Mi infancia siguió entre ausencias y apariciones esporádicas de mi padre, que parecía estar siempre muy ocupado con su trabajo de pianista: viajes y una agitada vida social que sólo dejaban un pequeñísimo espacio para compartir con su hija, y mucho menos ser parte de su vida.
En aquel momento parecía entenderlo, y lo acepté obligadamente, sin hacerme demasiadas preguntas, ya que mi mamá siempre estaba presente.
Pero el enigmático personaje paterno se alejaba cada vez más, la distancia y el tiempo de vernos era más prolongado entre nosotros.
Una tarde, en la terminal de retiro, como tantas otras veces, la despedida. Sin dar explicaciones, de nuevo ese maldito lugar me lo sacaba. (eso entendía yo en ese momento, claro) Entre gente y el sonido de un parlante anunciando el horario de salida de su micro, yo me agarraba de su ropa, para olerla y guardar ese recuerdo. Él siempre sonreía. Yo siempre lloraba.
Con la promesa de volver pronto y sin saber mucho más que el cartel del vidrio que decía ASUNCIÓN, me desgarraba de a poquito, acompañando a la vuelta a mi madre, que tan triste caminaba intentando volver a casa.
En el intento de seguir adelante con su vida,mi mamá conoce a un hombre. La vida acompañaba el cambio y le dimos la bienvenida a esta maravillosa persona. Era tan necesaria la figura masculina! La sensación de protección volvía y alguien le regalaba a esta nena golosinas otra vez. Mamá volvía a sonreír, y yo también.
Mi padre se entera de esto en una de sus visitas sin avisar, como siempre hacía, y contrariamente a lo que hubieramos querido, se mostró muy feliz de que alguien se ocupara de su hija actuando como padre, ya que él no estaba dispuesto a hacerlo, y aunque esto era muy doloroso, era real y sincero.
De todas formas, él seguía estando esporádicamente en mi vida.
ae�zxhqE�