El comienzo de los Eades. (Sp...

By AbbyCon2B

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En el esplendor del siglo XIX, Peter Morgan había nacido en el centro de una de las familias más importantes... More

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ACLARACIÓN SOBRE LA MONEDA (+bonus)
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By AbbyCon2B


25 de septiembre 1897.
Southwark, Londres.

Aubrey despertó temprano en la mañana para tener suficiente tiempo de llegar a la casa en Southwark y como vivía a tres kilómetros y debía caminar, había comenzado su día a las seis.

Se había vestido mientras su madre dormía en la cama de al lado con el hombre con el que llevaba saliendo desde hacía ya unos cinco meses y quien no le agradaba y luego se había agarrado una rodaja de pan de la mesa junto a la cocina de hierro y había abandonado la casa sin molestarla.

Todavía estaba oscuro cuando había empezado su camino hacia Southwark y las pocas lámparas en esa zona de la ciudad no alumbraban los callejones lo suficiente para sentirse seguro en ellos, así que se había mantenido en las calles amplias e iluminadas.

Cruzó el puente de las torres, deteniéndose a admirar el agua del río Támesis, que en realidad estaba demasiado sucia y cuando alcanzó Southwark, detuvo un poco la marcha y echó un vistazo al reloj en la avenida. Siete y media. Iba a llegar temprano.

Subió los escalones del porche, pisando fuerte y seguro y llamó a la puerta con una enorme sonrisa. Esta vez no estaba yendo hacia una trampa, estaba seguro de eso y además le pagarían seis libras.

Sin duda la oferta era sospechosa, porque era la misma que aquel feo hombre le había hecho; pasarse por su casa, seis libras y ni siquiera le habían dicho cuál era el trabajo. Pero confiaba en el señor Josey y esa era la diferencia.

Entró en la casa cuando Roland le abrió la puerta bostezando y tuvo que cerrar cuando este se fue por el corredor hacia la cocina sin hablarle. Se quitó el saco y la boina, saltó para llegar a colgarlo en el perchero y luego cuando Roland regresó con una bandeja con comida en manos, lo siguió por las escaleras.

Parecía estar dormido todavía, porque no dejaba de bostezar y tenía los ojos entrecerrados, además iba de pijama, con un pantalón y camisa de algodón a juego y en perfecto estado, el pelo un poco alborotado y sus pies descalzos.

Subieron hasta el segundo piso (demasiadas escaleras para su gusto) y cuando entraron en una habitación, Roland cerró la puerta y dejó la bandeja sobre la cama.

—¿Este es su cuarto? Es como un castillo...Me encanta —. Acarició las mantas sobre la cama, que eran demasiado suaves y corrió hacia la ventana para mirar el jardín—. Oh, señor Josey, quiero vivir con usted.

—Ni lo sueñes —ladró y Aubrey le sacó la lengua mientras le daba la espalda—. Te vi en el espejo, mocoso.

—Pues felicidades por tener ojos, viejo gordo —. Se encogió cuando lo vio caminar en su dirección y soltó un quejido cuando le dio un golpe en la cabeza, suave y que alborotó su pelo—. Era broma.

—Te hace falta aprender a respetar a los mayores —. Lo observó, cruzándose de brazos y suspiró—. Anda, ve a bañarte. Apestas.

—¿Apesto? —. Se llevó la camisa a la nariz y alzó los hombros—. Supongo que mi ropa esta algo sucia, pero me lavo todas las noches. ¿Por qué quiere que me bañe? ¿Cuál es mi trabajo?

—Necesito que entregues un paquete por mí —explicó y se adelantó en el baño para encender el mechero de la ducha y abrir el agua—. Hay un hombre que conozco y vive en Spitalfields, necesito que le hagas llegar un dinero que he recaudado para él.

—Así que me pagará seis libras por entregar ese dinero —concluyó y se acercó a la bañera, colándose frente a sus piernas para tocar el agua—. Oh...Está caliente, vaya, yo siempre me baño con agua fría, pero esto es mucho mejor.

Empezó a desvestirse para meterse en la bañera y cuando tenía intención de pasar una pierna sobre el borde de mármol y remojarse, Roland sujetó su brazo demasiado delgado y lo detuvo.

—Espera, pondré algo en el piso para que no resbales.

Lo último que quería era verlo desnucarse contra el borde de mármol o abrirse la cabeza en el piso de baldosas.

Agarró una de sus camisas sucias y la tiró en el piso de la bañera como alfombra y luego lo alzó por debajo de las axilas para pasarlo por encima del borde de la bañera y lo dejó de pie dentro de esta.

—Te he comprado ropa —le avisó y Aubrey abrió la boca sorprendido mientras el agua lo mojaba.

—¿Me ha comprado ropa? —inquirió y se apartó el cabello mojado del rostro para mirarlo—. ¿Por...por qué?

Se encogió de hombros y dejó la ropa y la toalla sobre el banco junto a la bañera y se sentó sobre la tapa de madera del inodoro.

No sabía por qué de repente le había parecido buena idea comprarle ropa un sábado a las once de la noche o darle seis libras por entregar un paquete, quizás porque no le gustaba verlo con esos zapatos gastados y los pantalones rasgados y sucios o porque odiaba la idea de imaginarlo cayendo en las garras de alguien con malas intenciones, que le hiciera lo que le habían hecho a él de niño y quería cuidarlo y resguardarlo de todo.

De cualquier forma, tenía que ser realista y aceptar que había poco que pudiera hacer por él. Su vida era una mierda por sí sola y no estaba en condiciones de salvar a nadie, pero hacía lo que podía.

Cerró los ojos, recostando su cabeza contra la pared y Aubrey tomó el jabón para frotarlo en su cabello y disfrutó del agua caliente por más tiempo del que normalmente le tomaba darse un baño. No podían culparlo, hacía frío y él siempre debía meterse en la bañera de su casa, que su madre llenaba con agua fría. Lavarse con agua caliente era como tocar el cielo.

Se enjabonó el cuerpo, tarareando una canción y cuando terminó, Roland se puso de pie y extendió la remera de Aubrey en el piso y lo alzó de las axilas para apoyarlo sobre esta sin que se fuera a resbalar.

Tomó la toalla para envolverlo y le señaló la puerta para que se vistiera en el cuarto en lo que él secaba el baño. Escurrió las dos camisas en la bañera, dejó la ropa sucia para lavarla luego y cuando se volvió al dormitorio, Aubrey se estaba terminando de abrochar la camisa mientras evaluaba su aspecto en el espejo.

—Esta ropa es muy bonita, señor Josey, no puedo aceptarla.

—Tampoco te estaba preguntando si la querías, así que...—. Se detuvo a su espalda y evaluó como le quedaba—. ¿Te queda grande?

Levantó el pantalón hacia su cintura y asintió.

—Igual es conveniente, con lo rápido que creces a esta edad, es mejor que tengas espacio. Pruébate los zapatos, a ver.

Se fue hacia la cama para calzarse y Roland buscó en el armario por uno de sus cinturones más pequeños para que se sujetara el pantalón.

Aubrey se calzó las bonitas botas negras que cubrían sus tobillos y cuando terminó, saltó hacia el suelo y dio unos pasos por el dormitorio. Eran mucho más cómodas que sus viejos zapatos de cuero gastado y además el material brillaba como nuevo y olía a cuero fresco.

Roland se agachó frente a él para ponerle el cinturón y marcó un punto en el tamaño de su cintura y lo agujeró con el cuchillo en la bandeja con el desayuno para luego volver a colocárselo.

—¿Qué tal? ¿Mejor? —. Asintió, volviendo a mirarse en el espejo de cuerpo completo en el rincón de la habitación y se mordió el labio inferior al contener las lágrimas—. Ahora te ves como un niño presentable y yo creo que estarás más cómodo también. Habrá que conseguirte un saco luego, para que te abrigues ahora que comienza el inv...

Enmudeció cuando Aubrey se lanzó a su cuello, abrazándolo con fuerza y tardó un minuto en procesarlo y responderle, envolviéndolo con sus brazos y sosteniéndolo cerca.

—Gracias —susurró y Roland solo asintió y lo apartó para mirarlo a los ojos.

—¿Qué harás con las seis libras?

—Se las daré a mi mamá.

—No —interrumpió y Aubrey frunció el ceño—. Guárdalas para ti.

—Pero mamá lo necesita y se acerca su cumpleaños, así que podrá comprarse algo bonito y...

Negó, interrumpiéndolo otra vez y lo alzó en sus brazos para sentarlo en la cama y se arrodilló en el suelo a sus pies.

—¿Celebra ella tu cumpleaños?

—No, pero porque no tenemos dinero y...

—¿Te visita papá Noel en navidad?

—Papá Noel no existe, ella me lo dijo y no tenemos dinero para regalos. Ni siquiera armamos un árbol.

—¿Y en qué trabaja ella?

—No trabaja, yo lo hago —contestó y frunció los labios—. Aunque a veces vende alguna cosa si no consigo traer suficiente dinero o lava la ropa de algunos vecinos. Además, ahora está con este hombre que sí trabaja...

—¿Y este hombre es bueno?

—A mí no me agrada, pero a mamá sí, por lo que no puedo decir nada —. Se inclinó hacia la bandeja con el desayuno para acercarla y observó la comida con su boca haciéndose agua—. ¿Puedo?

Roland asintió y se sentó a su lado en la cama.

—¿Bebe mucho tu madre?

—A veces —contestó y se llevó una frutilla a la boca. Le encantaban las frutillas—. Ha bebido menos estos días, pero el hombre que la visita sí bebe mucho...Y huele muy mal cuando lo hace.

La historia sonaba demasiado familiar para su gusto y le producía escalofríos con todos los recuerdos que le traía.

Se agarró el tenedor para cortarse un trozo de la tarta de duraznos que Trevor había preparado la tarde anterior y luego le entregó el tenedor para que se sirviera.

—Deberías usar el dinero para ti —insistió y Aubrey se sentó en posición de loto, enfrentándolo y negó—. Lo digo en serio, mocoso, debes pensar en tu futuro y ahorrar para poder irte de casa cuando cumplas catorce.

—¿Y qué haré con seis libras si no puedo usarlas?

Lo pensó un momento, recuperando el tenedor para comer otro trozo de pastel y se dio unos golpes en el labio con este, antes de tener una idea.

—Los pondré en el banco para cuando seas mayor y también el resto del dinero que hagas.

—Y entonces ya no como y me muero —concluyó, golpeándose la frente con su mano—. Usted no es muy inteligente, señor...Auch...

Se sobó el brazo donde Roland le había dado un golpe no muy brusco y lo miró molesto.

—Debes aprender a respetar a los mayores —le regañó y le entregó el tenedor—. Y por supuesto que comerás, te ayudaré con eso y...Y ahorrarás para tener un mejor futuro de grande y debes estudiar y mantenerte alejado de trabajos ilegales.

—Su trabajo es ilegal —le reprochó con aire de inteligente.

Roland rodó los ojos.

—Exactamente mi punto, mocoso. No sé hacer nada más, no soy útil para nada y por eso acabé en todo este asunto, pero no es bonito y no quieres acabar como yo ¿me escuchaste?

Asintió, poniéndose muy serio de repente ante la severidad en su mirada y se agarró la taza con té y le dio un sorbo.

—Necesitas ir a la escuela...

—¿Por qué le importa de repente?

—No sé y no me molestes —gruñó y se acomodó hacia su lado de la cama para acostarse—. Estoy intentando ayudarte ¿vale? Agradece y no preguntes motivos.

—De acuerdo, pero es muy raro —murmuró y se concentró en seguir con su desayuno—. ¿A dónde debo llevar el dinero entonces?

—¿Conoces a Peter Eades? —. Negó y Roland suspiró—. ¿El Universitario de Spitalfields?

—Oh, sí, sí, he escuchado de él, aunque nunca le he hablado. Vive en Emery's Place ¿no? Un momento... ¿No vivía usted con él?

—Ajá...Pero tuve que dejarlo.

—¿Por qué?

—Temas de adultos —contestó, porque no pensaba hablarle a ese niño de sus desviaciones—. Pero no puedes hablarle de mí cuando lo veas, ni decirle donde vivo. Te explicaré todas las reglas cuando termines tu desayuno.

Se recostó, cerrando sus ojos para descansar unos minutos y Aubrey se acomodó a su lado, después de quitarse sus botas nuevas y apoyó la bandeja en sus piernas.

El dormitorio de Roland era realmente hermoso y exudaba riqueza allí donde mirara, incluso si no era la habitación de un millonario, sin duda estaba lo suficientemente cómodo en la clase media.

Lo observó de reojo, mientras se empezaba a quedar dormido y no lo molestó. No parecía haber dormido mucho en toda la noche y estaba en lo cierto. Roland había trabajado en el sur de la ciudad hasta las cinco de la mañana y entonces se había regresado solo a la casa, para estar a tiempo para recibirlo y darle todo el dinero que había acumulado en esas dos semanas. Poco más de sesenta libras.

Aunque le estaría dando seis libras a Aubrey y había gastado un par de chelines en la ropa, así que en total le enviaría a Peter sesenta libras y quince chelines con once peniques.

Seguía siendo mucho dinero, suficiente para pagar los dos años Universitarios que le quedaban y que todavía le sobraran veinte libras para rentarse una mejor casa y pagarse una mucama. Y planeaba seguir trabajando y hacer más dinero, así que pretendía mantener el ingreso constante para él.

Se quitó el brazo de los ojos y miró hacia Aubrey a su lado.

Ya se había terminado su desayuno y estaba bebiéndose lo que le quedaba de té, mientras sus ojos verdes iban por toda la habitación, admirando las cosas bonitas. Sonrió al verlo tan relajado y le alegró poder tener un buen impacto en su vida.

Le recordaba a aquel hombre que había conocido al dejar su hogar y que lo había llevado hasta Nueva York, contándole historias y compartiéndole de sus comidas, permitiéndole por esas horas, ser un niño normal que no debía preocuparse por sobrevivir, porque tenía un adulto que se preocupaba de eso por él.

—¿Quieres más? —preguntó, señalando con su mentón hacia el plato vacío.

Aubrey lo miró con sus ojos brillantes de la ilusión y luego miró hacia el plato.

—¿Puedo?

—Sí, ven.

Le quitó la bandeja del regazo para llevarla a la cocina y Aubrey se calzó otra vez sus botas nuevas, amarró los cordones y corrió detrás de él. Le gustaba el sonido que hacían al caminar, la suela tenía un pequeño tacón cuadrado de madera, el cual tenía una altura de solo un centímetro, pero lo hacía sonar como un caballero elegante.

Bajó las escaleras hasta alcanzar a Roland en la cocina y se sentó en la mesa donde le había servido otra porción de torta de durazno.

—No está ebrio hoy —observó y Roland asintió y se detuvo a su lado para servirle un vaso con jugo de naranja—. Me agrada mucho más cuando no está ebrio.

—Sí, también me agrado más cuando no lo estoy.

Pero pensaba demasiado y no le gustaba pensar, además que empezaba a dolerle la cabeza después de un par de horas sin whisky.

Se sentó a su lado en la mesa y sacó la bolsa con dinero del bolsillo de su pantalón.

—Este es el dinero que debes entregar y debes ir con cuidado y que nadie se entere llevas tanto dinero ¿entendido? —. Asintió, embutiéndose una cucharada de pastel tan grande en la boca, que tuvo que volver a escupirla en el plato o vomitaría. Roland puso sus ojos en blanco—. El señor Eades vive en el primer piso en Emery's Place. ¿Sabes dónde queda?

—Por supuesto, allí vive Michael Primmer y es mi amigo, a veces vamos a jugar al parque los domingos con otros niños del barrio.

—Muy bien, pues el señor Eades vive en la puerta de al lado, pero él estará trabajando hoy, así que tendrás que pasar por la fábrica y llevarlo a la casa. No sé cómo lograrás convencerlo, es un poco paranoico y pensará le quieres robar o algo.

—Mmm...Puedo ser muy bueno engañando a la gente.

—Eso no es algo de lo que sentirse orgulloso, mocoso.

—Pero si usted también engaña a la gente —protestó y lo señaló con el tenedor—. Su trabajo es ilegal y eso lo hace un criminal, así que cierre la boca.

—Pues yo soy un adulto —protestó—. Y ya te dije que debes aprender a respetar a los mayores y no hablarme de esa forma.

—No es usted mi padre.

—No, pero te hace falta uno, porque joder —. Se echó hacia atrás en la silla y suspiró—. En fin... ¿Conoces la fundidora en Osborn Street?

—Sí, está junto a los depósitos de cerveza y huele muy rico.

—Pues allí trabaja el señor Eades. Debes ir a buscarlo y llevarlo a su casa y solo entonces le das el dinero ¿de acuerdo? —. Asintió con entusiasmo, llevándose otra cucharada de pastel a la boca y luego bebió del vaso con jugo de naranja—. Y también le entregas esta nota.

—A ver...

Le golpeó la mano cuando intentó leerla y Aubrey lo miró enojado.

—Es privado. ¿Qué de verdad no tienes modales?

—Usted no dijo que no podía leerlo.

—Al menos pregunta primero —bufó y volvió a doblar la nota—. No puedes leerlo ¿de acuerdo? Es entre el señor Eades y yo. ¿Puedes respetar eso o cometí un error al confiar en ti?

Las palabras parecieron las correctas, porque Aubrey se enderezó en la silla y empezó a negar.

—No, señor, ningún error, usted puede confiar en mí y yo seré muy bueno. ¿Pero sí me pagará ¿verdad?

Rodó los ojos, porque no podía esperar que el niño no tuviera un interés económico de fondo y tampoco podía culparlo, pero terminó asintiendo y le enseñó las seis libras que había separado para él.

—Lo pondré en el banco para ti y te conseguiré otros trabajos y lo sumaremos a ese dinero ¿de acuerdo?

—Insisto en que debería dárselo a mi mamá.

—Pues no —concluyó y se guardó el dinero otra vez—. Debes pensar en tu futuro y ella no lo hará por ti. Ahora escúchame, el señor Eades te preguntará por mí ¿de acuerdo? Y querrá saber dónde me viste o donde vivo y qué hago, pero sin importar lo que te pregunte sobre mí, no puedes decirle nada ¿entiendes?

—Oh, ya veo...No quiere que el señor Eades lo encuentre ¿verdad? ¿Qué sucedió? ¿Se pelearon? No le estaría enviando una bolsa tan gorda de dinero si se hubieran peleado ¿no?

Mocoso inteligente, pensó y se rio.

—Nos peleamos, sí, pero fue mi culpa, no suya.

—No me sorprende, usted es muy loco —espetó y su sinceridad le habría dolido si ya no lo supiera—. Muy bien, iré por la fundidora, llevaré al señor Eades a su casa, le daré el dinero y la nota y no responderé a ninguna de sus preguntas.

—Y tampoco me traigas un mensaje de su parte ni vuelvas a visitarme directo de su casa o te seguirá. ¿Entendiste?

—¿Por qué tanto interés en mantenerse alejado de este hombre? —. Amplió sus ojos, inclinándose un poco más cerca y bajó su voz—. ¿Le ha robado a su mujer? Uh, he visto hombres muy enojados por eso... ¿Por eso le envía dinero? ¿Para disculparse?

—Solo termina tu desayuno y vete a hacer lo que te pedí.

—Mmm...Conque sí le robó a la mujer —concluyó y negó con los labios apretados en desaprobación—. Que feo de su parte, señor Josey. ¿Y dónde está esa mujer ahora? Encima que no se la ha quedado y se la robó...No me lo puedo creer...

—Aubrey —llamó con un tono de advertencia y este reprimió la risa y se concentró en su desayuno.

—Ya me callo, está bien.

Se marchó poco después, tras haberse terminado una tercera porción de pastel y dos vasos más de jugo y cuando dejó la casa, con el dinero y la nota bien asegurado en el bolsillo interior de su nueva chaqueta, apresuró su paso hacia Spitalfields.

Nunca había comido tan bien como esa mañana y llevaba su panza muy llena y hasta adolorida, así que no se atrevió a correr o vomitaría, además, quería disfrutar del sonido de sus pasos en las calles de baldosas, por lo que incluso se metió entre los callejones, donde el ruido retumbaba con el eco y sonaba más interesante y misterioso.

Le tomó al menos una hora alcanzar Spitalfields a su ritmo tranquilo, pero una vez llegó a Osborn Street, buscó el enorme portón hacia el patio de la fábrica y entró tarareando una canción.

No esperaba que fuera fácil encontrar a Peter Eades entre todos esos hombres, comenzando con que ni siquiera sabía cómo se veía, pero, aun así, recorrió el patio hasta el deposito, revisó en la sala de la fundidora, donde preguntó a algunos hombres si conocían al señor Eades y cuando acabó en la sala de moldes, detuvo a un último hombre para preguntarle por Eades y esté señaló hacia una de las estaciones de trabajo.

El hombre que vio concentrado en el trabajo debía ser unos años más joven que Roland, también un poco más bajo, al menos le dio la impresión de que no le intimidaba tanto con su tamaño y, aun así, le pareció bastante alto y de espalda ancha.

Se detuvo a su lado, apenas dándole por debajo del pecho y tiró de su chaqueta.

Peter bajó la mirada hacia él y por un minuto frunció el ceño y luego se agachó a su altura, sosteniéndose al borde de la mesa.

—¿Puedo ayudarte?

Y ahora era el momento en el que debía mentir para conseguir llevarlo a su casa de alguna forma y Roland le había dicho, que el señor Eades no confiaría fácilmente en él sí solo intentaba atraerlo fuera de la fábrica, así que usó la única mentira que no haría dudar a nadie.

—Su apartamento está en llamas, señor.

—¿Qué...?

Peter se enderezó bruscamente, su corazón saltándose un latido y cuando abandonó la estación y se fue corriendo, Aubrey sonrió victorioso y marchó corriendo detrás de él.

Eso había sido fácil, celebró para sí mismo.

Peter llegó a Emery's Place agitado y esperando encontrar humo y a todos sus vecinos reunidos afuera del edificio. No sabía decir si el incendio habría sido su culpa, por dejar una vela encendida o si quizás había comenzado en otro apartamento, pero su única preocupación era Muffin en la casa de Sunny.

De por sí, cuando llegó y no vio humo o escándalo en ningún lado, empezó a sospechar, aun así, notó que el niño lo seguía, así que corrió hacia el edificio y escaleras arriba en caso de que sus vecinos no se hubieran enterado todavía y se encontró con que no había incendio alguno y el señor Wooding bajaba las escaleras con calma y un cigarro en la boca, listo para irse a hacer las compras.

—Buenos días, señor Eades. ¿Cómo van sus estudios?

—¿Uhm? ¿Qué? ¿Y el...Y el incendio? —preguntó con la respiración agitada y Wooding se rio.

—¿Qué incendio?

—Ups —susurró Aubrey, subiendo las escaleras al último y forzó una sonrisa cuando Peter lo miró furioso—. Antes de que me pegue por mentirle... ¿Me deja explicar?

—No —ladró y se fue hacia las escaleras, pasándole por al lado mientras el señor Wooding los miraba confundidos—. No tengo tiempo para tus travesuras, niño. Suficientes problemas tengo, así que desaparece...

—El señor Josey me envió.

Se detuvo en seco a mitad de las escaleras y esta vez, cuando su corazón se saltó un latido, no sintió que volviera a la normalidad y pareció haber desarrollado una inesperada arritmia que le hizo doler el pecho al girarse de regreso al niño, quien lo miraba desde el primer piso.

—¿Qué dijiste?

—Creo que no debía decir su nombre —rio y se golpeó la frente—. Mierda...Bueno...En fin, tal vez debí comenzar con eso y no mentir sobre su casa en llamas, pero tengo buenos motivos, lo prometo.

—¿Le mentiste sobre su casa en llamas? —reprendió el señor Wooding, pero Peter lo interrumpió, restándole importancia y eliminó la distancia entre ellos en un segundo.

Se agachó frente al niño para estar a su altura y lo sujetó de la chaqueta.

—¿Dónde está? —preguntó sin ocultar su desesperación—. ¿Dónde lo viste, niño? Dime.

—No puedo —susurró y le apartó las manos—. Me dijo que no podía responder a ninguna de sus preguntas, solo entregarle un paquete, pero le cuento que caminé mucho y ahora tengo hambre, así que...

Peter entrecerró los ojos sobre él y se puso de pie.

—¿Quieres que te dé de comer?

—Bueno...Eso sería muy amable de su parte —sonrió, balanceándose en sus pies y Peter rodó los ojos, dejó que Wooding bajara las escaleras por su lado y se fue hacia su apartamento—. Gracias, de verdad que me dio mucha hambre...

—¿Dónde lo viste?

—No puedo decirle —repitió y estudió el apartamento, sentándose en el sofá—. Su apartamento es muy bonito, aunque prefiero la casa del señor Josey...

—¿Casa? ¿Tiene una casa?

—Oh, sí, es muy grande y muy bonita. Su cama es muy cómoda —. Dejó el sofá para probar la cama de Peter y negó—. La suya no mucho la verdad...Está algo dura.

Aceptó el emparedado que Peter le preparó y le dio un mordisco, agitando sus pies desde la cama hacia el suelo y observando con atención cada mueble.

Peter cerró la puerta del apartamento, corrió una silla de la mesa para ponerla enfrente a Aubrey y se sentó.

—Dime dónde encontrarlo, por favor.

—Perdón, pero no puedo. Me está pagando mucho dinero y lo pondré en el banco para comprarme una casa cuando cumpla catorce. O bueno...Él lo pondrá en el banco por mí.

—Entonces tiene dinero —concluyó y Aubrey asintió y se terminó el emparedado—. ¿Cómo? ¿En qué trabaja?

—No puedo decirle...

Bufó de malhumor, echándose hacia atrás en la silla y si no se tratara de un niño, ya lo habría sacudido en el lugar con un par de bofetadas para hacerlo reaccionar y que hablara.

Se frotó el rostro, arrastrando ambas manos por su cabello y exhaló.

—¿Qué te dio para mí? Dijiste que tenías un paquete.

—Así es...—. Se tanteó los bolsillos de su saco nuevo y sacó la bolsa pesada con monedas y la nota—. Esto es para usted. No toqué un solo penique porque soy un niño bueno...Casi siempre al menos.

Peter miró hacia la bolsa que pesaba en su mano y cuando la abrió para revisar su contenido, casi se atoró en su propia saliva. Debían de haber más de treinta libras allí adentro.

La dejó a un lado, concentrándose en la nota y cuando empezó a desdoblarla, su corazón se aceleró. No sabía que esperaba dijera, pero después de dos semanas sin verlo y sin tener la menor idea de lo que había sido de él, se alegraba de al menos recibir una noticia, un solo mensaje. Algo que le dijera Roland no lo había olvidado, de la misma forma que él no podía olvidarlo.

Deja la fábrica y concéntrate en tu educación. Tuyo siempre, R.J.

Se cubrió el rostro con una mano, sosteniéndose con el codo en su muslo y cuando las lágrimas subieron por su pecho hacia sus ojos y sintió el nudo de angustia cerrándole la garganta, no se contuvo y se permitió un sollozo. Solo uno.

Tuyo. No sentía que fuera suyo de ninguna forma cuando estaba distanciado y lo único que recibía era una bolsa de estúpido dinero, el cual ni siquiera quería. No iba a permitir que lo mantuviera cuando no estaba a su lado.

Se limpió las lágrimas con su pulgar y volvió a la nota para releerla hasta que sintió a Aubrey a su lado y se obligó a mirarlo.

—Usted también se ve muy triste, señor.

—Lo estoy un poco —confesó y Aubrey suspiró y se acomodó entre sus piernas para abrazarlo.

Le sorprendió al comienzo, pero enderezó su espalda y bajó la mirada hacia su cabeza castaña y tardó un segundo en abrazarlo de regreso y recostar la mejilla sobre su pelo.

—Al menos usted no es un borracho.

—¿Sigue bebiendo entonces?

—Una botella detrás de otra —confesó y se apartó para mirarlo—. Cuando lo conocí se terminaba un trago y ya estaba abriendo la siguiente botella para seguir tomando y luego se dormía y roncaba...Uf...

Se rio entre las lágrimas y asintió.

—Sí, el señor Josey siempre ha sido de roncar muy fuerte. ¿Lo notaste en buena salud o...o estaba enfermo?

—No, se veía bien, muy fuerte y elegante, aunque bebe mucho. Pero esta mañana no estaba ebrio, solo parecía muy cansado y creo que es por qué trabajó toda la noche.

Trabajaba de noche entonces, concluyó y miró hacia la bolsa con dinero. Trabajaba de noche y había hecho más de treinta libras en solo dos semanas, las opciones eran limitadas y conociendo su historial solo había un trabajo al que podía volver y que se desenvolvía en las noches.

Su única sorpresa era que hiciera tanto dinero, siempre había imaginado que los prostitutos apenas sobrevivían la semana.

—¿Y sabes en qué trabaja ¿verdad? —. Aubrey asintió—. ¿Puedes decirme?

—No, no puedo decirle más y de hecho ya hasta dije mucho.

—Por favor —insistió y tomó sus manos en las suyas—. Te compraré lo que quieras. Ropa, comida...Juguetes. ¿No te gustaría eso?

Aubrey entrecerró los ojos sobre él y apretó los labios con cierto reproche.

—Ugh, usted sí que es bueno —bufó y soltó sus manos, cruzándose de brazos—. Vale, le diré, pero si usted le dice al señor Josey que yo dije algo, negaré todo y lo patearé en los huevos ¿me entendió?

—Claro como el agua, niño.

—No el agua del Támesis, esa no está clara —rio y se acomodó la boina en su cabeza—. Muy bien, traiga su dinero, hay una tienda de juguetes y venden un tren de madera y siempre lo veo al pasar y me gusta mucho.

—¿Me dirás en qué trabaja y dónde encontrarlo si te lo compro?

—Le diré en qué trabaja o cualquier otra cosa, menos dónde encontrarlo. El señor Josey me matará si se lo digo.

Tiró de su mano, para hacerlo abandonar la silla y caminar hacia la puerta y Peter agarró algunos chelines y un par de libras de la bolsa con dinero y lo siguió hacia las escaleras.

No quería el maldito dinero de Roland, sin Roland, pero aprovecharía y lo usaría para que el niño hablara un poco, porque incluso si no le decía dónde encontrarlo, podía darle todas las pistas necesarias para saber dónde buscarlo.

Salió del edificio con Aubrey delante y después de cerrar la puerta, se guardó el dinero, acomodó su sombrero y extendió su mano para llamarlo.

—Dame tu mano —pidió y Aubrey se acercó corriendo, con su enorme sonrisa y lo sujetó con fuerza—. De acuerdo. ¿Dónde está esta tienda de juguetes?

—Blomfield Street y Liverpool. Venga, que yo sé.

Dejó que lo guiara, confiando bastante en el pequeño niño y que no lo llevaría a alguna trampa donde lo estuvieran esperando para robarle, después de todo, dudaba que fuera malo o habría huido con la bolsa con más de treinta libras en lugar de entregársela.

Caminaron unas seis cuadas, pasando junto a la estación de trenes en Liverpool que gobernaba la calle con su imponente tamaño y cuando alcanzaron Blomfield Street, Aubrey apresuró el paso y tiró de él por la acera hacia una tienda a mitad de cuadra.

Estaba ubicada entre una panadería y una oficina de correos, la estructura era de ladrillos y madera, con una vidriera amplia donde tenía pintado el nombre del negocio y exhibía varios juguetes para niños, entre ellos; muñecas de trapo y de metal, pelotas y aros y ese hermoso tren de madera que Aubrey quería.

Y no era el único, había un grupo de niños reunidos frente a la vidriera que admiraba el mismo juguete, como si fuera parte de su rutina el detenerse unos minutos cada día a observar ese juguete que tanto querían, pero no podían pagar.

La mayoría de esos niños debían ser de clase baja, como Aubrey, con padres ausentes y ropa gastada y rota. Aubrey no vestía mal en comparación con ellos, si lo observaba un momento su traje parecía nuevo y las botas sin usar, pero su conducta y forma de hablar evidenciaban su procedencia.

Dejó que lo arrastrara hasta la tienda y sujetó la puerta para que no se le cerrara en la cara cuando el niño se fue corriendo hacia el mostrador y empezó a apretar la campanilla una y otra vez, aturdiéndole los oídos.

—Ya, deja de tocar que te han escuchado —regañó y le apartó la mano de la campanilla y la alejó por el mostrador, hasta donde no era capaz de alcanzarla.

Apenas llegaba a mirar por encima de la superficie de madera, pero se sujetaba del borde de esta para alzarse en la punta de sus nuevas botas de cuero negro y esperó impaciente a que el vendedor se dignara a aparecer desde la trastienda.

El hombre corrió la cortina de varillas de madera que separaba la tienda de su oficina y se acercó al mostrador con una sonrisa y luciendo un traje sin la chaqueta, solo con el chaleco y la camisa.

—Veo que tenemos a un pequeño impaciente por aquí.

—Me van a comprar un juguete hoy —celebró y brincó en el lugar de la emoción—. Es un gran día, señor, más que un gran día. Me han regalado ropa, comida y ahora un juguete.

—Suena a que has sido un muy buen niño este año.

—Oh, sí, sí que lo he sido —. Se giró hacia el señor Eades y le sacudió de la cadera para que hablara—. Vamos, señor Eades, prometió mi juguete.

—Sí...Uhm... ¿Cuál es? —. Se fue corriendo hacia la vidriera y señaló hacia el tren de madera que era tan grande como su torso y pesaba al menos un kilo—. ¿Ese llevarás?

Asintió con su enorme sonrisa y los niños que miraban desde afuera ampliaron sus ojos y empezaron a murmurar entre ellos.

—¿Cuánto por el tren de madera, señor?

—Quince chelines con ocho peniques, señor. ¿Se lo traigo?

Asintió y mientras buscaba las monedas en su chaqueta, Aubrey empezó a brincar en el lugar, siguiendo al dueño de la tienda mientras iba a la vidriera y los niños de afuera se apilaron, intentando alcanzar a ver lo que sucedía.

—Como les encantan a los niños estos trenes —comentó cuando se regresó al mostrador—. Ayer vinieron al menos cuatro o cinco padres a comprarme de estos.

—No recuerdo que hubieran de estos juguetes cuando yo era niño, que no fue hace mucho —confesó y le entregó el dinero.

—Es que con esto de las industrias las cosas están cambiando y muy rápido, señor. Fíjese que hasta unos años atrás estábamos alumbrándonos con velas, como siempre hicimos, y ahora hay quienes ya no pueden vivir sin una lámpara.

Se rio y el hombre contó las monedas, abrió la caja registradora y empezó a recoger el cambio.

—El mundo avanza y no espera por nosotros —concluyó y el hombre asintió en acuerdo.

—Sabias palabras, señor —. Bajó su atención hacia Aubrey, esperando junto a Peter tan inquieto que no dejaba de brincar en el lugar y le sonrió—. Aquí tienes, hombrecito. Disfrútalo mucho y cuídalo ¿de acuerdo?

—Lo haré, señor.

Agarró el tren de madera para bajarlo y Peter lo ayudó para que no se le cayera y observó cuando Aubrey lo empujó hacia la puerta, haciendo girar sus ruedas.

—¿No quieres ponerle una cuerda? —ofreció y Aubrey se detuvo y asintió—. ¿Tendrá usted algo para eso, señor?

—Creo que tengo una en la parte de atrás, esperen un momento —. Se marchó, con las cortinas resonando cuando los pedazos de madera se golpearon entre sí y regresó poco después con una cuerda en mano—. Aquí está, a ver, trae el tren un momento.

Lo volvieron a subir al mostrador y el hombre le anudó la cuerda a la chimenea de madera, la dejó de un largo apropiado para Aubrey y cortó el sobrante.

—¿Cuánto por la cuerda, señor?

—Ah, no se preocupe, solo la tenía allí atrás tirada y no iba a darle mejor uso de todas formas —. Rodeó el mostrador para dejarle el tren en el suelo y Aubrey tomó la cuerda y se fue corriendo hacia la puerta—. Muchas gracias por comprar aquí, señor, y vuelva pronto.

—Gracias a usted, fue muy amable.

Se marchó detrás de Aubrey, apresurándose para que no fuera a escaparse sin darle las respuestas que quería y no se sorprendió cuando descubrió que todos los niños se habían reunido en torno a él para jugar juntos. Desde el niño más pequeño hasta la niña más grande y aunque no se conocieran, ocuparon la calle y empezaron a turnarse para pasear el tren en círculos por la avenida mientras no circularan carros.

Peter maldijo para sus adentros, revisó la hora en su reloj de bolsillo y suspiró. No iba a regresar a la fábrica, así que bien podía esperar que el niño jugara unas horas y luego lo llamaría y le haría todas las preguntas. Seguro estaría de buen humor para cooperar cuando se hubiera divertido con su nuevo tren y hubieran jugado un rato.

—¿Les parece ir al parque? —ofreció, intentando hacerse oír por todo el alboroto y cuando asintieron, se fueron corriendo por delante, con Aubrey tirando del tren y los siguió.

Había un parque en la siguiente cuadra, ubicado en el centro de una rotonda con suficiente espacio para que jugaran y él se sentara en un banco a observarlos.

Se acomodó el sombrero, peinándose el cabello fuera de la frente y exhaló al ver al niño corriendo entre todos sus nuevos amigos. Se habían creado algún juego entorno al tren del cual no conocía las reglas, ni entendía de qué se trataba, pero al menos parecían felices y solo debía esperar unas horas y conseguiría información sobre Roland.

Estaba seguro de que estaba de vuelta en la prostitución, aunque no sabía si se lo habría comentado al niño o este simplemente lo habría descubierto por su cuenta paseando las calles. Tampoco sabía por qué había regresado... ¿Era por el dinero? Lo imaginaba, se había marchado con solo dos chelines y eso le habría durado quizás una noche o dos antes de que empezara a necesitar más.

Imaginarlo en ese negocio, tan escalofriante y peligroso, le producía escalofríos y fuertes celos que sentía subiéndole por la garganta cuando lo imaginaba con otro hombre. ¿Acaso los abrazaba como lo había abrazado a él? ¿Sujetaba sus manos al caminar mientras los llevaba al dormitorio? Y peor aún... ¿Los besaba? Probablemente lo hacía y odiaba que lo hiciera.

¿Cómo podía besar a otros hombres cuando no había sido capaz de besarlo a él y juraba amarlo?

También había hecho más de treinta libras en dos semanas y eso significaba que, si había regresado a la prostitución, debía cobrar mucho dinero por lo que hacía...Eso o tenía muchos clientes, lo cual lo ponía aún más celoso.

Sabía que las mujeres podían hacerse bastante ricas de vender su cuerpo, pero nunca se le habría ocurrido que un hombre pudiera hacer lo mismo y que incluso hubiera tantos clientes interesados. ¿Serían solo clientes hombres o también habría mujeres dispuestas a pagar por un cuerpo? Sonaba tan indecente...Y, sin embargo, estaba empezando a descubrir que el mundo era mucho más perverso de lo que había conocido hasta ahora.

Lo que necesitaba descubrir entonces, era dónde trabajaba, porque estaba bastante seguro que se estaba prostituyendo. ¿Lo hacía en un burdel o había otros lugares donde los hombres llevaban a cabo esos trabajos? No estaba muy informado en el tema, así que era difícil pensar en una respuesta o saber dónde empezar su búsqueda.

Y, además, qué haría si lo encontraba...Había pasado dos semanas odiándolo y amándolo con el avanzar de las agujas en el reloj, no estaba seguro de poder responder coherentemente si volvía a verlo. Una parte de él quería insultarlo, golpearlo y gritarle un montón de mierdas por haberlo dejado y haberlo lastimado, pero otra parte lo extrañaba tanto, que solo quería abrazarlo, unir sus labios en un dulce y rico beso, acostarse sobre su cuerpo, tocarlo...Descubrir todo lo que un hombre podía ofrecer y saciar la curiosidad revoloteando en su mente.

Echó su cabeza hacia atrás en el banco y suspiró.

¿Y si solo había regresado a la prostitución por él? Sonaba descabellado, sí, pero Roland conocía su deseo de hacerse rico y le había enviado más de treinta libras que había hecho en dos semanas. ¿Cuánto dinero podría haberse quedado o se lo había enviado todo?

Roland odiaba ser homosexual y disfrutar con un hombre, no lo imaginaba yendo voluntariamente hacia la prostitución a menos que tuviera un buen motivo o lo obligaran. ¿Y si lo estaban obligando? Podían haberlo secuestrado, eso era muy fácil y sucedía todo el tiempo...Aunque...Bueno, dudaba mucho que pudiera enviarle más de treinta libras si estaba secuestrado.

Golpeó su cabeza contra el respaldo del banco, ahogándose en sus dudas, temores e inseguridades y cuando se enderezó y miró hacia el niño, bufó.

No quería llamarlo todavía, estaba tan feliz jugando con sus nuevos amigos que se sentía incorrecto molestarlo por sus propios caprichos, pero joder, realmente necesitaba que le diera algo, cualquier pedazo de información por más pequeño que fuera y que pudiera guiarlo hacia Roland.

No sabía lo que haría al verlo, pero una cosa era segura: enfrentaría su mirada y lo besaría. Lo besaría y no iba a permitir que se echara atrás y lo apartara. No iba a volver a separarse de él sin primero probar sus labios y confirmar como se sentían. Su primer beso...

Sonrió al imaginarse dando su primer beso con Roland y creó distintos escenarios en su mente. En casi todos tenían un encuentro muy romántico, en un parque a la luz de la luna y corría hacia sus brazos y Roland lo recibía con su hermosa sonrisa y juntaba sus labios sin duda alguna, aferrándole el rostro en ambas manos mientras él se abrazaba a su cintura.

En otro estaban en un puente y ambos corrían hacia su encuentro y se estrellaban juntos, sus labios abrazándose al mismo tiempo que sus cuerpos y era mágico y especial. Fuegos artificiales en el cielo y en su corazón.

Pero si era realista, probablemente no era así como sucedería. Roland no iba a ceder tan rápido, ni se lanzaría a su boca apenas verlo, tenía demasiados problemas en su corazón y su cabeza como para hacerlo incluso si lo pensaba.

Así que todo dependía de él, debía ser él quien diera el primer paso, porque si iba a esperar por Roland, moriría virgen y amargado.

Se enderezó cuando vio a Aubrey corriendo en su dirección con el tren avanzando a su espalda con la cuerda y se alivió cuando creyó que, finalmente, hablaría.

—¿Tiene hora, señor?

—Doce menos cuarto —contestó mirando su reloj—. ¿Responderás mis dudas ahora?

—¿Dudas? ¿En el sentido de muchas? No, no, yo solo le voy a decir en qué trabajar el señor Josey u otra cosa.

—No, responderás esas y otras dudas que tengo, así que siéntate.

—Tengo hambre —confesó, desviando el tema y saludó hacia sus amigos con una enorme sonrisa cuando estos se despidieron desde lejos para marcharse—. No puedo responder a sus preguntas si tengo mi pancita haciendo bru, bru, bru.

Tomó una bocanada de aire, obligándose a reunir toda esa paciencia interior que sabía no tenía hacia nadie, ni siquiera niños y forzó una sonrisa.

Estaba ante un pequeño manipulador, de eso no tenía duda, pero estaba bien con eso, Roland le había enviado dinero que no pensaba usar en sí mismo, así que al menos lo gastaría en el mocoso para obtener respuestas. Lo veía como una inversión para recuperar a Roland o solo conseguir verlo y darle un puñetazo que le quitara esa rabia de haber sido abandonado.

—Muy bien...Te compraré algo de comer. ¿Quieres un perrito caliente?

Nooo —contestó, ampliando muy grande su boca y se balanceó en sus pies, uniendo las manos en la espalda.

Peter apretó los labios.

—¿Qué quieres?

—No lo sé...Algo mucho más rico y usted tiene mucho dinero ahora...El señor Josey le envío una bolsa grande y pesada.

—¿A dónde quieres ir?

Aubrey empezó a sonreír, sin intentar disimularlo y enrolló la cuerda en su mano para acercar el tren a sus pies.

—¿Conoce el Ship & Turtle en Leadenhall Street? —. Negó y Aubrey tomó su mano y tiró de él para que se pusiera de pie—. Yo sí, pero nunca pude comer allí y la verdad me gustaría mucho. Sirven sopa de tortuga y huele delicioso. Vayamos.

—¿Y cuándo responderás mis preguntas?

—Mi pancita, señor —protestó y tiró de su brazo, intentando que se moviera—. No puedo pensar bien si tengo hambre, debo comer primero.

—De acuerdo, pero más te vale hablar cuando hayas comido.

Lo siguió otra vez, confiando en su conocimiento de la ciudad para llegar al restaurante sin perderse y cuando vio el edificio de ladrillos rojos y un cartel dorado sobre el arco de entrada, supo que lo había llevado a un restaurante de clase media, incluso un poco más sofisticado.

El niño estaba bien vestido para ese lugar, su ropa era nueva y estaba limpia, además de que parecía haberse bañado no hacía mucho, pero él...Él era otra historia: Estaba sucio de la fábrica y su traje no era de la mejor cálida, además de que ya se le había roto de usarlo todos los días.

Se obligó a tragarse la vergüenza y se dijo a sí mismo que era por Roland. Todo lo hacía por él; soportaría unos minutos de humillación en ese restaurante de clase media y así conseguiría algo de información para poder encontrarlo.

Entró siguiendo a Aubrey y consiguieron una mesa libre para sentarse y esperar que un mozo los atendiera. No contaba con que la comida fuera económica en ese lugar, así que se estaba preparando para gasta más de cinco chelines. Por suerte para él, tenía dinero.

Dinero de mierda, pensó y se acomodó en el asiento de malagana. No podía creer que Roland se pensara lo aceptaría en primer lugar, ya le había dicho en un millón de ocasiones que no le gustaba la caridad de otros y quizás, quizás lo consideraría si al menos él estuviera presente, podría hasta evaluar la posibilidad de dejar que Roland pagara las cuentas con ese dinero y así enfocarse solo en el estudio, pero eso solo era posible si Roland estaba a su lado, en sus brazos, a salvo, no si mantenía la distancia y besaba a otros hombres mientras era incapaz de besarlo a él.

Aubrey sonrió desde el otro lado de la pequeña mesa cuadrada y agitó sus pies hacia el suelo, estudiando el entorno con ansias de que ya le sirvieran de comer. Era su primera vez en un restaurante y llevaba caminando frente a Ship & Turtle desde que tenía al menos cuatro años. El olor a la sopa era delicioso y siempre le hacía agua la boca.

No estaba muy concurrido todavía, pero había un par de comensales en otras mesas, todos hombres con trajes muy elegantes que comían en compañía de un amigo o hermano o solo disfrutaban de un momento a solas con el periódico y las paredes de madera con lámparas a gas que colgaban del techo y creaban un ambiente muy hogareño.

Había buen aire circulando desde la puerta, aunque el olor a pescado de la cocina era bastante intenso y se mezclaba con el denso humo de todos los caballeros que fumaban después de su comida.

Se enderezó en el banco cuando el mozo se acercó con dos menús y le sonrió, mientras el hombre lo miraba con el ceño fruncido y luego a Peter.

—Jovencito —saludó—. Señor...Uhm... ¿Está usted con el niño?

—Así es, señor.

No lo culpaba por sospechar, Aubrey llevaba un traje nuevo e impecable y él parecía un pobre miserable de las fábricas. Cualquiera pensaría que acababa de secuestrar a un niño de clase media para que le diera de comer. 

—Es mi hermano —mintió Aubrey y puso otra enorme sonrisa de inocente en su rostro—. Solo somos nosotros ahora, señor...Nuestros padres...Ellos...—. Suspiró, borrando su sonrisa, desvió la mirada con pesar y empezó a negar—. Nos han abandonado y ahora mi hermano cuida de mí...

La expresión del mesero cambió, siendo remplazada por una sonrisa de pena y se volvió hacia Peter, sonriéndole de la misma forma y le entregó el menú del local junto con la carta de vinos.

—Hace un trabajo comendable cuidando de su hermano, señor.

—Gracias —murmuró, apenas logrando que sonara convincente y en cuanto el hombre se alejó, volvió su mirada hacia el niño y apretó los labios—. ¿Por qué has mentido?

—¿Prefería que creyeran me ha secuestrado? Se ve como un sucio mendigo, señor.

—No, no lo hago —espetó y se enderezó en su silla—. Me veo como un trabajador y tu como un malcriado. ¿Dónde están tus padres? No pareces alguien que viva en la calle.

—¿Lo dice por mi ropa? El señor Josey me la obsequió esta mañana —explicó y Peter frunció el ceño. Tenía dinero para comprar ropa y enviarle más de treinta libras—. Mis zapatos hacen ruido al caminar. ¿Le gustan?

Echó un vistazo a una de las botas cuando asomó el pie por debajo de la mesa y tardó un momento en asentir y luego volver su atención hacia su rostro.

—Entonces tiene mucho dinero ¿no?

Aubrey entrecerró los ojos en su dirección, apoyando sus codos en la mesa y extendió una mano.

—Primero deme el menú y cuando tenga mi comida hablaré.

¿Sería ilegal si lo estrangulaba? Pensó por un momento mientras sostenía su mirada que parecía cargada de un aire manipulador e inteligente. Probablemente sí era ilegal y tampoco quería descubrirlo, solo necesitaba respirar hondo y buscar por su paciencia interior que estaba en algún lado...Perdida debajo de las ganas de estrangularlo.

Le entregó el menú de malagana y Aubrey se enderezó con una enorme sonrisa y empezó a leerlo.

Había muchas palabras difíciles que no sabía cómo leer y otras estaban en francés, pero se concentró en los nombres más bonitos y llamativos, así como la comida que ya conocía y quería probar y cuando asintió, con su pedido en mente, Peter alzó su mano y llamó por el mozo.

—¿Listos para ordenar?

El mozo miró hacia Peter para que hiciera el pedido, pero le tomó por sorpresa que fuera Aubrey quien comenzara a hablar.

—Me gustaría un pollo asado entero, nada de esas cosas pequeñas y huesudas que no sabe a nada...Y un montón de puré de patatas con salsa y me refiero a mucha salsa. Que este nadando en ella. Y tal vez algunas verduras, ya sabe, judías verdes y zanahorias...Se supone debo comerlas o no creceré, pero que sean de gran calidad y muy ricas.

El hombre tomó nota en su libreta, manteniendo el ceño fruncido y cuando asintió y Peter negó, confirmándole que no se encargaría nada, se preparó para marcharse, pero Aubrey carraspeó.

—No he terminado, señor. Quiero un tazón de estofado de ternera. El más grande que tenga y nada de esas tonterías aguadas, probé el estofado de ternera en lo de Jack's y puaj...Parecía agua del rio Támesis. Y también quiero una canasta con pan crujiente y recién hecho, que todavía esté calentito, me gusta cuando le sale humito. ¿Tienen panqueques? Quiero doce de esos y mucho jarabe...Como con el puré. Y también quiero...

Peter apretó su puño debajo de la mesa mientras Aubrey seguía hablando y el mozo anotaba cada pedido con sus ojos volando ocasionalmente en su dirección, como si estuviera esperando que le pusiera alto en algún momento. No lo hizo.

Si el niño quería gastarse las treinta libras, se iría de regreso al apartamento para buscarlas y se las daría, no le importaba, siempre y cuando hablara y soltara todo lo que sabía de Roland. Y con todo lo que estaba pidiendo, esperaba que le diera información útil.

—...También algo de fruta, manazas, uvas y naranjas. Me gustan mucho las naranjas. ¿Tienen pasteles? Quiero dos pasteles de crema de frutilla y otro de chocolate y con mucho chocolate porque me gusta mucho. También helado si tienen helado... ¡Oh! La sopa de tortuga ¿Cómo puedo olvidarlo? Póngame un tazón de sopa también y para tomar whisky y vino tinto...El mejor que tenga.

—Para tomar tendrás jugo de limón —zanjó Peter y le quitó el menú de las manos y se lo entregó al mozo—. Eso será todo, señor, muchas gracias.

El mozo se retiró, claramente aliviado de que le pusiera un alto y Aubrey volvió su atención hacia Peter y cruzó sus brazos.

—¿Cómo que jugo de limón? Yo quiero vino tinto.

—No puedes, eres un niño y el alcohol te hará mal.

—¿Según quién?

—Yo —contestó, desviando su atención hacia las ventanas del local—. Y dado que pagaré por tu comida, mejor no me hagas enojar y comienza a hablar.

—Todavía estoy con hambre.

Movió la canasta con rodajas de pan frío en su dirección y Aubrey bufó.

—Come un trozo de pan y comienza a hablar.

Se agarró un pedazo para comenzar a comer de a pequeños trozos en lo que esperaba que le trajeran toda su comida y mantuvo su mirada en Peter, consciente de que su silencio lo irritaba.

Era más amable que Roland en su trato, pero por la evidente expresión en su rostro, parecía tener más carácter. Llegó a la conclusión de que Roland estallaba fácil y se enojaba, pero el malhumor le duraba muy poco y se calmaba, pero Peter, debía ser de esos hombres que casi nunca se enojaba, pero cuando finalmente sucedía, entonces era mejor huir y esconderse.

Así que lo mejor sería no hacerlo enojar.

—Trabaja en un negocio con P —susurró y Peter entrecerró los ojos—. Pensé que era un negocio de mujeres, pero al parecer no y hay muchos hombres...Sus amigos también trabajan en lo mismo.

—¿Amigos? —repitió y Aubrey mordió el pan y asintió.

—Vive con varios de ellos y tienen una hermosa y enorme casa. Muy enorme —. No realmente, pero para él sí era grande—. No sé qué hace en ese trabajo porque no quiso decirme. ¿Usted sabe?

Asintió, sumergido en sus propios pensamientos y no supo cómo sentirse con la confirmación.

Por supuesto que estaba de regreso en la prostitución, era la única explicación obvia y no sabía cómo reaccionar. Una parte de él sentía celos, otra solo estaba feliz de que al menos estuviera haciendo mucho dinero para tener una buena casa y vivir cómodo. Le había aterrado pensar en el durmiendo en la calle todas las noches o pasando hambre, pero si el trabajo lo mantenía bien y estaba a salvo...

Se detuvo ante esa idea y alzó la mirada hacia Aubrey.

—¿Está a salvo? ¿Qué hay de la policía?

—¿Qué hay con ellos? —inquirió—. No lo han arrestado si es lo que pregunta.

—¿Y no estaba lastimado? ¿Golpeado o algo?

—Mmm...Bueno, cuando lo vi esta mañana no, pero cuando lo conocí en el parque tenía un corte en el labio, sí...—. Desvió sus ojos, recordando el momento y torció los labios—. Ahora que lo pienso, no le pregunté al respecto.

Un corte en el labio solo podía significar que lo habían golpeado. ¿Habría sido un cliente? ¿Le estaban haciendo daño?

Se frotó el rostro, arrastrando su mano contra sus labios y apoyó el codo en la mesa para inclinarse más cerca.

—¿Dónde vive?

—Uhm, eso no se lo diré...El señor Josey me matará si lo hago y esta vez creo que sí lo haría y no solo amenazar —. Mordió otro trozo de pan y lo señaló—. ¿Por qué quiere verlo? ¿Es por qué le robó a su mujer? ¿Planea matarlo? No puedo dejar que haga eso, me compró ropa y por eso debo cuidarlo.

—¿De qué mujer hablas, niño?

—Mi nombre es Aubrey —espetó—. Y me refiero a su mujer, la mujer con la que usted quería casarse y que el señor Josey le robó.

—¿Eso te dijo?

—Pues no, pero es lo que yo imaginé. ¿Estoy en lo cierto ¿verdad?

Se echó hacia atrás en la silla, reprimiendo una risa y empezó a negar.

—No. No hay ninguna mujer, el señor Josey es mi amigo y se marchó por un malentendido, así que estoy intentando resolver las cosas.

—Oh, comprendo...Están peleados y por eso el señor Josey lo evita. Pues perdone, pero no puedo decirle donde vive, pero le puedo decir cómo lo conocí, es una buena historia...Muy graciosa...O bueno...No realmente, un hombre me quería hacer algo muy feo, pero el señor Josey me salvó...

Le contó toda la historia con lujos y detalles y en ese tiempo, que estuvo hablando, su mesa se llenó con comida. Era demasiado para que un niño de ocho años se lo terminara todo por su cuenta, o al menos eso pensó al comienzo, pero después de verlo vaciar un plato detrás de otro sin el menor de los problemas, llegó a la conclusión de que el pequeño tamaño de Aubrey era un engaño. Tenía el estómago de un león.

—¿Y entonces te pagó seis libras para que me trajeras el dinero? ¿Dónde lo viste anoche? ¿Dónde estaba trabajando?

—Westminster —contestó y se chupó los dedos—. Pero no vive por allí, así que ni lo intenté.

No, pero al menos ya quedaba descartado un distrito donde buscar su casa. De momento sabía que estaba en la prostitución, trabajaba en la calle y esperaba en la puerta afuera de los burdeles según Aubrey le había dicho, había ido a trabajar en Westminster una noche, pero no iba siempre por allí porque Aubrey no lo había visto, eso significaba que debía estar por toda la ciudad o quizás frecuentaba un burdel en específico.

Encontrarlo sería imposible.

—¿No puedes al menos decirme en qué distrito está?

Aubrey negó y se llenó la boca con lo que le quedaba de puré y se bebió la salsa.

—Ya le dije mucho que no debía, pero debo al menos cumplir esto, porque el señor Josey me salvó y ha sido muy bueno conmigo.

No podía enojarse con el niño por tener al menos un ápice de lealtad hacia Roland, pero, de todas formas, le molestaba no conseguir una clara respuesta.

Podía seguirlo cuando se fuera y esperar que volviera con Roland, pero lo dudaba mucho, Aubrey le había dicho que debía irse a trabajar en la tarde, así que seguramente no volvería con Roland hasta llegada la noche o quizás en el correr de la semana.

Suspiró, esperó hasta que se terminó la comida y entonces pagó por todo; una libra, dieciséis chelines y once peniques y dejaron el restaurante juntos.

—Uf, mi pancita está muy llena —confesó, sobándose el vientre y lo miró con una sonrisa—. Fue un placer hacer negocios con usted, señor. Me iré a casa a dejar mi tren y luego al trabajo.

—¿Volverás con Josey? ¿Puedes llevarle un mensaje de mi parte?

—Nop, me dijo que no quería recibir ningún mensaje suyo —. Le sonrió, a modo de disculpa y Peter suspiró—. Perdón, señor, pero muchas gracias por comprarme este tren.

—No hay de qué, solo...Cuídalo ¿sí? Y gracias por responder a mis dudas.

Algunas de ellas al menos.

Se quedó atrás, viéndolo marcharse con paso apresurado y tirando del tren con la cuerda y una vez lo perdió en la distancia, suspiró, se frotó el rostro y miró a su alrededor.

Londres podía no ser una ciudad muy grande en comparación con ciudades de Estados Unidos, pero era demasiado grande en esos momentos como para poder encontrar a una persona, cuando ni siquiera sabía dónde comenzar a buscar. 

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