-¡¿Otra vez estás con tus tonterías, Stefan?!
-¡Tonterías no, Helena! ¡¿Cómo le contestas eso?!
Ya era la tercera vez que discutíamos en menos de un mes. Era el día del juicio, Helena ya estaba casi preparada para ir y acababa de recibir un texto de Lucas, que se acercaba más a una biblia de lo largo que era. Que si mucha suerte, que si vamos a ganar, que si era la mejor. Eso es lo que pude ver por encima. Pero ella le contestó un texto incluso más largo que el del otro. ¿Tanto tenía que decirle?
-¡¿Pero y que más te da lo que le conteste?!
-Madre mía, Helena. No puedo, en serio.
-¡¿Qué no puedes?!
-¡No puedo soportar que te comportes así con él! ¡Te lo he dicho mil veces, Helena! ¡Mil!
-¡¿Pero cómo coño quieres que me comporte?! ¡Me ha mandado un mensaje dándome ánimos! es mi amigo, se lo agradezco.
-Pues vaya agradecimiento tan largo.
-Mira, Stefan -salió del salón y se metió al baño para terminar de maquillarse-, paso de ti. Voy a meditar.
"Voy a meditar" significaba que la dejara en paz y eso haría, no me apetecía ir detrás. Encima se hacia la ofendida. Me senté en el sofá para terminar de atarme la corbata. Entre mi hermano Fazio, que no había hecho nada más que darme problemas, y Helena todo el día enfadada, yo ya no podía más. Solo me apoyaba en mi proyecto, que ya estaba floreciendo.
Contraté a Fazio al día siguiente de que firmase los papeles y de que llamásemos al chino gritón que solo me insultaba en su idioma. Me pasé la mano por el pelo. Ya estaba demasiado estresado como para tener un juicio en una hora.
Daniel había venido a mi casa un par de días para repasar conmigo la coartada, me la sabia de arriba abajo y de izquierda a derecha. La tenía tan memorizada que incluso ya la consideraba un recuerdo. Daniel también había quedado con todos los demás a solas. Habló con Rubén e incluso se fue al pueblo tres días para hablar con el padre y la hija. Helena había vuelto con Daniel hacía una semana y no había regresado de buen humor. Yo no sabía si era por el juicio, porque estaba nerviosa o porque estaba tan quemada como yo me sentía en ese momento. Pasé la semana en su casa, había ido allí todos los días porque sabía que ella no vendría a mi piso y yo quería dormir toda la semana juntos. Llevábamos mucho sin hacerlo y quería ver si mejoraban las cosas.
Me desaté el enredo que me había hecho en el cuello y empecé de nuevo. La televisión estaba puesta de sonido ambiente y pude oír los pies de Helena revoloteando por el baño. Se había puesto uno de esos conjuntos de secretaria de su anterior trabajo y seguramente se pondría ese pintalabios marrón morado que tanto le gustaba. Se había comprado tres barras antes de que los descatalogaran.
Por esas rarezas me encantaba. La primera que conocí fue que coleccionaba tazas. Me pareció tan gracioso que le compré una para su inventario. Otra cosa que me gustaba de ella era cuando se reía de ella misma, de sus chistes malos o frases ingeniosas que soltaba en medio de la conversación. Su personalidad siempre tenía algo nuevo, pero estos últimos meses solo habían sido cosas malas.
Conseguí atarme la corbata civilizadamente y busqué mi móvil para encontrarme un mensaje de mi hermano. Me había mandado un video de perros cayéndose a cámara lenta. En otro momento le habría mandado a la mierda, pero con tal de entretenerme me puse el video.
-¿Qué estás viendo que te ríes tanto?
El móvil se me escurrió de las manos y cayó en mi barriga. Había acabado con el cuerpo fuera, apoyando solo la cabeza en el sofá.
-Un video que me ha pasado mi hermano -preferí no mirarla y concentrarme en el border collie que había calculado mal la distancia hasta la cama-.
Sus tacones retumbaron por el suelo y se sentó al lado de mi cabeza. Reímos a carcajadas hasta que acabó el video y nos quedamos en silencio.
<<Muy bueno>> Stefan 8:56
Helena se levantó soltando una risa con pedorreta y fue a la nevera. Sacó una de sus tazas tamaño mediano y la llenó hasta arriba de leche para luego echarle cola-cao. Eso significaba que estaba nerviosa.
-Vamos a ganar, ya lo verás.
-Estamos mintiendo.
-Ya lo sé, pero lo que denunciamos no fue mentira. Él te pegó, otra cosa es como lo contemos.
-Debería haber dejado la denuncia como estaba -soltó la taza y se llevó las manos a la cara-.
-Helena, no digas eso -la destapé para que me mirase-. Tienes denunciar esto, ya que no podemos hacer nada con los cuatro meses y medio que has pasado.
-Ya, por eso lo hice. Joder, estoy muy nerviosa.
-Pues no sé por qué si lo vamos a hacer perfecto -la abracé cubriendo su cabeza-.
-No me quiero imaginar a mi padre. Le hemos metido en todo esto, no sé cómo lo he permitido.
-Él lo hace encantado, Helena. Tú lo sabes. Ya se ha enterado de todo lo que te ha pasado estos meses y te aseguro que es él el que más ganas tiene de salir y hablar en contra de ese gilipollas que ha jodido la vida a su hija.
Soltó un gemido y se abrazó a mí. La besé la coronilla para después bajar a sus labios. Ya nos habíamos enredado de nuevo. Por mucho que pasara entre nosotros o por muy mal que nos habláramos, siempre nos dejábamos llevar con cada beso. Era como una ola cálida, se olvidaba todo y dejábamos que nuestros labios hablaran tocándose.
Nos separamos a regañadientes y salimos a buscar a Lucas. Este abrió la puerta con la misma estrategia que el día de la gala, pero esta vez Helena le regañó y le dijo que le dejara su corbata mientras él se ataba la camisa. Le sacó la tela del cuello y se la puso ella para atársela, se la sacó con el nudo hecho y se la puso mientras él terminaba de abrocharse el ultimo botón.
-La chaqueta.
Lucas se metió en su piso con la mano en la frente y Helena me indicó con un moviendo de cabeza que fuéramos yendo al ascensor. Me la quedé mirando sonriente, menuda diferencia con el día de la gala.
-¿Así mejor?
-Gracias.
La cogí por la nuca y besé su pelo. Se lo había estado alisando durante una hora y había merecido la pena que se levantara tan temprano, las bombillas se reflejaban en él. Apenas se había maquillado, un poco de sombra en el ojo, la raya pintada y el pintalabios que sabía que se pondría.
-¿Cuántos pintalabios como ese te quedan?
-Uno y medio, estoy muy triste.
Llamamos al ascensor y se abrieron las puertas. Tuvimos que esperar a Lucas que traía con él su chaqueta y un par de chuletas que se había preparado. Tampoco era tan difícil, solo tenía que repetir lo que había dicho.
Nos montamos en mi Porsche, Helena de copiloto y Lucas detrás de mí para poder mirar a Helena mejor sin que yo le viera. No esperé a que se abrochara el cinturón y aceleré directo al juzgado. Helena encendió la radio y cerró los ojos para meditar de verdad. De vez en cuando yo echaba un ojo a Lucas por el retrovisor y solo le pillé mirando a Helena en dos ocasiones, el resto del camino se lo pasó susurrando su chuleta y mirando por la ventana. Helena abrió los ojos en cuanto eché el freno de mano.
Daniel ya nos esperaba en la puerta. Nos recibió a todos con un apretón de manos y le seguimos hasta dentro. Hacíamos lo que nos decían y pasábamos por donde nos dejaban hasta llegar a una sala con asientos de cuatro mirando hacia la pared del fondo repartidos en ambos lados de un pasillo, desde la puerta hasta la mitad de la sala; frente a estos había una valla de tela, como la de las discotecas, que separaba las mesas para el juicio. A continuación, había dos mesas con tres asientos y micrófonos. Al final de la sala había una mesa con tres sillas colocadas mirando a la puerta. A ambos lados de la mesa había dos más pequeñas enfrentadas: una con micrófono y otra con un ordenador. Daniel se sentó en la primera mesa a la derecha y nos pidió a Helena y a mí que nos sentásemos con él. Al segundo entró el padre de Helena y se sentó junto a Lucas tras la valla.
Público, abogados y jueces tomaron sus asientos. El último en aparecer fue Luis con el traje mal puesto y aún con rastro de la cirugía que le habían tenido que hacer para arreglarle la mandíbula. En el público no había nadie de parte de Luis, mientras que del nuestro estaban Lucas, Manuel, un hombre barbudo y grande con una chica joven con un escote casi hasta el ombligo; que eran los antiguos vecinos de Helena que habían participado en el juicio anterior y le habían pedido asistir de nuevo. También estaba un hombre que había enviado el señor Kana, según me había dicho estaba pasando las pruebas para ser el secretario de Eryx.
El juicio comenzó y pidieron a Lucas que testificase todo lo que ya había dicho. Se levantó y se sentó en la mesa del micrófono. Narró el primer encuentro que tuvo con Luis y cómo le encontró cogiendo a Helena por el brazo en la calle mientras Daniel le ayudaba añadiendo acusaciones. Conseguimos que Luis confesara, porque era imposible que se negara con testigos y pruebas. Pero aún no había llegado lo peor. Llamaron a Luis a declarar por la denuncia que había puesto contra mí. En el anterior juicio Luis se había inventado que la pelea había sido en un callejón; Rubén le había obligado a mentir.
-Me empujó al callejón y lo primero que hizo fue darme puñetazos. Yo no le pegué en ningún momento, él lo sabe -es verdad, él no se defendió. Primero porque Carlos le sujetaba, pero cuando le soltó tampoco quiso pegarme-. Después caí al suelo y me dio una patada que me dejó inconsciente.
-¿Dónde ocurrió la agresión?
-No lo recuerdo bien, aún tengo un recuerdo borroso de lo que pasó -mentira, es porque estaba mintiendo-.
-Está bien, puede sentarse -Luis se levantó sin mirar a la jueza y volvió junto a su abogado con una sonrisa creyendo que había salido muy bien su declaración. No sabía lo que venía-. Abogado del señor Bologna, adelante.
Mi corazón se saltó un latido en cuanto Daniel se puso de pie. Estaba seguro de que íbamos a ganar, teníamos todo a nuestro favor, pero aun así mentíamos y podía salir mal. Empecé a sudar, sobre todo la parte de encima del labio; menos mal que tenía barba y no se veía. Este cambio de look a chico salvaje servía para tapar el sudor.
-Señoría. Por nuestra parte tenemos que decir que el acusado no solo miente en cuanto a la ubicación, sino que también podemos demostrar la agresión. Volvemos a acusar de agresión física al señor Luis Molina contra Helena Ibáñez -la cabeza de Helena se movió a la vez que la mía para mirar a Luis. Frunció el ceño y miró a su abogado-. Tenemos pruebas de la agresión y un testigo, además del señor Bologna. ¿Puede declarar mi cliente?
La jueza hizo un movimiento con la mano y Daniel indicó a Helena que se sentara frente al micrófono. Esta se levantó temblando y buscó mi mano, me apretó fuerte y me miró con ese brillo que tanto echaba de menos. Se sentó aún temblando y se aclaró la garganta.
-Yo me había ido una temporada al pueblo con mi padre. Llevaba allí casi cuatro meses y medio. Stefan había venido a visitarme después de mucho tiempo y se fue con mi padre a su taller.
-¿Cómo se llama su padre? -preguntó la jueza con el lápiz levantado esperando para apuntar.
-Manuel Ibáñez, está allí sentado -miró a su padre y este la sonrió nervioso. La jueza asintió y dejó que Helena siguiera-. Luis llamó a la puerta y entró empujándome. Empezó a decirme que era una guarra, que no servía para nada -aquello sí que era verdad. Helena me contó que no paró de decirle cosas mientras la pegaba. No quería pensarlo o le mataría en pleno juzgado-; luego, me agarró los pechos -la comisura del labio se le elevó una milésima de segundo, pero yo la conocía y sabía que se había reído por decir "pechos"- y me dijo que fuéramos a la cama. Yo me negaba y me intentaba soltar, pero no podía y él me llevó al jardín, me empujó y empezó a darme patadas por todas partes -bajó la cabeza y tembló. Era difícil para ella recordar todo aquello, yo lo sabía. A veces se levantaba a media noche gritando o lloraba cuando soñaba-. Me quedé inconsciente cuando vi entrar a mi padre y a Stefan al jardín -sin pedir permiso Daniel había puesto el USB, sin las fotos de Nekane, en una televisión que había en un mueble con ruedas-. Así quedé -dijo Helena sin saber cómo actuar ante el comportamiento de Daniel-.
-Como podéis ver esta es Helena -en la imagen solo aparecía cortada la frente y se le veía el costado izquierdo. Había mas fotos de otras partes del cuerpo, ¿por qué ponía esa?-. Luis le agredió por todo el cuerpo -pasó varias fotos parándose tres segundos en cada una-. Helena, puedes sentarte -ella hizo una especie de reverencia y se sentó a mi lado-
-¿Qué tal?
-Perfecto -me cogió la mano y me sonrió para volver a mirar a Daniel-.
-¡Todo lo que ha dicho es mentira!
-Cállese, señor Molina -le reprendió la jueza. Su abogado también le dijo un par de cosas al oído que lo dejaron callado-. Siga.
-Ahora quiero llamar al padre de mi cliente, el señor Ibáñez.
El padre de Helena se levantó de un salto y se acercó a Helena para tocarla el hombro. Se sentó frente al micrófono e hizo los mismos gestos nerviosos que su hija: se puso la media melena detrás de las orejas y se aclaró la garganta.
-Yo estaba con Stefan mirando una cosa de su coche en mi taller. Cuando volvimos nos encontramos con este señor -le señaló sin mirarle lleno de asco y giró el cuerpo hacia la jueza-, pegando a mi hija. Porque Stefan se adelantó, si no sería yo quien tuviese la denuncia -el padre de Helena lo estaba haciendo con total convicción. La sesión intensiva con Daniel había funcionado-. Stefan salió corriendo y fue cuando le pegó.
-Está bien, puede sentarse -Manuel sonrió a la jueza y volvió a su sitio no sin antes sonreírnos-.
-¿Puede salir mi cliente a declarar? -dijo el abogado de Luis- Merece defenderse.
-Está bien, todo a su tiempo. El señor Ibáñez ha dicho que usted pegó a Luis Molina, ¿es cierto?
-Es cierto -declaré frente al micrófono que había en nuestras mesas-. Pegué al señor Molina porque él estaba agrediendo a Helena.
-Está bien. Puede salir, señor Molina.
Luis se levantó mirándome con el ceño fruncido y los ojos de un loco sin ver como su abogado le negaba con la cabeza. ¿Qué iba a hacer?
-Señoría -dijo nada más sentarse en la silla-, todo esto es una farsa. Si, la pegué, pero me pagaron por hacerlo. Estoy harto de callarme, a esta chica me la pusieron delante atada de manos y pies y después apareció éste con su cuadrilla y me pegó hasta casi matarme -se había levantado y se sujetaba a la mesa por los lados-.
-¿Quién le pagó?
-Rubén Heredero, él me pagó tres mil euros y me llevó al hospital.
Daniel pidió permiso para preguntar.
-¿Cómo puedes probar que Rubén te pagó por hacerlo? Es imposible que Helena estuviese atada porque estaba en su casa.
-¡Llamadle! ¡Llamadle, joder! ¡Decidle que venga y lo diga! ¡Me da igual lo que me haga!
-¡Ya está bien! -la jueza dio un golpe a la mesa con su martillo y la sala se quedó en silencio- Vamos a tomarnos un descanso. Localicen a ese Rubén Heredero y que venga.
Nos despidió a todos y se levantó de su silla. Todo el mundo la imitó menos Luis que siguió agarrado al sitio mirándonos con una sonrisa de triunfador. Estaba confundido, no sabía que Rubén estaba de nuestra parte.
Daniel salió el primero sacando el móvil de su bolsillo y tecleó rápidamente para avisar a Rubén. Era Luis quien tenía que llamar a Rubén, él ya se había encargado de que tuviera su número mandándole un mensaje preguntándole por su mandíbula.
-¿Qué tal vamos? -le preguntó Lucas a Daniel cuando salimos a la calle. Todo el mundo había salido a fumar un cigarro y se habían repartido por el patio y la acera en pequeños grupos. Todos susurraban- Yo creo que bien.
-Sí, todo va bien. Solo queda Rubén.
-Tomad- Manuel sacó su cajetilla del bolsillo y todos le cogimos un cigarro. Helena fue la que dejó el mechero-.
Hice un barrido por los grupos de personas y encontré a Luis llamando por teléfono fuera del recinto, se subía a la acera y bajaba a la carretera mientras hablaba. Tenía la corbata suelta y el ultimo botón desabrochado, estaba nervioso. Sonreí de lado y busqué a Helena, pero me la encontré abrazada al bíceps de Lucas. Casi me sale humo por las orejas. Noté que los agujeros de la nariz se me abrían y se me aceleró el pulso. Decidí no mirar más y buscar a alguien para hablar.
-¿Qué se supone que es lo que le pasa a mi Porsche? -Le pregunté a Manuel haciéndome el gracioso.
-Ojalá le pasase algo y pudiera toquetearlo.
-Yo te lo dejo un día si no me lo estropeas.
-Oye niño, pero ¿quién te crees que soy yo? Que soy el mejor mecánico de mi provincia.
-Entonces, un día te le dejo.
Manuel me dio una palmada en la espalda y tiró el cigarrillo al suelo. Le imité y, pronto, el resto del grupo. Sin decir nada nos miramos y Manuel presidió la vuelta a la sala. No busqué a Helena en ningún momento, si quería estar con Lucas, ella vería. Estaba muy cansado y no tenía ganas de hacer una escena en el juzgado. Y tampoco delante de Lucas.
Nos volvimos a sentar en nuestros sitios esperando a que el resto volviera. La primera que entró fue la chica que llevaba todo el juicio sentada en el ordenador apuntando cada palabra que se decía. Después la jueza y, finalmente, Luis con su abogado.
-¿Y Rubén Heredero?
-¡Aquí!
Puse los ojos en blanco, como siempre, tarde. Avanzó por el pasillo y se sentó en el público de Luis, la primera persona que tenía detrás. Helena giró la cabeza y me buscó con la mirada. No se la devolví y miré al frente. Estaba dolido, cansado, machacado y harto de todo esto. Tanto del juicio como de ella. ¿Cómo podía haberle agarrado así en mi cara? ¿es que no aprendía? ¿no me entendía cuando hablaba? Me estaba jugando mucho mintiendo por ella, me gastaba cada día que pasaba con Helena. ¿No podía agradecérmelo un poco más? ¿cuánto duró su buen humor conmigo? ¿tres meses después de que la rescatáramos? La jueza dio un golpe con el martillo y levantó a Rubén para sentarlo en la mesa con el micrófono.
-¿Pagó usted a Luis Molina para que agrediese a Helena Ibáñez?
-No -todos nos quedamos en silencio, incluida la jueza que esperó a que contestase, pero Rubén se la quedó mirando-.
-Está bien, ¿de qué conoce usted al señor Molina?
-Le encontré en un callejón, le habían pegado y estaba borracho. Yo mismo le llevé al hospital a que le hiciesen radiografías.
-¿Cuánto hace de eso?
-Más o menos, seis meses.
La cara de Luis era como una obra de arte para mí. Tenía las cejas arrugadas, con la mirada oscura clavada en Rubén y con la boca haciendo una mueca. El juicio estaba en su contra, sabía que iba a perder. Yo solo rezaba porque le condenasen cuanto antes y salir de allí, lejos de juicios, de peleas, de Helena y de Lucas.
-¿Le ha pagado tres mil euros al señor Molina?
-Nunca, yo solo le encontré y le llevé al hospital.
-¡Mentira! ¡El me pagó tres mil euros por adelantado!
-¡Señor Molina, compórtese! ¿Puede probar que Rubén Heredero le pagó esos tres mil euros?
-No, me los dio en mano.
-Te di veinte euros antes de irme del hospital para que cogieras un taxi, no llevabas nada.
-Señoría, como ya dijo la señorita Ibáñez, el señor Molina bebe con regularidad y varios días ha llegado a casa con marcas de pelea.
-¿Pueden dejar de hablar cuando no les corresponde? -Luis y Daniel se disculparon agachando la cabeza. La jueza les miró creyéndose superior a ellos y volvió a Rubén. Hasta una mujer mayor como era aquella se colocó el pelo para hablar con Rubén, ¿de verdad era tan guapo?- Rubén, ¿qué hacía usted el día que se cometió la agresión?
-Yo me encontraba en Roma con Lucas y mi hermana.
El único sorprendido con las palabras del rubio era yo. Estaba hilando todo perfectamente y estaba camelándose a la jueza con solo parpadear. Luis sabía que tenía todo perdido.
-Está bien, no necesito más. Vuelva a su sitio señor Heredero -ordenó sus apuntes cuadrándolos en la mesa y cogió su mazo-. Está bien. Luis Molina, le declaro culpable de agresión física, psicológica y violencia de género y de pareja contra la señora Helena Ibáñez, con una condena de cuatro años y nueve meses de prisión -dio con el mazo en la mesa y se levantó dejando a Luis tieso en el sitio. Un policía le puso las esposas y ni siquiera se despidió de su abogado cuando se le llevaron. Ya estaba, había terminado todo. Daniel se giró para abrazar a Helena y esta le correspondió el abrazo. Cuando pensaba que se iba a girar para concederme mi turno, apareció Lucas a su lado y ella se colgó a él como un mono. Algo en mi corazón chascó, ¿por qué tenía que permitir eso? ¿tendría que sufrir siempre viendo estas cosas? Me alejé del grupo que se había creado sobre la valla y salí de aquel infierno. Avancé entre la gente mientras sacaba un cigarro de mi bolsillo, pedí el mechero a un hombre calvo con gafas gruesas y me quedé apoyado en la papelera de la entrada. Una brisa de viento me golpeó la cara refrescándome un poco las ideas.
Ya había terminado todo, o eso pensaba hasta que Helena se había colgado de Lucas. Negué con la cabeza mirando a una piedra que había en el suelo. No podía seguir con esto. Esa mañana había sido porque Lucas la había mandado un mensaje, hace dos porque le daba las buenas noches; me dejó tirado por Lucas en varias ocasiones este mes. Podría haber hecho una larga lista de todo por lo que discutíamos y yo ya había llegado a la conclusión de que no nos entendíamos.
Oí a Manuel hablar con ese tono de voz tan grave desde el otro lado de las puertas correderas. Estas se abrieron al detectar el grupo que venía hacia mí. Daniel me dio una palmada en la espalda tapando a Helena de mi campo de visión. Pude ver que seguía agarrada a Lucas y aquello no mejoraba la situación.
-Al final lo hemos conseguido, ¿estás contenta?
-Mucho -Helena apareció por detrás de Daniel y se puso a mi lado-.
Me rozó el muslo con su cadera intentando llamar la atención. Antes de que se dieran cuenta de que yo no estaba bien la cogí por el brazo y la pedí que viniera conmigo. Nos despedimos de todos que se quedaron planeando una cena de celebración incluyendo a Rubén que se juntaba al grupo justo cuando nosotros nos íbamos.
-¿Qué te pasa?
-Quiero hablar.
Nos montamos en mi coche y arranqué en silencio. Estaba pensando un lugar tranquilo donde poder hablar, tenía los sentimientos a flor de piel y las decisiones tomadas precipitadamente, pero ya me daba igual.
Dejé el coche casi en el medio de la carretera en cuanto vi un parque escondido, desierto y comido por las plantas. Nos sentamos en un banco con una enredadera subiendo por su pata derecha y decorando medio respaldo.
-¿Qué pasa?
Entre nosotros cabía otra persona de lo separados que estábamos. No la miraba ni la intentaba tocar. Estaba enfadado, lleno de dolor. Si, habíamos ganado el juicio, pero eso no quitaba que Helena estuviera con Lucas.
-No quiero que juegues más conmigo, Helena.
-¿Qué estás diciendo?
-Helena, esto ha llegado al límite. Yo ya no puedo callarme más y hay que ponerle remedio. Solo te voy a pedir que elijas. Si me eliges a mí, quiero que te olvides de él, que no le hables, que no le mires, que le olvides de verdad y dejes de abrazarte a él y de tener una conversación constante por mensajes. Si le eliges a él, yo desaparezco.
-¿De verdad me estás diciendo esto, Stefan? ¿Me estás haciendo elegir entre mi trabajo y tú? -me quedé callado mirándola. No iba a cambiar mi postura, era la única solución que veía a nuestra relación. Mientras Lucas estuviese en medio todo iba a ir a peor- ¡¿Pero cómo eres capaz de decirme eso?! ¡Stefan lo he hecho todo, hice lo que me dijiste! ¿Por qué no es suficiente? -soltó un sollozó que me encogió el corazón- ¡Contéstame!
-¡No es suficiente porque sigue estando él, Helena! ¡Porque sigues pasando con él horas en las que no sé qué hacéis juntos! ¡Vivo con una mosca detrás de la oreja y no es agradable! ¡¿Cómo me puedes hacer esto sabiendo todo?! ¡Y aún me dices que no sabes que hacer! ¡Te digo que no le soporto, que me sienta mal que hables con él y, sobre todo, que estés cerca! Helena, yo no puedo vivir con esto.
-¡Me estás haciendo elegir entre mi trabajo y tú, Stefan!
-¡Mentira! ¡Te estoy haciendo elegir entre él y yo! ¿Quieres trabajo? Yo te doy el que quieras. Te asciendo y te doblo el sueldo si quieres, pero no me pongas la excusa del trabajo -su barbilla parecía un hueso de melocotón intentando aguantar los pucheros y lágrimas que se estaban creando-. Helena, contéstame. ¿Él o yo?
-No me puedes hacer esto, Stefan.
-¡Helena! ¡¿Lucas o yo?! -dejó escapar el primer sollozo y se limpió las lágrimas. No me respondía y yo quería gritar de rabia allí mismo ¡¿tanto le costaba dejarle?! Le estaba ofreciendo el mismo trabajo e incluso mejor que el que hacía con él y aun así seguía callada, con los ojos rojos e hinchados- ¡respóndeme!
-¡No me puedes hacer esto después de ganar el juicio!
-¡No me puedes hacer esto después de buscarte por tierra, cielo y mar para encontrarte! ¡No me puedes hacer esto después de haber estado ahí para ti! ¡Siempre, Helena! ¡Me ha dado igual que quisieras a Lucas, si, cuando él tenía novia y no estaba obsesionado contigo! ¡¿Es que no te das cuenta?! ¡Desde que estuve contigo fue detrás de ti! -ella no escondía su llanto. Me miraba con las piernas recogidas en su pecho con una mano en la boca- ¡¿ME QUIERES CONTESTAR?! ¡ÉL O YO?! -Helena seguía llorando sin ninguna intención de responderme. Con ese gesto me quedó más que clara su respuesta. Por primera vez la miré a los ojos y lo que me encontré fue peor que un cubo de agua fría, peor que caer al vacío, peor que morir ahogado. Me estaba pidiendo perdón. Apreté la mandíbula y contuve mis ganas de llorar. ¿Entonces, ya estaba? ¿le elegía a él? Yo había perdido. Me incorporé sin dejar de mirarla-. Está bien. Pues ya está, Helena -me limpié el traje haciendo de tripas corazón-. Si eso es lo que quieres, lo acepto -Helena seguía llorando, intentaba aguantar el hipo y se limpiaba las lágrimas constantemente-. Me alegro de haberte conocido -me di media vuelta huyendo hacia mi coche-.
-Stefan -me paré en seco a las puertas-, gracias por quererme.
Sonreí de lado y salí de aquel parque frondoso donde acababa de romper por completo mi corazón.