El fallo de Cupido

By NaniOtaku444

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Alberto Rojas es un joven universitario cuyo mundo se desmorona cuando su novia Regina decide terminarlo. Det... More

Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7

Capítulo 1

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By NaniOtaku444


Observar su belleza era como apreciar las estrellas, no había cosa más hermosa que mirarlas bajo la luz de la luna. Eso era lo que Alberto sentía cada vez que veía a Regina Torres, su novia. Era difícil no darse cuenta de que Alberto solía entregar toda su vida a su relación, volviéndolo algo cansado, así como difícil de llevar. Sabía que él solo no podía ser el pilar de ambos para que siguieran juntos, pero de todas formas siempre trataba de poner mucho más compromiso que Regina para que las cosas no se derrumbasen. Lo que Alberto no comprendía era que eso estaba acabando más con su relación que dejar ir a su novia. Por otro lado, Regina solía sentirse culpable al notar que Alberto era la persona más comprensible y amable del mundo, carismático, así como un chico que ponía todo de su parte; pero que, por lástima, en más de un año de relación jamás habían llegado a un grado más íntimo. Estaban en un momento donde ambos dudaban acerca de quién era el otro, no había confianza ni mucho menos deseo de seguir unidos.

No importaba cuánto pensaran que debían estar juntos, habían dejado de quererse hace mucho tiempo, porque a veces las cosas así suceden. No tenían conexión, ni intimidad. Ellos, como muchas personas, no sabían que a veces ni el tiempo puede crear el grado de confianza que querían conseguir. Cuando no es, no será. Su amor era inestable, poco trabajado y sobre todo vacío. Ninguno de los dos se sentía cómodo ahí, sin embargo, eso no los había separado hasta ahora.

Regina era la más alterada por su relación, posiblemente, la primera en darse cuenta de que si no cortaban solo se estaban aferrando a algo absurdo que los llevaba a peleas sin sentido. Fue por ello que decidida citó a su novio en la cafetería de su facultad, la facultad de economía, donde ambos estudiaban la misma carrera y se conocieron. Necesitaban hablar.

Alberto planeaba llegar puntual como era costumbre. Él era un chico disciplinado, ordenado, cumplido y lo que alguien describiría como un hombre cuadrado. Al llegar a la universidad, antes de ir a la cafetería midió su tiempo para poder hablar con un amigo suyo muy cercano que estudiaba en la Facultad de medicina.

Su amigo, Armando, estudiaba enfermería en dicha facultad. Ambos eran lo bastante cercanos a su manera. Siempre hablaban de cualquier cosa una vez al día, salían a tomar juntos o simplemente eran la persona que buscaban de vez en cuando para hablar y sentir confianza. No siempre eran las pláticas más profundas del universo, pero a Alberto le agradaba ese tipo de conversaciones que a su vez mantenían en calma a Armando.

El ruido era intenso en la ciudad universitaria, llena de estudiantes de diferentes edades en un entorno joven donde era fácil recordar que, mientras uno está creciendo aprende de maneras deprimentes y la vida nunca deja de enseñarnos cosas. Era el ruido de otros estudiantes y más almas aprendiendo, viviendo mil y una experiencias, lo que rodeaba la conversación de los amigos.

Ambos se recargaron contra la pared de uno de los salones de enfermería en la planta baja del edificio, viendo el patio en el que pasaban muchas personas con batas de medicina y quirúrgicos. Empezaron a hablar del tema que atormentaba a Alberto, pero que para Armando ya había una respuesta clara.

—Quiero ofrecer todo lo que esté a mi alcance para que nuestra relación mejore, pero es la tercera vez en el mes que tendremos esta conversación.

—Güey, ya te he dicho muchas veces que la termines. No van a llegar a ningún lado, ustedes no funcionan juntos. Ni siquiera se besan cuando se ven, nunca hablan si no es para intercambiar ciertas palabras. No se soportan.

Alberto le dio una mueca a su amigo en ese momento, sabía que tenía razón, pero él no estaba dispuesto a que esa relación muriera. Él demostraba estar cautivado con Regina, por eso no se rendía tan fácil. Para Alberto, ella era la mujer más hermosa que había conocido. Era material perfecto para pasar el resto de su vida juntos, no había nada que se los impidiera.

—Todo mejorará como siempre —explicó Alberto apartando la mirada.

El joven sintió tristeza, como si apretaran su corazón con fuerza, pero sobre todo molestia al pensar que las opciones se habían acabado. Aunque por suerte un sonido llamativo e inevitable de escuchar llamó su atención. Una voz femenina se hizo grande entre tanto ruido, justo enfrente de los amigos pasaron otras dos personas: un chico joven con pinta rebelde, grosero y burlón al lado de una chica más grande que él en apariencia. La mujer tenía el cabello rojo, esponjado y despeinado; su apariencia era sucia; usaba una sudadera de trapo; y sus ojos estaban ocupados por unos lentes, además de grandes ojeras que parecían tener maquillaje corrido.

Alberto pegó un ojo sobre ella y el otro chico que parecía desesperado; incluso tapó sus oídos mientras ella le gritaba, cosa que no pasó desapercibida. Armando igual se les quedó viendo, pero a diferencia de Alberto, él parecía estar menos sorprendido de lo que pasaba, pues él sí sabía el por qué.

—¡De verdad estás aconsejando que hagamos un ensayo práctico donde usemos la teoría de Pávlov en dos días! ¿Si quiera te estás escuchando! Llevas ignorándome dos semanas para no hacer el trabajo y ahora dices esto —gritó la aparente vagabunda.

—No pienso hacer el proyecto con una loca como tú. Además, no debe ser tan difícil —dijo el chico dándole la espalda.

La chica le miró con rabia. Desesperada esperó a que el chico caminara lejos de ella; mientras arrugaba su nariz y apretaba su mandíbula, buscó sin éxito algo que arrojarle al chico, hasta que pareció recordar que había algo en su mochila. La mujer metió la mano en su bolsa y de él sacó un sándwich, después midió con precisión y se lo lanzó a la espalda. El chico al darse cuenta que tenía atún en la espalda se paró en seco, asqueado y con ganas de decirle algo, aunque la pelirroja le ganó.

—¡Estúpido! ¡Si un día ejerces, te demandarán!

El chico que la ignoró se ofendió y lo demostró enseñándole el dedo medio mientras caminaba para irse. Se retiró a los portones de la reja para salir de la Ciudad Universitaria. Ver aquella escena causó que Alberto confundido levantara una ceja; se sorprendió de ver tal pelea irónica y sin sentido, lo cual lo dejó sin palabras.

—No le hagas caso, está loca. Es estudiante de psicología, pero se nota que necesita uno. Siempre pasa por mi facultad para llegar a su parada. Créeme, no es la primera vez. —Explicó Armando tratando de que Alberto ignorara el tema, lo cual logró.

Alberto volvió a pensar en su novia, tenía esperanzas de ser uno con ella nuevamente, si alguna vez lo fueron.

—Será mejor que me vaya. Nos amamos y queremos que esto dure, funcionará—dijo Alberto antes de irse.

Armando solo rodó los ojos al escucharlo, ignoró por completo a su amigo porque odiaba meterse en problemas de los demás, en especial cuando no escuchaban. Posiblemente eso era lo que volvía su amistad abierta y calmada. Los dos amigos eran cercanos, pero también era fácil admitir que en ocasiones su amistad sería más sincera si fueran más abiertos al confesar que a veces eran imbéciles.

Alberto caminó lejos de la Facultad de Medicina después de despedirse. Para llegar a su facultad tenía que seguir un camino entre árboles, hasta un sendero no muy lejano que llegaba hasta la cafetería de la Facultad de Economía, donde ambos quedaron de verse. Era un edificio grande rodeado de más edificios con distintos números y letras en ellos para poder identificarlos. Apenas alguien entraba a ese espacio, sabía que la mayoría era de carreras como Finanzas, contabilidad, economía, entre otras. Todos lucían centrados en sus actividades y tareas, incluso el vocabulario que emitían era difícil de entender para cualquiera que no tuviera relación con su facultad. De ahí, quizá el lugar más neutro era la cafetería que se distinguía por ser un lugar grande, agradable y que en ocasiones emitía tranquilidad. Fue en ese lugar donde quedaron de verse, por ello, cuando Alberto llegó, empezó a buscarla hasta que la encontró en medio de todas las mesas. Cuando la vio sintió una leve pulsada en su pecho, quizá de miedo o quizá de ternura. Era una dulce chica de cabellos lacios con las puntas pintadas de rubio; usaba un maquillaje hermoso en su cara; su piel era fina, pero bronceada; y su vestimenta era limpia, algo reveladora, pero coqueta pues llevaba un pantalón pegado de mezclilla acompañados con una ombliguera color azul.

El chico se quedó viéndola por unos segundos, admiró su belleza antes de hablar. Cuando se armó de valor, tomó aire antes de avanzar, y después caminó hasta llegar con ella. Al llegar se miraron con una sonrisa incómoda. A pesar de que Alberto estaba muy seguro de lo que decía, al hablar con ella no era el hombre más feliz de todos. Regina le miró vestido igual que siempre, con una camisa azul, pantalones negros y su cabello bien peinado con gel. Verlo le sacó una sonrisa nostálgica, pero también le incomodó por un rato, cosa que le impidió decirle algo concreto hasta que recuperó la iniciativa.

—Tenemos que hablar.

—Lo sé, lo sé. Las cosas no se sienten diferentes —explicó Alberto con desesperación—, pero sé que podemos lograrlo.

Regina se sintió angustiada en ese momento. Ella solo pudo recordar las discusiones anteriores donde prometían ser diferentes, pero al final nunca era suficiente. Siempre acababa convencida de que no debía dejar a su novio, sin embargo, sabía que pronto ese cariño se convertiría en odio. Regina asintió con la cabeza como de costumbre cuando Alberto quería intentar algo nuevo, se sentó derecha y lo vio a los ojos.

—Bien... ¿Qué propones?

—¿Vamos al cine? —le propuso Alberto tomando su mano.

Regina lo vio con una sonrisa encantadora, él siempre sabía cómo hacerla sentir mejor, aunque el sentimiento solo fuera efímero. Ella correspondió, por lo que una vez juntos decidieron irse de la cafetería y empezaron a caminar lejos de la facultad y de Ciudad Universitaria. Caminaron hasta la calle donde esperaron el camión tomados de la mano, tenían una sonrisa falsa y estaban acompañados de un silencio desesperante. Alberto dejó de verla con ternura desde hace rato, aquel momento más que ser efímero, pareció nunca existir. Regina sintió ganas de llorar en ese momento, porque comprendió que seguir repitiendo el ciclo donde pretendían estar bien una y otra vez los estaba acabando. Fue en ese momento que la chica lo decidió, por fin, todo acabó.

Alberto, por otro lado, tenía la ilusión de conservar el amor de la única chica que en algún momento sintió haber amado. Claro que él no sabía que esa punzada en el corazón en realidad era de querer detener todo. Él la miró esperanzado, aunque fuera una tontería. Por un momento también se sintió mal por pensar que le hubiera dicho que mejor no fueran al cine.

Regina se paró en seco para dejar de caminar, acercó su rostro al de Alberto, alzando la mirada para verle a los ojos. Él la miró confundido; ella le habló a los ojos sin miedo, pero nostálgica.

—Esto no puede seguir —susurró Regina soltando una lágrima.

—Regi...

—¡No! Escúchame... —exigió Regina tomando un respiro antes de hablar—. Tú ya no me quieres y yo tampoco a ti.

—No digas eso...

—Alberto, basta. He intentado terminar contigo, hemos intentado terminar entre nosotros —aclaró Regina—, pero siempre nos quedamos al final. Se acabó, no nacimos para estar juntos.

Alberto no pudo evitar acompañar en lágrimas a su querida novia, que pronto dejó de serlo. Aunque sabía que tenía razón, no quería dejarla.

—Regina... Te amo demasiado.

—Y yo a ti, pero no como alguna vez lo hice.

Regina sujetó fuerte los hombros del chico, lo miró decidida y después le abrazó por última vez. Fueron segundos los que duraron en terminar a comparación del año que habían estado juntos, lo cual volvió a ese momento una eternidad. Regina se soltó lento de sus brazos para después dejarle ir poco a poco. Alberto cedió indeciso, pero respetando lo que hacía. La chica dio media vuelta hasta alejarse de él. Lo último que quedó en aquel lugar fue un hombre con el corazón roto que no estaba dispuesto a rendirse tan fácil.

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