El chico que cultivaba arreci...

By AnnieTokee

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Frank y Babi son la pareja ideal a los ojos de todos, el problema es que ambos se han enamorado a la vez de D... More

Antes de empezar
Capítulo 1: El payaso junto al repetidor
Capítulo 2: Cosas buenas que parecen malas
Capítulo 3: Te falta Dory y a mí un límite
Capítulo 4: El mural de Christian Miller
Capítulo 5: Esa alergia ni existe
Capítulo 6: Las cosas de cada familia
Capítulo 7: La cercanía puede ser problemática
Capítulo 8: La paciencia y la coordinación son finitas
Capítulo 9: El arte de la persuación y de ser un entrometido
Capítulo 10: No hay nada extraño en nada
Capítulo 11: Los chicos no lloran, van a nadar y se enferman
Capítulo 12: Cerebro fundido
Capítulo 13: Rompecabezas existencialistas
Capítulo 14: Entre aviones a escala y cambios de apariencia
Capítulo 15: Vomito verbal y de verdad
Capítulo 16: Mala influencia
Capítulo 17: El efecto Friedman
Capítulo 18: Las personas ideales en el momento menos ideal
Capítulo 19: Doble (triple) engaño
Capítulo 20: Problemas de comunicación
Capítulo 21: Lo admito, soy celoso
Capítulo 22: El perfecto pendejo que está en todo
Capítulo 23: No te metas con la gente loca
Capítulo 24: Formas de animar a alguien
Capítulo 25: Malos padres
Capítulo 26: Dani y Bianca
Capítulo 27: Algunas mujeres me dan miedo
Capítulo 28: Conflictos que nadie quiere enfrentar
Capítulo 29: Reacciones y acciones
Capítulo 31: Prejuicio contra prejuicio
Capítulo 32: Métodos ineficaces para cobardes
Capítulo 33: Las consecuencias de ser valiente
Capítulo 34: Una y mil vidas
Capítulo 35: Feliz cumpleaños, Frank
Capítulo 36: Lo que me dejó
Capítulo 37: Feliz cumpleaños, Dylan
Capítulo 38: El plan más complicado
Capítulo 39: Recuerdos intercambiados
Epílogo: Me morí
Todavía no se vayan

Capítulo 30: Una tumba lista para mí

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By AnnieTokee

Volvimos a besarnos, y fue tan largo y profundo que tuvimos que detenernos cuando nos faltó el aire. Miré a la entrada por inercia y casi me caigo del banco al ver que Eleonor se encontraba dentro de la habitación. Ella tenía la espalda apoyada en la puerta, los brazos cruzados y nos contemplaba con un semblante severo.

—Veo que te sientes mejor —mencionó, dirigiéndose a su hijo.

Los dos nos separamos como si tuviésemos la peste, aunque Dylan dejó de lado el instinto de supervivencia y sujetó con fuerza mi mano. Lo peor de todo fue que yo no la retiré.

—Según el doctor, mañana pueden darte de alta —prosiguió ella—. El riesgo ya pasó y estarás mejor descansando en un ambiente menos estresante.

La respuesta me sorprendió y a la vez sirvió para sacarme del vahído. Me acababa de encontrar besando a Dylan, y, de acuerdo con el patrón que tracé sobre su comportamiento, Eleonor tendría que comenzar a tirarme reclamos por aprovecharme de su hijo.

—No creo que la habitación de tu hotel sea una buena opción —dijo Dylan—, y no voy a permitir que Arthur y Natasha detengan sus vacaciones tan rápido.

—¿Y si voy a cuidarte a casa de mis tíos? —propuso, era demasiado flexible para ser la mujer que conocía.

Dylan negó con la cabeza.

—No me gustaría que vinieras, tienes que hacerte cargo de Nick.

Él desvió su atención hacia mí y, tras unos segundos escrutándome, chasqueó los dedos.

—Puedo quedarme en su casa un par de días —me señaló—, está su madre, su tía, y también su abuelo, sé que a los tres les agrado.

«¡¿La reacción alérgica se te fue al cerebro o qué?!»

Eleonor y yo nos miramos, sorprendidos. Abrí la boca para refutar, pero nada salió de ahí. En lugar de formular una respuesta coherente, mi mente se puso a trabajar en encontrarle sentido a la propuesta de Dylan. Y lo peor es que lo logró. Él no perdía nada sacando esa opción; estaba en el hospital, su madre lo vio dos veces besándome y de seguro ya ambos hablaron sobre eso. Ninguna otra cosa podría empeorar la situación. Además, no sabía lo que sucedió en mi casa y no se lo contaría, debía arreglar esa mierda solo.

Eleonor despegó la espalda de la puerta y se acercó a la cama. Me preparé para recibir su comentario hostil, tachándome de abusador; así como me repetí que no debía insultarla otra vez.

—¿Tu casa es grande? —me preguntó ella.

La observé con estupor. Se sentía tan surreal.

—Tiene dos pisos y aunque no hay habitaciones libres, mi cuarto es suficiente, yo puedo dormir en el sillón —respondí, haciendo un esfuerzo para no titubear.

—De acuerdo, serán nada más un par de días en lo que mis tíos vuelven —suspiró ella, todavía no muy convencida—, pero prométeme que responderás todas mis llamadas. —Señaló a su hijo.

—Prometido —dijo Dylan.

Tuve que controlar el impulso de abrir la boca por el impacto. La mujer de hacía unas horas no se parecía en nada a aquella más racionalmente accesible. No iba a quejarme, era más que conveniente para mí, pues quizá la visita de Dylan mermaría las tensiones en mi casa. Sin embargo, no iba a bajar mis defensas, como Babi me lo había dicho; tenía que hablar con mis padres antes de que Eleonor lo hiciera.

Estar parado frente a la puerta de mi casa me causaba una anormal inquietud. Ni siquiera las primeras veces en las que volvía luego de hacer algo malo me sentía así. Tomé una gran bocanada de aire antes de abrir, no podría quedarme por la eternidad afuera. Esperaba encontrarme con toda mi familia en la sala, como era costumbre, pero solo estaba mamá. Ella se hallaba sentada en el sillón más chico y se volteó con rapidez para verme entrar.

—Frank, estaba preocupada —dijo mientras cruzaba los brazos.

No respondí y tampoco sé cómo interpretó mi silencio. Me quedé de pie frente a ella, puse las manos tras de mí y me preparé para hablar.

—Tu padre y tu tía salieron por algo de cenar —retomó—, y tu abuelo está bien, según el doctor del barrio, nada más lo alteró la discusión.

No íbamos a tocar el tema del viaje a México, lo que me alivió. No estaba listo para enfrentarlo, solo deseaba que pasara y ya, aunque sabía que el viejo no iba a rendirse ahora que podía reencontrarse con Ana y que mamá y Aidée no cambiarían de opinión al respecto.

—Quería pedirte permiso para traer a Dylan a la casa, solo serían un par de días en lo que se recupera y sus tíos regresan —solté, era mejor hacerlo así—. No quiere que su madre lo cuide porque ella tuvo un bebé hace poco y ya sabes, cuando una idea se le mete a la cabeza...

—Sí, él es igual de obstinado que tú —me interrumpió.

Sonreí de lado. ¿Todos me conocían más de lo que creía?

—Y claro qué puede quedarse —añadió—, tu padre y yo teníamos planeado tomarnos un par de días libres del trabajo para poder descansar de tanto estrés.

Tragué saliva. Era decisión de ellos, pero me sentía algo culpable por haber sido parte de la discusión ayer.

—¿A qué hora lo dan de alta? —preguntó.

—Mañana a las cuatro de la tarde. Saliendo de clases iré al hospital para ayudarle a su familia a traerlo acá.

—¿Sabes? Me quedé pensando en lo que dijiste antes de marcharte. —Desvió la mirada, bajó los brazos y los apoyó en su regazo—. Siempre has sido muy independiente. No sé si decir que eres muy maduro para tu edad, pero toda la vida me jacté de que fuiste fácil de criar, quizá te estaba descuidando por culpa del trabajo y por eso aprendiste a hacerlo todo por tu cuenta y...

—Estoy bien —la corté, si continuaba no iba a poder seguir conservando la calma—. ¿Por qué sacas eso ahora?

—Porque cuando mi papá sugirió lo de llevarte a México me puse a pensar en que sigues siendo un niño, por eso me alteré, pero te fuiste toda la noche y buena parte de este día, y no tuviste broncas. Casi nunca pides ayuda o dinero. Tampoco has causado tantos desastres, ahora solo recuerdo lo que hiciste cuando te escapaste con tu exnovia.

—Deja de pensar en eso, soy mañoso, siempre salgo bien librado —intenté sonar hilarante.

Ella lanzó un largo suspiro.

—Por favor, mamá, hagamos las cosas igual que siempre y ya.

Se levantó del sillón, sacudió sus pantalones y se dirigió a la cocina. Mientras veía su menuda silueta alejarse, recordé lo que me había aconsejado Babi y pensé en que tal vez no tendría otra oportunidad como esa. La charla incómoda todavía no terminaba, mamá se había mostrado interesada en mí y quizá no me juzgaría del todo.

—Oye... —la llamé.

Se detuvo y volteó. Comencé a mover los dedos, tenía las palabras en la mente, solo debía proferirlas.

—Mañana averiguo qué tipo de cosas puede comer Dylan para que te prepares —dije con una falsa sonrisa.

Fracasé. Lo peor era que tenía la disposición de sincerarme, pero era como si mi cabeza soltara de todo menos la verdad.

Como Babi se encargó de explicarles a Trevor y a Sandy lo que había pasado con Dylan, no tuve que esforzarme en contarles la historia completa o algún otro cuento. Ese día en la escuela no lo viví, lo existí. Me sentía sin ánimos y energías, como si me hubiesen drenado. Lo peor era que no había ido al acuario el domingo y tampoco podía darme el lujo de estar mal, debía mantenerme fuerte y arreglarlo todo.

A mitad del día me harté de esa sensación y decidí no ir más a clases. Me quedé en el mural de Christian Miller, viendo al cielo y pensando en todo lo que había sucedido el fin de semana. ¡Era como si le hubiesen puesto acelerador a mi vida!

No llegué a alguna solución a las broncas que tenía encima. Lo que me quedaba era lo que le había prometido a Babi: decir la verdad. Pero dudaba de ser capaz de hacerlo.

Cuando las clases terminaron, me dirigí al hospital en autobús. No llevé la motocicleta, pues era más eficiente que Simon y Eleonor nos dejaran a mí y a Dylan en su coche. Al menos me ahorraría algo de combustible. Cuando llegué al hospital encontré a mi güero viendo el celular en la sala de espera, mientras su madre y su padrastro, que llevaba a Nick en brazos, firmaban documentos en la recepción. Sin decir nada, me acomodé junto a él y lo imité. En mi teléfono ya tenía cerca de veinte vídeos que me había enviado y que no pude ver, lo peor era que continuaban acumulándose. Me reí por lo bajo, yo solía hacerle lo mismo.

Durante el rato que estuvimos en la recepción sentí la pesada mirada de Eleonor. Quizás era treta de mi cabeza, pero todavía desconfiaba de ella y su cambio tan repentino. Una vez se acabaron los trámites, los cinco nos pusimos en marcha hacia donde se encontraba el coche de Simon. Dylan y yo caminábamos lento y rozándonos los hombros, y de vez en cuando nos lanzábamos una que otra risa nerviosa.

—Eli me contó que tu familia era de un lugar en México llamado Veracruz, Frank —mencionó Simon mientras ajustaba el retrovisor del coche.

Yo me hallaba en los asientos traseros, en compañía de Dylan y el pequeño Nick, que iba en un portabebés.

—En realidad, mis abuelos maternos son de la Ciudad de México, pero luego del temblor del 85 se mudaron allá con sus dos hijas —respondí con una bien intencionada, pero forzada cortesía.

—Qué interesante —dijo él—, yo nunca he ido a México, ¿deberíamos ir? —se volvió a su esposa.

Me costaba entender por qué un hombre tan amistoso acabó casado con una persona tan inflexible y apática.

—No es buena idea, Eleonor odia todo lo que tiene que ver con México porque mi abuela es de allá y eso hace medio mexicano a Joe —atinó a decir Dylan.

Me vi tentado a exclamar: «¡Entonces no es personal!». Pero me lo guardé, no iba a tensar más la situación. El comentario hizo que la superficial armonía se diluyera, sin embargo, la risa de Simon la regresó. Eleonor imitó ese gesto, después lo hizo Dylan y por último yo me les uní, aunque continuaba perplejo y apostaría mi cabellera a que mi güero se rio para intentar encajar en la situación. Lo bueno fue que el camino terminó rápido.

—Ya sabes, responde a todas mis llamadas —dijo Eleonor antes de que Dylan bajara del vehículo.

—Sí —contestó él.

—Y no te olvides de que debes seguir dieta blanda.

—Verónica de seguro ya lo sabe, Frank se lo tuvo que haber dicho. —Colocó la mano en la palanca de la puerta.

—Sí, ya está enterada —completé, tomé la mochila de mi güero y me la colgué en el hombro.

—De acuerdo —dijo, no tan convencida—. Dylan, no olvides que te quiero.

—Lo sé —contestó antes de bajar.

¡Maldita sea, hasta Dylan, que tenía una relación tensa con su madre, podía responder a eso mejor que yo!

Sacudí la cabeza y con celeridad lo seguí, bajándome del auto sin siquiera despedirme. Al poco rato el coche de la familia se fue y ahora los dos estábamos solos en mi patio delantero.

—Tu padrastro no me desagrada, incluso diría que me cae bien —dije con el objetivo de matar el silencio.

Dylan dio un respingo, caminó hacia adelante para rebasarme y yo aceleré el paso con la intención de quedar a su altura.

—Simon sabe sacarle pláticas a la gente y cómo lidiar con situaciones incómodas —respondió sin detenerse—. Él hace que Eleonor se ría a carcajadas, y yo no recuerdo un solo momento en el que Joe lo haya logrado.

—Siempre dices que tú provocaste el divorcio de tus padres, pero ¿no crees que eso también tuvo que ver? —Hice el ademán de colocar una mano en su hombro, aunque me arrepentí al ver lo tensa que estaba su postura.

—Al menos la culpa de esa separación no es solo mía. —Detuvo sus pasos y se volvió a mí.

—Nunca lo fue. —Sonreí con amargura.

—Es difícil, pero intentaré convencerme de eso —suspiró.

No tenía nada que decirle al respecto, aunque quisiera hacerlo. Creo que no era bueno consolando personas. Tras unos segundos de silencio, Dylan se me adelantó y abrió con confianza la puerta de mi casa. Yo le había dicho la semana pasada que mi hogar ya era como el suyo, aunque no esperaba que se lo tomara de tan literal.

Mi familia veía la tele en sala de estar, y en cuanto entramos, todos se volvieron a nosotros. Hasta el viejo se encontraba ahí, lo que era señal de que las tensiones se diluyeron en mi ausencia.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó mamá a Dylan. Ella bajó el volumen con el control.

—Sí, aunque sigo con estas cosas en la cara —dijo, al tiempo que se señalaba el rostro, todavía enrojecido por la intoxicación.

—Cuando Frank nos contó que acabaste en el hospital porque tuviste una reacción alérgica por tomarte una malteada de chocolate, pensé que estaba jugando —mencionó papá.

—Esto prueba que mi alergia no es una broma. —Dylan encogió los hombros.

—Y yo que creía que la única forma de acabar en el hospital por comer chocolate sería por ingerir demasiado —atinó a decir Aidée.

—Ya, no lo atosiguen —ladré—, vamos arriba a dejar nuestras cosas.

—La comida está lista, así que solo hagan eso y después bajen —dijo mamá.

Tomé a mi güero de la muñeca y lo conduje al inicio de las escaleras. No estaba molesto o eso quería creer; si en casa todo aparentaba normalidad, ¿por qué me encontraba tan fastidiado? No lo sabía, pero necesitaba calmarme para no cagarla.

Durante la cena, la ausencia de la charla dinámica que siempre tenía mi familia me recordó que una discusión como la que mi abuelo se cargó con sus hijas no se solucionaría tan fácilmente. A mí me perdonaron, aunque no tenía idea de por qué; antes tuve peleas con mamá por cosas más sencillas y duraban más tiempo. Pensé que tal vez el viejo habló con ella con el objetivo de que me retirara los cargos, pero jamás pude preguntárselo.

Dylan sacó el teléfono, quizá para ignorar el perenne silencio. Al poco rato él formó un puño con su mano libre y después se quedó unos segundos viendo a la nada.

—Voy arriba a cargar mi celular —dijo el güero, al tiempo que empujaba su silla hacia atrás para salir.

A pesar de ya estar en las escaleras, yo era capaz de escuchar sus acelerados pasos. Había aprendido a reconocer ese andar tosco. Sonreí cual pendejo pensando en eso y en como el tiempo que llevábamos juntos me bastó para saber algo así.

—Tierra llamando a Frank —mencionó papá, chasqueó los dedos delante de mí.

Sacudí la cabeza y volví al presente.

—Si no te conociera, diría que Dylan es tu novio —vaciló él mientras enarcaba las cejas—, pero ya todos sabemos de la rubia de ojos grises que te trae loco.

Quise estampar la cabeza contra la mesa hasta inducirme al coma, o salir corriendo de ahí con el único objetivo de encerrarme en mi cuarto con Dylan y que nadie nos molestara hasta que todo estuviese resuelto.

—¡Eric, no digas tonterías! —lo increpó mamá—. ¡Ellos solo son buenos amigos!

—Nada más lo mencioné porque hace rato parecía que lo tomó de la mano —concluyó papá, no estaba molesto o asustado, solo bromeaba como siempre.

Lancé un largo suspiro. Hice algo parecido la primera vez que Dylan vino a mi casa y fue delante del viejo y mamá, no tenía por qué ser algo distinto. Sin embargo, dejarme ver por papá y que hiciese esa broma pesada fue lo que cavó mi tumba.

Tenía nada más dos opciones:

1. Negarlo y fingir demencia hasta que alguien más me echara al hoyo.

2. Tirarme a una fosa que ya se encontraba lista para que la usara.

No me preparé, continuaba agotado, fastidiado y mis pensamientos se hallaban dispersos, pero tomé valor de donde no lo tenía. Iba a vomitarlo de una vez. Si bien, no era un hecho, existía la posibilidad de que Eleonor visitara en estos días mi casa y hablara con mis padres. Si se iban a enterar, tenía que ser por mí.

—Es que lo somos. —Pronunciarlo fue como si me clavaran una estaca en el pecho.

—¡¿Qué?! —exclamó estupefacto papá, casi se quedó con la boca abierta.

Tragué saliva. Mi cuerpo entero temblaba, incluso me costaba respirar.

—Que el güero y yo somos novios. —Agaché la cabeza y cerré los ojos—. La rubia de la que les hablé todo el tiempo fue Dylan.

¡Hola, Coralitos!, ¿cómo creen que se desenvuelva todo ahora que Frank dijo la verdad?

¿Por qué creen que Eleonor ahora es tan amable? 

La verdad es que estoy emocionada porque lean los siguientes capítulos, se vienen muchas emociones, pero les prometo que nuestros bebés tendrán todo lo que siempre quisieron.

¡Nos vemos por la tarde!

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