Jack se mordió el labio mientras el tiempo avanzaba, deseando dejar de ser imprescindible en el trabajo de colecta. Cuando este llegó a su fin tuvo que contenerse para no salir corriendo hacia Anugal.
Consiguió mantener los nervios a raya mientras examinaba la colecta y dejaba ir a los trabajadores a casa deseándoles buenas noches. Le gustaba ser amable con ellos, la mayoría lo conocían desde que era pequeño y no todos lo veían como el jefe que era —aunque ninguno tenía el valor de decirlo en voz alta—, algo que él percibía.
No los culpaba. Aunque había nuevos trabajadores de su edad aproximada, otros muchos podrían ser perfectamente sus padres.
Cuando al fin pudo, tras dejar la colecta en los almacenes, recorrió las calles empedradas que lo llevaban a la residencia a toda prisa.
Nadie le prestó demasiada atención, conocían sus hábitos particulares y a ninguno le tomaba por sorpresa verlo a altas horas de la noche por allí. Además, la mayoría estaban demasiado concentrados en sus tareas. Regresar de los trabajos, cenar y descansar para una nueva jornada. Poco les importaba lo que el ricachón Frost hiciera en su poco tiempo libre.
Llegó a la residencia y se quedó mirándola con el pulso acelerado. Sabía bien lo que tenía que hacer. Rodeó la puerta principal, pues sabía que por muy Frost que fuera, visitar a la anciana fuera del horario no era una opción.
Era ágil y estaba en buena forma. Saltó la valla que lo separaba del jardín del edificio sin problemas y se perdió entre la oscuridad, dirigiéndose al ala de las habitaciones.
Recordaba dónde estaba la de la anciana, en la segunda planta, no tendría que escalar demasiado.
Trepar la valla había sido una cosa, pero mientras utilizaba lo que podía para poner los pies y las manos —y se recuperaba de alguna caída—, se dio cuenta de que por muy buen patinador que fuera, como escalador era mediocre. Se apoyó en el alféizar, sudoroso, y comprobó con horror que en el interior había un anciano de espaldas.
Maldijo su suerte y siguió el recorrido, con los brazos ardiendo, hasta la siguiente ventana que era la correcta. Suspiró de alivio y golpeó el cristal con suavidad.
Kellina se volvió hacia él y el susto se reflejó en su rostro. Los ojos se le abrieron por la sorpresa y le abrió a toda prisa, haciéndole pasar. Miró furtivamente a su espalda, a la puerta del dormitorio y cerró.
No dijo nada mientras el chico se dejaba caer en el sillón y se secaba la frente.
—¿Te has vuelto loco, Jack? —preguntó la anciana en un susurro sentándose en su cama.
Vestía un camisón turquesa, bajo una bata fina. Tomó asiento en su cama.
—Es Elsa —lo dijo con un hilo de voz, temiendo que alguien le escuchara.
Kellina se echó un poco hacia delante para verle mejor.
—A estas horas ya han repartido la medicación y no van a entrar. ¿Qué ha pasado?
—He recibido un mensaje suyo.
Los ojos de la repostera se abrieron esperando a que continuara y Jack pudo percibir incluso cómo contenía la respiración. No era para menos.
—Dice... —bajó la mirada— que la Reina de las Nieves existe.
No hubo cambio en la expresión de Kellina, que le apremió para que continuara.
—También dice que cree que Kai está vivo y piensa ir a rescatarlo.
—¡Oh, no! Va a enfrentarse a ella.
La preocupación contrajo sus facciones y un ligero temblor se adueñó de la anciana. Jack avanzó unos pasos hasta situarse de rodillas frente a ella. La tomó de las manos con determinación.
—Dijiste que la unión entre los reinos se debilitaba, que...
—Solo los que son llamados por la reina pueden atravesar el umbral.
Jack tragó saliva. Si la reina era real, si lo que él había visto bajo el hielo lo era, también aquella voz.
—¿Sabes cuándo se debilita la unión entre los reinos, Kellina?
—Cuando la luz cambia y la luna queda oculta de la mirada, se puede ver el otro lado.
—Los eclipses lunares —comprendió Jack—, ¿y el próximo es...?
Ambos se miraron.
—El día del concurso —dijo ella con un hilo de voz.
—Dentro de tres días.
Lejos de tener miedo, Jack sintió algo diferente latiendo en sus venas. Era una oportunidad, si sus sospechas eran ciertas, tal vez cuando se produjera el eclipse todos podrían ver que la historia de Kellina era real. Ninguno de ellos estaba loco. La Reina de las Nieves existía. Y él había oído su llamada. Tal vez como Kai. Tal vez como Dermin.