Sangre de luna (Primera parte)

By Nyxia_escritora

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Se yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte... More

Información
Playlist
Toda criatura necesita cuidados
Lagunas
Fantasmas
Sin dolor
Demonios
Olvidar
Leyendas
Debilidad
Criatura extraña
Recuerdo doloroso
Susurros malditos, ojos profundos
Mensajes de los sueños
Nadie es quien parece
Olor nauseabundo
Ha muerto mi humanidad
Trazos de Sangre y Revelaciones
La verdad tras la sombra
La maldición de Selene
El Peso de la luna en la sombra
La revelación de la oscuridad interior
Entre la rabia y la salvación
Recuerdos Despertados
Promesas en la oscuridad
Secretos Enterrados
Vampiros
Continuar mi legado
Los límites de la muerte
El peso de la sangre
Alta estirpe
No hay más que hablar
Cervatilla
Quédate
Mera sombra
No hay dolor
No seré yo quien lo admita
Lejos de la verdad
Al final la verdad siempre sale a la luz
Encrucijada
Demasiado tarde
Demasiado dolor
Renacer de las cenizas
No hay pistas
No me enfades
Encontraré la forma
No siempre se tiene razón
Sé defenderme sola, ella me enseñó
Cualquiera la subestima ahora
Entrego mi alma
Vive por mí, vive por la eternidad
Nadie hubiera podido detenerla
Acaba conmigo
¿Ángel o demonio?
Sangre de luna nunca muere
Nuestra ahora, y siempre
Sangreétero
Sin confianza de nuevo
Manos a la obra
Miedo
Mi primer paciente
Claridad de los deseos
Maldito chupasangre
Monstruosa
No será igual
Umbra y nada más
¿Qué has hecho fierecilla?
No me gusta su calma, quiero su tormenta
Las criaturas solares queman más que brillan
Compedio de criaturas
Sol de sangre

Entre la niebla del olvido

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By Nyxia_escritora

De nuevo estaba sucediendo, la sensación de desprendimiento de mi cuerpo, como si mi alma se separara de mi carne. Habían sido unos días inusualmente tranquilos en este aspecto, pero la esperanza de una cura se desvanecía rápidamente.

Sin embargo, esta vez era diferente. Me sentía agotada, incapaz de sostener mi propio cuerpo. Un dolor punzante me atravesó la frente mientras observaba impotente cómo mi diversión nocturna comenzaba. No tenía más remedio que seguirme como si fuera mi propia sombra, en un mundo que se sentía onírico y distorsionado. De repente, volví a escuchar esa voz... Alguien susurraba mi nombre, un susurro que se transformaba en un grito desesperado, llamándome hacia él. Mi cuerpo sonámbulo obedecía esa orden, dirigiéndose hacia un lugar desconocido fuera de la casa.

Bajé las escaleras, arrastrando los pies como si pesaran una tonelada. Un silencio sepulcral reinaba en la casa, roto solo por el crepitar del fuego en la chimenea. Ryu no estaba allí, y la puerta principal se encontraba entreabierta. Por un instante, dudé si sería capaz de seguir adelante, pero me subestimé. El ansia por obedecer esa voz, por seguir el llamado de mi nombre, era demasiado fuerte. Por más que intenté resistirme, era inútil. Mi cuerpo espectral atravesaba mi forma física como si fuera un fantasma.

Comencé a caminar bajo la nieve, mis pies hundiéndose en la gruesa capa que cubría el suelo. Volví a entrar en la casa, sabiendo que le estaba dando la espalda a mi otro yo.

Sabía hacia dónde me dirigía, era como si pudiera saborear la muerte en la punta de mi lengua. O buscaba a alguien, o estaba irremediablemente perdida.

Subí las escaleras, y la primera puerta que vino a mi mente fue la del final del pasillo. Algo en mi interior me impulsó a abrirla sin dudar. Me acerqué a donde Ryu dormía, semidesnudo y al verlo allí, tan vulnerable, tan tranquilo y silencioso, me quedé sin aliento. Nunca lo había visto así, tan expuesto y desprotegido. Era una imagen nueva para mí, y por un momento, me perdí en su contemplación.

—¡Ryu! —grité su nombre, mi voz resonaba en la habitación como un eco desesperado—. ¡Ryu...!

Nada cambiaba. Me acerqué a la ventana, observando con creciente angustia cómo mi otro yo se acercaba al bosque, aunque afortunadamente, a pasos lentos.

—¡Ryu!

Me subí a la cama, de rodillas junto a él, intentando despertarlo de alguna manera. No podía tocarlo, solo mirarlo. Me acerqué a su rostro todo lo que pude, sintiendo su respiración cálida, también su aroma.

—Ryu... —susurré, a escasos centímetros de sus labios.

Nuestros rostros estaban tan cerca, que cuando sus ojos se abrieron de golpe, sentí como si nuestros labios se hubieran rozado.

Retrocedí bruscamente, sobresaltada. Él parecía buscarme con la mirada, confundido. Se llevó los dedos a los labios, como si intentara recordar un sueño, y luego se levantó de un salto. No sabía cómo guiarlo, pero no fue necesario. Se acercó a la ventana, echó un vistazo al exterior y salió corriendo de la habitación, descalzo y sin camisa, desafiando el frío.

Salió de la casa arrastrando sus pies por la nieve.

—¡Circe! —gritó mi nombre, podía notar la desesperación en su voz.

Pero sus gritos no me detuvieron.

Podía sentir cómo mis pies se congelaban. El frío subía por mis piernas, un dolor punzante que me hacía temblar incontrolablemente. Sin embargo, seguía avanzando, guiada por una voz interior que parecía tener más fuerza que mi propio sufrimiento. La nieve era un gran impedimento, dificultando cada paso. Los labios de Ryu comenzaban a ponerse morados, pero él no temblaba como yo. Dio unas grandes zancadas, acercándose lo suficiente para cogerme una mano.

De repente, mi cuerpo cedió y caí. No llegué a tocar la nieve; sus brazos me rodearon justo a tiempo. Su piel estaba cálida, como si la nieve no tuviera efecto en él, mientras que mi cuerpo estaba helado. El contraste de temperaturas hizo que se me erizara la piel al instante.

—Te tengo... Te tengo... —susurró Ryu, levantándome en brazos y girando sobre sus pasos, llevándome de vuelta a casa.

Ryu no pronunció palabra mientras me llevaba de vuelta a casa. Subió las escaleras, dejando un rastro de nieve derretida a su paso, hasta llegar a mi habitación.

—Estás congelada, Circe —murmuró cerca de mi cuello.

Entró en la habitación justo cuando mi abuela aparecía en el umbral, alertada por los gritos. Pero ella no habría podido alcanzarme a tiempo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó mi abuela, acercándose a mí. Mis pies mojados habían dejado una mancha oscura en la cama, y el bajo de mis pantalones goteaba agua helada—. ¿Otra vez estaba sonámbula?

Vi cómo se quitaba la manta que llevaba sobre los hombros e intentaba secarme la piel.

—Han sido unos minutos... —respondió Ryu, visiblemente desorientado—. No sé cómo me desperté, pero sentía que me llamaba.

Mi abuela lo miró con atención, y pude ver en su rostro que no descartaba la posibilidad.

—A lo mejor lo hizo, quién sabe —murmuró, pensativa.

—¿Y por qué no te avisó a ti? —preguntó Ryu. No era una queja, más bien una duda.

Observé cómo mi abuela me apartaba el cabello del rostro, intentando devolverme el calor.

—Tú eres más rápido y fuerte, Ryu —explicó—. Llevo años sin darme cuenta de su sonambulismo. He intentado mantenerme despierta, pero mi cuerpo ya no es el que era.

Suspiró, consciente de que sus esfuerzos eran inútiles. Mis labios seguían azulados por el frío.

—Puedo encender la chimenea de la habitación, que duerma allí esta noche —sugirió Ryu.

Mi abuela asintió, y él salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Mientras mi abuela me cambiaba la ropa mojada por prendas secas, me di cuenta de algo que me preocupó profundamente. Sus manos, antes firmes y hábiles, ahora temblaban. Recordé cómo solía enhebrar una aguja con los ojos cerrados, y ahora dudaba de que pudiera siquiera intentarlo.

La voz se había callado mientras tanto, como si no quisiera que nadie más la escuchase. Pensé que podía ser... ¿Quién? No conocía... No creía conocer a nadie que me quisiera llamar de aquella manera. O podía ser simplemente el susurro del viento que me provocaba creer mi nombre. Pero era tan detallado, tan claro, que era difícil dudarlo.

Ryu volvió a la habitación, se ocupó de cogerme entre los brazos para llevarme, mientras tanto, mi abuela cambiaba las sábanas mojadas. Ni siquiera sabía cómo lo había hecho para que él me escuchase, o por qué decidí hacerlo. Algo en mi interior me decía que con él estaba segura. Eso mismo que me hacía querer estar cerca, pese a que él me quisiera lejos. Había algo que me llamaba, quizás que era la primera criatura que había conocido.

Me dejó con lentitud en la cama abierta. Olía a él. Supongo que su olor había ido cambiando conforme más tiempo pasaba en casa, pero ahí seguía la madera, el musgo y algo de fruta dulce.

Cuando estaba en ese estado, mi cuerpo parecía muerto, pero mi conciencia estaba despierta y aguda, capaz de sentir y percibir cada detalle a mi alrededor. No sabía si considerarlo una bendición o una maldición.

Él me cubrió con varias mantas, atento a la llama que comenzaba a crepitar en la chimenea. Luego, se alejó unos pasos, buscando algo con determinación. Regresó arrastrando una butaca desde la esquina, colocándola junto a la cama. Se dejó caer sobre ella, pasando una mano por su rostro con gesto de cansancio. El agotamiento era evidente, y algo en mi interior le provocó ternura aquello.

—Ryu... —Mi abuela pasaba a la habitación despacio, aún con expresión adormilada y me miró con una media sonrisa, o al menos a mi cuerpo dormido—. No hace falta que...

—No te preocupes Galena, solo esta noche, así estará vigilada y no será más una escapista.

Ella asintió, con una mirada que denotaba orgullo. Comprendí que se sentía así porque, en el fondo, lo había criado como a un hijo, aunque jamás lo expresara en voz alta. Me asaltaban las dudas. ¿Las demás umbras aprobaban esta situación? Y lo más importante, ¿era esto lícito? ¿Era mi tío?

—Tú ves a descansar.

Mi abuela se acercó a mí, besó mi frente y volvió sobre sus pasos. Entrecerró la puerta y de nuevo nos quedamos a solas. Confiaba mucho en él.

Me acerqué, como si pudiera saber que en realidad era capaz de ver todo lo que hacía, y en ese momento solo me miraba a mí, sin siquiera pestañear.

—No sé si tú lo experimentarás igual, pero yo solía despertarme a menudo por pesadillas —confesó, con una sonrisa melancólica—. Supongo que no será comparable. Desde que estoy aquí, casi han desaparecido. Antes me sentía solo, sumido en la oscuridad, sin nadie a quien acudir cuando no podía escapar de ellas. Incluso llegué a pasar días enteros sin dormir, con tal de no volver a enfrentarlas. Te ruego que no cometas esa locura. Puedes invocar mi nombre siempre que te sientas en peligro, incluso si solo son temores infundados. He vivido mucho tiempo tras tu sombra, y debo admitir que prefiero tenerte cerca.

Si hubiera podido, le habría dicho que no era necesario que velara toda la noche por mí, que jamás había experimentado dos episodios en una misma noche. Pero mi voz estaba atrapada, mi cuerpo inerte, y nunca era yo quien decidía regresar a él. Siempre era arrastrada, como si una fuerza oscura me sumergiera en las profundidades del infierno. Al volver a ese cuerpo, sentía que retornaba a un abismo de sufrimiento.

Anhelaba que aquel tormento cesara, esa especie de sonambulismo que devoraba mis recuerdos. Al día siguiente, no recordaría nada ni a nadie. Volvería a sentir ese vacío insondable que persistía durante días. Era como si alguien me arrancara algo de las entrañas, me retorciera por dentro y luego me cosiera como si nada hubiera pasado. Sin embargo, debía aferrarme a la cordura, consciente de que algo andaba mal, y que, si me soltaba, me desmoronaría por completo. Culpaba a alguien de robarme los recuerdos, como si fuera un acto deliberado, una verdadera maldición. Pero nadie hablaba de ello. ¿Era un efecto secundario de la sangre de luna? ¿Otro más, además de ser repudiada?

Llegué a creer que podría acostumbrarme.

Pero nadie se acostumbra a olvidar.

Nadie desea olvidar para siempre.

Mientras que yo podía despertar una mañana sin saber quién era ni qué deseaba.

¿Qué clase de vida me esperaba entonces? Ni siquiera podría amar a nadie, le olvidaría con el tiempo. Y cuanto más olvido, más rabia crece en mi interior.

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