30 de noviembre de 1741
Uno de los sentimientos más agobiantes que aqueja al ser humano es la culpa, y no hay peor verdugo que tu misma mente, socavando hasta lo más recóndito de tu ser en un intento por obligarte a admitir todo eso que llevas por dentro. La capitana lo sabe mejor que nadie; cuando tuvo que desembarcar del lado opuesto de la isla, cuando tuvo que esconder el pequeño barco a vela, porque no sería capaz de confesarle nunca a Arden dónde había estado, ni mucho menos con quién. Y ni que hablar de lo que hacía con él.
¿Realmente ama a Arden?
Sus debates morales sobre el amor no la dejan en paz. Piensa en Arden y siente una calidez, una sensación de familiaridad y calma. Él es su primer amor de verdad. Luego piensa en el comodoro y el cuerpo se le eriza. Andrew Sallow es todo lo prohibido, lo que no puede tener, pero aun así lo quiere. Andrew es pasión, es riesgo e incertidumbre.
Corre hasta su casa tratando de que nadie se percate de su presencia. Cosa que es un poco difícil al ser una de las pocas mujeres pirata, y tener un distintivo cabello rojizo que grita a todas luces "mírenme, aquí estoy".
La capitana no puede dejar de pensar en lo que sucedió en el escollo. La forma en la que él la toco y la hizo suya fue tan intensa, tan ridículamente excitante, que de solo pensarlo ya se le mojan las bragas otra vez.
Logra llegar a su casa sin tanto problema. La última vez que vio a Arden todavía estaban peleados. Él no quería hablarle por lo que hizo con los saqueadores, y eso que todavía no le había contado ni la cuarta parte de lo sucedido.
Cierra la puerta tras de sí con cuidado de no hacer ruido, como si a alguien le pudiese molestar su bulla a media mañana.
—Al fin apareces —escucha una voz masculina que le reclama a sus espaldas.
—¡Arden! —exclama con el tono tembloroso.
—Te desapareciste desde que volví —reclama con los brazos cruzados.
—Lo siento, creí que querías tu espacio. —No es que esta sea la primera vez de Catherine mintiendo, pero por alguna razón está muy nerviosa.
Tal vez sea el hecho de que la mentira es tan grande como sus deseos impuros por el comodoro.
—¿Dónde estabas? No te encontré por ninguna parte de la isla.
—Estaba con mi padre.
La capitana sabe que decir eso es más que suficiente. Arden nunca se atrevería a averiguar directamente con la fuente si eso es verdad, porque aún no conoce a Lytton Riley en persona.
—Berry no ha podido descifrar cómo funciona el medallón que conseguiste. —Cambia el tema de forma drástica, no le preguntará nada más.
Catherine respira aliviada, pero todavía se sigue sintiendo culpable por lo que ha hecho.
—Déjame verlo —le pide, tampoco quiere hablar sobre el tema, y no sabe cómo abordar lo que pasó ese tiempo que estuvo sin él.
Arden camina hacia ella y pasa de largo, abriendo la puerta otra vez. Catherine se siente extrañamente diferente ahora. Sus sentimientos por el pirata no han cambiado, pero, aunque él no lo sepa, es como si en el fondo, la estuviera castigando.
Lo sigue sin decir una palabra, hasta que llegan a la casa de Berry.
Muy pocas veces ella había estado allí, sin embargo, el lugar siempre se ve diferente cada vez que va. Berry es una especie de ratón de biblioteca. También es un marinero sinigual, mas, su gran pasión por la cartografía le ha hecho coleccionar cientos de mapas y libros al respecto. Conocer el mundo es lo que más le apasiona.
Ahora su casa está llena de mapas de todo tipo, lugares a los que ella nunca ha ido, y ni siquiera sabe de su existencia. Mares mitológicos que solo unos pocos piratas dicen haber presenciado, y de alguna forma milagrosa, salieron con vida para contar la historia.
Berry está detrás de una montaña de libros gruesos de cuero; abierto de par en par, está el que encontraron en el santuario de Moone.
Verlo de nuevo, le hace recordar al libro que tiene su padre y que es tan similar.
—Berry, la encontré —anuncia Arden.
—Mi capitana, no hemos podido avanzar más —se disculpa haciendo una venia.
—No te preocupes Berry, sé que esto no será nada fácil. Si encontrar ese mapa fuera tan sencillo, ya cualquiera lo habría hecho.
—Es cierto —conviene el cartógrafo. Le hace un amago con la mano para que se acerque a ver lo que ha logrado descifrar.
Catherine observa el libro y a la vez el mapa incompleto que Berry está dibujando en un pergamino aparte.
—¿Se supone que este es el camino?
—Sí —asiente—, pero en el libro dice que hay otras cuatro partes para poder verlo en su totalidad. El problema es que según este pasaje —pasa las páginas del libro y se detiene en una en específico, donde señala un texto escrito en una lengua que ella desconoce—, las otras tres partes se dividieron en otros libros, que el mismísimo pirata Burchard repartió a las cuatro islas principales de los piratas.
—¿Qué? ¿Me estás diciendo que hay un libro en cada isla pirata?
—Es lo que parece.
—Entonces debería haber uno aquí, ¿no?
—Ya hemos buscado, no hay nada parecido en esta isla —interviene Arden, que está recostado en el marco de la puerta y con los brazos cruzados.
Catherine lo mira y devuelve la vista al libro. De pronto, como si una vela se encendiera de la nada, recuerda por qué ese libro se le hace tan familiar.
—¡Yo lo he visto!
Los dos hombres voltean a verla con atención, incluso Arden se endereza y se acerca a ella.
—¿Estás segura? ¿Dónde?
La capitana no responde porque está con la boca abierta en una gran "o". Se lleva las manos a la cabeza y se sostiene el cabello mientras ríe un poco nerviosa.
—No puedo creerlo, todo este tiempo... —deja la frase al aire y sale corriendo.
—¡Ey! ¿A dónde vas? —grita Arden, quien también sale corriendo tras ella, seguido de Berry; su curiosidad es más poderosa, además, la posibilidad de ver el libro lo emociona.
Los tres piratas corren como locos empujando gente en el camino para abrirse paso. Arden se da cuenta de a dónde se dirige cuando ve que está yendo hacia la casa de Lytton Riley.
Catherine se detiene de golpe para recuperar el aliento cuando llega hasta la puerta. Termina apoyándose sobre sus rodillas mientras jadea con la lengua afuera.
—¿Qué hacemos aquí? —cuestiona Arden.
—El libro, mi padre tiene un libro igual, excepto que el color del cuero es negro y no rojo —responde entrecortado.
—¿De verdad? —Ella asiente sin poder retomar el aire.
—¡Eso es increíble! —exclama Berry eufórico, mira a la capitana con ganas de empujarla dentro de la casa de su padre para que busque el libro.
Cuando han recuperado el aliento, Catherine toca a la puerta. Solo espera que su padre esté allí, o la mentira que le dijo a Arden se podría caer en un segundo.
Pasan un par de minutos cuando escuchan que la puerta se abre. Su padre se asoma con su típico semblante serio, hasta que la ve a ella y entonces sonríe ameno.
—Hija, que...
—Padre, necesito un libro —interrumpe sin dejarlo hablar, no sea que diga algo indebido.
—¿Un libro?
—¿Recuerdas el libro enorme de cuero negro que dijiste que lo había encontrado mamá? —Lytton ladea la cabeza sin recordar de qué está hablando su hija, lo medita por un momento y entonces abre los ojos.
—Oh, sí, sí.
—¿Podemos verlo? —Su padre observa a los dos acompañantes y frunce los ojos. No le gusta el pirata Arden.
—Un momento —pide y vuelve a cerrar la puerta.
Catherine se gira para mirarlos, Berry se encoge de hombros y Arden ni siquiera levanta la mirada.
—Entonces, tu padre... —comienza a decir Arden.
—Ahora no.
El pirata asiente y hace un amago con sus manos. Es mejor no pensar en conocerlo ahora mismo. Esperan varios minutos en incómodo silencio, escuchando solo la bulla que hace el padre de Catherine adentro, hasta que finalmente vuelve a abrir la puerta y se asoma.
—¿Es este? —extiende hacia afuera el enorme libro. La capitana lo toma con mucha delicadeza y se gira para mostrarlo a los otros dos.
Berry abre los ojos como platos, se apresura a tomar el libro y lo abre sin pensar demasiado. Revisa página por página hasta que llega a la mitad, donde una especie de mapa ocupa ambas páginas.
—No puedo creerlo —murmura para sí mismo.
—¿Ese es? —pregunta Catherine.
—Este es —afirma con un hilo de voz.
—¡Ese es! —exclama Arden con emoción. Mira a Catherine y le sonríe, ella le devuelve la sonrisa y de pronto siente que la incomodidad entre los dos se ha ido.
—¿Por qué tanta emoción por un libro? —pregunta su padre.
Es claro que no tiene idea de lo que significa, de lo contrario no estaría tan confundido, y ya habría intentado usarlo en el pasado. Catherine se lo piensa un momento antes de contestar. Lo mejor es que siga sin saberlo, no es conveniente que mucha gente de pronto tenga deseos de encontrar ese tesoro.
—Es algo de Berry y sus mapas, ya lo conoces. Gracias, padre, me lo quedaré por un tiempo. —Sale corriendo, empujando a los dos piratas en el proceso, para evitar que su padre le haga más preguntas.
Se devuelven hasta la casa del cartógrafo otra vez. Ya estando allí, Berry arroja los dos libros en el suelo y junta uno con el otro, como pensaba que sería, el mapa es como un gran puzzle gigante.
—Es tal y como lo pensaba —habla sin quitar la vista de los libros. Arden y Catherine también lo miran, pero no entienden absolutamente nada.
—¿Tenemos el mapa? —indaga Arden.
—No, todavía no. Pero tenemos la mitad. Solo nos faltan las otras dos.
—Ya va, dijiste que había un libro en cada isla. Si encontramos uno en la isla calavera del este, y otro más aquí en Birronto en el norte, eso quiere decir que los otros dos deben estar en las islas del sur y del oeste —deduce la capitana.
Los tres se miran las caras con escepticismo. La cosa se les pone más difícil a cada paso que dan. Catherine siente que, si avanzan uno, retroceden dos. Ya era difícil la búsqueda y descifrar los libros y el mapa, sin contar que todavía no saben cómo abrir el medallón; y ahora, tendrían que navegar hacia los otros mares y romper más reglas entre piratas.
Los mares del sur y del oeste no son precisamente muy cálidos en recibir a gente forastera, y duda mucho que alguno de ellos les entregue voluntariamente su pedazo del mapa, incluso si no saben lo que es.
—Esto se está poniendo complicado —dice Arden.
Sin querer, la capitana piensa en Andrew de repente. Si se va a buscar esos libros, ¿qué pasaría con él? Ya no podría volverlo a ver en mucho tiempo. Una punzada de dolor le presiona el pecho al pensar eso. Ya no podría verlo más.
«Tal vez eso sea lo mejor. Debería olvidar esa ridícula aventura, porque no es más que eso, es solo la excitación al peligro que me produce estar con él».
—Debe haber otra respuesta, tal vez con el medallón podamos conseguir algo más —interviene Berry. Toma el medallón color dorado con el grabado del árbol y vuelve a examinarlo por delante y por detrás como si fuera la primera vez. Todavía conserva la cadena que está unida al objeto. Lo mira una vez más y levanta la vista hacia la capitana—. ¿Puedo quitarle esto?
—No veo por qué no —aprueba Catherine.
Berry jala la cadena dorada y la deja a un lado en el suelo, aprieta con sus dedos el medallón hasta que parece que siente algo. Arden y ella se inclinan para ver el tenso momento, entonces, el cartógrafo desliza la tapa de arriba del medallón y se escucha un clic, seguido de una especie de polvillo dorado que sale de este y se esparce como una cascada sobre los dos libros que están frente a él.
Por instinto, tanto Arden como la capitana retroceden, pero Berry se queda maravillado, hipnotizado viendo como el polvo recorre los dos libros e ilumina zonas del mapa que estaban ocultas. Una parte del polvo sube en lugar de bajar, y se mete por las fosas nasales del pirata.
Berry suelta el medallón y empieza a toser como un condenado.
—Berry, ¿estás bien? —le pregunta la pelirroja, pero el hombre no puede hablar, tose y tose sin poder respirar. Comienza a escupir sangre y se desploma—. ¡Arden, ayúdalo!
El pirata obedece y corre a sujetarlo antes de que se golpee la cabeza. Berry pierde el conocimiento y suelta el medallón, que rueda hasta los pies de Catherine.