XXII
El camino a Wimbledon
Nole intenta quitar tensión a mis hombros dándome masajes circulares mientras me habla de una teoría física que no termino de comprender. Esta vez estamos en Francia, entrenando en arcilla. Odiamos tanto la arcilla que nos prometimos regresar a París y entrenar sobre ella durante varios días.
Aun no le he contado sobre lo sucedido en mi casa, y creo que no debo hacerlo. Sobre todo, porque temo por su seguridad.
Sin embargo, anoche, cuando estábamos besuqueándonos en la cama, él dijo:
―Estás rara.
Lo tomé de ambas mejillas y masajeé su piel sintiendo el relieve de los pequeños vellos de su barba.
―¿Yo?
―Sí. Y no finjas ―sonrió pícaro―. Te conozco desde hace cinco años.
Cinco años. Wow. Quién iba a pensar que pasaron cinco años de la vez que Nole se apareció en mi club de tenis y se convirtió en el dueño del mismo.
―Hay algo que te está sucediendo ―continuó.
―Sí ―afirmo, finalmente―. Te lo diré cuando me sienta segura de hacerlo.
Él no se mostró incómodo ni molesto, al contrario, asintió y siguió besándome. Cinco minutos después su rostro estaba metido en medio de mis senos, jugando con su lengua y sus dientes sobre mis pezones y piel.
Pero hoy, ha notado algo más que rareza, y es tensión. Así que, mientras me masajea los hombros, dice:
―Tal vez deberías volver a tomar clases de baile.
―Apenas tengo tiempo para entrenar...
―Estás demasiado tensa, Paris. Y el tenis te tensa todavía más. En cambio, la danza, que no compites en ella, puede relajarte.
Tiene razón. De hecho, me había olvidado completamente de mi amor por la danza.
Luego de finalizar el desayuno y el entrenamiento de media mañana, llamé a Sabry para preguntarle si conocía algún centro de baile en Inglaterra.
Porque sí. Nos vamos a Inglaterra, a Wimbledon.
En el camino al aeropuerto, cientos de fanáticos se acercaron a Nole para pedirle autógrafos y fotos, él sonrió a todos ellos y se mostró increíblemente paciente. Yo no podría. De hecho, mi rostro demuestra mi desinterés al estar incómoda y para nada feliz.
Un fanático me pisó el pie sin querer, tratando de grabar a Nole con la cámara de su teléfono y ni siquiera me pidió disculpas. Así que le di un codazo en el abdomen y dije:
―Ten cuidado la próxima vez, imbécil, porque tengo que jugar en Wimbledon.
Él me observó sorprendido, y sus ojos tratando de reconocer quién soy... Pero no lo logró. No me conoce. Nadie de aquí me conoce.
Las personas apenas siguen el tenis femenino. Lo entiendo. Pero me da gracia que sí reconocen a Rybana en la calle, y no porque esté con Federer, sino porque es ella. En cambio, no es lo mismo cuando se trata de mí.
Nos subimos al avión ―finalmente― después de tanto revuelo y nos acomodamos en nuestros asientos. Saqué una novela de mi bolso para leer, pero Nole detuvo mi lectura al decirme:
―Sabes, no tienes que ser tan ruda. A veces son solo... Fans.
―Me pisaron.
―Fue sin querer.
―Si a ti te pisaran, estarías a los gritos porque puede producirte una lesión. En especial cuando ambos estamos viajando a Londres...
Nole me calló a media oración cuando sus dedos delgados rascaron mi prenda que viste mi abdomen. Lo observé riendo y una serie de cosquillas y carcajadas inundó el vuelo.
Llegado un punto, me retorcí tanto en risas y cosquillas, que quedé de costado con las piernas cruzadas. Él me abrazó por detrás y apoyó su barbilla sobre mi hombro. Me besó la mejilla y dijo en mi oído:
―Me encanta tu carácter, pero no pongas los fanáticos en mi contra.
Reí.
Llegamos a Inglaterra dos horas después, bajamos pasando por encima a los demás pasajeros ―porque Nole me propuso una carrera hasta la salida del aeropuerto― como si fuéramos dos niños pequeños. Debo admitirlo, la paso de lo mejor junto a él.
Y cuando llegamos a la limusina en medio de la vereda que nos espera directo al hotel, me encuentro con un periodista, que por primera vez, decide colocar su micrófono sobre mis labios y no sobre los de Nole.
―¡Paris Waters! ―exclama el periodista―. ¿Qué tan feliz estar de disputar Wimbledon otra vez?
―Am... Bien ―sigo mostrándome sorprendida―. Mi objetivo es pasar las primeras rondas y subir mi ranking.
Ya no es ganar, sé que soy una tenista promedio y no una excepcional como Rybana.
―¿Crees que esta vez puedes ganar el torneo?
―No ―sonrío―. Pero es válido soñar, supongo.
―¿Ni siquiera con el rechazo a las rusas?
―¿Cómo? ―levanto mis cejas.
―Wimbledon es el primer torneo de tenis que decide suspender a las rusas y a los rusos porque la invasión del país a Ucrania.
Miro a Nole buscando cierta afirmación en esta oración, y él me observa también sorprendido demostrando estar enterándose.
―De hecho, ―continúa el periodista― Rybana ha sido rechazada.
Bom. Es mi chance.
Ya no quiero ir por las primeras rondas, quiero ir a la final.