Año 14.
10Ka, 50Ma.
Bajo Balgüim.
Jasper se había quedado profundamente dormido. La luna era muy pequeña en el cielo, el menor tamaño posible. La temperatura había bajado vertiginosamente y los vientos soplaban violentos, parecía que una tormenta de nieve llegaría de un momento a otro.
Maya cerró los ventanales que daban al pequeño balcón antes que el clima empeorara. Aún con todo cerrado, el silbido del viento se escuchaba tan fuerte que la muchacha supuso que la nevada sería de las peores de ese año. Echó un vistazo a Jasper que mantenía la misma postura relajada desde que se había dormido. Verlo así, sin retorcerse de dolor, sin la molesta tos y sin sangrar por alguna extremidad, era revitalizante para Maya, a ese punto le calaba el príncipe y lo que le pasaba.
La española debía bajar a realizar las pocas tareas que comprendían su rutina, pero no quería dejarlo solo, y por un día que no bajara, no iba a perder notoriedad. Es más, Maya sabía que para los cortesanos oscuros ella representaba un estorbo humano y no una ayuda, todos estarían más cómodos en sus quehaceres sin tener que topársela por ahí. Y era la doncella personal del heredero, ¿qué mejor forma de cumplir su propósito que quedándose junto a él?
Por tanto Maya hizo lo único que podía hacer estando Jasper dormido en su cama: tumbarse al lado.
De estar consciente, él jamás lo hubiese permitido. Solía ser tan hosco y huraño... Pero Maya recordaba su híper sensibilidad, el miedo que podía producirle cualquier roce porque las consecuencias sobre la piel le batían las hormonas de un modo al que no estaba acostumbrado. Jasper podía aparentar ser una bestia ruda, pero era muy inocente respecto a lo que comprendía la interacción íntima.
La muchacha se acostó con cuidado sobre parte del ala izquierda, puesto que su cama no era grande y ambas alas abarcaban los espacios e incluso se salían por fuera. Jasper no se movió, así de profundo era su descanso. Para Maya fue un alivio que su poción hubiese logrado el efecto deseado. Él tenía los ojos cerrados sin apretarlos, sin tensión, y su respiración continuaba regular, la subida y bajada del pecho en un ritmo sosegado. Incluso, los labios estaban ligeramente despegados, sin llegar abrirse del todo.
Entonces Maya se dio cuenta la belleza que acaparaba aquella imagen. Si hubiese sabido pintar para plasmarla... Podía ser trabajoso capturar la belleza etérea con elementos tan grotescos, pero esa era la magia de la pintura, mostrar cosas estrafalarias con un mensaje artístico que solo un ojo profundo pudiera apreciar. Y de este modo transmitir la belleza.
Quizás lo intentara un día. ¿De qué otra forma se podía mantener una imagen tan hermosa, quieta, revitalizante? Cómo deseaba que las circunstancias fueran otras..., cómo deseaba quitarle el veneno al príncipe. Debía hallar la cura de una vez por todas. Ahora que él perdía su capacidad de ser útil con la química, ella debería encargarse. Era la esperanza de Jasper Dónovan. Lo había dicho Dlor.
No obstante, por el momento, se dedicaría a seguir apreciando toda su constitución. Un instinto primario la movió a subir una de sus manos hasta la mandíbula masculina, pasando los dedos por la nariz, surcando un camino sigiloso hacia las sienes. A pesar de que las puntas del largo cabello de Jasper estaban enmarañadas, la parte de la coronilla nacía muy suave. Maya se entretuvo un rato enterrando los dedos allí, para luego deleitarse en la acción de subir hasta un cuerno.
No era la primera vez que tocaba un cuerno. Crecida y criada en un gran terreno de La Moraleja, en España, había jugado con algunos vacunos en su etapa mas temprana. A su madre no le gustaba que ella lo hiciese, pero Mateo se las ingeniaba para ayudar a su hermanita a escaquearse y tocar el animal que quisiese. Sin embargo ninguna experiencia previa la pudo preparar para lo que experimentó cuando sus dedos hicieron contacto.
La sensación era asombrosamente exaltante, como cuando se lleva a cabo algo prohibido. La superficie era negra e irregular, aros rugosos que iban desde la punta hacia la base que quedaba oculta entre los mechones de cabello. Allí en el nacimiento del cuerno, las yemas de Maya investigaron. Soltó un suspiro agónico al percibir la piel destrozada a los alrededores, e imaginó el sufrimiento implacable al que debió ser sometido Jasper mientras los apéndices córneos rajaban sin piedad la carne para crecer.
«Pobre Jasper» lloró su voz interna.
La estructura se mantenía helada en el nacimiento y húmeda alrededor de las tiras de carne. Cuando Maya retiró los dedos, los encontró manchados del mismo chapapote negro que había manchado sus sábanas. Sangre oscura envenenada.
Apretó los labios por no poder deshacer esa maldición con el simple tacto de sus manos y apoyó inconscientemente los dedos en el cuello de él, donde traslucían las conocidas venas negras. Pero no era hasta el principio de la clavícula donde raíces azabaches, estragos más severos de la crítica condición, eran notables. La española supo separar las dos características según el tejido de piel donde se hallaban: las venas más adentro, en la dermis, y las raíces en la epidermis, justo debajo de una capa finísima de pálida piel. Al rozar con sus dedos pudo sentir estas últimas, de composición dura pero flexible. Siguió el remolino que formaban pecho abajo pues la prenda superior de Jasper, la rajada y sucia, estaba tirada en un rincón de la habitación.
Él se había quedado rendido con el torso desnudo, ese torso pálido y delgado que ella apreciaba táctilmente. Delineó con sus yemas un dibujo abstracto sobre el abdomen expuesto del príncipe. Jasper no era de los que se ejercitaba, no lo había hecho mientras estudiaba en la Academia y tampoco al recibir sus cargos en el alcázar. Sin embargo cuando Dlor le exigió que se preparara para la guerra, el tiempo entrenando en el ejército había labrado partes de su cuerpo, volviéndolas más duras. Y al parecer, las raíces azabaches se habían encaprichado en formar un esquema de cuadros sobre el vientre.
Ella acarició todo sin prisas. Descubrió que el ombligo había desaparecido y que a partir de la ingle la anatomía se volvía más variada, incluyendo pinones incipientes —plumas que no se habían llegado a desarrollar—. Detuvo las manos al llegar ahí, un área con un calor significativo que difería del frío corporal del dueño. Aunque desde que el brebaje había sido absorbido en su sistema, las mejorías eran palpables.
Maya volvió a subir la mano al pecho y la dejó allí mientras era vencida por el sueño. Ella misma había tomado una fórmula para esperar a Jasper esa noche, pero las horas habían pasado y los efectos quedaban mitigados por el ciclo natural que no podía evitar. Y así quedó rendida junto a la bestia en un sueño igual de placentero, aunque por desgracia, no fuese el mismo.
¡Cómo le hubiese gustado poseer la capacidad de entrar en su mente y colarse en el mismo sueño! Así ambos seguirían juntos un poco más.
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El viento soplaba con su distintivo silbido dentro del sueño de Maya. En ese sueño también había pasado una tormenta, también un príncipe envenenado envuelto en plumas estaba acostado a su lado. Y no fue hasta que una fuerza externa hizo presión que la descendiente se dio cuenta que había despertado. ¿Cuánto llevaba dormida?
Comenzó a bostezar y en el proceso de abrir los ojos se encontró con otros negros, completamente negros, sin iris ni esclerótica. Maya emitió un grito que la estremeció como si proviniese de otro ser, así de agudo y espantado había salido. En acto reflejo se cayó de la cama de la peor manera.
Jasper inclinó la cabeza.
—Al parecer no soy el único que despierta sorprendido.
Lo primero en lo que habían reparado los ojos del príncipe fue en la mujer tendida a su lado, acurrucada cómodamente. Pero afirmar que en ese segundo descubría la calidez de su presencia no sería sincero, porque su subconsciente la había sentido aún cuando sus ojos estaban cerrados. Se trataba de una novedad... agradable, tranquila. Incluso, cuando Jasper observó detenidamente a Maya pensó en que si se la quitaban de encima, él sufriría un vacío irremplazable y un frío, uno diferente y atroz, maltrataría su cuerpo.
Nunca había sido afín al contacto físico, pero tener el brazo de ella sobre su abdomen resultaba muy restaurador, y temió ser víctima de una necesidad vital. Una que se incluiría en su gran saco de necesidades y torturas y con la que no podría lidiar una vez que comenzara a golpearlo con más constancia.
—Lo... lo siento. —La doncella se sentía sumamente avergonzada. Su cabeza se quedó inclinada hacia abajo—. Yo... yo solo... Tenía sueño, y bueno no tengo otra cama y... yo..., tú..., estabas profundamente dormido, no te perturbaría el descanso si me acostaba con cuidado.
No hubo respuesta por parte de Jasper, así que ella levantó la vista. Era difícil definir la expresión de él en esos instantes. La dolorosa de cuando recién había llegado por su balcón había sido muy nítida, pero ahora...
—Pareces estable —dijo ella para cambiar de tema.
—Sí. —Jasper recostó la espalda en la cabecera de la cama. Su pecho y abdomen mantenían las raíces, pero los efectos más preocupantes se habían detenido.
—Será un alivio, ahora que sabemos que esa fórmula frena la transformación total.
—Pero no la revierte —suspiró Jasper contristado, su vista quieta en los pinones que se perdían abdomen abajo.
—Hallaré la cura —aseguró Maya todavía sentada en el suelo. Dobló las rodillas e irguió la espalda pero Jasper le ahorró la posición más tiempo.
Con solo un movimiento de su mentón, el príncipe levantó a Maya en el aire y dejó que los lazos invisibles la colocaran sobre la cama.
—No quiero que te sientas presionada en exceso por hallar una cura. No... —Jasper sacudió la cabeza, luego cerró los ojos e inspiró profundo—. No es tu responsabilidad.
—Puede que sí —dijo ella reflexiva, sin mirar nada en específico—. Luego de tu última batalla, mientras estabas inconsciente en uno de los aposentos reales, tu padre dijo algo curioso después que yo le insistiera para que me dejase tratarte, dijo que yo era tu única esperanza.
Eso llamó la atención de Jasper.
—¿Qué crees que signifique?
—No estoy muy segura... —Maya no se atrevía a decirle lo primero que le había pasado por la cabeza.
Entonces Jasper apoyó la parte trasera de su cuello en el respaldo que tenía la cabecera, mirando al techo.
—Dlor sabía que esto empeoraría, sabía que yo olvidaría cosas hasta convertirme por completo en una bestia como las de los campos. —Apretó las manos sobre el colchón y las garras se enterraron en las sábanas—. Sabía que no me quedaría otra que depender de tus pobres conocimientos de química.
—¡Oye! He aprendido bastante —repuso Maya golpeándole un brazo a lo que Jasper se masajeó.
—Es cierto. Solo... solo hablaba sin pensar bien...
Él miró hacia su abdomen, los bombachos que lo cubrían de cintura para abajo estaban sucios..., todo en él lo estaba. Sucio, horrible, indeseable. Pero a Maya no le había importado.
—Has hecho mucho por mí —dijo, mirándola de nuevo.
—Soy tu doncella personal, me rendí ante tus pies con un pacto de por vida —argumentó ella con las mejillas sonrojadas—. He hecho lo que se espera.
—No, Maya —negó él—. Has hecho más de lo que se esperaba de ti. Tú... te has quedado cuando yo estaba vencido. Has calmado mi locura cuando las batallas internas regían mi ser. —Se inclinó adelante para ver más de cerca a la mujer que tanto le había dado. Era hermosa, y sencilla, y tan limpia... tan diferente a él—. Gracias.
—De nada —musitó la española en devolución a las arrolladoras palabras.
El hijo de Dlor la intimidaba cuando no pretendía hacerlo. Casi que lo prefería tosco y huraño, porque cuando desnudaba sus sentimientos, como estaba haciendo en ese momento, a Maya le subía una adrenalina de donde nunca había subido, una que la impulsaba a adherirse a Jasper con pegamento, quererlo, impedir que alguien lo dañase más de lo que estaba. Dormir con él cada noche, cuidar sus alas, besarlo...
«Detente Maya, detente»
Pero por más que evitó pensamientos salidos de lugar, la sensación seguía allí, poderosa y abarcadora.
Al ver que no decía otra cosa, pero que sus mejillas se incendiaban en colores, Jasper reflexionó lo inmerecedor que era respecto a cada gesto tierno de ella. No merecía su sonrojo, ni su sonrisa, ni su dulzura. Meditó todas las cosas que había hecho en el pasado, todas las criaturas que había matado en el nombre de la paz. En lo que aún le ocultaba, en la mentira que le había dicho la noche del paseo. Maya no merecía ser tratada de esa manera. No merecía ni siquiera estar atada a un monstruo como él en lo más inaccesible de Balgüim.
—Perdóname si te parece demasiado osado, pero quiero dar una muestra de gratitud por tu lealtad.
El corazón de Maya se le trepó a la garganta.
—¿Ah?
—Puedes aceptarlo como un pago por tus servicios.
Jasper intentó levantarse de la cama y Maya lo ayudó, con ese par de alas enormes resultaba difícil ejecutar casi cualquier acción, a menos que incluyera batirlas y emprender vuelo con ellas.
—¿Te vas? —Ella no intentó ahogar el quejido al verlo dirigirse al balcón.
La tormenta debía haber cesado desde hacía horas, pero eso no significaba que él tuviera que marcharse.
—Nos vamos —corrigió el príncipe abriendo los ventanales.
—¿Nos?
Él se volteó de medio lado, vio la bata de la española manchada con el chapapote negro que también había manchado las sábanas. No retiró su parecer de que ella era limpia, porque en un plano simbólico, la luz y pureza que irradiaba jamás bajaría a la posición tan sucia y oscura en la que estaba su monstruosa alma. Pero le vendría bien cambiarse de ropa.
—Estoy seguro que tienes algún vestido más... acorde, para salir afuera.
Maya abrió muchísimo los ojos. ¡Él quería sacarla afuera! ¿A dónde la llevaría? Daba lo mismo, porque con Jasper iría al mismísimo fondo del Séptimo Abismo de él habérselo pedido.
Fue hasta el gavetero donde guardaba los vestidos del día a día, pero ninguno se le hizo adecuado. Podía parecer una tontería, pero deseaba ponerse lo mejor.
—¿Puedes esperar un momento? Tengo algunos conjuntos en los aposentos del estanque azul.
—Por supuesto —concedió el príncipe.
—Me... me cambiaré también allá —objetó Maya.
—Oh, puedo dar una vuelta y luego vol...
—No, no será necesario, voy a cambiarme allá.
—No pensaba mirar de todas formas —soltó él y Maya se ruborizó.
Cuando Jasper reflexionó detenidamente en las palabras que había dicho, sus mejillas también ardieron un poco. Aunque la palidez invariable de su rostro le impedía perder su dignidad, no mostraban evidencias. Gracias al clan Oscuro...
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Maya había escogido un hermoso vestido púrpura que se ceñía en la cintura y los pechos; dejaba parte de los hombros descubiertos y un encaje negro se arremolinaba en los brazos en un diseño sutil. Su compensación monetaria como doncella personal del heredero al trono era significativa, y como ella no tenía muchas opciones para gastársela, la guardaba. A excepción de cuando venía el sastre al alcázar, y entonces encargaba algunos vestidos. Era una especie de hobby, y allí en Bajo Balgüim no existían muchos.
Cuando Jasper la vio, no dijo nada, no hubo una variación en su inmutable expresión, pero las alas lo delataron porque de estar caídas en reposo se pusieron muy erectas y firmes.
La española sonrió tímidamente.
—He traído esto para ti —le dijo acercándose y mostrándole dos piezas de ropa dobladas.
Al desdoblarlas, Jasper se percató que la primera era una de sus capas principescas, de las que contaban con una túnica corta interior, con hombreras en divisas de oro y flecos, cadenillas en los bolsillos laterales y un material de cuero con arabescos elegantes en todo el borde delantero. La segunda pieza eran chausses negros, limpios, para reemplazar sus bombachos.
—Te daré unos minutos —se excusó Maya y salió de su propio cuarto.
El príncipe se quitó los bombachos y los lanzó al mismo rincón donde estaban sus anteriores prendas rasgadas. Pensó que debían echarlas al fuego. Al menos un vestigio de su martirio desaparecería para siempre, a diferencia de él que si se lanzaba al fuego moriría.
En el pasado la idea le había circulado en la mente, sobretodo cuando el dolor alcanzaba grados insoportables y la ardentía laceraba las venas y lo hacía rugir.
Pero en esos instantes que la muerte parecía la salida correcta, el príncipe se agarraba a una cuerda llamada esperanza, se sostenía en la idea que hallaría la cura. Hasta que se transformó por completo y comenzó a olvidar cosas.
Olvidó el camino al alcázar, olvidó los elementos periódicos que regían su universo, olvidó lo que era comida cocida y comenzó a cazar presas vivas de los bosques más intrincados. Cada día olvidaba más y más cosas, y la cualidad animal aplastaba su raciocinio y lo embrutecía.
Pero por facciones de tiempo, en medio de una crisis bestial donde se debatían garras y manos, Maya se hacía presente.
Maya, lo único intacto en su forastera alma.
Maya, evitando que la oscuridad lo consumiera por completo.
Maya y su sonrisa, su positividad, su dinamismo, su dulzura...
Concentrarse en Maya y los momentos que habían compartido juntos fue el escape de la bestia alada. El recuerdo de su doncella consiguió que recuperara algo de su antiguo 'yo'. Y gracias al olor del cabello, ese de color nogal al que tanto empeño le ponía, y el olor del cuerpo femenino que estaba tan intrínseco en el lado bestia como en el legendario como en el humano, pudo hallar el camino de regreso al alcázar.
Todavía sin vestirse, Jasper se miró en el espejo que había en el cuarto y maldijo nuevamente toda su constitución. Su cuerpo, que solía ser pálido y sin imperfecciones, estaba lleno de las raíces azabaches, causantes mudas de su pulsátil escozor. Sus antebrazos tenían pinones incipientes, y hacia la muñeca el nacimiento de plumas iba aumentando y se desarrollaba abarcador. Las manos estaban negras, como si tuviera guantes del cuero más resistente, y sus garras podían degollar con la misma facilidad que las de un depredador adiestrado. Pero él había decidido no usarlas, al menos mientras tuviera su conciencia humana.
Sus ojos bajaron ahora al abdomen y a la zona de los muslos, tan salvaje...
Él nunca se había preocupado por parecer deseable, no entrenó sus músculos voluntariamente, jamás sintió la necesidad de satisfacer con su personalidad o figura. Pero desde que Maya le había cosido el labio..., desde que había besado la herida de su espalda... Jasper tuvo esa incesante energía loca en sus hormonas; como si llevaran kiloaños dormidas y una fuerza implacable de la naturaleza las hubiese sacudido y revolucionado. Y entonces inició su prioridad de lucir presentable frente a ella.
Hasta que ocurrió el desenlace tope de su envenenamiento y estuvo noches aturdido.
Jasper decidió que había perdido mucho tiempo frente al espejo y se cubrió el torso desnudo con la capa. Después se puso los chausses y no pudo evitar que su mente planteara cuánto tiempo le durarían limpios, es decir, cuánto tiempo demoraría hasta la próxima vez que perdiera el sentido y se transformara en la criatura de pico y cerebro de ave que solo podía olfatear a Maya y depender de sus recuerdos para volver a traer a Jasper Dónovan.
El príncipe se echó un último vistazo en el espejo y soltó otra maldición. Aunque siendo justo con la española, podía verse mucho peor y solo gracias a ella le quedaba, por el momento, una apariencia ligeramente decente.
Entonces recordó lo que ella le había mencionado, las palabras de Dlor.
"Dijo que yo era tú única esperanza."
Eso había confesado Maya Alonso.
Jasper comenzó a sospechar que había estado enfocando mal sus energías al buscar una cura por él mismo entre fórmulas químicas.