La dama que se alzó de entre...

By braincell4rent_

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-Tienes que crear un hombre para mí, con el que pueda vivir e intercambiar el afecto que tan necesario result... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33

Capítulo 3

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By braincell4rent_

Évelyne Beaumont fue el nombre elegido. 

Évelyne como una derivación un poco más moderna del apelativo de un personaje de las primeras historias bíblicas que la criatura escuchó. Y, en cuanto a Beaumont... Bueno, Victoria había mencionado algo de que todo buen cristiano necesitaba un apellido para acompañar al nombre. El monstruo estaba al tanto de esto, pero no se le ocurrió pensarlo a mayores, de ahí que fuese su creadora quien eligiese "Beaumont" al azar, alegando que hacía referencia al lugar donde se encontraron.

Como fuera, ninguno de los nombres fue pensado en demasía. No por falta de ganas, sino porque no quedaba mucho tiempo.

La criatura, o Évelyne —como se referirían a ella desde ahora—, debía estar en posesión de un nombre desde antes de subir a la diligencia. Pues, aunque se había decidido que Victoria se encargaría de tratar con los humanos que se encontraran a lo largo del trayecto, hubiera resultado extraño para dichas gentes el ver cómo la científica se refería a su persona como "monstruo" o "criatura". Incluso aunque tales términos no fueran usados con ánimo de ofender.

La distancia hasta Ingolstadt era de más de seiscientos kilómetros, por lo que el viaje se prolongaría durante varias jornadas, realizando múltiples paradas para comer y descansar.

Según comentó, Victoria hasta tenía planeado detenerse unos días en Múnich para realizar una serie de recados, puesto que tendrían que pasar por allí de camino a la otra ciudad, de todos modos. Así que, en definitiva, les aguardaba una larga y seguramente tediosa travesía.

Y, si debía ser honesta, ésa era la principal razón por la que Évelyne acabó aceptando esa dichosa contraoferta de su creadora.

Considerando que tardarían más de un mes en alcanzar su destino final, eso le daría el margen suficiente para analizar con cuidado las acciones de Victoria. Hasta ese instante, dado que sus encuentros fueron cortos y esporádicos, sólo había podido verla con la guardia alta y casi siempre con un nuevo plan bajo la manga, por si se le venía abajo el actual.

Évelyne quería asegurarse de que no mentía al decir que no representaba ningún peligro para ella. Y, mientras que el estar encerrada tras los muros de una ciudad podría ponerla ansiosa, el hecho de que ahora estuviesen viajando por amplias zonas de terrenos, con tan pocas personas que fuesen testigos de sus andanzas, la aliviaba un tanto.

Sabía que, si cualquier contingencia surgía y ya no creía en la palabra de Victoria para tener la fiesta en paz, podía marcharse sin que nadie tuviese capacidad de detenerla o inclusive deshacerse de su creadora sin que ésta apenas opusiese resistencia.

Nunca lo había mencionado, pero antes de prender fuego a la casa de aquellos campesinos que tan mal la trataron al conocer su existencia, robó unas cuantas de sus pertenencias antes de volver a partir. Y, entre las mencionadas pertenencias, estaba un pequeño cuchillo que pensó serviría para una vasta cantidad de propósitos. Luego, ¿podría ser una de estas utilidades el amenazar a alguien que se negaba a cooperar?

En un inicio, Évelyne sólo planeaba sentarse y observar, pero era bueno el saber que llevaba un arma oculta en sus ropajes que podría utilizar si se sentía amenazada.

El otro motivo por el que quiso ir con Victoria era por mera practicidad y ahorro de energías: Habiendo decidido no rendirse en su afán por tener un compañero de su misma especie, y siendo que tampoco Victoria se retractó de su decisión de negárselo, el acoso continuo era lo que tocaba realizar. Entonces, ¿qué sentido tenía ponerse de malas con ella si de todos modos planeaba seguirla hasta Ingolstadt? La respuesta era ninguno.

Resultaba mucho más productivo fingir que estaba de acuerdo con sus términos, con el quedo propósito de ahorrarse el tener que hacer el extenso camino a pie. ¿Para qué hacer tan arduo peregrinaje cuando había una humana dispuesta a proporcionarle un vehículo? Aparte, esa persona era la misma que deseaba vigilar, aceptar pues su oferta era como matar dos pájaros de un tiro.

De este modo, el día en el que Victoria tenía planeado iniciar su viaje, Évelyne fue con ella.

O quizás "ir" no sería la manera apropiada de describirlo, puesto que no era una opción viable el que la criatura cruzase los muros de Ginebra —ni siquiera habiéndose enfundado en su disfraz de pueblerina normal y corriente—, mucho menos apersonarse ante la familia Frankenstein mientras ellos se despedían de su hija mayor. Así que el plan debía desenvolverse de otra manera un tanto más discreta.

Victoria dio su adiós a los suyos y subió a la diligencia estando todavía dentro de la ciudad. Minutos más tarde, cuando ya hubo perdido de vista tanto a su familia como a las empedradas calles del lugar que la vio crecer, mandó detenerse al cochero a tan sólo unos pocos metros del campo donde acordaron que la criatura la estaría esperando.

Évelyne no tenía demasiada confianza en que el coche fuera a parar ya que, aunque era cierto que con su nuevo traje no resaltaba tanto, seguía luciendo un tanto desgarbada. El día que aceptó la oferta para marchar a Ingolstadt, Victoria le había mencionado que, aparte de un baño, tampoco le vendría mal aprender a peinarse. Y sí, lo intentó. Su creadora hasta se tomó la molestia de, ese mismo día, acudir a verla al amanecer para asegurarse de que lucía mínimamente presentable.

¿Valió la pena? Évelyne no lo sabía, lo que sí es que Victoria se quejó de su trabajo con el peine y había acabado rehaciendo su moño por completo.

Por lo menos, pensaba la criatura, el sombrero ocultaba parcialmente su rostro. Y tal vez fuese por esta precisa razón que el cochero no pasó de largo, sino que obedeció la orden de Victoria e incluso tuvo la gentileza de ayudar a Évelyne a subir a la parte interior del carruaje, donde estaban los asientos para los pasajeros. Yendo al extremo de incluso depositar su única maleta con cuidado, sobre el tejado del vehículo.

A Évelyne todo esto le pareció una amabilidad excesiva, algo que agradecer por todo lo alto. ¡No sólo esta desconocida persona no huía nada más verla, sino que se tomaba el tiempo de prestarle un servicio! ¿Dónde se había visto eso antes? Estaba emocionada y con razón.

Ni siquiera Victoria, apuntando que el cochero se comportaba así únicamente porque ella quedó en pagarle un extra a cambio de llevar a otra clienta, logró disipar su buen humor.

—Por curiosidad, ¿puedo saber cómo lograste pasar desapercibida estos dos años? —inquirió la científica de repente, una vez ya estuvieron acomodadas dentro de la diligencia, una frente a la otra—. Para ser más específica, ¿cómo llegaste hasta Ginebra sin que nadie te detuviera?

Évelyne se sobresaltó al escuchar la pregunta. No porque le diese reparo contestar, ni nada por el estilo; es que ambas pasaron en silencio casi tres cuartos de hora, desde que compartían aquel pequeño espacio, y no se esperaba que Victoria le dirigiese la palabra hasta que el coche realizase su reglamentaria parada de descanso.

—No fue tan difícil, me mantuve en los bosques la mayor parte de esos dos años. No solía acercarme a pueblos ni carreteras, excepto quizás por la noche, mientras todos dormían.

—Eso me habías comentado, es sólo que me resulta curioso que no te cruzaras con nadie mientras huías de Ingolstadt. Mi casa allí estaba a las afueras, en un barrio sin demasiada actividad. Pero aun así deberías haber visto a alguien.

Si tuviera que ser sincera, Évelyne podría admitir aquí que sí se topó con varios transeúntes quienes, tras verle la cara, echaron a andar más aprisa en dirección opuesta. Un grupito de niños la insultó y le tiró piedras mientras pasaba por su vecindario. Y, también, fueron varios perros los que le ladraron y persiguieron a través de varias manzanas.

—No recuerdo a nadie en particular —repuso Évelyne, en cambio—. Estaba algo desorientada.

—Sí, era de esperarse. Tan sólo me alegro de que no te parase la policía, de lo contrario tú y yo estaríamos en graves problemas.

"¿Ambas o sólo yo?", se preguntó Évelyne. Puede que si las autoridades registraran los papeles que llevaba encima los condujera a la morada de Frankenstein, pero desde luego tenía claro que, de no llevar consigo ninguna prueba incriminatoria, Victoria jamás habría contactado a la policía para reclamar a su monstruo de los calabozos.

Como fuera, no dijo nada. No le apetecía abrir un nuevo debate y de todas formas parecía que Victoria tampoco estaba muy por la labor. Pues, tras haberse quedado satisfecha con la contestación que obtuvo, no volvió a plantear más cuestiones y el silencio volvió a reinar entre ellas.

Quizás esta situación podría resultar incómoda en un inicio, pero lo cierto es que Évelyne se acostumbró con bastante rapidez.

Puede que apenas se dirigiesen la palabra, pero tampoco era como si el silencio lo opacase todo. Con las ventanas cerradas, todavía podía oírse a la perfección el sonido del carruaje recorriendo los caminos, sorteando baches, así como los correspondientes ruidos del rural o inclusive de las aldeas por las que pasaban entretanto.

Siendo de día, las cortinas permanecían descorridas, por lo que Évelyne podía sentarse en la esquina más próxima a la puerta y quedarse contemplando el paisaje por tanto como quisiera. Victoria pronto perdió cualquier interés que pudiera haber tenido en ella e, ignorando por completo su existencia, se puso a leer una novela.

Évelyne quería estar lo más alerta que pudiera, durante todo el trayecto. Sin embargo, apenas un par de horas después de salir de Ginebra, se quedó dormida.

Era algo inevitable, considerando el conjunto. Por muchos lugares en los que hubiera estado, la criatura nunca había probado un asiento tan mullido como el que ahora se le permitía utilizar. Ni siquiera las hojas secas o la paja que alguna vez usó para crearse un nicho se sentían igual. Así que si a la novedad se le sumaba el que de veras estaba cansada, dado lo temprano que se había levantado esa mañana, no era de extrañar que al cabo de poco quedase traspuesta y no despertase hasta que el sol comenzó a ponerse.

—Es hora de bajar —sentenció Victoria sin dar mayor explicación.

Évelyne quiso quejarse por el brusco despertar. La diligencia al parar no fue lo que la despertó —de hecho, era probable que ésta se hubiese detenido varias veces mientras estuvo en brazos de Morfeo, para que los caballos descansaran—, sino la maldita humana que se sentaba ante ella.

¿Le había dado una patada para llamar su atención...? No estaba segura. Se lo había parecido, pero tampoco es que la pierna donde sintió el impacto le doliera especialmente luego de ese primer instante. Aparte, en cuanto Victoria la avisó de que debían bajar, se dirigió directamente a la puerta y salió, sin darle oportunidad a réplica.

La protesta murió en la garganta de Évelyne.

Tal vez se estaba acostumbrando a este tipo de ofensas, pero creyó que era mejor no obcecarse en un comentario hiriente que le había quedado en la punta de la lengua y centrarse en lo positivo; después de todas esas horas en un espacio tan restringido, estaba satisfecha de poder salir al exterior y estirar las piernas.

La diligencia partió de Ginebra al mediodía, poco después del almuerzo. Y ahora, tan cerca ya de la hora de cenar, se había detenido por fin en una de las céntricas calles de una pequeña villa.

Victoria le dio instrucciones al cochero para que bajase parte del equipaje y, justo después, le indicó a Évelyne que la siguiera hacia un edificio en particular. Una posada, para ser precisos.

Lo cierto es que a la criatura apenas le dio tiempo a analizar donde se encontraba, mucho menos a cavilar si era prudente o no el aceptar cualquier orden que se le diera y entrar a un establecimiento desconocido, situado en una aldea cuya entrada principal ya había cerrado y por la que, por tanto, no podría volver a salir hasta el amanecer.

Pero el cielo ya estaba oscureciendo, las empedradas calles eran iluminadas por farolas que permanecían de pie sobre las aceras, a cada tantos pasos de distancia unas de otras. Y por el vecindario apenas transitaban unos cuantos vecinos, posiblemente volviendo de sus respectivos trabajos, lo único que debían desear era terminar la jornada cuanto antes, por lo que apenas miraron en la dirección de la recién llegada diligencia.

Esto alivió a Évelyne. Se había pasado el día, en cierto modo, escondida. Y ahora que se descubrió ante el mundo, en un lugar que debería estar poblado, nadie le estaba prestando atención.

Por supuesto, esto no podía considerarse una auténtica prueba de fuego. Siendo tan tarde y con la mayoría de la gente apresurándose a sus casas, no era como si alguien estuviese de humor para atender a cualquier forastero que apareciese por la villa. Puede que, de momento, las cosas fueran bien. Pero ya se vería si todo continuaba tan pacífico cuando se adentraran en Múnich, por ejemplo, que era una ciudad con cientos de miles de habitantes y ni siquiera en las horas de oscuridad podría decirse que el lugar estuviese muerto del todo.

Como fuera, por lo pronto Évelyne siguió a Victoria hasta el interior del hostal. El cochero le había entregado las dos bolsas de equipaje antes de comentar por lo bajo que iría a dejar el carruaje en los establos más próximos, puesto que la científica no parecía tener intención de cargar con su propia bolsa. ¿Habría notado siquiera lo que el conductor decía...?

A Évelyne esto no le preocupaba, más asustada estaba de que alguien fuese a adivinar sobre su procedencia sólo con echarle un vistazo. Y es que, mientras que afuera la luz era tan tenue que resultaba casi imposible distinguir los rostros de lejos, una vez en el vestíbulo de la posada era como si todas las lámparas se concentrasen sobre la criatura.

No, no es que hubiese tampoco mucho movimiento en el interior del local, pero aun así Évelyne no pudo evitar asustarse cuando un hombre, presumiblemente el dueño, hizo acto de presencia desde uno de los habitáculos situado detrás del mostrador de recepción.

"Actúa como si estas personas no tuvieran el derecho de hacer una quema de brujas contigo en medio de la plaza", le había dicho Victoria esa misma mañana antes de partir, a modo de consejo. La susodicha estaba intentando retomar su teoría de días atrás, de que el cómo la percibiera el resto era más una cuestión de actitud que de aspecto. Pero, por razones evidentes, Évelyne no se sintió reconfortada con esas palabras.

Mucho menos ahora, recordándolo a la par que se daba cuenta de que ella y Victoria eran las únicas personas que allí se hallaban, siendo objeto de escrutinio por parte de este sujeto.

Sin darse cuenta, Évelyne dio un paso atrás cuando su vista se cruzó con la del posadero, aunque ni él ni nadie semejó reconocer su ansiedad imperante. Y, puesto que fue Victoria quien tomó la iniciativa de acercarse al mostrador y pedir una reserva, la atención que podría haber sido impartida hacia sí misma enseguida derivó hacia otra parte.

—Habrá sido largo camino desde Ginebra, imagino —comentó el dueño, una vez llegados a un acuerdo y poniendo el libro de visitas ante la científica para que lo rellenara con sus datos—. ¿Puedo preguntar a dónde planean ir?

—Cruzaremos la frontera hacia la Confederación en unos días —repuso Victoria sin concretar más.

Si ya era una rutina el ocultar cosas a sus parientes, con desconocidos ni siquiera intentaba pretender ser amigable.

—Es buena época para viajar, si esperasen un par de semanas más, es posible que buena parte de las carreteras estuvieran bloqueadas por la nieve —Viendo que no conseguía la reacción deseada, el dueño optó por obviar las frases usuales que utilizaba para dar la bienvenida a sus clientes y, en cambio, procedió a plantear un tema que nunca fallaba en despertar interés—. Pero, ya que están aquí, ¿han cenado? Tenemos un restaurante aquí al lado, o si prefieren podemos llevarles la comida a su habitación.

—Como bien ha dicho, ha sido un viaje largo. Estaría bien si pudiésemos cenar en la privacidad que nos dará el cuarto que nos asigne.

—Bien, en tal caso les indicaré en qué estancia se hospedarán y en un rato mandaré a una doncella para que les informe sobre el menú...

—No es necesario —le cortó Victoria, tomando la llave que se le ofrecía—. Quiero decir, no es preciso que mande a ninguna doncella, pues yo misma planeo volver a bajar hasta recepción. No tiene mucho sentido que haga dos recorridos en vano.

—Como prefiera.

—Y una cosa más, ¿las habitaciones disponen de baño?

—Desde luego, tenemos las letrinas usuales al final del pasillo y una tina en el propio cuarto, por si quieren darse un baño —Mirando de reojo a Évelyne, añadió—. A propósito de esto, si desean bañarse, díganmelo y mandaré que les suban un par de cubos de agua caliente.

¿Fue cosa de la criatura o ese último comentario se hizo en específico para ella? Fuera como fuese, Victoria aceptó la oferta en el acto y, tras unas breves explicaciones a mayores por parte del dueño acerca de la ubicación exacta de los dormitorios, ambas subieron a la primera planta.

Como la posada era humilde, sus habitaciones apenas contaban ornamentación alguna. La habitación que se les cedió, sin ir más lejos, tan sólo contaba con un par de camas separadas entre sí por una rústica mesilla de noche, una butaca medio raída por el paso del tiempo, una cómoda que no se veía mucho mejor y un par de cuadros cuyos colores ya habían comenzado a ceder del lienzo.

Todavía quedaba una mesita en una esquina, con un par de sillas, pero nada de esto ayudaba a que el lugar pareciera un poco menos gris.

A un lado se situaba otra puerta a mayores, la cual daba paso a otra estancia donde se ubicada la tina de la que el posadero les habló. Évelyne era perfectamente consciente de que, de solicitar un baño, ella sería la primera que lo requeriría. Ni siquiera después de todos aquellos días, primero encontrándose con su creadora y luego accediendo a acompañarla en su viaje, tuvo ocasión de hacerlo antes.

No es sólo que no hubiese querido lavarse, es que tampoco disponía de los medios ni tampoco el clima semejaba querer cooperar.

Para alguien como Évelyne, acostumbrada a vivir en el exterior cual vagabundo, lo usual sería adecentarse empleando las aguas de algún lago o río que discurriese por la zona aislada donde en ese momento se encontrase acampando. Y le agradaba emplear este sistema en verano, cuando hacía sol y no necesitaba preocuparse demasiado por pasar mucho rato bajo las aguas. Sin embargo en esta época, cuando el frío del invierno comenzaba a acercarse, la idea de tomar un baño le resultaba exactamente lo opuesto a placentero.

Ahora, el riesgo de congelarse no fue un problema esta vez.

Tal como prometió, el dueño del local mandó subir unos cuantos cubos de agua caliente, lo suficiente como para rellenar la tina que le serviría de bañera. Y así, mientras Victoria optaba por desaparecer del ambiente, Évelyne se quedó disfrutando de su baño hasta que el agua comenzó a enfriarse.

Para cuando por fin salió del cuartucho, ya enfundada de nuevo en sus ropas, la científica todavía no había vuelto.

"¡Si tan sólo ya no regresara...!", había llegado a pensar, por un instante olvidándose no sólo de la petición a la que no había desistido, sino también de una posible venganza. Lo cierto es que el viaje estaba siendo ligeramente mejor de lo que esperaba: Pasándose el día sentada junto a la ventanilla de la diligencia, pudo viajar docenas de kilómetros disfrutando del paisaje, sin preocuparse por su propia supervivencia como un constante. Victoria no la había molestado con ninguna petición descabellada ni recriminado de modo alguno, más bien se pasó buena parte de la jornada ignorándola. Y, lo mejor de todo, las pocas personas con la que se topó no habían huido.

Puede ser que todavía la cosa debiese mejorar, ya que aunque nadie huyera, sí captó todavía un par de miradas un tanto divididas entre el miedo y el desdén. Pero ya era un avance que contuviesen sus instintos de echar a correr, así que prefería conformarse.

Siendo que ahora se sacó de encima una capa de mugre que sin duda había hecho cambiar su color de piel, confiaba un poco más en que los humanos no la encontrasen tan repulsiva. Además, pensaba, ¡era la primera vez que tenía acceso a esa cosa llamada jabón! ¿Por qué no se enteró antes de que eso existía? Si lo hubiera tenido antes, con lo bien que olía, puede que no le hubiese importado tanto cometer una locura y arriesgarse a sumergirse en las aguas de cualquier manantial con mayor frecuencia.

En definitiva, este viaje no debería ser sólo con objeto de vigilar a su creadora, sino también de aprender lo más posible: En el futuro, si continuaba con su idea de independizarse y volver a los solitarios campos, deseaba tener una mejor idea de cómo sobrevivir empleando las mayores comodidades posibles.

Évelyne se recostó en su cama, todavía absorta en su imaginario. Tenía el pelo mojado y era del todo obvio que las mantas acabarían igual, mas no parecía importarle. Estaba cómoda, así no se volvió a levantar hasta que escuchó la puerta de la habitación abrirse y vio a Victoria entrar.

—¿Has terminado? —había preguntado nada más llegar, refiriéndose a la tina que podía divisarse gracias a la puerta entreabierta que separaba ambos cuartos.

—Sí —Y, recordando que el posadero había mencionado que no tendrían problema en preparar un par de baños, proporcionándoles más agua caliente, quiso añadir—, si quieres ya puedes usarla.

—Mejor no —Victoria se había acercado hasta la tina y, tal vez notando el agua grisácea y considerando lo que se tardaría en drenar y luego limpiar todo para producir un nuevo baño decente, terció—, creo que esperaré a mañana. Hasta entonces, debes de estar hambrienta; me he tomado la libertad de pedirles a los empleados del restaurante que te preparen algo. Imagino que lo subirán en breve.

—¿Y qué hay de ti?

—Ya he cenado abajo, mientras te estabas desintoxicando. Así que no necesitas esperarme, tú sólo cena cuando llegue la comida y mientras tanto yo repasaré mis documentos antes de irme a dormir.

En este punto, era más que evidente quién no deseaba relacionarse con quién.

¿Iban a pasarse así lo que restaba de camino? Évelyne apostaría que sí, aunque todavía no podía decir si esto era algo que le desagradase. Porque sí, no se sentía bien el ser ignorada, pero tampoco estaba convencida de que desease obtener la atención de Victoria. Y, si una cosa debía admitir, era que hubiera sido harto incómodo el sentarse a la mesa en silencio frente a ella.

No, no iba a poner objeción alguna a este arreglo. Comería apartada de todo el mundo, como ya tenía por costumbre, y en cuanto acabase y todavía participando en ese juego del silencio, se metería en su propio catre y esperaría a que un nuevo día viniese.

No era un plan de ensueño, pero serviría.

Victoria se mantuvo enfrascada en sus papeles durante buena parte de su cena y, después, cuando el sueño amenazaba con vencerla, sólo se dirigió a Évelyne un instante para indicarle que apagase la luz antes de acostarse. Una medida tan prudente como necesaria, para evitar que las velas se consumiesen del todo o, peor, se provocase un incendio por descuido. Tras decir esto, dejó los documentos a un lado y se resguardó bajo las mantas, dispuesta a dormir.

Media hora pasó y la criatura ya hacía rato que había terminado con su cena. ¿Y si aprovechaba para...?

Évelyne sacó el cuchillo que estuvo guardando y se acercó a la cama donde Victoria permanecía profundamente dormida. ¿No era este el momento que había estado esperando? A menudo se trató de auto convencer de que no le producía ningún placer matar. Y, hasta cierto grado, eso era cierto; no disfrutaba de asustar a los transeúntes que se topaba por las calles, mucho menos de acabar con la vida de inocentes, por mucho que estos la hiriesen sin pretenderlo. Pero con su creadora... Con ella era distinto. ¡Cuántas veces no le habría deseado la muerte, incluso antes de saber cómo maldecir en lenguaje humano!

Y ahora estaba ahí, indefensa y desarmada. Si le pasase la hoja por la garganta, era muy probable que a Victoria no le diese tiempo a forcejear ni a pedir ayuda. Todo acabaría ahí. Évelyne no tendría por qué seguir sufriendo, pues aunque no hubiese logrado su objetivo final de hallar un compañero, al menos tendría la satisfacción de ver cómo la causante de todos sus problemas sufría una dolorosa muerte.

¿Por qué no adelantarse, entonces? La ansiedad de no saber si la aceptarían en el siguiente pueblo que visitara también se iría. Además, ahora tenía acceso a ropa nueva y las posesiones de la científica, nada podría impedirle deshacerse de ella, tomar esos objetos —incluido el dinero— y marcharse.

Évelyne sujetó con fuerza el mango del cuchillo y se acercó un poco más al catre. Era ahora o nunca. 

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