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Nadia
Permanecía recostada sobre el pecho de Leonardo mientras él acariciaba mi espalda lentamente con la punta de sus dedos. Mis párpados se habían abierto minutos antes para apreciar los primeros rayos del sol, que se filtraban a través de las cortinas semitranslúcidas que habíamos cerrado después de la nevada. Aunque la temperatura había disminuido, el calor que emanaba el cuerpo de Leonardo me protegía del frío. Después de contemplar la primera nevada del mes, nos fundimos haciendo el amor una vez más, solo que esta vez la intensidad fue aún mayor, terminando en un abrazo.
Me estiré en mi lugar, suspire al sentir como mis músculos se relajaban.
—Buenos días —dijo con una voz ronca, una que amaría volver a escuchar.
—Buenos días —un bostezo salió sin permiso y le sonreí.
—¿Dormiste bien? —sus ojos miraban sus dedos que acariciaban mi cabeza.
—Después de ayer, creo que dormí mejor que nunca —sentí que mis mejillas se sonrojaron, gracias al recuerdo que vino a mi mente.
Leonardo acercó su rostro al mío y depositó un tierno beso en mis labios.
Ambos nos levantamos de la cama, pero antes de que yo pudiera salir de entre las sabanas, me prestó una de sus pijamas, había olvidado mi bolsa con el cambio de ropa que había preparado para estos días y estar en ropa interior no era opción, o al menos, Leonardo dijo que así comeríamos de verdad y no a nosotros mismos.
Se había vuelto tan liberal, tan directo y bromista que jamás habría imaginado que era así, y me encantaba por completó. Sentía que él era feliz siendo autentico, sin miedo a ser juzgado o a reproches por su personalidad.
Leonardo se adelantó a la cocina mientras yo me cambiaba, y antes de salir del cuarto, la curiosidad me llamó y observé cada detalle en él. Había un escritorio con una pila interminable de papeles, una computadora y una silla que parecía cómoda a simple vista. A los costados de la cama había mesitas con pequeñas lámparas del mismo modelo; una de las mesitas estaba vacía, mientras que la más cercana a la puerta tenía libros y una bocina de última tecnología con inteligencia artificial.
Al girar en mi lugar, me fijé en el gran espejo al lado contrario de la cama, que en realidad era una puerta para el closet. Fue entonces cuando noté que mi cabello estaba despeinado y mal arreglado, y ni hablar del maquillaje, todo estaba desordenado y mis ojos tan manchados que parecía un mapache.
Corrí al baño para lavarme la cara y no salir en ese estado. Mientras mojaba mi rostro, no pude evitar imaginar lo que habrá pensado Leonardo al verme así. Estaba segura que por respeto, evitó reírse para no hacerme sentir mal.
Una vez lista y con el rostro más que limpió, me acerqué a la cocina y ahí estaba él. Su torso estaba completamente desnudo, lo que me permitió admirar los músculos de su espalda, sus hombros anchos y sus brazos bien marcados. Mi mente volvió a fantasear y el escenario era parecido al de horas antes, la diferencia era la confianza que veía, pronto podría ser mayor y más intensa.
Leonardo giró y se sorprendió al verme atrapándome in fraganti con la mirada fija sobre su cuerpo.
—¿Te gusta lo que ves? —la sonrisa se me borró del rostro y lo cubrí con mis manos.
—Tal vez… —reí nerviosa.
—Bueno, tendrás que aguardar. Desayunáremos e iremos de compras —colocó lo que había en el sartén en los platos planos que tenía a su alcance.
—¿Para qué? — fruncí el ceño y Leonardo de acercó a mí.
—Bueno, no creo que quieras usar la misma ropa de ayer —se recargo en la encimera de la cocina luego volteó a verme—. Además… quiero que hagamos más cosas, el departamento será para dormir o… cosas para mayores.
Ambos reímos culpables del delito nocturno, algo de lo que jamás me iría a arrepentir.
—Y… ¿qué cosas serían? —me acerqué a él para tomar el plato que me había señalado.
—Ya hemos ido a tomar café y a la feria, pero podemos ir de compras, ir a comer a algún restaurante al que me gustaría llevarte, o incluso, ir al cine a ver una película y comprar palomitas —me tomó de la cadera y me levantó con fuerza para ayudarme a sentarme en la encimera.
—¿De verdad? —sentía emoción en mi pecho y una clase de cosquilleo en mi vientre.
—Claro —tomó un pedazo de tocino y lo acercó a mi boca—. Una cosa es esconderse en… la facultad, pero fuera de ella, tú y yo somos libres de hacer y deshacer. Y quiero hacerlo contigo.
No pude evitar sonreír, me sentía especial, amada y única, cómo si fuera la primera mujer en ser amada.
Terminamos de desayunar y yo regresé al cuarto para ponerme la ropa de la noche anterior. Agradecí infinitamente que no estaba sucia y lo único que tuve que hacer fue planchar la falda, ya que se le notaban las arrugas que le había dejado la actividad nocturna.
Bajamos por el ascensor tomados de la mano y salimos del recibidor después de que el hombre de la recepción nos deseara un buen día. Al salir, la brisa gélida que traía consigo la primera nevada nos golpeo, produciendo un escalofrío que recorrió nuestras espaldas. Ambos reímos ante nuestra reacción e inmediatamente nos subimos al auto. Nos colocamos los cinturones de seguridad y Leonardo encendió el auto para dar inició a nuestro viaje.
Durante el camino, hablábamos del sabor de la cena de Matt, de mi olvidó por no traer mi cambio de ropa y del regalo que me había dado, era mi primer estetoscopio.
En el estacionamiento del centro comercial, Leonardo buscaba un lugar para estacionar el auto en unos de los espacios cercanos a la entrada del sótano de la plaza. Descendimos del vehículo y el lugar estaba helado; mis dientes castañeteaban por el frío que me envolvía. Ni siquiera la bufanda blanca que él me había regalado lograba calentarme el cuello. Leonardo se quitó su abrigo y me lo ofreció. Al principio me negué, pero el insistió en que lo usara y me envolvió con la prenda, apesar de que él estaba temblando de frío.
Al cruzar las puertas de cristal, nos recibió un clima más acogedor. Intenté devolverle el abrigo a Leonardo, pero este se negó y para evitar que yo siguiera insistiendo, me abrazo por detrás, atrapándome los brazos para no moverme.
Recorrimos las tiendas, subimos y bajamos, entrando y saliendo de cada una que llamaba nuestra atención. Decidíamos que probarme y qué comprar, y él pagaba todo sin dudarlo y sin siqueira ver los precios. Si hubiera intentado pagar yo, probablemente estaría en bancarrota.
Durante el recorrido en uno de los pasillos superiores, pasamos por una tienda de decoración para interiores, siempre me había gustado entrar en esas tiendas, pero Marco me lo impedía diciendo que tenía mal gusto y que eran pésimas mis elecciones. Me daba rabia solo recordarlo.
—¿Podemos entrar? —le señalé la tienda.
—Si, vamos —me mostró una gran sonrisa.
Emocionada, lo tomé de la mano y entramos a dicha tienda junto con el par de bolsas que llevamos con nosotros.
Me sentía cómo una mamá que miraba los diseños de las tazas, espejos, de sabanas y de las cortinas que podría llevar a casa. Leonardo también prestaba atención en las cosas de la tienda, incluso llegó a tomar una canasta para llevarse un par de sábanas, frazadas con la excusa de que las usaríamos y unas cortinas nuevas para evitar que el sol abrazador quemé al entrar por el ventanal de su cuarto.
—¿Crees que un florero sea bueno para decorar? —preguntó mientras comparaba dos floreros de vidrio con diseños muy distintos uno del otro.
—Si le pondrás flores y mes cambiarás el agua siempre, entonces si —comenté—. Las flores artificiales también sirven —Le mostré un ramo ya bien decorado de rosas blancas con lavandas.
Leonardo se acercó a mí y me dio un beso tierno en los labios, le regresé una sonrisa y él término eligiendo el florero liso.
Continuamos recorriendo los pasillos de la tienda y de tan concentrada que estaba en cada uno de los artículos, no me di cuenta de que me había separando de Leonardo. Comencé a buscarlo primero en el pasillo de las sabanas y nada, luego lo busque en el de artículos para el baño y tampoco, hasta que lo vi cerca de uno de los sillones que estaba en exhibición, estaba hablando con una mujer mayor. Al principio supuse que era una señora que le estaría preguntando por algo de la tienda, pero la sorpresa fue mayor cuando me acerqué.
—¿Leonardo? —posé una mano sobre su espalda y después mire a la mujer frente a él.
—Vienes acompañado —la señora me recorrió de los pies a la cabeza, su acción no hizo más que incomodarme y hacerme sentir mal. Posiblemente me estaba juzgando de algún modo y no sabía ni como defenderme si aún no me había ofendido.
—Eh… si, algo así —aclaró la garganta.
—Ya veo —la mujer se acomodó su abrigo fino con una clase de peluche en el cuello, parecía que llevaba un montón de pelo recién cortado de un Poodle—. Tú madre nos invitó a la cena navideña y espero verlos a ti y a Siena en ese día.
—Tal vez esté algo ocupado y no vaya a poder asistir —respondió rápidamente. Se le veía incómodo e incluso nervioso, pero no pude entender el por qué o por quién lo estaba.
—Eso sería una pena para ella y para tu familia —me miraba de vez en cuando, cómo si tratara de preguntarle a Leonardo quién era yo o tal vez, la inoportuna era yo por estar en una conversación que no me incumbía—. Yo se que tú y ella pudieron tener…
—Lo sé, señora Miller —la interrumpió y lo noté aún más tenso de lo que ya estaba—. Mis padres me hicieron llegar la invitación y trataré de estar ahí.
—Eso me parece encantador —le sonrió tan ampliamente que parecía más una sonrisa falsa—. Nos vemos en la cena, querido.
La señora se acercó a Leonardo para darle un beso en la mejilla, pero él la tomó de los brazos para impedirlo; la mujer no se lo tomó muy bien, pues puso una cara de descontento y dio media vuelta sin siquiera despedirse se mí o al menos mostrarme esa sonrisa falsa que había formado en su cara.
—¿Encontraste algo que te gustó? —Leonardo se dirigió a mí, pero mi mirada se mantuvo fija en la mujer que se alejaba con paso seguro y un aire de superioridad—. ¿Nadia?
—¿Qué? —pregunté un tanto alterasa mientras lo volteaba a ver, me di cuenta del tono que había tomado e inmediatamente me arrepentí—. Yo… Perdóname.
—¿Por qué? —me miró confundido.
—Por nada —volví a responder de mala gana y me alejé de él.
Escuché sus pisadas tras de mí, él me venía siguiendo, pero yo no quería. Por primera vez, estaba sintiendo que algo me ocultaba y esa mujer me lo había hecho notar.
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Ibamos entrando al departamento de Leonardo, antes de salir de esa tienda, pasamos a pagar todo lo que habíamos elegido y él había propuesto que fueramos a comer, pero a mí se me había ido el hambre. Tenía muchas preguntas, eras las mismas que se repetían en mi cabeza una y otra vez durante todo el recorrido de regreso.
Leonardo dejó todas las bolsas de las compras en el suelo cerca de la entrada, me ayudó a quitarme el abrigo y la bufanda, pero yo seguía sin pronunciar alguna palabra.
—¿Quieres que prepare algo para comer o… prefieres que pida algo? —estaba detrás de mí, no quería voltear a verla, realmente me sentía mal, pero no por enfermedad, si no, por la incomodidad de aquel encuentro.
Él había pasado de mí, ni siquiera me había presentado a aquella mujer y ni decir qué no le dijo que yo iba con él. Fue como si estuviera escondiéndome y que sus nervios eran la consecuencia de eso.
—No tengo hambre —respondí.
—No hemos comido desde la mañana y ya es algo tarde —me tomó de la mano y mi cuerpo se tenso—. ¿De qué tienes antojo?
Quería evitar mirarlo, pero cuando lo vi a los ojos mi corazón se conmovió. Él me miraba apenado y lleno de preocupación, su boca se movía como si fuese a decirme algo, pero esperaba mi aprobación o algo parecido.
—¿Quién era? —solté de golpe y sin tapujos.
—¿Qué? —frunció el ceño, tal vez no me había entendido.
—La mujer con la que hablaste en la tienda —insistí—. ¿Quién era?
Lo vi suspirar y bajar la cabeza, sus manos se colocaron sobre sus caderas y después volteó a verme.
—Es una amiga de mis padres —explicó—. No creí que fuera a cruzarme con ella en ese lugar, es muy raro verla salir en público. Es de esas personas que se jacta de tener mucho dinero.
—¿Y Siena? —volví a cuestionar.
—Nadie importante —suspiró de nuevo—. Solo uan persona desagradable.
—¿Es por eso que no irás a la cena de tus padres? —seguí con el interrogatorio.
—No —parecía que le costaba responder a cada una de mis preguntas—. Simplemente no me gustan esas fiestas.
—¿Por qué no me dijiste nada sobre ello? —insistí una vez más. Podría parecer tonto y exagerado, puesto qué, apenas empezamos a salir, pero necesitaba una respuesta.
—Porque aún no estaba listo —levantó la voz haciéndome sobresaltar.
Jamás había hablado en ese tono, ni siquiera cuando daba la clase. Por un momento fue como escuchar a alguien más y no a el hombre que me gustaba.
—Lo siento. No fue… —suspiró exasperado—. No fue mi intención.
—No… —hice una pausa—. Perdóname tú a mí por indagar. Tienes tus razones y yo debo respetar tu decisión de no contarme. Tal vez, algún día lo harás.
El silencio se nos rodeó, había ese aire incómodo en el ambiente y era entendible. Después de todo, aún me faltaba mucho por conocer de él, así cómo él de mí.
—¿Quieres… que te enseñé a preparar comida mexicana? —pregunté solo para tratar de romper el incómodo momento. Leonardo me miró y me sonrió, estabamos bien de nuevo.
—Me encantaría aprender a hacerla —estiro su mano hacia a mí y la tomé con nerviosismo.
No quería que las cosas se arruinaran tan pronto; deseaba que nuestra relación perdurara y que pudiéramos crear recuerdos maravillosos juntos. Buscar la forma de que todo funcionara, después de todo, el diálogo entre nosotros era vital para nuestra relación.
Nuestro futuro juntos estaba lleno de posibilidades, buenas o malas, pero bastantes y algunas, incluso superarían cualquier expectativa.