Hola a todos! Y acá un nuevo capítulo.
Solo diré, que acá veremos lo que en Chile llamamos.... el pago de Chile, no diré nada más el que entienda entienda, el que no lo busca en google jaksdja
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Cuando Daemon llegó al palacio junto con Rhaenyra, ella lo único que tenía en mente luego del horror vivido era ver a su hijo. Como una madre desesperada, ignoró todo a su alrededor, con la necesidad abrumadora de tener a su hijo en sus brazos.
Sin embargo, cuando llegó al lugar donde esperaba encontrar a su hijo, se encontró con un vacío devastador.
Aegon no estaba allí.
La angustia se apoderó de ella, un nudo de temor se formó en su garganta mientras su mente daba vueltas tratando de comprender lo que estaba sucediendo.
¿Por qué su hijo no estaba allí? ¿Qué había pasado con él?
Buscó desesperadamente a su alrededor, esperando ver el rostro familiar de su hijo en medio de la multitud, pero no había rastro de él. En su creciente desesperación, se volvió hacia Daemon, buscando respuestas en sus ojos. Y cuando finalmente encontraron los suyos, su corazón se detuvo por un instante.
- ¿Dónde está Aegon?- preguntó, su voz temblorosa con el peso de la preocupación.
Esperaba escuchar palabras reconfortantes, una garantía de que su hijo estaba a salvo, pero lo que escuchó en su lugar fue una verdad que la golpeó como un puñetazo en el estómago.
-Lo dejé a salvo, con Viserys- fueron las palabras de Daemon, cargadas de una gravedad que no podía ser ignorada. Sabía que revelarle la verdad a Rhaenyra no sería fácil, pero era necesario.
Ella merecía saber dónde estaba su hijo, aunque eso significara enfrentarse a su ira y su decepción.
Daemon sintió el peso de la mirada de Rhaenyra sobre él, un silencio tenso llenando el espacio entre ellos mientras ella procesaba la información. Temía su reacción, sabía que su decisión no sería bien recibida, pero también sabía que era lo correcto. Su hijo estaba a salvo, eso era lo único que importaba.
Rhaenyra se quedó en silencio por un momento, sus ojos buscando los de Daemon en busca de alguna señal de mentira o engaño. Pero lo que encontró fue la verdad desnuda, reflejada en la mirada de su esposo. Respiró profundamente, tratando de controlar las emociones tumultuosas que amenazaban con abrumarla.
Rhaenyra sintió la ira en su corazón y las lágrimas arder en sus ojos, sabía que le debía gratitud a su esposo por haber ido a rescatarla, la dualidad de sus sentimientos la abrumaba, pero la ira ardía más intensamente en su corazón.
Con determinación implacable, llamó a los guardias y les ordenó que apresaran al rey consorte.
El ambiente se cargó con la tensión de la decisión de la reina, mientras los guardias se preparaban para obedecer sus órdenes sin cuestionamientos.
Rhaenyra necesitaba respuestas, necesitaba saber dónde estaba su hijo, y no iba a permitir que Daemon se lo ocultara.
Cuando los guardias se acercaron a Daemon para llevarlo bajo custodia, Rhaenyra lo miró fijamente, sus ojos brillando con una intensidad que dejaba claro que no iba a retroceder en su demanda.
- ¿Dónde está mi hijo? Iré yo misma por él- demandó con voz firme, su tono lleno de autoridad y dolor al mismo tiempo.
Daemon, por su parte, se mantuvo en silencio, desafiante y obstinado.
No cedería ante las demandas de Rhaenyra, no revelaría el paradero de su hijo.
- Déjame ir y yo lo traeré ante ti, no revelaré el paradero de Viserys y los Velaryon para que tú te sientas con el derecho de apresarlos nuevamente- dijo él sin luchar contra los guardias que lo sujetaban.
No estaba en condiciones de hacerlo.
La tensión en la habitación era palpable, un silencio cargado con el peso de las emociones enfrentadas.
Rhaenyra sabía lo que debía hacer, estaba dispuesta a emprender la búsqueda por su cuenta si era necesario. No podía permitirse perder más tiempo, cada segundo que pasaba sin su hijo era una agonía insoportable. Él podía estar en peligro, los Velaryon podían usarlo para negociar. Y ella no quería eso.
¿Cómo Daemon había pensado que eso era una buena idea?
Sin Criston Cole que estaba recuperándose donde los maestres, Rhaenyra fijó su vista en los gemelos Cargyll que estaban allí.
- Lleven a Daemon de regreso a los calabozos, su lugar estará allí a partir de ahora- dijo ella cerrando su corazón al amor, cerrando su corazón a la culpa, él había apartado a su hijo de ella, y ella no permitiría eso.
Rhaenyra pronunció las palabras con una determinación fría, cerrando su corazón al amor y a la compasión. No permitiría que el sentimiento de culpa la desviara de su curso de acción.
Daemon, su mirada llena de incredulidad, se enfrentaba a la realidad de que su esposa lo apresaría por un acto que él consideraba como un acto de protección hacia su hijo. Nunca lo hizo para apartarlo de ella, solo para protegerlo.
¿Cómo podía ella condenarlo por querer salvaguardar la vida de su descendencia? ¿No compartían el mismo objetivo, proteger al niño?
El peso de la condena cayó sobre los hombros de Daemon, quien luchaba por mantener su orgullo en medio de la incertidumbre y por más que lo odiara.... el miedo.
Intentó explicar, con palabras que brotaban de lo más profundo de su ser, que su intención nunca fue apartar al niño de ella, sino garantizar su seguridad. Sin embargo, las palabras de Daemon parecían caer en oídos sordos, pues Rhaenyra no estaba dispuesta a escuchar excusas.
Para ella el solo hecho de que Aegon estuviera en manos del hombre que mató a su madre, era demasiado.
- Cómo me salvaste, tienes una oportunidad, dime, ¿Dónde está mi hijo? Dímelo y no te encerraré, de lo contrario, ya sabes lo que sucederá- dijo ella con voz dura y él la miró fijamente.
Daemon no habló, no traicionaría a su hermano. Rhaenyra mataría a su hermano y a los Velaryon, solamente por proteger a Aegon y eso no era justo.
Él estaba dispuesto a cargar con el peso de su condena, a soportar el encierro perpetuo en los calabozos, antes que traicionar la confianza de su hermano y de los que tanto lo habían ayudado.
Así, en medio de la tensión y la desolación, Daemon aceptó su destino, resignado a permanecer encerrado por siempre en las sombrías profundidades del castillo.
Aunque su corazón estaba lleno de dolor y temor, se aferraba a su convicción de proteger a su familia, incluso si eso significaba sacrificar su propia libertad.
Con una determinación implacable, Rhaenyra se volvió hacia los guardias y les dio la orden de preparar a sus hombres para partir. Haciendo que los gemelos llevaran a Daemon hacia los calabozos.
- Si Daemon no nos dirá dónde está mi hijo, lo encontraremos por nuestra cuenta- declaró con voz firme.
No había duda en su mente, no había lugar para la vacilación. Estaba decidida a hacer lo que fuera necesario para recuperar a su hijo, incluso si eso significaba enfrentarse a su propio esposo.
Por dos días cabalgó con caravanas buscando a su hijo, mientras su esposo era interrogado para que revelara el paradero de Aegon, pero él se negaba a traicionar a su hermano, sabiendo que estaba enfermo, y que no resistiría que Rhaenyra lo apresara nuevamente.
El segundo día, Rhaenyra cabalgó en su caballo junto a su caravana, pero en la tensión se apoderó de la caravana en cuanto ruidos de los dragones resonaron en el aire.
Rhaenyra, montada en su corcel, sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de que no podía tratarse de Caraxes, que permanecía atado en el pozo de dragones, igual que su jinete, ahora encerrado en los calabozos del castillo.
- ¡ Al suelo! Vienen dragones- gritó Rhaenyra con urgencia, sintiendo la falta de su propia montura, Syrax, aún convaleciente de sus heridas. La ansiedad se reflejaba en su mirada, consciente de que la presencia de los dragones no podía significar más que peligro.
Solo los Velaryon tenían dragones, y aunque Laena y Laenor la habían ayudado la última vez, o más bien a Daemon, ella sabía que si venían con dragones, no podía ser a otra cosa que problemas.
Desde lo alto, descendieron majestuosamente tres figuras, cada una montada en su respectivo dragón. Rhaenys, montada en Meleys, Laenor sobre Bruma, y Laena a lomos de la gigantesca y anciana Vhagar.
Sus imponentes figuras, contrastando con el cielo y augurando un giro en los acontecimientos.
Rhaenyra, con la guardia en alto, avanzó hacia el frente de su séquito cuando Rhaenys, Laena y Laenor aterrizaron. ¿Qué motivo los había llevado hasta allí? ¿Venían a matarla? La idea se apoderó de su mente, alimentando sus temores mientras se preguntaba por qué habían traído tres dragones consigo.
La incertidumbre pesaba sobre ella, pero estaba decidida a enfrentar cualquier desafío que se presentara. Ellos tenían a su hijo, por más que lo odiara, debería negociar con ellos.
Sin embargo, la tensión en el ambiente se disipó en un suspiro colectivo cuando Rhaenys Targaryen reveló un pequeño bulto entre sus brazos, cuidadosamente atado a su pecho. En medio del caos circundante, allí estaba el pequeño Aegon, dormido plácidamente como si el mundo a su alrededor no fuera un escenario de caos.
- Hemos venido a traer al pequeño Aegon contigo- anunció Rhaenys con solemnidad, extendiendo al pequeño hacia Rhaenyra - Daemon lo dejó con nosotros para protegerlo de los peligros, y eso hicimos. ¿Nos creíste tan viles como para negociar con un niño inocente? No somos viles ni traidores como tú, Rhaenyra- agregó ella con firmeza.
Rhaenyra, abrumada por la emoción, tomó a su hijo en brazos con un movimiento rápido y lleno de ternura, sin pronunciar palabra alguna. En ese instante, solo quería disfrutar de la dulce sensación de tener a su hijo a salvo junto a ella una vez más.
Mientras tanto, Rhaenys regresó hacia donde Laena y Laenor observaban a Rhaenyra con una mezcla de molestia y desconfianza. La reina no pudo evitar sentir una punzada de ansiedad al preguntar qué se pedía a cambio de aquel acto de generosidad. Sin embargo, la sonrisa sarcástica de Rhaenys, le dejó en claro su desprecio por ella.
- No pedimos nada a cambio- respondió con sinceridad, su tono desprovisto de cualquier atisbo de malicia, pero si de molestia por la joven frente a ella- Podría pedir la liberación de Daemon, pero una psicópata como tú preferiría morir a dejarlo ir, pondrás mil excusas para encerrarlo siempre, porque lo bueno en ti ya no existe- añadió con calma, subiendo de nuevo a Meleys junto a sus hijos, habiendo herido a la reina no con fuego de dragón, sino con las palabras.
Con esa declaración final, madre e hijos, montados en sus dragones se elevaron majestuosamente en el cielo, dejando atrás a Rhaenyra con una sensación amarga en su corazón.
Cuando Rhaenyra regresó al palacio, enfrentó a su consejo con determinación, lista para continuar con la conquista que había emprendido. Sin embargo, la ausencia de su esposo, el rey consorte Daemon, no pasó desapercibida. Otto Hightower, resignado, se sentó en su puesto, consciente de la notable ausencia.
La reina sabía que, a pesar de sus habilidades para la guerra y el liderazgo estratégico, la ayuda y el apoyo de Daemon habrían sido invaluables.
Sin embargo, la realidad era implacable para Otto Hightower: parecía que el destino del rey consorte estaba sellado, condenado a pasar el resto de sus días en los calabozos del palacio.
Aunque esta situación pesaba en el corazón de Rhaenyra, estaba decidida a continuar adelante con su propósito, no necesitaba a Daemon para ganar esa guerra, ahora sabía de batallas, su esposo, se mantendría en los calabozos hasta que aprendiera que nadie alejaba a su hijo de ella.
Podían llamarla cruel, pero era la reina ¿Por qué debería importarle la opinión de los demás?
Solo tenía que vigilar a Otto Hightower, que parecía ser un inesperado aliado de su esposo. ¿Podía ser que las circunstancias hubieran hecho aparecer moral incluso en un oportunista como Otto?
Todo parecía indicar que si, pero si él se revelaba, si intentaba ayudar a Daemon nuevamente, simplemente mataría a Gwayne o Alicent, Otto no quería perder a ninguno de sus dos hijos, pero si él insistía en desafiarla, lo haría elegir cuál de sus dos preciosos hijos moriría.
Era la reina ¿Quién podría cuestionarla?