NO EDITADO
Sus ojos, que todo lo ven, me miraban intensamente. Una prisión de la que nada puede escapar, ni siquiera yo. Podía sentir su alma tirando de la mía, su cuerpo vibrando al mismo ritmo, y no tenía duda de lo que iba a suceder a continuación. El aire entre nosotros lo pedía a gritos, pero yo no estaba dispuesta a dárselo, jamás lo estaría. No importaba, no cuando él podía tomar todo lo que quisiese y destruirme en el proceso.
Destruirnos a todos.
Sus labios se acercaron a los míos, sus ojos envolviéndome como un huracán y haciéndome girar incontrolablemente hasta derrumbarme. Podía sentir su mano en mi cadera, aferrándome firmemente, como un grillete de la prisión dorada que era su amor por mí. Ojos azules posesivos, victoriosos, era todo lo que podía ver...Hasta que no lo fue.
Como una advertencia, siempre llegaba el momento en el que esos ojos desaparecían, con ellos se iba el miedo a él pero permanecía el terror absoluto de su presencia y las consecuencias de estar junto a mi alma gemela.
Sangre y muerte. Dolor y sufrimiento eterno. Civilizaciones enteras en llamas y una guerra que abarca todo y a todos. Y en el centro de toda esa destrucción, siempre estaba él.
Gente clamando su nombre como presagio de muerte, soldados feroces idolatrándolo como si de su dios se tratase. Una religión que lo tiene a él como su dios y emperador oscuro, y que no hace más que expandirse por cada mundo conocido. Muerte que se lleva a todos los incrédulos hasta que solo queda el miedo eterno hacia un dios todopoderoso que no tiene misericordia.
No hay levantamiento que no se vea desvanecido en sangre. No hay paz con un emperador que disfruta de la crueldad. Solo la estabilidad de saber que en ese trono perdurará por siempre.
Y yo como un faro de luz en su oscuridad. La culpable de asegurar ese futuro, de darle eterna felicidad al monstruo que menos se la merece.
Abro los ojos con el corazón latiéndome incontrolablemente. El miedo todavía me abruma, pero he logrado con el paso de los años acostumbrarme a él. Ya no me despierto gritando, aunque todavía no logro evitar derramar lágrimas por el horror de mis pesadillas.
Ayer había decidido acompañar a mi padre en una de sus misiones diplomáticas. Ahora sé que fue una mala decisión y que no puedo asistir con él. Las pesadillas me abruman, pero guían mi camino.
Al principio solo estaba él. No lo conocía pero lo amaba, todavía era demasiado inocente para reconocer la oscuridad en sus ojos y no entendía la conexión con las pesadillas de muerte y sufrimiento. Sabía que no debía mencionar nada de mis sueños, aunque no entendía por qué, así que guardé silencio. Sería emperatriz, en eso las visiones eran claras, y había decidido prepararme lo mejor posible para el papel. Mi objetivo era ser la mejor emperatriz para el imperio, un faro de luz en los conflictos, pero era demasiado joven para entender que el emperador actual debía caer si yo iba a ascender.
Con el paso del tiempo las visiones se volvieron más claras, más aterradoras y entendí mejor quién era él. Por supuesto que era mi alma gemela, la persona perfecta para mí. Eso significaba que era todo eso que había visto y que me hacía amarlo, pero también el hombre lo suficientemente poderoso como para provocar tal devastación.
Con la comprensión llegaron las respuestas a algunas de mis dudad anteriores. No podía hablar de eso con mis padres porque su propia agenda los impulsaría en mi contra, aunque a sus ojos estuviesen haciéndolo por mi bien. Ellos no respetarían mi elección, y él tampoco, así que tenía que asegurarme de evitar que mis sueños se convirtiesen en realidad. No saldría de mi planeta natal, me aseguraría de no llamar la atención todo lo posible y escucharía las señales. Y eso hice.
Los sueños se detuvieron, como respuesta a mis acciones, pero el destino siempre parecía encontrar la forma de arruinarlo todo y reescribir el curso de la historia. A veces tomaba decisiones, creyendo que eran las correctas y que no tendrían consecuencias, pero al otro día me despertaba llorando. Entonces, sabía que mi decisión nos llevaría a la desgracia y cambiaba de curso la historia.
Poseía un gran poder, pero trataba de utilizarlo lo mejor que podía. Era un juego en el que mi adversario parecía inconsciente de las jugadas que yo hacía en su contra. Estaba segura de eso, porque si él tuviese la misma habilidad, hubiese intentado frustrar mis planes. No lo había hecho nunca, nadie respondía a los cambios forzados en la historia. Yo seguía siendo la luz oculta, pero sabía que al final del camino siempre estaba el riesgo de que él se volviese consciente de nuestro extraño baile de destinos. Mis sueños eran claros, si yo fallaba, él lograría verlo todo y el tablero dejaría de existir.
Tantos caminos, pero uno solo aseguraba que la guerra jamás ocurriese.
Paul Atreides debe morir.