Lydia
El domingo bien temprano, me desperté. Hacía tiempo que no salía a correr y me pareció el momento perfecto. Me vestí con mi chándal y me puse mis zapatillas deportivas. La mañana estaba perfecta, el frío azotó mi rostro al poner un pie en la puerta, pero me gustaba. No era muy tolerante al calor.
Luego de treinta minutos de cabalgata, mi teléfono sonó. Lo tomé para descubrir unos mensajes de texto de Jordan.
<<Buen día ¿Te gustaría almorzar conmigo? Quiero que conozcas a alguien >>
Mi corazón dio un vuelco. Inevitablemente, una sonrisa tonta se dibujó en mi rostro. Estaba segura que ese alguien era su sobrina.
Respondí con un <<Ok>> y di la vuelta para regresar a casa.
Una vez en ella me comencé a cuestionar. No creía que esto fuese lo correcto en realidad, una interacción con su familia era algo más formal. Y temía ilusionarme con algo que no sabía si tenía futuro. Al final decidí dejarme llevar y asistir, al fin y al cabo, era solo un almuerzo.
Me decidí por unos jeans de color azul cielo y una blusa de mangas largas. Unas botas de tacón mediano y una chaqueta marrón. Me gustaba el frío, sí. Pero no quería pillar un resfriado.
Conduje hasta la dirección que me había dado Jordan por teléfono. Insistió en recogerme, pero preferí ir en mi propio auto. No deseaba robarle mucho tiempo con su sobrina.
El lugar era increíble, como una especie de jardín gigante. Al aire libre, poseía un hermoso patio, lleno de pequeños niños que jugaban alrededor mientras los padres disfrutaban de la comida, y unos empleados (por los uniformes que usaban) se encargaban de supervisarlos.
Repartí una mirada alrededor para tratar de localizar a Jordan. Hasta que vi su perfecta figura a lo lejos. Estaba de cuclillas, con una sudadera color salmón y unos jeans blancos. Lentamente me acerqué a él y lo toqué en el hombro. Se giró, me miró y sonrió. La personita delante de él se refugió en su pecho y me observaba sigilosa desde su posición.
Sonreí al ver lo hermosa que era. Tenía el cabello oscuro, ondulado, su tez era blanca. Sin dudas se parecía mucho a J, con la única diferencia de que tenía los ojos color verde.
—Ya estás aquí —dijo con una enorme sonrisa en sus labios —. Mira, Carli, ella es Lydia. Di: Hola.
La pequeña balbuceó algo y se abrazó una vez más a J.
—Es un amor. Solo que a veces le cuesta abrirse —se excusó —. Vamos a nuestra mesa. Olivia espera por nosotros.
Lo seguí hasta una mesa preparada con tres asientos. Una pirámide de tres pisos, exhibía todo tipo de dulces, de varios colores y formas. Un olor de vainilla cubría el ambiente. La chica que yacía allí usaba su teléfono hasta que nos vio llegar. Inmediatamente se puso de pie y me extendió su mano.
—Tú debe ser Lydia —dijo y le extendí mi mano asintiendo —. Mi nombre es Olivia.
—Mucho gusto.
—Jordan no deja de hablar de ti.
Él se sonrojó.
—Oh, vamos, tampoco así —se defendió.
—Sí, claro. Es peor de lo que te pueda contar —contestó ella.
La tarde transcurrió amena, el lugar y la compañía eran agradables. Descubrí que Olivia es abogada de litigios, vivía con los padres de J, hasta que el hermano de J falleció. Este mes se mudaría a España, a trabajar en el bufete de su padre. Estaba despidiéndose de él.
Jordan se había llevado a la pequeña a los columpios. Había conseguido que me sonriera en algunas ocasiones y ya no parecía temerme. En algún momento, descubrió una flor que esparcía agua cuando la presionaban y J sufría las consecuencias. Ambos jugaban y corrían alrededor.
—Amo verlos juntos —me dijo observando la escena tan tierna.
—Sí, es una faceta que nunca pensé ver en él.
—También se ven lindos ustedes.
Bajé la vista apenada.
—Puede que aparente ser una cosa, pero lo conozco desde hace ocho años y su corazón es enorme. Aunque actúa como un idiota a veces. Y sus padres son amores. No sé qué hubiese sido de mi vida sin ellos.
—Pero no estamos juntos… es complicado. Temo que no cambie nunca, tiene su fama y me da miedo caer por alguien que no sabe lo que quiere. Porque hasta ahora no ha hecho más que joderlo. ¿Crees que puedo cambiarlo?
—Creo que ya lo hiciste. Jamás lo vi tan preocupado por darle explicaciones a nadie. Tuvimos que obligarlo a llamar a un abogado porque la única persona con quien quería hablar eras tú. Si crees en las segundas oportunidades, deberías dársela. Y si no, piénsalo. Tal vez pierdas lo mejor de tu vida por miedo a salir herida.