Despertó al sentir unos labios depositando pequeños besos en todo su rostro.
Reconoció su tacto y el olor al instante, y abrió los ojos.
Gojo Satoru, ya vestido, le hacía mimos mientras le miraba fijamente.
—Arriba, dormilón —le dijo—. Estamos a punto de llegar al aeropuerto de Nueva York.
Yuuji se frotó ambos ojos con los nudillos mientras se estiraba sobre el colchón.
—¿Cuánto hemos dormido? —preguntó, desperezándose.
—Mucho, pero lo necesitabas —respondió Gojo, acariciándole el cabello—. Nos espera un día intenso, así hiciste bien —se levantó de la cama—. Vístete y prepárate.
Después de colocarse la ropa, y rezar porque pudiera ducharse al llegar a Nueva York, Yuuji salió de la habitación y se sentó junto a una de las ventanillas del jet.
Estaban descendiendo lentamente, aproximándose cada vez más cerca del suelo. Desde ahí arriba podía ver vislumbrar un la enorme ciudad, llena de altos edificios.
A medida que disminuía la distancia que los separaba de tierra firme, los pequeños cuadraditos se convertían en viviendas, y pudo distinguir autos circulando e incluso personas paseando.
Ese detalle, insignificante en cualquier otro momento de su vida, le hizo intensamente feliz.
Se respiraba tranquilidad. En aquel continente no había rastro de contagio, y todo lo vivido hasta aquel momento se le antojó como una mala y duradera pesadilla.
Un nuevo comienzo le esperaba nada más poner los pies en suelo americano.
Lo que no esperaba, cuando Gojo abrió la compuerta manual, fue encontrarse a un grupo de policías, ataviados con uniformes oscuros y armas, aguardando al final de las escaleras.
Les gritaron en inglés, apuntándoles, y Gojo y Yuuji alzaron las palmas de las manos de manera inmediata.
—No les entiendo, Satoru —se quejó Yuuji, asustado.
—Quieren que bajemos con las manos en alto —respondió él, que tenía ciertas nociones del inglés—. De momento vamos bien. Sígueme.
—¿No se supone que nos esperaban? —le preguntó, entre dientes, mientras descendían por los escalones—. ¿A qué viene tanta hostilidad?
—Son medidas de seguridad, Yuuji. Ahora mismo somos una posible amenaza. Podríamos estar contagiados y ellos no lo saben.
—Eso es ridículo. Si estuviéramos infectados, con todas las horas de viaje que pasamos, se nos notaría un poco.
—Entiéndelos, Yuuji. Están asustados. Ya han visto lo que el virus ocasionó en nuestro país.
Bajaron las escaleras. El grupo armado retrocedió levemente sin dejar de apuntarles.
Entonces, una voz se hizo oír detrás de ellos.
—Wait! Don't hurt him! It's Gojo Satoru!
Gojo suspiró aliviado al ver a Shoko abriéndose paso. Contuvo sus ganas de abrazarla y siguió con las manos en alto.
—Whoever they are, Dr. Ieiri —le dijo uno de los policías—, they need to be quarantined until we're sure they're not infected.
—Let me talk to them, at least —respondió ella.
El grupo cedió, permitiéndole acercarse. Gojo se aproximó, dispuesto a darle ese sentido y fuerte abrazo.
—No me abraces aún —le dijo ella.
—Vamos, Shoko, sabes que no estoy infectado.
—Lo sé, pero ellos necesitan comprobarlo —sonrió—. Créeme, estoy deseando darte un gran abrazo después de estos años sin vernos, pero primero tienen que hacerles pruebas.
Shoke dirigió su mirada a Yuuji.
—Tú debes ser el muchacho que rescataron Satoru y Suguru. Por cierto —añadió, mirándoles a los dos—. Siento lo de Geto.
—Hablaremos de eso en otro momento —le dijo Gojo, evitando en tema ya que resultaba demasiado doloroso—. ¿Podrías decirles a tus amiguitos que dejen de apuntarnos? Es un poco incómodo y, como comprenderás, espero no tener que volver a ver un arma hasta dentro de muchísimo tiempo.
—Están asustados, Satoru —los defendió Shoko—, pero no les harán nada. Ahora van a llevarlos a una sala donde los médicos les van a revisar. Seguramente estarán encerrados y luego les dejarán libres.
—Suena divertido —soltó Yuuji, sarcástico.
—El comité de bienvenida estadunidense, Yuuji —le dijo Gojo, que le miró y le sonrió.
**
Horas. Habían sido horas, tal como les dijo Shoko, sometiéndose a análisis y diversas pruebas. Resonancias magnéticas, extracciones de sangre, inspecciones minuciosas que rozaban los límites de sus respectivas dignidades, pero que eran necesarias para cerciorarse de que estaban completamente limpios y no comprometían la seguridad de todo el continente.
—Esa colonoscopia estuvo de más —apuntó Satoru mientras, ya vestidos y a salvo (aunque con muchas ganas de darse una ducha), aguardaban en la sala donde los habían dejado por última vez.
—Admite que te gustó —bromeó Yuuji, llevándose un pequeño golpe por parte de Satoru.
Una mujer apareció ante ellos. Gojo la había calificado como su amante, ya que había sido la encargada de palparle en zonas donde no solía dejar entrar a nadie sin una cita previa y unos cuantos besos.
—Los exámenes han concluido —les dijo en un japonés con marcado acento extranjero—. Están limpios. Ya pueden irse —les indicó—. La doctora Ieiri pidió que les comunique que los espera dentro de un Land Rover azul.
—Buena pieza se ha buscado —respondió Satoru, codeando a Yuuji y haciéndole reír. Miró a la médico—. Muchas gracias por todo.
Nada más salir por la zona de llegadas de la terminal, una ola de flashes los cegó. Yuuji cerró los ojos unos segundos mientras escuchaba cómo todos hablaban prácticamente al mismo tiempo, taladrándole los oídos.
Cuando Pudo acostumbrarse a los fogonazos, distinguió a decenas de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión. Todos miraban a Gojo, apuntándoles con sus micrófonos y haciéndoles preguntas en japonés, pisándose unas con otras:
—¡Señor Gojo! ¿Cómo consiguió sobrevivir a la catástrofe?
—¿Es cierto que en el continente asiático no queda un solo sobreviviente?
—¿Tiene la cura para el virus?
—¿Va a colaborar en el laboratorio de la doctora Ieiri?
—¿Ese muchacho es su hijo?
—¿Cree que el virus llegue a américa?
Gojo, ignorando las preguntas, se giró para darle la mano a Yuuji y guiarle hacia la salida, ambos seguidos por la tropa de periodistas.
Gojo estaba acostumbrado a captar la atención de los medios de vez en cuando, ya fuera en relación a sus éxitos o a sus meteduras de pata. Pero Yuuji era nuevo en eso, y su cara de asombro y confusión era más que evidente.
No queria que se viera superado por la situación, de manera que evitó hacer declaración alguna y aceleró el paso para salir cuanto antes.
Fuera, el Land Rover de Shoko permanecía aparcado esperándoles.
Montaron deprisa, Gojo en el asiento del copiloto y Yuuji detrás quien, nada más cerrar la puerta y ponerse el cinturón, enredó sus dedos en el cabello mientras soltaba una exclamación.
—¿Qué fue eso? ¡Dios mío!
Los fotógrafos seguían tomando instantáneas y salpicando a fuerza de golpes de luz la ventanilla.
—Se llama fama y no es nada agradable —le anunció Gojo, abrochándose el cinturón mientras Shoko conducía, alejándoles del foco mediático—. Tú no habrás soltado la sopa, ¿verdad, Shoko?
—No seas ridículo, Satoru. Es obvio que comenté que seguías vivo y que estuviste cerca de encontrar la cura, y por supuesto tuve que contactar con el aeropuerto y los servicios policiales para avisarles que venías hacia aquí y que les dieran el permiso de aterrizaje. No es mi culpa si el personal del aeropuerto se fuera de lengua. Las noticias importantes siempre se filtran.
—Pues no pienso hacer declaraciones hasta que no esté trabajando contigo, que lo sepas.
—Me parece completamente razonable.
—Tampoco me hace gracia que la cara de mi pareja se haya hecho pública sin su previo consentimiento, pero supongo que son los típicos daños colaterales de la fama.
—¿Tu pareja? —Shoko frunció el ceño—. ¿Dónde está?
Yuuji sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Satoru acababa de referirse a él como su pareja?
—¿Acaso estás ciega? —le dijo a su amiga—. Esta aquí detrás. Es el chico que no deja de alucinar.
—¿Son pareja? —Shoko dio una sacudida mientras abandonaban definitivamente la zona del a eropuerto.
—¡Sí! —se adelantó Yuuji, que aún no podía creer que Gojo se hubiera referido a él como tal—. Lo somos, ¿verdad, Satoru?
Gojo miró a Yuuji a través del espejo retrovisor, sonriéndole y guiñándole el ojo.
—Por supuesto. No podría elegir a nadie mejor.
***
Diario de la doctora Nakano.
Tokio, 25 de enero del 2019
Siempre me he mantenido muy escéptica en lo que cuestiones religiosas se refiere. He dedicado toda mi vida a la ciencia, desechando otra visión que no fuera la que pudiera contemplar ante mis ojos.
Sin embargo, lo sucedido me hace incluso dudar.
Soy incapaz de recordar lo que sucedió meses atrás. Solo sé que desperté hecha jirones, con numerosas heridas y pústulas en la piel, desorientada y hambrienta, tirada cual deshecho en uno de los contenedores de Tokio.
Lo último que recordaba era haber sido mordida por uno de los infectados que estábamos estudiando, y correr. Correr hasta quedarme casi sin aliento, intentando escapar, volviendo a esconderme y... entonces mi despertar en aquel fatídico estado.
Con el paso del tiempo, conseguí enterarme de lo sucedido gracias los supervivientes. La ciudad comenzó a recobrar poco a poco la normalidad tras haber sido asediada y corrompida por los infectados. Por NOSOTROS.
Por increíble que parezca, yo fui uno de ellos. El virus se hizo con el control de mi cuerpo, y aunque no recuerdo nada de lo sucedido, saberme viva automáticamente me convierte en una asesina, ya que mi cuerpo tuvo que matar para sobrevivir.
A veces tengo pesadillas. Recuerdo momentos difusos, no sé si reales o no, en los que acorralo a personas y devoro sin cuestionarme nada, guiada únicamente por el hambre y mi instinto de supervivencia.
Pero todo esto quedó atrás. Conseguí recuperarme, aunque mi piel esté marcada por cicatrices que jamás se irán y me recordarán, cada día, que fui una abominación durante demasiado tiempo.
Pero todo acabó gracias a nuestro salvador, el científico Gojo Satoru, que consiguió sobrevivir junto a su pareja, Yuuji Itadori, al asedio de los infectados, cruzó el mar en uno de sus jets tras haber perdido a su mejor amigo Geto Suguru, a quien también debemos su sacrificio, y llegó a suelo americano para poner en marcha sus avances y conseguir otorgar la cura, que posteriormente fue extendida por todo el continente y respirada por nosotros, lo que nos llevó a recuperar poco a poco nuestra conciencia humana.
Y aún he salido bien parada. Mi cerebro, a pesar de que sufrió una drástica transformación, consiguió reponerse. Han quedado secuelas, como mis mareos ocasionales en los que pierdo el equilibrio por momentos, o ciertos lapsus mentales que una mente como la mía jamás había sufrido hasta ahora.
Pero puedo considerarme suertuda, después de todo. Algunas personas han vuelto a su condición humana con miembros amputados o daños irreparables en el cerebro. Algunos que están intentando aprender a hablar de nuevo, otros no pueden caminar...
Todo esto nos lleva a ser autocríticos. Debemos ir con pies de plomo en cuanto a experimentos científicos se refiere, ya que otro error de este calibre podría llevarnos a la extinción.
¿Fue este un castigo divino?
Como ya comenté, tengo serias dudas sobre si acabar abrazando la existencia de una deidad superior que, de alguna manera, ha castigado nuestra soberbia. También me cuesta creer que el hecho de que siga viva no se deba a un milagro.
Quizás solo deba darle las gracias a Gojo Satoru.
¿Lo convierte esto en nuestro dios? En alguien a quien venerar, eso seguro. Le debemos muchas cosas, tanto a él como a Yuuji.
Hemos perdido muchísimo, pero podríamos haber perdido más.
Al menos, el apocalipsis se ha revertido.
Alguien debería reeditar la biblia.
Fin.
Alguien ayúdeme con mi inglés de Duolingo.
Si hay error, avísenme, porfa.