(Pov Athea)
El jardín del crepúsculo, ese era el nombre que recibía este impresionante lugar.
La hierba brillaba a la luz plateada del anochecer y las flores eran de colores tan intensos que casi refulgían en la oscuridad. Unos escalones de mármol negro pulido ascendían a uno y otro lado de un manzano de diez pisos de alto. Cada rama relucía cargada de manzanas doradas y a su alrededor un dragón enroscado en el tronco del árbol.
Ladón.
Su cuerpo de serpiente tenía el grosor de un cohete y lanzaba destellos con sus escamas cobrizas. Tenía más cabezas de las que yo era capaz de contar. Más o menos, como si se hubieran fusionado cien pitones mortíferas que no dudarán en darte un mordisco solo por curiosidad.
- Las manzanas de la inmortalidad – dijo Thalía –El regalo de boda de Zeus a Hera -
Las sombras de nuestro alrededor empezaron a agitarse y de la niebla se empezó a oir un canto bello y misterioso: como voces surgidas del fondo de un pozo.
Cuatro figuras temblaron en el aire y cobraron consistencia: cuatro jóvenes que se parecían mucho a Zoë, todas con túnicas griegas blancas. Tenían piel de caramelo. El pelo, negro y sedoso, les caía suelto sobre los hombros.
Las hespérides.
Las hermanas de Zöe.
- Hermanas – saludó Zoë.
- No vemos a ninguna hermana – replicó una de ellas con tono glacial – Vemos a tres mestizos y una cazadora. Todos los cuales han de morir muy pronto-
- Estáis equivocadas – Percy dio un paso al frente – Nadie va a morir-
- Perseus Jackson – dijo una de ellas.
- Sí – musitó otra – No veo por qué es una amenaza-
- ¿Quién ha dicho que yo sea una amenaza?-
La primera hespéride echó un vistazo atrás, hacia la cima de la montaña, donde nubes de tormenta se arremolinaban amenazadoramente.
- Os temen, Perseus. Están descontentos porque ésa aún no os ha matado – dijo señalando a Thalia.
- Una verdadera tentación, a veces – reconoció Thalia -. Pero no, gracias. Es mi amigo-
- Aquí no hay amigos, hija de Zeus – dijo la hespéride secamente -. Sólo enemigos. Volved atrás-
- No sin Annabeth – replicó Thalia.
- Ni sin Artemisa – añadió Zoë -. Hemos de subir a la montaña-
- Sabes que te matará – dijo la chica -. No eres rival para él-
- Artemisa debe ser liberada – insistió Zoë -. Dejadnos paso-
La chica meneó la cabeza.
- Aquí ya no posee ningún derecho. Nos basta con alzar la voz para que despierte Ladón-
- A mí no me causará ningún daño – dijo Zoë.
- ¿No? ¿Y qué les pasará a tus amigos?-
Entonces Zoë hizo lo último que me esperaba.
- ¡Ladón! – gritó -. ¡Despierta!-
El dragón se removió, reluciente como una montaña de monedas de cobre, y las hespérides se dispersaron chillando.
La que había llevado la voz cantante le gritó a Zoë:
- ¿Te has vuelto loca?-
- Nunca has tenido valor, hermana – respondió ella -. Ése es tu problema-
Ladón se retorció. Sus cien cabezas fustigaron el aire, con las lenguas trémulas y hambrientas. Zoë dio un paso adelante con los brazos en alto.
- ¡No, Zoë! – le grité sosteniéndola del brazo para evitar que diera otro paso – Ya no eres una hespéride. Te matará-
- Ladón está adiestrado para guardar el árbol – dijo Zoë -. Bordead el jardín y subid hacia la cima. Mientras yo represente para él una amenaza, seguramente no les prestará atención-
- Pero... - iba a reprochar pero me interrumpió.
- Es la única manera – dijo ella -. Ni siquiera los cuatro juntos podríamos con él-
Ladón abrió sus bocas. Un escalofrío me recorrió toda la espalda pero eso no fue lo peor, Zöe tenia razón si yo fuera un dragón tambien me encantaria las hojas de eucalipto. Su aliento estuvo a nada de dejarme desmayada en el suelo, no hay palabras para definirlo. Era como oler un ácido. Los ojos me ardieron al instante; se me puso piel de gallina y los pelos como escarpias.
Percy me tomo de la mano y me jalo para la derecha, mientras que Thalia subio por la izquierda.
- Soy yo, mi pequeño dragón – dijo –Zoë ha vuelto-
Ladón se desplazó hacia delante y enseguida retrocedió. Algunas bocas se cerraron; otras siguieron silbando. Se hizo un lío. Entretanto, las hespérides se disolvieron y retornaron a las sombras. Aún se oyó la voz de la mayor:
- Idiota – susurró.
- Yo te alimentaba con mis propias manos – prosiguió Zoë con tono dulce, mientras se iba aproximando al árbol dorado – ¿Todavía te gusta la carne de cordero?-
Los ojos del dragón destellaron.
Ya habíamos bordeado ya la mitad del jardín. Un poco más adelante, una senda de roca ascendía a la negra cima de la montaña. La tormenta se arremolinaba y giraba a su alrededor como si aquella cumbre fuese el eje del mundo.
Habíamos salido casi del prado cuando algo falló. Ladón se abalanzo sobre Zöe. Dos mil años de adiestramiento la mantuvieron con vida. Esquivó una ristra de colmillos, se agachó para evitar la siguiente y empezó a serpentear entre las cabezas de la bestia, corriendo en nuestra dirección y aguantándose las arcadas que le provocaba aquel espantoso aliento.
Percy saco a Contracorriente para ayudarla.
- ¡NO! – jadeó Zoë -. ¡Corred!
El dragón la golpeó en el flanco y ella dio un grito. Thalia alzó la Égida y el monstruo soltó un espeluznante silbido. En ese segundo de indecisión, Zoë se adelantó montaña arriba y nosotros la seguimos a todo correr.
El dragón no intentó perseguirnos. Silbó enloquecido y golpeó el suelo, pero le habían enseñado a proteger el árbol por encima de todo y no iba a dejarse arrastrar tan fácilmente a una trampa, por muy suculenta que fuese la perspectiva de zamparse a varios héroes.
Subimos la cuesta corriendo mientras las hespérides reanudaban su canto en las sombras que habíamos dejado atrás. Su música ahora era triste, como si estuvieran anunciando la muerte de alguien.
La cima de la montaña estaba sembrada de ruinas, llena de bloques de granito y de mármol negro tan grandes como una casa. Había columnas rotas y estatuas de bronce que daban la impresión de haber sido fundidas en buena parte.
- Las ruinas del monte Othrys – susurró Thalia con un temor reverencial.
- Si – dijo Zoë – Antes no estaban aquí. Es una mala señal.
- ¿Qué es el monte Othrys? – preguntó Percy.
- La fortaleza de los titanes – le respondí – Durante la primera Guerra, Olimpia y Othrys eran las dos capitales rivales. Othrys fue arrastrada en la primera guerra –
- Pero... ¿Cómo es que sus restos están aquí?
Thalia miraba alrededor con cautela mientras sorteábamos los cascotes, los bloques de mármol y los arcos rotos.
- Se desplaza en la misma dirección que el Olimpo – dijo Zóe – Siempre se halla en los márgenes de la civilización. El hecho de que esté aquí, en esta montaña, no indica nada bueno.
- ¿Por qué?-
- Porque ésta es la montaña de Atlas – intervino Zoë – Desde donde él sostiene... - Su voz pareció quebrarse de pura desesperación y se quedó inmóvil -. Desde donde... sostenía el cielo.
Habíamos llegado a la cumbre. A uno metros apenas, los grises nubarrones giraban sobre nuestras cabezas en un violento torbellino, creando un embudo que casi parecía tocar la cima, pero que reposaba en realidad sobre los hombros de una chica de doce años de pelo castaño rojizo, cubierta con los andrajos de un vestido de plata.
Artemisa, si, allí estaba: sujeta a la roca con cadenas de bronce celestial, sosteniendo el cielo.
- ¡Mi señora!-
Zoë corrió hacia ella. Pero Artemisa gritó:
- ¡Detente! Es una trampa. Debes irte ahora mismo-
Parecía exhausta y estaba empapada de sudor. Yo nunca había visto a una diosa sufrir de aquella manera. El peso del cielo era a todas luces demasiado para ella.
Zoë sollozaba. Pese a las protestas de Artemisa, se adelantó y empezó a tironear de las cadenas.
Entonces retumbó una voz a nuestras espaldas.
- ¡Ah, que conmovedor!-
Nos dimos media vuelta. Allí estaba el General, con su traje de seda marrón. Tenía a Luke a su lado y también a media docena de dracaenae que portaban el sarcófago de Cronos. La sangre se me congeló. De repente volvía a ser esa niña de 5 años a la cual cada que le contaban la historia de Atlas se ponía a llorar.
Pero eso no era lo más importante, junto a Luke estaba Annabeth con las manos a la espalda y una mordaza en la boca. Él apoyaba la punta de la espada en su garganta. Estaba demacrada y tenía los ojos hinchados como si hubiera estado llorando.
- Luke – gruñó Thalia – suéltala-
Él esbozó una sonrisa endeble y pálida.
- Esa decisión está en manos del General, Thalia. Pero me alegra de verte de nuevo-
Thalia le escupió.
El General rió entre dientes.
- Ya vemos en qué ha quedado esa vieja amistad. Y en cuanto a ti, Zoë, ha pasado mucho tiempo... ¿Cómo está mi pequeña traidora? Voy a disfrutar matándote.
- NO le contestes – gimió Artemisa -. No lo desafíes-
- Un momento... - intervino Percy – ¿Tú eres Atlas?-
- ¡Ah! Así que hasta el más estúpido de los héroes es capaz de hacer por fin una deducción. Sí, soy Atlas, general de los titanes y terror de los dioses. Felicidades. Acabaré contigo enseguida, tan pronto me haya ocupado de esta desgraciada muchacha-
- No vas a hacerle ningún daño a Zoë – dijo – No te lo permitiré-
El General sonrió desdeñoso.
- No tienes derecho a inmiscuirte, pequeño héroe. Esto es un asunto de familia-
- ¿De familia?-
- Sí – dijo Zoë, desolada – Atlas es mi padre-
El parecido entre Zöe y Atlas era innegable, aunque no se parecian tanto físicamente, ambos tenían las mismas expresiones.
Para mi no era sorpresa, pero para Percy si, su sola expresión era de "¿Esto es una broma?"
-Suelta a Artemisa -exigió Zoë.
Atlas se acercó a la diosa encadenada.
-¿Acaso te gustaría tomar el peso del cielo de sus hombros...? Adelante-
Zoë abrió la boca para decir algo, pero Artemisa gritó:
-¡No! ¡No se te ocurra ofrecerte, Zoë! ¡Te lo prohíbo!-
Atlas sonrió con sorna. Se arrodilló junto a Artemisa y trató de tocarle la cara, pero ella le lanzó un mordisco y a punto estuvo de arrancarle los dedos.
-Ajá -rió Atlas- ¿Lo ves, hija? A la señora Artemisa le gusta su nuevo trabajo. Creo que cuando Cronos vuelva a gobernar pondré a todos los olímpicos a sostener por turnos mi carga. Aquí, en el centro de nuestro palacio. Así aprenderán un poco de humildad esa pandilla de enclenques-
-No lo entiendo -dijo Percy- ¿Por qué Artemisa no puede soltarlo, sencillamente?-
Atlas se echó a reír.
-¡Qué pocas entendederas, jovenzuelo! Éste es el punto donde el cielo y la tierra se encontraron por vez primera, donde Urano y Gaya dieron a luz a sus poderosos hijos, los titanes. El cielo aún anhela abrazar la tierra. Alguien ha de mantenerlo a raya; de no ser así, se desmoronaría y aplastaría en el acto la montaña y todo lo que hay en cien leguas a la redonda. Una vez que has tomado sobre ti esa carga, ya no hay escapatoria. -Atlas sonrió-. A menos que alguien la tome de tus hombros y ocupe tu lugar-
Se acercó y examinó a Thalia y a Percy.
-O sea que éstos son los mejores héroes de esta era... No parece que representen un gran desafío-
-Combate con nosotros -lo reto Percy- y lo veremos-
-¿No te han enseñado nada los dioses? Un inmortal no lucha con un simple mortal. Quedaría por debajo de nuestra dignidad. Dejaré que sea Luke quien te aplaste-
-O sea, que tú también eres un cobarde -le dijo.
Sus ojos relucieron de odio. Haciendo un esfuerzo, centró su atención en Thalia.
-En cuanto a ti, hija de Zeus, parece que Luke se equivocó contigo-
-No me equivoqué -acertó a decir Luke. Se lo veía terriblemente débil y pronunciaba cada palabra con dificultad, como si le resultara doloroso– Thalia, aún estás a tiempo de unirte a nosotros. Llama al taurofidio. Él acudirá a ti. ¡Mira!-
Agitó una mano y a nuestro lado surgió un estanque lleno de agua, bordeado de mármol negro, en el que había espacio suficiente para el taurofidio.
-Thalia, llama al taurofidio -insistió Luke-. Y serás más poderosa que los dioses-
-Luke... -Su voz traslució un gran dolor-. ¿Qué te ha ocurrido?-
-¿No recuerdas todas las veces que hablamos? ¿Todas las veces que llegamos a maldecir a los dioses? Nuestros padres no han hecho nada por nosotros. ¡No tienen derecho a gobernar el mundo!-
Ella negó con la cabeza.
-Libera a Annabeth. Suéltala-
-Si te unes a mí -prometió Luke-, todo podría ser como antes. Los tres juntos de nuevo. Luchando por un mundo mejor. Por favor, Thalia. Si no accedes... -Su voz flaqueó- Es mi última oportunidad. Si no accedes, él recurrirá a otros medios. Por favor-
El miedo que latía en su voz era real. Luke corría peligro. Su vida dependía de la decisión de Thalia.
-No lo hagas, Thalia -dijo Zoé-. Hemos de luchar contra ellos-
Luke hizo otro gesto con la mano y apareció un fuego de la nada. Un brasero de bronce como el que había en el campamento. Una llama donde hacer un sacrificio.
-Thals - dije y me volteo a ver - No lo hagas-
Su mirada estaba dispersa, justamente como habia pasado en el muelle
-Aquí erigiremos el monte Othrys -prometió Luke con una voz tan agarrotada que apenas parecía la suya– Y de nuevo será más fuerte y más poderoso que el Olimpo. Mira, Thalia. No nos faltan fuerzas-
Señaló hacia el océano. Desde la playa donde había atracado el Princesa Andrómeda, subía por la ladera de la montaña un gran ejército en formación. Dracaenae y lestrigones, monstruos y mestizos, perros del infierno, arpías y otras criaturas que ni siquiera sabría nombrar. Debían de haber vaciado el barco entero, porque eran centenares, muchísimos más de los que había visto a bordo el verano pasado. Y marchaban hacia nosotros.
En unos minutos estarían allí arriba.
-Esto no es más que una muestra de lo que se avecina -continuó Luke– Pronto estaremos preparados para entrar en el Campamento Mestizo. Y después, en el mismísimo Olimpo. Lo único que necesitamos es tu ayuda-
Por un instante terrible, Thalia titubeó. Miró a Luke fijamente, con aquellos ojos llenos de dolor, como si lo único que deseara en este mundo fuera creerlo. Luego blandió su lanza.
-Tú no eres Luke. Ya no te reconozco-
-Por favor, Thalia -suplicó-. No me hagas... No hagas que él te destruya-
El tiempo se acababa. Si aquel ejército llegaba a la cima, nos arrojaría.
Sentí la mano de Percy tomar la mía y darme un apretón, como si me intentara decir que todo iba a estar bien.
-Ahora -dijo Percy
Y nos lanzamos juntos a la carga.
Thalia fue directa hacia Luke. El poder de su escudo era tan tremendo que las mujeres-dragón de su guardia soltaron el ataúd de oro y salieron corriendo despavoridas.
Pero, a pesar de su aspecto enfermizo, Luke seguía siendo muy rápido con la espada. Gruñó como un animal salvaje y pasó al contraataque. Cuando su espada, Backbiter, se estrelló contra el escudo de Thalia, saltó entre ambos una gran bola de fuego que giró en el aire con lengüetas abrasadoras.
¿Y Percy?
Pues Percy fue el idiota al que se le ocurrio atacar a Atllas.
Yo corrí directo a Annabeth quien forcejeaba con sus ataduras.
– ¡Thea!
– Lo siento por llegar un poco tarde Anne, tuvimos unas complicaciones - le hice un resumen muy rápido sobre lo que nos había pasado en esta semana, mientras intentaba romper la caden que la sujetaba.
– Thea - me hablo.
– ¿Si?-
– Tienen que dejar ir a Luke – dijo con ojos de suplica.
– ¿Es una broma verdad?-
– No, solo tienen que dejar que se vaya-
– ¡¿Despues de todo lo que te hizo?! ¡Ni hablar Annabeth!-
– ¡Thea tienes que escucharme!-
– ¡No! ¡Tu deja tu enamoramiento de lado y acepta de una vez por todas que Luke eligió bando desde hace mucho tiempo! – le grite desesperada finalmente liberándola de sus ataduras.
– Pero...-
– ¡Pero nada! Ahora tengo que ayudar al estupido de Jackson antes de que lo maten-
Me pare y corrí hacia donde Percy peleaba con el titán. Aunque Percy fuera uno de los mejores guerreros que alguna vez había conocido, la verdad es que él no era un rival para Atlas. Incluso el titán parecía estar disfrutando la pelea como si fuera un programa de televisión de risa y ni aunque yo me uniera a la lucha le ganaríamos a Atlas.
Analize toda la estancia con la mirada buscando algo que fuera útil para al menos distraer a Atlas y corri hacia la salvación de mi amigo.
-El cielo -le dije a la diosa- Déjamelo a mí
-¡No Athea! ¡Te aplastaría!-
-¡Puedo hacerlo! ¡Solo salve a Percy!-
No aguanté a que respondiera. Saqué mi moneda convirtiéndola en mi espada y corté sus cadenas. Luego me situé a su lado y me preparé para resistir con una rodilla en el suelo. Alcé las manos y toqué las nubes frías y espesas. Por un momento, sostuvimos juntas el peso. Era lo más pesado que había aguantado en mi vida, como si mil camiones me estuvieran aplastando. Pensé que iba a desmayarme de dolor, pero respiré hondo.
Entonces Artemisa se zafó de la carga y la sostuve yo sola. Cada músculo de mi cuerpo se volvió de fuego. Era como si los huesos se me estuvieran derritiendo. Quería gritar, pero no tenía fuerzas ni para abrir la boca. Empecé a ceder poco a poco. El peso del cielo me aplastaba.
Inhale y exhale, pero de repente no vi nada el cuarto se llenó de oscuridad aunque todavía sentía el peso del cielo.
–¡Ayuda! –escuche la voz de una mujer gritando desde la obscuridad.
Sentí un calor del infierno, abrí los ojos y ya no me encontraba en total obscuridad ahora estaba en un cuarto de bebé.
Había fuego en todo el lugar y en medio una cuna donde se escuchaba el llanto de un bebé, los gritos de la mujer se escuchaban cada vez más lejos.
Era la misma pesadilla que me venia persigiendo desde hace mucho.
La puerta del cuarto se abrió dejando que tres figuras entraran a la habitación, las tres personas caminaban sobre el fuego como si este no fuera de verdad cada vez se acercaban más a la cuna.
Mi vista se volvio borrosa, mi nariz dio paso a un olor conocido, el aroma del mar, voltee a ver a mi lado y divise a Percy sosteniendo también el cielo. Quería gritarle que se fuera pero no tenia nada de fuerzas.
Mire al frente para ver cómo Zöe y Artemisa peleaban contra Atlas, solo veía a unas sombras moviéndose pero no reconocía muy bien quien era quien.
Thalia y Luke luchaban lanza contra espada con los relámpagos centelleando a su alrededor. Con el halo de su escudo, Thalia lo hizo retroceder. Ni siquiera él era inmune a aquel hechizo. Dio varios pasos atrás y gruñó de pura frustración.
-¡Ríndete! -gritó Thalia-. ¡Tú nunca has logrado derrotarme!-
Él esbozó una sonrisa sardónica.
-¡Ya lo veremos, mi vieja amiga!-
Atlas avanzaba, hostigando a Artemisa. La diosa era rápida, pero la fuerza del titán resultaba arrolladora. Su jabalina se clavó en el suelo abriendo una fisura en la roca, justo donde Artemisa había estado un segundo antes. Atlas la cruzó de un salto y siguió persiguiendola.
Parecía que ella lo arrastraba hacia nosotros.
"Prepárense", nos dijo mentalmente.
-Combates bien para ser una chica -le dijo Atlas riendo-. Pero no eres rival para mí-
Le hizo una finta con la punta de la jabalina y Artemisa la esquivó. Yo preví la artimaña: rápidamente, volteó la jabalina y derribó a la diosa dándole en las piernas. Mientras ella caía al suelo, Atlas se dispuso a asestarle el golpe definitivo.
-¡No! -gritó Zoë.
Saltó entre su padre y Artemisa y lanzó una flecha a la frente del titán, donde quedó alojada como el cuerno de un unicornio. Atlas bramó de rabia. Le dio un manotazo a su hija, que fue a estrellarse contra un grupo de rocas negras.
Quise gritar y correr a ayudarla, pero no podía hablar ni moverme. Ni siquiera veía dónde había aterrizado. Atlas se volvió hacia Artemisa con expresión triunfal. Ella debía de estar herida, porque no se levantó.
-La primera sangre de una nueva guerra -dijo Atlas, muy ufano. Y descargó de golpe su jabalina.
Más rápida que el pensamiento, Artemisa se revolvió en el suelo. El arma pasó rozándola y ella se apresuró a agarrarla del mango. Tiró de él, usándolo como palanca, y le lanzó una patada al titán, que salió disparado por los aires. Lo vi caer sobre nosotros y comprendí lo que iba a suceder. Aflojé un poco la presión de mis manos bajo el cielo y, en cuanto el titán se nos vino encima, no tratamos de sostenerlo. Nos dejamos arrastrar por el impacto y eché a rodar con las pocas fuerzas que me quedaban.
El peso del cielo cayó directamente sobre la espalda de Atlas y a punto estuvo de laminarlo. Logró ponerse de rodillas mientras forcejeaba para quitarse de encima aquella fuerza aplastante. Pero ya era tarde.
-¡¡Nooooo!! -bramó con tanta fuerza que la montaña entera tembló-. ¡¡Otra vez nooooo!!-
Atlas estaba atrapado de nuevo bajo su vieja carga.
Traté de incorporarme pero me caí, me dolía todo. Aun así veia todo lo que estaba pasando.
Thalia había ido arrinconando a Luke cerca de un precipicio, pero aún seguían luchando junto al ataúd de oro. Ella tenía lágrimas en los ojos. Luke se defendía con el pecho ensangrentado y el rostro reluciente de sudor.
Se lanzó sobre Thalia inesperadamente, pero ella le asestó un golpe con su escudo que le arrancó la espada de las manos, mandándola tintineando entre las rocas. De inmediato le puso la punta de su lanza en la garganta.
Se produjo un silencio sepulcral.
-¿Y bien? -dijo Luke. Procuraba disimular, pero percibí el miedo en su voz.
Thalia temblaba de furia.
Annabeth apareció a su espalda renqueando.
-¡No lo mates!
-Es un traidor -dijo Thalia-. ¡Un traidor!-
-Llevémoslo -rogó Annabeth-. Al Olimpo. Puede... sernos útil-
-¿Es eso lo que quieres, Thalia? -le espetó Luke, sonriendo con desdén-. ¿Regresar triunfalmente al Olimpo para complacer a tu padre?-
Thalia titubeó y él hizo un intento desesperado de arrebatarle la lanza.
-¡No! -gritó Annabeth, aunque demasiado tarde.
Sin vacilar, Thalia lo rechazó de una patada. Luke perdió el equilibrio y cayó al vacío con una mueca de terror.
-¡Luke! -chilló Annabeth.
Con las pocas fuerzas que me quedaban me acerque a Artemisa quien cuidaba a Zöe.
-La herida está emponzoñada -dijo Artemisa.
-¿Atlas la ha envenenado? -pregunté.
-No, no ha sido Atlas -respondió la diosa.
Nos mostró la herida que tenía Zoë en el flanco. Casi se me había olvidado el arañazo que le había hecho Ladón. Era mucho más grave de lo que ella había dejado entrever. Apenas pude mirar aquella herida. Zoë se había lanzado a pelear contra su padre con un corte espantoso que mermaba sus fuerzas.
Percy, Thalia y Annabeth aun miraban al precipicio donde había caído Luke.
-¡Artemisa! – grito Percy - ¡Necesitamos ayuda!-
La diosa me puso una mano en el hombro y me dijo:
-Quédate con ella, vuelvo enseguida.-
Corrio hacia donde estaban mis amigos.
-Thea – susurraba.
-Néctar y ambrosía -dije- ¡Creo que tengo por aqui! – empecé a rebuscar por los bolsillos de mi chamarra y de mi pantalón, pero no encontraba nada.
Sentí la mano de Zöe sobre la mia deteniendo mi búsqueda.
-Hazme una promesa - dijo débilmente.
-Claro lo que sea-
-No te unas a la caza-
Su petición me tomo por sorpresa.
-Pero... pero eso era lo que tu siempre habías querido-
Ella nego con la cabeza.
-Yo pensaba que en el campamento nunca tendrías la oportunidad de ver el mundo, pero mirate mi pequeña hermanita, encontrar el rayo de Zeus y viajar por el mar de los monstruos, estás mucho mejor de lo que estarías si te hubieras unido a la caza.
No supe qué decir así que guarde silencio.
-Thea-
-¿Si?-
-Feliz cumpleaños atrasado-
Solté una pequeña risa.
-¡Vaya que no eres la mejor hermana! Mi cumpleaños es el 23, todavia falta.-
Ella volvió a negar con la cabeza.
-Me refiero a tu verdadero cumpleaños.
Le iba a preguntar a que se referia pero algo me detuvo, un extraño zumbido.
Justo cuando el ejército de monstruos llegaba a la cima, un Sopwith Camel descendió del cielo en picado.
-¡Apartaos de mi hija! -gritó el doctor Chase mientras entraban en acción sus ametralladoras y sembraban el suelo de orificios de bala.
Los monstruos se dispersaron.
-¿Papá? -exclamó Annabeth sin poder creerlo.
-¡Corre, corre! -respondió él, con una voz que se iba apagando a medida que el biplano remontaba el vuelo.
-Un hombre valiente -musitó la diosa con reticencia-. Vamos. Tenemos que sacar a Zoë de aquí-
Se llevó su cuerno de caza a los labios y su claro sonido resonó por los valles de todo el condado. A Zoë le aleteaban los párpados.
-¡Aguanta! -le dije-. ¡Te repondrás!
El Sopwith Camel bajó de nuevo en picado. Algunos gigantes le lanzaron sus jabalinas, y una incluso pasó entre las alas de un lado. Las ametralladoras hicieron fuego, y advertí atónita que el doctor Chase se las había arreglado para conseguir bronce celestial con el que fabricar sus balas. La primera ráfaga hizo saltar por los aires una hilera de mujeres-serpiente, que se disolvieron entre alaridos en una nube de polvo sulfuroso.
-¡Es... mi padre! -decía Annabeth, patidifusa.
Pero no teníamos tiempo de admirar su destreza. Los gigantes y las mujeres-serpiente ya se recobraban del desconcierto inicial. El doctor Chase se vería muy pronto en un aprieto.
Entonces la luz de la luna se volvió más intensa; en el cielo apareció un carro arrastrado por los ciervos más hermosos que hayas visto jamás, y vino a aterrizar a nuestro lado.
-¡Arriba! -ordenó Artemisa.
Entre Artemisa y yo, levantamos a Zoë, la acomodamos y la envolvimos en una manta. La diosa tiró de las riendas, el carro ascendió por el aire y se alejó de la montaña a toda velocidad.
-Como el trineo de Papá Noel -murmuro Percy.
-Así es, joven. ¿De dónde creías que procedía esa leyenda?-
Viéndonos a salvo, el doctor Chase viró con su biplano y nos siguió como si fuera una escolta de honor. Debe de haber sido una de las estampas más extrañas nunca vistas, incluso para la zona de la bahía de San Francisco: un carro plateado tirado por ciervos y escoltado por un SopWith Camel.
A nuestras espaldas, el ejército de Cronos rugía de rabia mientras se iba congregando en la cima del monte Tamalpais. Pero los gritos más fuertes eran los de Atlas, que soltaba maldiciones contra los dioses y forcejeaba bajo el peso del cielo.