La lluvia en tu habitación *P...

By Yzil_KO

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A sus 17 años, Alessandra ha vivido una de las experiencias más dolorosas: el cáncer se ha llevado a su madre... More

Holi, pues como ven el libro es de Paola Predicatori.
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2 de Enero

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By Yzil_KO

Claudia se ha marchado hoy, aunque ha

prometido volver pronto y me ha invitado a

pasar unos días en su casa. Le he dicho

que me encantaría y le he preguntado

cuánto tiempo podría quedarme. Ha

contestado que el que quisiera. Como no

deseaba que se marchase preocupada, le

he contado que reñí con mi mejor amiga

por un chico y que, movida por un impulso

de rabia, salí de la fiesta como una loca.

Por suerte, me hizo el tipo de preguntas

tontas de mujer, si estoy enamorada de

ese chico y si se trata de una amistad

importante, y no me vi obligada a entrar en

detalles. No me ha gustado nada mentirle,

pero no me quedaba más remedio. Mi

madre me habría acorralado hasta

sonsacarme toda la verdad, y así me habría

salvado de mí misma, y de Giovanni.

La fiebre ha bajado, pero todavía me

siento débil. Guardo cama toda la mañana.

Por la tarde despierto con el timbre del

telefonillo. Contesta la abuela y luego oigo

sus pasos en el pasillo. La sangre se me

hiela. Pienso que podría tratarse de Sonia,

o de Giovanni —¿qué habrá venido a hacer?

—, pero cuando la abuela se asoma a la

puerta dice:

—Es Gabriele, tu amigo, le he dicho

que suba.

Me quedo paralizada, muda, como una

estatua. Me siento dividida entre la

felicidad que experimento y una sensación

bastante parecida a la culpa. Mi abuela va

a recibirlo. Oigo sus pasos y a continuación

unos toques ligeros en la puerta. Apenas lo

veo en el umbral, mirándome, comprendo

un sinfín de cosas y me doy cuenta de lo

estúpida que he sido. Lo recibo con una

sonrisa torpe, pero espero que aun así note

que me alegro de verlo.

—Hola —me saluda un poco cohibido,

mirando alrededor.

—Hola —murmuro, tratando de

recuperarme de la sorpresa—. Siéntate. —

Le señalo la silla del escritorio.

Niega con la cabeza y se queda de pie

en el centro de la habitación.

—Me marcho enseguida. Sólo he

pasado un momento a saludarte.

—Voy a la cocina, Alessandra —me

dice la abuela, justo detrás de él—.

Llamadme si necesitáis algo. —Y nos deja

solos. —Siéntate —repito señalándole la silla.

—Te mandé dos mensajes —dice yendo

al grano—. No me has contestado. —

Aunque habla con calma, trasluce cierta

irritación.

—No... quiero decir, no los he visto, he

estado enferma. Hace al menos dos días

que no miro el móvil —le explico, confiando

en que me crea pero sabiendo que, con

toda probabilidad, ésa será la única verdad

que podré contarle. Y añado—: Me alegro

mucho de verte.

Me mira como tratando de averiguar si

soy o no sincera.

—No has vuelto a llamarme —dice

hundiendo las manos en los bolsillos de la

chaqueta, que aún no se ha quitado—.

Supuse que habrías salido con uno de tus

amiguitos. —Esta vez aflora su sarcasmo y

me mira a los ojos.

—Tú tampoco, así que estamos

empatados —le respondo poco convencida,

pensando que si al menos uno de los dos

hubiese dado señales de vida, ahora yo no

estaría así. —Me mira como si intuyese que

le oculto algo. Se me acelera el corazón y

por un instante sopeso contarle la verdad,

pero si lo hiciese se marcharía y no volvería

a verlo—. No salí con mis amiguitos —le

digo intentando eludir su mirada—.

Además, creía que no te importaba —

añado en voz baja, como si acabase de

confesarle lo que siento por él y me

avergonzase.

La habitación se sume en un extraño

silencio. Por primera vez, está sucediendo

algo importante entre nosotros y lamento

no ser capaz de vivirlo plenamente. La

sombra del miedo es venenosa. Me mira

como dudando entre responderme o no. Si

me lo merezco, si se puede fiar de mí. Por

un instante sólo se oyen ruidos

procedentes de la cocina.

—¿Qué hiciste en Nochevieja? —le

pregunto para romper el silencio.

—La pasé en casa de Petrit, nada del

otro mundo. —Se encoge de hombros—. Te

mandé un mensaje por si querías venir. No

sabía que tenías otros compromisos —

refunfuña.

—Me quedé en casa, no fui a ninguna

parte, lo siento si no me crees.

Me mira a los ojos y comprendo que no

se ha tragado una sola palabra de la

historia del móvil.

—Si hubiera estado bien habría ido, me

habría encantado, en serio —le digo para

arreglar las cosas.

Gabriele desvía la vista y luego vuelve a

escrutarme.

—De acuerdo —se limita a decir, y

respira hondo—, en ese caso nos veremos

en el instituto.

—No sé si volveré. Quizá sea como tú

dices y no sirva para nada. —La voz me ha

temblado, ojalá no se haya dado cuenta.

—El problema es que nadie te aceptará

como albañil —comenta serio.

Se nota que se le ha escapado, que no

está para bromas.

Me encojo de hombros y tampoco logro

reír. Tengo ganas de salir de la cama, de

abrazarlo y decirle lo estúpida e ingenua

que soy.

—¿Cuánto tiempo debes quedarte en

casa? —Dos o tres días, aún no lo sé seguro.

—Bien, nos vemos en clase. ¿De

acuerdo? —Me mira con aire grave para

darme a entender que me esperará allí.

—Vale —asiento, y trato de sonreírle,

pero las lágrimas se me escapan.

Se acerca a la cama y se inclina para

besarme. Entonces le rodeo el cuello con

los brazos y lo atraigo con fuerza hacia mí,

hundo la cara en su chaqueta y, justo así,

tan cerca, empiezo de nuevo a temblar.

—¿Qué te pasa? —me susurra,

abrazándome con fuerza.

—Tengo frío... Es la fiebre.

Cuando se marcha, antes de meterme

de nuevo entre las sábanas, cojo el móvil

del bolso. Hay tres mensajes, los dos de

Gabriele y uno de Giovanni. Leo los de

Gabriele: en el primero me invita a casa de

Petrit para pasar la Nochevieja, en el

segundo me felicita el año. Luego me armo

de valor y leo el de Giovanni: «Feliz año,

gatita.» Vuelvo a ver su cara, a oír su voz,

las palabras de aquella noche, llenas de

obscenidades y rabia, y me echo de nuevo

en la cama. Después hundo la cara en la

almohada para ahogar los sollozos que me

asaltan de repente y no logro contener.

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