—Cerem —el hombre trató en vano de hacer que su esposa mirara la situación a través de sus ojos— no me he rendido, solo he aceptado nuestro designio.
Y nuevamente aquello.
¡DESIGNIOS! ¡ALLAH! Un Dios entre tantos que como todos hacía su voluntad sin mirar a quien dañaba en el proceso... Cerem estaba harta.
—¡No me importa lo que tu Dios tenga para decir! —gritó totalmente alejando al hombre— ¡¿Que ya no me ha quitado suficiente?! —preguntó.
—¡Cerem! —regañó el Sultán.
—¡¿QUE?! —exclamó ella sin hacer caso a la razón— ¿Acaso miento? —preguntó dolida por el reproche sin sentido que ahora le hacía Suleiman— he sido atormentada por cada Dios que conozco desde que tengo memoria —relató— fui esclavizada, abusada, mi familia me fue arrebatada en tantas ocasiones que incluso ya perdí la cuenta, conocí la muerte mucho antes que la libertad ¡Y ahora...! —su oración se detuvo a causa de un sollozo— ahora que realmente soy feliz, tu Dios decide que ha sido suficiente y simplemente me arrebata a mi precioso hijo...
La mujer se secó las lágrimas en vano pues estas siguieron corriendo por sus mejillas.
—Entonces ¿Como me pide que no insulte a tu Dios? ¡¿Como no puedes tú no estar en su contra cuando también te están arrebatando un hijo?! ¡Si a mi juicio recae, entonces tu Dios bien puede irse al infierno del Dios Cristiano-! —las iracundas palabras de la mujer fueron detenidas por un golpe seco que resonó en la habitación.
La mejilla de Cerem ardió de una forma en la que no lo había hecho en mucho tiempo, y por al menos un par de instantes las lágrimas dejaron de correr.
—Cerem —llamó Suleiman sin ni siquiera el mas mínimo atisbo de arrepentimiento en su voz— incluso si ahora estás herida, ¡No te permito soltar una blasfemia de tal magnitud!
La sultana alzó la mirada, y con ojos llorosos, pero sin ser capaz de soltar ni siquiera una lágrima mas, observó silenciosamente la figura esbelta e imponente del Sultán, quien parado frente a ella, le reiteraba que Allah era por sobre todas las cosas... Justo.
—Incluso ahora, cuando nos quita un hijo a ambos, nos da la dicha y el consuelo de traer otro a este mundo pronto —exclamó el hombre quizás como un consuelo para sí mismo.
Cerem solo calló y observó.
—Los Doctores han hecho hasta lo imposible por él, debes entender que esto ya no está en nuestras manos —de repente, la ira en Suleiman pareció apaciguarse— Cerem... —aquel condescendiente tono de voz no hizo mas que enfurecer aún mas a la regente.
—Eres... —sus primera palabra labró el camino de una conversación repleta de desprecio— eres el peor de los hombres —masculló antes de levantarse de la cama para alejarse aún mas del Sultán—¡¿Como te atreves a pedirme calma cuando tu has sido el causante de toda esta desgracia?! —reclamó.
Suleiman no supo qué responder a causa de la impresión.
—¡TU...! ¡TU Y TU MALDITA DINASTÍA! —gritó señalando al hombre— ¡Tu y tus malditas mujeres quienes trajeron esa maldita enfermedad a mi palacio! No te bastó con MATAR a Mahidevran ¡AHORA TAMBIÉN QUIERES MATAR A MI HIJO!
—¡CEREM! —Suleiman se acercó peligrosamente al espacio en donde de encontraba su esposa, con una mirada llena de ofensa e ira se impuso ante ella casi como una amenaza.
Pero la regente de Constantinopla no cedió.
—¡¿QUE?! —gritó sin temer las represalias— ¡¿Volverás a golpearme?! —preguntó totalmente histérica— ADELANTE —incitó— matame a golpes ¡Te reto! —Suleiman retrocedió— ¡Eso es lo único que te falta por hacer en mi contra!
—¡ES SUFICIENTE! —gritó igualmente iracundo— ¡No te permito esta falta de respeto a mi persona! ¡SOY TU SULTAN, TU DEBES-!
—¡YO NO TE DEBO ABSOLUTAMENTE NADA! —sin pensarlo, Cerem tomó el delicado jarrón que decoraba su escritorio y lo lanzó en contra del regente— ¡Tu me debes a mi!
Suleiman apenas fue capaz de esquivar el objeto, pero tal fue su sorpresa ante el acto, que se quedó totalmente callado ante los reclamos de su esposa, quien no tuvo ni siquiera un ápice de piedad.
—¡Me has ultrajado! ¡Me condenaste por pecados que yo ni siquiera cometí! ¡ME AISLASTE EN UNA PROVINCIA EN DESGRACIA! ¡Y ahora te rindes con mi hijo! —Cerem comenzó a lanzar cada objeto que tenía cerca— ¡¿Como te atreves a amenazarme?! ¡¿COMO TIENES TAL DESCARO?!
Pronto, cuando los objetos se acabaron, la mujer, manchada de lágrimas y desgracias se acercó a su esposo con un semblante que demostraba que estaba fuera de sí, y con una sonrisa casi cínica habló.
—Escúchame bien maldito... No hay NADA que puedas decir o hacer para que yo retroceda, TODAS las torturas que pienses en hacerme ya alguien mas me las hizo, ni el encierro ni la muerte me quitan el sueño, mi hijo está muriendo y ya no puedes quitarme nada ¡Ni siquiera tu amor, que tanto me profesas! —con manos temblorosas la mujer secó sus lágrimas y se obligó a retomar la cuerda del auto control— pero yo sí puedo quitarte algo a tí...
Suleiman observó con horror como un abre cartas se clavaba ligeramente sobre el delicado cuello de su esposa mientras esta lo miraba con una determinación aterradora.
—No te permito rendirte —expresó— si Mustafá muere, entonces cavaras dos tumbas y lloraras por tres cuerpo.
—¡Cerem...! Recobra el sentido —el Sultán totalmente asustado dio un paso al frente tratando de negociar, pero su mujer dio dos pasos atrás.
—¡No, recóbralo tu! ¡No tienes derecho a pedirme nada despues de habermelo quitado todo! ¡Por tu culpa perdí a mi querida Sultana! ¡Fueron tus mujeres las que mataron a Ayse y luego la culparon vilmente! ¡Así que no te permitiré que me quites nada más! —exclamó— si Mustafá muere... No importa lo que hagas, no importa a donde me lleves o donde y con quien me encierres... Yo encontraré la forma de morir y juro que te hare llorar lágrimas de sangre sobre la tumba de nuestros hijos —amenazó.
—¿Han encontrado algo? —preguntó la mujer mientras elegía un par de frutas.
—Me temo que no... —contestó la sirvienta— nuestro pobre príncipe sigue muy enfermo... Y los medicos no tienen esperanza —murmuró llena de tristeza.
—Nuestra Sultana debe estar destrozada...
—Lo está, no ha salido de la habitación en mucho tiempo... Tememos por su salud una vez pase lo inevitable...
—¡No digas eso! —regañó la mujer— no hay que pensar de manera tan negativa, nuestro príncipe se repondrá ¡De eso estoy segura! Pronto, un medico responderá a la convocatoria del Sultan y lo sanará, ya que estos incompetentes que están aquí no han podido... —refunfuñó.
—Disculpen... —una anciana mujer, de acento extraño, cuyos rasgos eran obviamente extranjeros se atrevió a intervenir en la conversación— ¿Que es lo que tiene el príncipe? ¿Y por que todos parecen tan preocupados? ¿Acaso no hay mas herederos en este Imperio?
—No es nada de eso mujer —intervino un hombre— gracias a Allah, hay muchos herederos varones, pero temo que ninguno podría llegar a ser mas valeroso que nuestro pequeño príncipe —declaró con tristeza.
—El príncipe de esta provincia fue criado lejos del palacio, alejado de su padre y sus otros hermanos —explicó otra mujer— su madre, nuestra regente, la Sultana Cerem, lo ha criado con una devoción que es solo comparable a la que Allah nuestro señor nos tiene a nosotros como hijos.
—¿Una mujer los gobierna? —preguntó la joven mujer que acompañaba a la anciana extranjera.
Los pueblerinos asintieron con cierta gracia y una sonrisa encantadora, entendiendo el asombro de los recién llegados, con placer y nostalgia comenzaron a relatar la llegada de su Han al pueblo y todo lo que esta había hecho por ellos.
—Suena como una gran mujer... Es triste que la desgracia la miré tan de cerca —murmuró la joven extranjera.
La mayor, quien había dejado de prestar atención al relato hace mucho tiempo, tomó el brazo su hija y con un fuerte apretón llamó su atención.
—¡Es aquí! —anunció con cierta euforia— es aquí a donde las cartas nos ha llevado, aquí, con el rey, la muerte y el palacio, es este lugar...
—Mamá, ¿Estás segura?
—Las estrellas me guiaron aquí, lo sé Arya, es aquí —aseguró.
La hija miró a su madre con cierta duda, pero despues de unos largos segundos asintió— Entonces encontraremos la forma de llegar al rey...
Ambas asintieron con convicción.
...
Un recordatorio de que las palabras en cursiva son en otro idioma, y pues.... ¡Arriba la esperanza abuelita!
Vamos por mejor camino.
Con respecto a la discusión entre Cerem y Suleiman, lo único que tengo por decir es que Cerem no está viendo todo el panorama, aunque me duela, tenemos que recalcar que irse de Estambul era algo que ella también deseaba, pero tambien recordemos que Suleiman prácticamente la abandonó por mas de un año despues de eso así que su reclamo es hasta cierto punto válido, y a la vez no.
Y pues ¿Han escuchado de la ira femenina?
Cerem simplemente está harta de Suleiman y tiene una buena razón, si él se hubiera mantenido en silencio, quizás su matrimonio se hubiera incluso arreglado.
Esa es la desgracia de los hombres que creen merecer todo, simplemente no saben callarse cuando la situación lo requiere.