Los gritos de mamá llegan desde la cocina hasta la habitación. Adela se refugia entre mis brazos, tapándose los oídos. Es una niña fuerte, lo ha demostrado sobre todo en el último tiempo, pero hay cosas que prefiero que no tenga que oír ni presenciar.
—¡No, no podré prohibirte que hables con ellos, pero ni siquiera mereces hacerlo!
Nadie más que Alex sabe la verdadera razón por la que papá no nos acompañó en estas vacaciones. Y así es mejor. Mamá no quiere que “la reputación de la familia” se vea afectada.
—Vete a la mierda —es lo último que la oigo decir antes de que comience a sollozar.
—Quédate con Hudson —le indico a Adela, beso su frente y me dirijo a la cocina.
Mi madre está encogida sobre la mesada, con el rostro entre las manos. Sin decir nada, la atraigo a mi pecho y la abrazo.
—¿Por qué nos hace esto? —gimotea, como si yo tuviera la respuesta, como si alguien la tuviera.
Aprieto la mandíbula. La atraigo más hacia mí y beso su cabello.
La realidad es que, desde lo sucedido, la relación entre mi padre y yo pende de un hilo. A diferencia de Hudson y Adela, que todavía mantienen contacto con él, a pesar del dolor que la situación les genera.
Me es imposible fingir que nada está sucediendo. Sobre todo cuando soy el hermano mayor y, además de tener que ver a mi madre sufrir, debo ponerme los pantalones y ser fuerte por los resquicios que quedan de mi familia.
—Iré a caminar un rato por la playa.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, no. Tranquilo. Necesito estar a solas. Invita a Alex y a Will.
—¿Estás segura?
—Claro, cariño. —Me besa la mejilla, acunándome la otra con la mano. —Gracias.
La veo salir por la puerta, con un suspiro. Por más que quiera fingir que nada de esto me afecta, con el paso de los días, me va consumiendo.
. . . . . . . . .
—¿Qué pasa? Estás un poco perdido.
Alex me ofrece su cigarrillo, pero lo rechazo negando con la cabeza. Estamos sentados al borde del muelle y nuestros pies cuelgan sobre el murmullo del mar.
—Nada, solo estaba pensando.
—¿Volvieron a discutir?
—Puede.
Sus labios se tuercen y le da una calada a su cigarro. Nunca fue bueno consolando a las personas, pero ya estoy acostumbrado a ello y sé que no es porque no quiera ni lo intente, sino porque, sencillamente, no puede.
—Qué putada.
—No importa. Hablemos sobre otra cosa.
—Mañana es el cumpleaños de Gaby. Haremos un almuerzo con todas las familias primero, y una fiesta por la noche. ¿Vienes, no? Invité a Susan y su grupo.
¿Susan en la fiesta de Gaby? Ellas dos pertenecen a mundos paralelos. No estoy seguro de que Gaby sepa que ella va a asistir, ni de si la idea le agradaría si lo supiera.
—Allí estaré.
—No sabía qué regalarle. No pude comprarle nada.
En estos momentos es cuando se nota lo poco que se conocen los hermanos Norman.
—Regálale una de esas blusas juveniles que tanto le gustan. La adorará.
—Sí, parece una buena idea. Gracias.
Cuando termina su cigarrillo, damos un paseo por la playa. Es entonces cuando, a lo lejos, vemos a Maya, Sissy y Gaby jugando al voley en una cancha improvisada. Ella lleva una bikini azul floreada y el cabello recogido de forma desprolija, demasiado concentrada en el partido como para que le importe o como para notar nuestra presencia.
Más allá, el sol ya comienza a ocultarse, pero tampoco parece importarles la falta de luminosidad.
—Hey —saludo una vez llegamos junto a ellas.
—Hola. —Gaby me dedica una sonrisa que nunca creí que me dirigiría. Desde nuestro pacto de paz, todo ha marchado más que bien entre nosotros. —¿Quieren unirse al partido?
Así es cómo terminamos dividiéndonos en dos equipos; Maya, Sissy y Alex, y Gaby conmigo.
—Espero que sigas siendo tan bueno en esto como te recuerdo.
—Soy bueno en todo lo que hago, panda.
—En todo menos en los apodos, por lo que veo.
—En eso me destaco. En eso y otras cosas.
—¿Qué cosas? —Cuando mi sonrisa se ensancha, me da un golpe en el brazo. —Eres un cerdo.
—¿Empezamos? —pregunta Alex, y decido pasar por alto su tono irritado.
Cada vez que marcamos un punto, algo que sucede bastante seguido, Gaby y yo chocamos pechos, lo que me obliga a agacharme para estar a su altura.
Como el partido es hasta llegar a los cincuenta puntos, una vez lo logramos, sucede algo que no espero ni en mil años. Algo que me genera sensaciones que soy incapaz de identificar.
Gaby me abraza. Rodeo su cintura con los brazos para atraerla a mí.
—¡Ganamos!
—No lo hubiéramos hecho sin mi maravilloso talento para el voley.
Me pica una costilla, logrando que me retuerza un poco y que me ría.
—Eres insufrible —responde al separarse. —Cuando quieras jugamos uno contra uno, para que veas que soy mejor que tú.
—Cuando quieras, pandita.
De vuelta a casa, Alex está muy silencioso, con el cuarto cigarrillo del día colgando de sus labios. Puedo ver a través de su mirada cómo se mueven los engranajes de su cerebro y cómo está masticando algo que quiere escupirme. Hasta que finalmente habla.
—¿”Pandita”?
—Es sólo un apodo para molestarla. ¿Por qué?
—No sé, parece más un mote cariñoso. ¿Vas a decirme qué pasa entre mi hermana y tú?
—¿Entre Gaby y yo? —Arrugo la nariz y me detengo a mitad de camino. Él también lo hace. —Somos amigos. ¿Qué tiene de malo?
—¿Qué tiene de malo? —repite, molesto. —Gaby y tú no son amigos. No es posible en ningún universo. Además, ella… —se corta a la mitad de la oración y aprieta los labios.
—¿Ella, qué, Alex?
—Nada. Prometiste que no te meterías jamás con mi hermana.
—Y estoy cumpliendo mi promesa.
—¿Entonces por qué se siente como justamente lo contrario? —Arroja el cigarrillo a la arena y lo pisa. —Mira, Carper. Eres como mi hermano. Sabes que te aprecio. Pero ambos sabemos que no eres una persona constante. Eres como yo. Te gusta estar con muchas mujeres, el alcohol y las fiestas. No quiero que Gaby termine enredada en esas mierdas.
Frunzo el ceño. Bien, puede que a lo largo de los años le haya dado razones para que se cree ese concepto sobre mí pero, actualmente, tengo cosas más importantes en las que pensar como para estar envuelto en ese tipo de cosas.
—Creo que ya no me interesan tanto esas mierdas, Alex.
—No te mientas a ti mismo.
—Hablo en serio.
—¿Qué? ¿Me vas a decir que ahora eres un hombre de bien que piensa en casarse y formar una familia? Esos no somos nosotros.
—No digo que haya pasado de un extremo al otro, pero creo… creo que he madurado.
—Ahora me llamas inmaduro. Genial.
—No es eso lo que intento decir… —Me paso una mano por el rostro. —No puedo creer que estemos teniendo esta conversación sólo porque crees que algo pasa entre Gabriella y yo. Ya te lo dije; somos amigos.
—Está bien. Supongamos que te creo. Pero como me entere de que algo más sucede entre ustedes, Carper, como termine lastimada…
—Tranquilo. Nada de eso sucederá, porque no tengo ni el más mínimo interés en ella.
Si esa es la pura verdad, ¿por qué se siente como si le estuviera mintiendo a mi mejor amigo?