Ada (Máscara de secretos)

By NomadaOrion

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Ella era fabricante de máscaras desde que tenía uso de razón. Él era un rey temido que ha mantenido oculto s... More

Rumores van, rumores vienen
Hola Plebeyos - Nota de autor
01 - Fabricante de máscaras
02 - Bienvenido al Taller Ahren
03 - Una reverencia ante el rey
04 - Rey de poca paciencia
06 - Nueva integrante
07 - Me llamo Ada no Nada
08 - Volvemos a las formalidades
09 - Las máscaras del rey
10 - Elegiste esa corona
11 - Alma en pena
12 - Barniz, madera, tinta
13 - Ese era mi secreto
14 - Tres deseos
15 - Pajarito azul
16 - Quemadura
17 - Hombre de hechos, no de palabras
18 - Rodeada de víboras
19 - Es más cruel que yo
NOTA ENTREGADA A TIBE
20 - Ojos grises como los míos
21 - Acuerdo de paz
22 - La única excepción
23 - El tiempo corre
24 - Ella es N-ada para mí
25 - Control absoluto
26 - ¿Buscándome?
27 - Balde de agua fría
NOTA ENTREGADA A ADA
28 - Conejo blanco
29 - Tiré del gatillo
30 - Tercera, cuarta y quinta batalla
31 - Fue una trampa
32 - Insípido y amargo
33 - Monumento de hombre
34 - Di mi nombre
35 - Reunión
36 - Un alma rebelde
37 - ¿Seguimos hablando de caballos?
38 - Secretos detrás de su máscara
39 - Pequeña dama

05 - Mi juguete

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By NomadaOrion



Tomé aire y avancé arrastrando el miedo.

Conforme iba pasando en el área libre, los jinetes detuvieron su entrenamiento para observarme con recelo.

Todo estaba meticulosamente estructurado, había campos para practicar tiro al blanco con armas.

Tres hectáreas cuadradas para realizar combates cuerpo a cuerpo entre ellos.

Estaba al tanto de todo, el reino de Ardher se caracterizaba por la calidad de entrenamiento de soldados, sin embargo en este reino lo supera en todo, especialmente por lo estrictos y disciplinados que podían llegar hacer cada miembro y de cómo estaba estructurado cada equipo.

Soldados y jinetes Alfa, son aquellos que tenían más experiencia en batalla y mayor tiempo en entrenamiento, los informes señalaban que eran niños huérfanos cuyos padres murieron en el gran incendio de hace 10 años.

Luego están los soldados y jinetes Beta, entrenados como atletas para correr a mayor velocidad y ataque a larga distancia. Eran más jóvenes que los Alfas sin embargo tenían el mismo nivel de disciplina.

Después estaban los dos líderes de cada equipo y el líder general quienes se encargaban de mantener todo en orden y daba la última palabra como si fuera la voz del mismísimo rey.

Todos eran altos, la mayoría tenía la contextura fornida, imponente, los atletas Betas a diferencia de los Alfas, tenían su musculatura tonificada, no tan exagerada como los demás, debían controlar su peso por las extensas corridas que debían hacer.

Seguí avanzando con los guardias que me escoltaban y noté que habían pocas mujeres y en ellas no existía la palabra debilidad en su mirada ni en su contextura, eran fuertes, altas casi como los hombres.

No sabía que estaba haciendo aquí, temía por mi vida, de mi pequeño cuerpo y de mi salud mental. Llegué incluso a pensar que iba hacer una presa de entretenimiento para ellos.

Los guardias me guiaron para acercarme a dos hombres que estaban en un rincón cerca de un árbol de manzanas.

Uno de los hombres uniformados se acercó más rápido para susurrar algo a uno de ellos.

Segundos después el hombre que portaba un traje de entrenamiento se acercó a mí con cierto aire de grandeza examinándome de arriba a abajo, como si fuera una broma.

—Llegó nuestro nuevo juguete— sonrió ampliamente el hombre de cabello ondulado de color como la obsidiana y tez bronceada.

Quedé pasmada, mil pensamientos cruzaron por la mente, mis ganas de querer huir cada vez eran más intensas.

Todos dejaron de entrenar observando como leones hambrientos a punto de cazar a la gacela.

—Es mi juguete Tristán— dijo una voz que se proyectó atrás de mi.

Al voltearme rápido lo vi él.

El sujeto con belleza aterradora de ojos color miel.

No podía creer.

El tipo bronceado al escucharlo se enderezó desvaneciendo esa sonrisa juguetona que me había mostrado a duras penas cuando me vio.

—General.

¿Él era el general principal?

El rubio asintió centrando su atención en mi

—Vaya señorita Arlert, creo que hizo enojar al rey para que la enviaran acá— anunció al mismo tiempo que camino para estar frente a mí con su traje negro elegante con algunas medallas de honores en un costado de su chaqueta.

—General, el rey solicitó que usted la cuide mientras su consejero encuentre y regrese con un registro importante para la investigación— mencionó el guardia real.

Avanzó más hacia mí con pasos lentos e intimidantes. Por instinto de protección pensé en retroceder, pero mi cuerpo, mis mismas piernas me fallaron dejándome estática.

Desde esa pequeña distancia puede notar algunas cosas como que era un tipo que tenía el infierno en su mirada. Era alguien que con una sonrisa ancha y arrogante lograba tener millares de mujeres caer a sus pies y que con su voz profunda y ronca las damas mojarían su ropa interior.

Para mi, era más monstruo que humano, alguien a quien nunca se debía bajar la guardia. Todo su ser anunciaba peligro, destrucción y perdición.

—Yo no cuido a débiles— soltó sin despegar la mirada de mi—Ahora en adelante entrenará para ser un intento de jinete.

—¿Qué?— fue lo que emití.

—Ahora ya habla.

— No vine hasta aquí para entrenar.

—Descuide— me señaló un poste con una base de madera— ve eso de ahí, estará parada por tres horas.

—Que parte de que lo envió el rey para cuidarme, no entendió aunque no necesito de su cuidado, puedo estar sentada ahí— señalando el árbol

—Nadie pidió su opinión— respondió desafiante.

—Tampoco pidieron que naciera.

El hombre llamado Tristán y los demás que alcanzaron a oír mi respuesta soltaron carcajadas por mi inesperado comentario.

Debía defenderme, pero por mi imprudencia estaba al tanto que me esperaba un castigo aún mayor.

—Ahora se cree comediante— se acercó más a mi muy molesto, tuve que alzar la cabeza para mirar sus ojos fieros— la quiero allá hasta el anochecer.

—Es mucho tiempo— susurré más para mi que para él.

—Desde esa altura la puedo vigilar. Cómo es baja— me miró enarcando una ceja— se perderá entre los gorilas que tengo como alumnos.

Solté un suspiro lleno de fastidio, sin decirle nada caminé al lugar que me señaló, al menos me fui dando su buena dosis de respuesta.

Continué caminando y una mujer de cabello trenzado y piel morena gritó.

—Al general no s ele responde— gritó muy burlona— ¡Idiota!

—Al fin dices tu nombre— solté seria.

Su sonrisa se desvaneció rápidamente cambiando su expresión a una furiosa.

—¡Mocosa de mierda!— gritó caminando hacia mí, sin embargo dos hombres la detuvieron y yo me quedé paralizada por el susto.

Necesitaba con urgencia coserme la boca para no responder más.

El general dio unos cuantos pasos acelerados hacia mí y continuó señalando hacia el lugar que debería estar.

Como niña pequeña seguí caminando hasta llegar al poste de madera.

Subí los dos escalones para estar parada sobre la base y observar todo el campo.

Pasaron las horas, me sentía como en un sauna, me dolía terriblemente la cabeza y mis pies me latía por estar tanto tiempo en esta posición.

El sol me golpeaba la cara, me frotaba los brazos con mis manos para no sentir el calor y el enrojecimiento que me causaban.

Necesitaba sombra y sobre todo estar sentada. No había comido, ni siquiera había tomado agua desde que llegamos.

Este era el peor castigo y no se lo deseaba a nadie, ni siquiera a la mujer morena que me gritó hace rato.

Observaba a todos mientras se entrenaban entre sí. Desvié la mirada al escuchar el relincho de un caballo. A lo lejos, se extendía un campo mucho más grande, donde se adiestraban los equinos. Podía contar unos cinco, no, trece... tal vez veinte caballos, perdí la cuenta, cada vez salían más, todos en formación, trotando en columnas.

Luego, a pocos metros de mí, había un área donde combatían con armas blancas. Las movían con tal destreza que parecían plumas en lugar de espadas. Definitivamente ellos no eran personas, sino animales.

Comencé a sentir una mirada fuerte caer sobre mí, busqué con disimulo hasta que la encontré, el general estaba observando de brazos cruzados desde al otro lado del campo, la severidad y el repudio se reflejaba en su mirada.

¿Este hombre siempre ha sido así?.

Tiene hielo en lugar de rostro.

Yo por mi parte no le quitaba la mirada de encima, para no mostrar debilidad, ni mucho menos miedo.

Los minutos iban cada vez más lento, lo único que podía hacer era rogar a los cielos que Sebastián se manifieste con el registro en este preciso momento.

El general seguía ahí. De vez en cuando lo miraba, y al hacerlo, él mantenía la mirada fija en mí. Se tomaba muy en serio la tarea de vigilarme.

Luego lo vi un poco borroso. En un instante todo mi alrededor se tornó lleno de puntitos de colores y luego llegó la oscuridad, desde ahí no sentí mi cuerpo.

La cabeza me daba vueltas, mi cuerpo lo sentía pesado, a duras penas pude mover mis piernas.

¿Estaba acostada?

Bueno, mi espalda la sentía cómoda. Abrí mis ojos despacio mirando el techo, giré mi cabeza despacio para detallar lo que estaba a mi alrededor.

Había a mi costado izquierdo una ventana alta con cortinas de sedas entre transparente y tela gruesa de un tono rosado pálido.

Todo el lugar era asombrosamente elegante. Los pilares mantenían el acabado que tanto me gustó desde que llegué, las patas de los muebles y butacas estaban bañados en oro, los sillones cubiertos de tapiz terciopelo azul. La cama donde me encontraba era definitivamente grande, tanto que cabían cuatro personas.

Unos pasos interrumpieron mi curiosidad. Era una señorita de servicio.

Su cabello lo tenía discretamente recogido, facciones delicadas, con miedo en la mirada. Portaba un vestido largo que le llegaba más abajo de las rodillas de color azul muy oscuro casi a negro y un delantal blanco con bordes de encajes del mismo color. En unas esquinas tenía bordadas con hilo dorado ramas de laurel y el escudo de la nación.

—Me alegra que haya despertado, señorita Arlert— comentó mientras se acercó para poner encima de mí una mesita de madera con el desayuno.

—¿Cuánto tiempo llevo dormida?.

—Toda la noche— comentó mientras acariciaba sus manos con ansiedad— Se desmayó en el campo de entrenamiento y el joven Draven ordenó que la cuidara en su proceso de recuperación.

—¿Quién es Draven?— la miré dubitativa. Pensando que posiblemente sea el rubio.

—El general principal, señorita—me miró un poco nerviosa— Debe alimentarse bien, el doctor la revisó y dijo que últimamente no se ha estado alimentando.

Solté un suspiro a lo que comencé a ver el desayuno, era demasiado para mi, huevos revueltos, jugo y un té que nunca había visto en mi vida de un tono rosado, una porción de tartaleta de frutos rojos y otra de arándano el cual odiaba. También había café, algunos panes pequeños y ensalada de frutas.

Esta comida era suficiente para alimentar a todo un ejército.

—Esa bebida— señalé curiosa—¿Qué es?

Me sonrió amablemente.

—Es limonada de rosas, espero que le guste.

Curioso.

Decidí tomar un sorbo y si, estaba delicioso, fue como una explosión de felicidad para mi paladar, sabía increíblemente rico, muy suave y dulce. Era lo mejor que había probado en mi vida.

—Disculpe, ¿Hay más de esta limonada?, porque está muy rica— dije muy emocionada.

—Claro que sí señorita, le traeré más— dijo sonriendo — pero por favor, le pido que coma todo lo que han preparado para usted.

—No creo que pueda comer todo, pero trataré gracias...—la miré un poco curiosa —¿Su nombre?.

—Lily, señorita Arlert— se inclinó haciendo una leve reverencia.

—Solo Ada.

En un instante se abrieron las puertas de la habitación. Entró Sebastián. dando pasos sigilosos.

—Lily ya puedes retirarte— ordenó amable.

—Gracias Lily, está rico todo— alcé un poco la voz antes de que se retirarse.

—Draven le debe una disculpa y yo también— comentó el consejero muy apenado mientras me llevaba un trozo de fruta a la boca.

—No quiero volver ahí.

—Usted está bajo mi cuidado, sin embargo hoy tiene que regresar al campo de entrenamiento para que Draven la cuide ya que debo resolver algunos asuntos que me solicitó el rey.

—¿Puedo ir con usted?— dije antes de que me llevara otro sorbo de la limonada de rosas que tanto me gustó.

—Me temo que no, le pido disculpas señorita, son asuntos delicados, pero me aseguraré de que Draven no vuelva a molestarla.

—¿Pudo encontrar el registro?.

—Si. Hoy por la tarde me encargaré de apartar la biblioteca o en esta misma habitación para que pueda revisar los informes de los casos y encontrar el asesino.

—¿Cómo está mi taller?— pregunté preocupada.

—Intacto señorita. Con su permiso debo re...

Antes de que se despidiera, fue interrumpido por un guardia quien abrió con brusquedad la puerta.

—Sebastián, encontramos otro cuerpo sin vida.

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