadas me tensaba, era automático,

ni siquiera lo pensaba, pero él enseguida me decía alguna palabra para

relajarme. Dudaba de que un día fuera capaz de tomármelo con naturalidad,

la verdad. De hecho, él se lo tomaba con más naturalidad que yo.

—Quieta —susurró, una de las veces que empecé a moverme incómoda

porque me estaba besando la parte de la cadera que tenía quemada.

Fue subiendo los labios por la tripa, el costado... Volví a moverme.

—Quieta —repitió—. O voy a terminar atándote.

Sofoqué una risilla. La idea no me disgustaba.

Siguió subiendo por la clavícula, el hombro y el cuello, hasta llegar a la

boca. Me besó y me besó hasta que jadeé su nombre con la respiración

entrecortada.

—Abre las piernas —me pidió, mirándome a los ojos, tras ponerse el

condón.

Hice lo que me pidió. Separé los muslos y esperé anhelante la primera

embestida. Alfonso dejó escapar algo parecido a un gruñido cuando estuvo

totalmente dentro de mí.

—Qué puta maravilla... —dijo.

Sus ojos verdes se oscurecieron por el deseo. Se mordió el labio inferior y

me penetró lentamente, bajo el embrujo del fuego.

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