Estabas "meditando", y le pondrías más comillas si pudieras.
La verdad era que estabas cansado de fingir que hacías algo más que rascarte los huevos –literal, eran de tus pocos momentos que estabas realmente solo-. Se sentía como una especie de habitación de tortura el pequeño cuarto con una horrible alfombra bordo, lleno de extrañas vasijas y adornos, y donde en el centro, contra la pared, había una cruz gigante con el cristo ensangrentado colgado.
- Ofrecería mis dedos como ofrenda si sirviera de algo solo para hacer algo diferente - susurras, tirado boca arriba con los brazos y piernas extendidas- estúpido Changbin, recién había comenzado la tercer temporada de Peaky Blinders – lloriqueas con tu labio inferior estirándose hacia el frente.
Pataleas como modo de descarga, conteniendo tus ganas de gritar e insultar.
Siempre habías odiado este estúpido pueblo, por eso te habías ido en primer lugar al apenas cumplir la mayoría de edad. Lo peor de todo era que no solo estabas atrapado en una especie de siglo XVII, sino que a eso debías sumarle que no podías salir de la parroquia porque quizás alguien te reconocería.
Maldición. Habías crecido con toda esta gente. Solo bastaría con que algún vendedor te reconociera para que todo se fuera a la mierda. Ya era un milagro que nadie se hubiera dado cuenta en las misas.
En estos momentos lo que más querías era un celular. Si al menos lo tuvieras podrías pasar este tiempo viendo algún video, algún capítulo de alguna serie o anime.
- Debí haber comprado uno antes de llegar - susurras refregando tu rostro con ambas manos.
Aunque también podría ser un error. Quizás podrían localizarte. Te gustaba pensar que eras más "precavido" que "paranoico".
"¿Changbin estará bien? ¿Seguirá con vivo?" piensas mirando el foco, notando que su alrededor tenía una capa muy espesa de telarañas. Dios. Realmente esperabas que ese idiota este a salvo.
Podrías intentar comunicarte con él con el celular de respaldo, que no era otra cosa que un viejo y descontinuado celular que solo permitía mandar mensajes o hacer llamadas. Les había parecido buena idea tenerlos para aquellas noches en las que decidían ir a tomar alcohol a algún lugar de mala muerte pero con lindas bailarinas. Les servía porque podrían beber hasta perder la consciencia, y no debían preocuparse después por si hacían algo estúpido -como mandarle algún mensaje a alguna ex-. Solo se tenían agendados el uno al otro y por ello, gracias a esos celulares tenían un modo de encontrarse; y sobre todo, lo más importante, nadie les robaría esos celulares, ni nadie se los compraría en caso de que se quedarán sin dinero.
Habían hecho tantas estupideces, y perdido tantos celulares de las maneras más estúpidamente posibles, que esta había sido la mejor solución. Hoy, esperabas el idiota hubiera llevado ese descontinuado celular con él para comunicarse contigo.
- Si solo nos hubiéramos llevado dos fajos seguros no se habrían dado cuenta - piensas en voz alta.
Siempre es más fácil hablar con el diario del lunes.
Lo peor era que el idiota de Seo no necesitaba ese dinero, solo lo había sugerido por pura idiotez. Pero al final terminaste siendo más idiota vos por seguirle el juego. En tu defensa, en esos momentos solo habías pensado en todos los lugares donde podrían ir a gastarlo.
Te había parecido divertido, y no le veías nada de malo llevarte un par de billetes como seguro de vida.
Sueltas un largo suspiro. Por ahora ya no había nada más que hacer. Solo te restaba esperar en esta especie de retiro espiritual forzado.
Estiras tus brazos y piernas, y te decides a salir cuando tu tiempo estipulado ya se había cumplido.
Estabas demasiado aburrido. Así que saliste del cuarto y caminaste por los pasillos hasta llegar a la iglesia principal.
Miraste los bancos de madera, los vidrios coloridos con diseños, el cristo colgado. Caminaste hasta el piano y pasaste tus dedos por el mismo. Recorriste cada pequeño espacio caminando hasta llegar al confesionario.
Siempre quisiste ver cómo era el lado donde se sentaba el Padre Cho, así que miraste a ambos lados, asegurándote que no hubiera nadie, y te metiste.
Fue... decepcionante. Esperabas hubiera algo más.
Miraste la rejilla que separaba ambos espacios y la abriste y cerraste, repitiendo la acción varias veces.
- Esto es tan aburrido- susurras, pateando la gruesa tela roja enfrente tuyo.
Con todo el dinero que les habías robado a esos idiotas podrías haber ido a otro continente. Seguro sería más interesante que estar encerrado 24/7 en una parroquia.
Sentías que si te quedabas por demasiado tiempo, en cualquier momento te iba a dar un brote por fingir timidez y la estúpida voz aguda.
Dios, te conformarías con al menos tener algo diferente que mirar. Ni siquiera habían comenzado las clases, para al menos entretenerte buscando algún modo de molestar a los nuevos estudiantes.
Hasta te conformarías con organizar alguno de esos estúpidos eventos comunitarios a los que odiabas asistir de pequeño.
Suspiraste antes de salir del confesionario para ir a pasear por el jardín, o al menos esa había sido la idea hasta que viste al Padre Cho de brazos cruzados a solo unos pasos de donde estabas.
"Mierda" piensas, tu cuerpo tensándose.
- Mina, ¿no debería estar meditando señorita? - pregunto con burla.
Maldito vejestorio. Seguro te iba a mandar al frente con la Hermana Park, y ella te iba a terminar retando y castigando.
- Quería confesarme - mientes, y el Padre Cho, que prácticamente te había visto crecer, elevo una ceja.
Si la Hermana Park era como tú "madre", se podría decir que el Padre Cho había sido como una especie de "padre".
- ¿Realmente quieres eso hijo? - pregunto con burla - ¿O solo estas aburrido?
- Aburrida - le recuerdas - es aburrida Padre, no aburrido... pero si, estoy aburrido - admites haciendo un gran puchero, el Padre Cho soltando una de sus características carcajadas.
- Las clases inician dentro de poco, podrías organizar la biblioteca y hacer un stock de los libros que llegaron por donación, ver cuáles son adecuados y cuales no para los niños - ofreció y en otro momento de tu vida le hubieras dicho que ni en pedo.
Hoy te parecía un planazo.
[†]
Bostezas. Habías comenzado a leer un libro de ficción. Era la primera vez en semanas que no leías algo que no fuera algún versículo al azar de la biblia.
Los libros que habían llegado estaban en buen estado y al parecer eran de los géneros más variados - excepto eróticos-.
Miraste los estantes y te sorprendió ver que hasta habían llegado algunos de Harry Potter.
Ja. Si hubieran llegado cuando eras un niño, seguro los habrías leído.
Cuando entraste a la adolescencia no te habían llamado la atención, cuando te fuiste a la ciudad ni las películas te interesaron. Que gracioso. Hoy te parecía otro planazo llevarlos, esconderlos entre los libros que estaban en el cuarto de meditación y leerlos en esos momentos.
- Extraño ver anime - susurras, cerrando el libro no sin antes marcar con una hoja de un árbol en donde habías quedado.
Debías aguantar un tiempo, luego podrías investigar si te estaban buscando o si Changbin aún estaba vivo. Pero por el momento lo mejor era no hacer nada estúpido que te pudiera meter en problemas.
- ¿Qué haces aquí? ¿Quién eres? - escuchas detrás tuyo y tu cuerpo se pone rígido.
Mierda. Te habías quitado el hábito debido a que te hacia transpirar demasiado la frente. En tu defensa no creíste que ibas a ver nadie en el pequeño cuarto que funcionaba como biblioteca.
En general nadie entraba a menos sea para limpiarlo o buscar material de lectura mientras las clases funcionaban.
Diablos, esperabas que no fuera nadie conocido.
- Te estoy hablando - repite la voz y tomas el hábito, poniéndotelo sobre la cabeza de una forma que seguramente debía verse muy torpe.
La verdad sea dicha, te importaba muy poco si se veía torcido. Solo esperabas que te ocultara, a fin de cuentas, este era el mejor disfraz posible por el momento.
Giraste lentamente, sin quitar la vista del suelo, evitando a toda costa que se viera bien tu rostro hasta comprobar si conocías o no a la persona.
- M-me lla-mo Minh-Mina - susurras en tu eterno tartamudeo, fingiendo tu voz aguda y queriendo golpearte por casi decir tu nombre verdadero.
- ¿Una monja nueva? - pregunto aquel extraño y no pudiste evitar blanquear los ojos.
- Novicia, no monja - explicas con fastidio señalando hacia tu cabeza- el hábito es blanco, no negro - aclaras como si fuera una obviedad.
- ¿Y la diferencia es....?
Apoyas una mano sobre tu rostro susurrando un "Por Dios", y el extraño se ríe.
Una risa burbujeante que te hizo separar tus dedos y mirar al desconocido. Sentiste un gran alivio recorrer todo tu cuerpo al ver que no lo conocías.
- Wuoo... qué lindo - piensas en voz alta luego de mirar su rostro, y automáticamente sientes como hasta te arden las puntas de tus orejas.
Te giras dándole la espalda al caer en cuenta de lo que acababas de decir, con una desagradable sensación en tu garganta. Era como si tuvieras una especie de pelota estancada.
Mierda. Mierda. Mierda.
Guardaste el libro en donde creías debía estar y saliste casi corriendo, con la cabeza gacha y evitando cualquier clase de contacto con el desconocido.
Caminas rápido hasta llegar al recinto donde viven con las demás novicias y solo cuando entras al baño te sientes un poco más relajado. Tus manos tiemblan y te cuesta quedarte de pie, pero lo que más te sorprende es que ni siquiera sabes porque te habías puesto tan nervioso en primer lugar.
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