Disclaimer: Los Vengadores no me pertenecen, son de Disney y de Marvel. Solo la historia y los personajes que no reconozcan son míos.
NOTA: Ruso en negritas y flashback en cursiva.
Natasha
La idea de ir a América rondó por mi cabeza desde ese momento, hasta el punto de convertirse en una obsesión. Algo me decía que era la única manera de desenredar la maraña de recuerdos que tenia en mi mente, pues en mis sueños más tranquilos la bandera de aquel país ondeaba con honor frente a mi.
—Te amaré por siempre, mi amor...
Esa voz me atormentaba y me tranquilizaba por partes iguales. ¿Quién era él? Por más que me esforzaba, no era capaz de recordar su nombre, a cada día que pasaba, temía que lo olvidaría como todo lo que me había pasado antes de despertar en ese maldito hospital.
—¡Nat! ¡Nat! ¡Tenemos que irnos!
Giré la cabeza para encontrarme con Peggy, nunca la había visto tan emocionada. Se había desecho del uniforme de enfermera, cubierta por un largo abrigo negro.
—¿A dónde vamos?—cuestioné, confundida.
—Conseguí que te hicieran una entrevista para que obtengas un visado de refugiada en la embajada británica, ¡tienes que apresurarte!
Me detuve en seco al escuchar eso, parpadeando varias veces para intentar recomponerme.
—¿CÓMO CARAJOS?—respiré profundamente—Peggy, no puedo enfrentarme a una entrevista...¡no sé nada de mí!
La inglesa frunció el ceño, no podía creer que estuvieran tan cerca de conseguir lo que queríamos y yo me estuviera acobardando. Desde el momento en que desperté me había dicho que yo tenía un gran deseo por sobrevivir, uno como el que jamás había visto, ni siquiera en los soldados más experimentados.
—Hola...¿recuerdas tu nombre? ¿Sabes dónde estás?
Cuando abrí los ojos, me había encontrado rodeada de enfermeras que solo atosigaban con sus preguntas; necesitaban saber quien era antes de poder atenderla, o se meterían en muchos problemas. Los críminales de guerra alemans eran perseguidos y llevados a Nuremberg, donde eran tratados antes de ser juzgados.
—No, ¿qué pasa? ¿Quienes son ustedes?
Todo en mi mente era una maraña entre la niebla, ni siquiera era capaz de pensar coherentemente en ese momento. Alcé mis manos para verlas, pero eso tampoco me diio ninguna respuesta.
—Me parece que no es alemana, podrían dejarla descansar—rebatió Peggy Carter, desde el fondo de la enfermería—¡Yo me haré cargo de ella!
Y había cumplido con su palabra desde ese día. Recuerdo perfectamente como me sostuvo en brazos cuando me vi por primera vez en un espejo, delicada y rota como una matrushka, mis ojos adornados con enormes hematomas debajo de ellos, el claro signo de una contusión cerebral.
—He hablado con algunas personas en el consulado sobre tu situación especial—Peggy me regresó a donde estábamos, entrelazando su brazo con el mio y dirigiéndome a la salida del hostal—te tendrás que someter a varios estudios antes de irnos, pero si comprobamos que realmente no sabes nada...tendrás una oportunidad.
—Desean saber si no soy una espía, supongo.
—¡No será tan malo! Podré comprarte galletas después.
—¿Acaso me vez cara de niña, Carter?—bufé.
—¿Quieres las galletas o no?
Los nervios no disminuían por más que Peggy intentaba distraerme, solo podía pensar en todo lo que me preguntarían y yo no conseguiría responder, ¿qué pasaría conmigo si descubrían que yo era un enemigo? ¿Qué demonios haría yo misma si me enteraba que formaba parte del eje? Gracias a que habíamos llegado temprano, conseguí recomponerme un poco y poner mi mejor cara cuando nos llamaron a declarar.
—¿Nombre completo?—preguntó el homnre en el consulado, una vez que nos sentamos.
Miré a Peggy, quien solo asintió. Yo estaba cada vez más confundida, se suponía que era una enfermera y, aunque me había hablado del trabajo adicional que solía hacer, esto no era lo que esperaba.
—Natasha—respondí—soy solamente Natasha.
—¿A qué se refiere con eso?
—No recuerdo nada—respondí con hoonestidad—Lo único que sé es mi nombre...y que estoy casada.
Por inercia, jugueteaba con el anillo que traía puesto. Junto a un colgante de mariposas rojas, eran mis únicas posesiones materiales y el nexo que indicaba que le había importado a alguien.
Aquellas palabras parecieron molestar al hombre, quien se giró directamente a Peggy.
—¿Está segura de lo que hace, Agente Carter? ¿Lo mucho que puede estar comprometiendo al MI6 al pedirnos esto?
—Yo doy mi palabra por Natasha—respondió Peggy—Ella estará a mi cuidado.
—Entonces...Natasha—dijo el hombre del consulado, después de varios minutos de tenso silencio—¿Algún apellido para poner en el pasaporte? Puede inventarlo, si quiere, solamente necesito rellenar los formatos.
—Rogers—dije sin pensarlo mucho—Natasha Rogers.
Peggy me miró de una manera extraña, pero no comentó nada. El hombre llenó los papeles y me entregó un pasaporte provisional, que me concedía la protección de Gran Bretaña, mientras no me metiera en problemas. La ropa y el violín que Peggy me había dado era, junto a mis dos joyas era lo único que poseía, así que en pocos minutos tenía todo dentro de una bolsa.Sabía que primero tendríamos que ir a su país natal, pero no esperaba que me gustara tanto.
—Bienvenida a Londres, Nat.
Abrí los ojos con emoción, algo me decía que nunca había estado en ese lugar; todo era aún más desconocido que antes.
—Podría acostumbrarme a estar aquí—dije con sinceridad—Su comida no es la mejor, pero trabajaremos en eso.
—¿Acabas de ofende a todo un país?
—Nos han dicho cosas peores.
Ambas nos miramos a los ojos, había veces como aquella que una simple frase podía darnos más pistas de cual era mi origen, no solo porque me encontraron cerca de Stalingrado.
—¿Estás segura que no quieres ir primero a Rusia?—me preguntó mi amiga, una tarde mientras tomábamos el té en casa de sus padres—Todo parece indicar que vienes de ese lugar, incluso aunque prefieres hablar en inglés, se'que te sientes muhco más cómoda con el ruso.
—Si fuera lo que estoy buscando, ¿por qué soñaría con la bandera americana?
—Me preocupa un poco que sean ellos los que te hayan hecho daño, Nat...
—No lo descubriremos hasta que nos vayamos.
Tomó mi mano y la apretó con preocupación.
—Si esa obsesión no nos lleva a ningun lado, ¿me prometes que regresarás conmigo a Londres?
Sentí como mis ojos se llenaban de lágrimas, Peggy me recordaba mucho a perosnas que realmente había querido y me dolía no poderles dar un rostro o un nombre.
—Tienes mi palabra.
—De acuerdo, Natasha Rogers—dijo con una media sonrisa—Mis padres ya te quieren como una hija, así que más te vale no decepcionarnos y ser una espía.
Eres como una hija para mí, Natka. No quiero que lo olvides nunca.
Apreté la mano de Peggy, de nuevo. Sus palabras traían recuerdos que no sabía donde colocar, bien podrían haber ocurrido dos años antes o en mi infancia.
—¿Crees que debería ver a un médico nuevo?—le pregunté—¿Acerca de mi pérdida de memoría? ¿Tener una segunda opinión?
Los médicos de guerra no habían podido hacer mucho más que decir que yo había sufrido una fractura en la base del cráneo, causando una equimosis periorbitaria, probablemente producida por una caída de alto impacto. Eso era lo que hizo que perdiera la memoría, y solo podían decirme que era cuestión de tiempo para que la recuperara.
—¿En América?—me cuestionó.
Me encogí de hombros.
—O en Londrés, no lo sé...solamente quisiera poder recordar todo y dejarme de estar torturando.
—Ya tenemos los boletos de avión comprados, no veo ningún problema con que busques a alguien en América, seguramente ellos sabrán que hacer.
Sus padres nos habían llevado al aeropuerto, me sentía cada vez más apenada con ellos por todo lo que había pasado, estaban gastando demasiado dinero en una mujer que no conocían.
—Es demasiado, Peggy, lo que haces por mi—bajé la mirada—No creo que ningún trabajo que consiga pueda pagarte...
—Ya te preocuparás por eso después, Nat.
Veía los rostros asustados alrededor de nosotros en el aeropuerto, volar no era la mejor opción para muchos después de la guerra, aún aterrados por los recuerdos de los bombarderos; pero a mi solo me llenaban de excitación. Había algo en estar en el aire que me hacía sentir libre, como en ningún otro momento.
—Pasajeros del vuelvo 923939, con destino a Nueva York, ¡sean bienvenidos! ¡Hemos llegado!
No pude evitar sonreír de oreja a oreja cuando bajamos, los lentes de sol cubrían la mitad de mi rostro. Por primera vez desde que había despertado en Dinamarca, me sentía con vida.
—Tengo ganas de volver a bailar...o tocar el violín—le confesé a Peggy—¡Esto es increíble!
Peggy tenía bastante experiencia moviéndose en las grandes ciudades, así que no me quedaba otro remedio más que seguirla de un lado a otro. Necesitaba buscar un trabajo con urgencia, mi orgulloso se negaba a seguir permitiendo que ella estuviese pagando por mi estancia en Nueva York cuando era yo la que había decidido ir a ese país en busca de mis recuerdos.
—Sigo pensando que no es la mejor idea que vayas sola por la ciudad, Nat—me dijo Peggy—Independientemente de tu memoria, podrías perderte.
Fruncí el ceño.
—No me trates como una niña, por favor, sé cuidarme sola—respondí, dejando la manzana que mordisqueaba en un plato—Nos veremos aquí para tomar el té, también debes ir a trabajar.
Salí a la calle una media hora después de ella, sin saber que ese día mi destino volvería a dar una vuelta completamente, acercándose al horizonte que yo debía tener.
Steve
Seguía sintiendo que algo me faltaba, no había un día en que no la pensara. Dolía saber que Natasha no volvería a abrir sus ojos, a verme; pero mi mayor sufrimiento era saber que ni siquiera había podido verla cerrar los ojos una última vez.
—Ojalá hubiera podido despedirme de ti, mi amor.
Llevaría conmigo ese sufrimiento por el resto de mi vida. Cada vez que caminaba por las calles de Nueva York pasaba mi tiempo imaginando como sería verla en ese lugar, ¿se asombraría de lo que había alrededor? ¿Me haría alguna broma estúpida acerca de ser demasiado americano? ¿Le gustaría vivir conmigo? ¿Se arrepentiría alguna vez de ser mi esposa?
—Steve, ¿hijo?—la mano preocupada de mi madre se posaba en mi hombro—¿Te sientes bien? Podemos regresar a casa si lo necesitas...
—No hace falta, madre.
Me había cansado de que todos a mi alrededor me tratasen como si yo fuera un enfermo terminal, la post-guerra me había dañado, pero seguía siendo el mismo Steve que ellos querían. Me froté los ojos con fuerza, haciendo que mi mente se quedara conmigo en el presente.
—¿Estás seguro?
—Te prometí que iríamos a tomar un helado, ¿no es así?—dije, apretando su mano con cariño—Vamos, antes de que el viejo Rogers se entere y peleé con nosotros por haberlo dejado en casa durante la siesta.
—¡Nunca cambiarás, mi Stevie!—respondió mi madre, pellizcando mi mejilla—Siempre tratando que los demás vean lo bueno, aunque tu estés sufriendo.
—Ya pasará, madre...tu misma me has dicho que el luto no es un proceso sano ni lineal, quizá algún día djearé de extrañarla.
—Jamás pensé que te vería tan enamorado, cariño.
Respiré profundamente.
—Me hubiera encantado que la conocieras.
—Estoy segura que ella vendrá a visitarme en mis sueños, hijo, así como hace con los tuyos.
Caminamos en silencio hasta llegar a la heladería. Una parte de mi deseaba volver a ser el mismo Steve de antes de la guerra, quien no había visto los horrores que el hombre podía hacer; pero después de ver caer la bomba atómica y de perder a Natasha, nada sería lo mismo. Notaba que mi madre se comenzaba a abrumar con mi melancolía, así que la insté a contarme acerca de sus amigas y las cosas que hacía en su tiempo libre, implorando que fuera suficiente para mantener nuestras mentes ocupadas.
—¿Te gustaría ir un rato al barrio del artista?—le pregunté—Podríamos comprar algo para mi padre y las chicas Barnes.
—No le gustará nada que lo estés comparando con las chicas, cariño—mi madre chasqueó la lengua—aunque es una buena idea. He estado pensando que podrías hacer que cambie la carpintería por la pintura, me gustaría que hiciera algo menos peligroso.
Reímos de buena gana, imaginando a mi padre pintando en el suelo con las hijas de Rebeca Barnes. Siempre había quedido nietos, así que no dudaba en que lo haría de buena gana. Al llegar a aquel barrio, escuché una canción en el violín que me devolvió a la guerra, a una noche como ningúna otra.
—¿Desde cuándo tocas el violín, mi amor?
Estabamos solos en aquel invernadero vacío de Leningrado. Se había convertido en nuestro refugio en medio del caos de la guerra.
—Mi madre quería que aprendiéramos todas las artes posibles, que estuvieramos ocupadas.
—¿Y te gusta?—la había cuestionado—porque una cosa es que te hayan hecho aprenderlo y otra que lo disfrutes.
—Honestamente, prefiero bailar—me respondió—Pero aquí ya no hay espacio, antes de que te conociera todavía tenían abierto uno de los salones de ballet en la ciudad...creo que el mismo dia en que tiré tu avión había ido a ese lugar.
Fruncí el entrecejo mientras cruzaba mis brazos, Natasha notó mi cambio e inmediatamente dejó el violín a un lado para sentarse en mi regazo.
—¿Por qué sigues sonando tan malditamente orgullosa de haber derribado mi avión?—me qujé, picando con travesura sus costillas.
Al notar que bromeaba, mi pelirroja soltó una risita, escondiendo su rostro en mi cuello. Busqué su mirada y cuando nos encontramos, alzó una ceja.
—Porque lo estoy—respondió con altanería—No solo porque es un logro para las Brujas de la Noche, también porque sin eso, no nos habríamos conocido.
—¿En verdad lo crees?—cuestioné—Yo estoy seguro que te hubiera visto desde el primer momento en que nuestros batallones compartieron la carpa comedor.
—¿Seguro?—se encogió de hombros, sus manos perdiéndose entre los botones de mi uniforme—Yo no creo que te hubiera notado, ni siquiera me hubiese preocupado por la existencia de un americano como cualquier otro.
Tomé sus manos con rapidez, alejándolas de mi ropa. Natasha no pudo evitar soltar un grito mientras nos levantaba a ambos y la apoyaba contra la pared, haciendo que nuestras intimidades se rozaran.
—¿Cómo cualquier otro, Nat? ¿Realmente estás diciendo eso?—sonreí de lado mientras besaba su cuello, justo como a ella le gustaba—¿Quieres que te pruebe que estás equivocada?
Gimió bajito, sus piernas enrollándose alrededor de mi cintura. Esa tarde me había enseñado una vieja sinfonía rusa que sonaba en su violín, pero nuestros corazones formaron una canción completamente diferente, que se quedaría clavada en mi alma por el resto de mis días.
—¡ES ELLA! ¡CARAJO! ¡ES MI NATASHA!
Estaba hipnotizado mientras la veía tocar, de vez en cuando se paraba sobre las puntas de sus pies, como si estuviese bailando al ritmo de su propia música. Aquella maldita canción era la misma que había tocado en Leningrado, lo sabía porque había intentnado buscarla por todo este tiempo, incapaz de encontrar algo que me hiciese sentir lo mismo que Natasha con su música.
—Steve, hijo, creo que tenemos que irnos...
Apenas había sido consciencte de la forma en que mi madre tiraba de mi mano para alejarme de aquel lugar; pero simplemente no podía. Natasha estaba con otras chicas, no parecía notar mi presencia. Por si necesitara algo para más para confirmar, vi el pendiente colgando de su cuello. Yo se lo había regalado, aunque ambos lo encontramos en el cementerio.
—¡NATASHA! ¡NATASHA!—grité, desesperado.
La mujer volteó, sus ojos verdes se encontraron con los míos. La confusión llenó su rostro, frunció el entrecejo y se llevó las manos al pecho, sin soltar el violín. Las personas que se encontraban con ella no tardaron en rodearla, escuchaba como le preguntaban si estaba bien; pero ella solo movía la cabeza. Quise gritar de nuevo, correr a ella, que toda esa gente se fuera y me permitiera sostenerla de nuevo entre mis brazos.
—¡STEVE! ¡HIJO! ¡TENEMOS QUE IRNOS!
Mi madre me sostenía con una fuerza que yo no creía suficiente para una mujer de su tamaño. Ni siquiera había notado cuando caímos al suelo, las lágrimas corrían libremente por mis mejillas. Mi Natasha estaba viva, casi podía tocarla. Las preguntas llenaban mi mente, ¿cómo era posible que estuviera aquí? ¿Se habría casado con Dreykov? ¿Al final todo habría sido una mentira? Moví la cabeza con desesperación, la Natasha que yo conocía no hubiera permitido que sus padres fueran al gulag.
—Mamá...—imploré, un sollozo brotó de mi garganta—Tengo que ir con ella, debo hablarle. ¡Está viva, mamá! ¡La tengo cerca de mí!
—Hijo...no sabes si es ella—intentó razonar—Hay muchas pelirrojas en este mundo.
Desgracidamente, no era la primera vez que aquello me pasaba. Desde mi regreso de la guerra, había visto a Natasha muchas veces entre las pelirrojas que pasaban por la ciudad, puestas de moda por las actrices de Hollywood. En más de una ocasión aterroricé a alguna de ellas, tirando con fuerza de su brazo para aferrarla a mi cuerpo, jurando que mi esposa había vuelto a mi.
—¡Estoy seguro!—exclamé testarudamente—¡NO ES POSIBLE QUE NO SEA! ¡LA CONOZCO MEJOR QUE NADIE!
—Eso has dicho las otras veces, cariño.
A pesar de que le estaba gritando, mi madra no se inmutaba, la pobre se había acostumbrado a lidiar con su hijo que aún tenía la mente en el pasado. Por un momento, deseé que mi padre estuviese junto a nosotros, él me hubiese ayudado a volver a ser un hombre y ponerme de pie.
—Mamá, esta vez no estoy equivocado—traté de razonas, aferrándome a la lógica—Natasha toca el violín y ese colgante...su collar...yo se lo regalé en Leningrado.
—Ni siquiera te acercaste tanto a ella.
—¡Entonces debo hacerlo!—dije, poniéndome de pie—¡Tengo que hablarle! ¡Saber lo que pasó!
Caminé a pasos agigantados, mi madre intentaba alcanzarme pero no lo lograba. Mi pelirroja seguía allí, con el violín aferrándose a sus manos. Evitaba mi mirada a toda costa, no conocía a ninguna de las personas que estaba a su lado, haciendo que las preguntas me embargaran todavía más.
—Nat...
No podía decir nada más, no sabía como hacerlo. Había conseguido llegar frente a ella y lo único que pude hacer fue abrir y cerrar la boca como un imbécil.
¿Creen que Nat va a reconocerlo?
Gracias por leer, votar y comentar.
Asterie
15 de Enero del 2024