ᴇʟ ᴄᴏᴍɪᴇɴᴢᴏ ᴅᴇ ʟᴀ ᴘʀᴏғ ᴇᴄɪ́ᴀ

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ᴘᴇʀᴄʏ ᴊᴀᴄᴋsᴏɴ x ʟᴇᴄᴛᴏʀᴀ Todo los personajes pertenecen a la saga Los héroes del Olimpo escrita por Rick Riord... More

ᴄɪɴᴄᴏ ᴅᴇ ᴏᴄʜᴏ
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
ᴇʟ ʀᴇꜱᴄᴀᴛᴇ
I
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III
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VIII

VI

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JASON

Un lobo se abalanzó en mi dirección. Retrocedí y estampé mi trozo de madera contra el hocico de la bestia con un crujido que me llenó de satisfacción. Tal vez solo la plata pudiera matarlo, pero una buena tabla podía provocarle una jaqueca de campeonato.

Oí ruido de cascos y al volverme en dirección al sonido vi que un espíritu de la tormenta con forma de caballo se me echaba encima. Me concentré e invoqué el viento. Justo antes de que el espíritu pudiera pisarme, me lancé al aire, agarré el pescuezo del caballo de humo y me subí a su lomo haciendo una cabriola.

El espíritu de la tormenta retrocedió. Intentó sacudirme de encima y luego disolverse en la niebla para deshacerse de mi, pero permanecí montado. Ordené al caballo que conservara su forma sólida, y el caballo pareció incapaz de negarse. Notaba cómo luchaba contra mi. Percibía sus pensamientos furiosos: el caos absoluto esforzándose por liberarse. Tuve que echar mano de toda mi fuerza de voluntad para imponerle mis deseos y controlar al caballo. Pensé en Eolo, supervisando a miles y miles de espíritus de la tormenta como ese, algunos mucho peores. No me extrañaba que el señor de los vientos se hubiera vuelto un poco loco después de siglos sometido a esa presión.

Pero solo tenía que dominar a un espíritu, tenía que vencer.

"Ya eres mío." dije.

El caballo corcoveaba, pero me agarré bien. Su crin temblaba mientras daba vueltas alrededor del estanque vacío, levantando con sus cascos tormentas en miniatura —tempestades— cada vez que entraban en contacto.

"¿Tempestad?" dije "¿Te llamas así?"

El caballo sacudió su crin, alegrándose visiblemente de que lo hubiera reconocido.

"Bien." dije "Ahora luchemos."

Me lancé a la carga en la batalla, blandiendo mi trozo de madera helado, apartando a golpes a los lobos y arrojándome directamente entre otros venti. Tempestad era un espíritu fuerte, y cada vez que se abría paso entre uno de sus hermanos, descargaba tanta elecricidad que el otro espíritu se evaporaba en una nube de niebla inofensiva.

En medio del caos, entreví a mis amigos. Piper estaba rodeada de terrígenos, pero parecía defenderse bien. Estaba tan imponente mientras luchaba, casi reluciente de belleza, que los terrígenos se la quedaban mirando con temor y se olvidaban de que tenían que matarla. Bajaban sus porras y observaban mudos de asombro cómo ella sonreía y cargaba contra ellos. Sonreían... hasta que ella los hacía pedazos con su daga y se derretían formando montones de barro.

Leo se había enfrentado a la mismísima Quíone. Aunque luchar contra una diosa debería haber sido un acto suicida, Leo era el hombre indicado para la labor. Ella no hacía más que lanzarle dagas de hielo, ráfagas de aire invernal y tornados de nieve, y Leo lo derretía todo. Su cuerpo entero desprendía lenguas rojas de llamas como si lo hubieran rociado con gasolina. Avanzaba hacia la diosa utilizando dos martillos de bola con la punta de plata para golpear a todos los monstruos que se interponían en su camino.

Me di cuenta de que Leo era el único motivo por el que seguíamos con vida. Su aura de fuego estaba calentando todo el patio, haciendo frente a la magia invernal de Quíone. Sin él, ya nos habríamos helado hacía mucho, como les había pasado a las cazadoras. Allí donde Leo iba, el hielo se derretía de las piedras. Hasta Thalia empezó a descongelarse un poco cuando Leo se acercó a ella.

Quíone retrocedía poco a poco. Su expresión pasó de la ira a la sorpresa y a un ligero pánico a medida que Leo se aproximaba.

Me estaba quedando sin enemigos. Los lobos se amontonaban aturdidos. Algunos se escabullían en las ruinas, gañendo por las heridas. Piper acuchilló al último terrígeno, que cayó al suelo formando un montón de fango. Cargué con Tempestad contra el último ventus y lo convertí en vapor. A continuación, me di la vuelta y vi que Leo se estaba acercando a la diosa de la nieve.

"Llegan tarde." gruñó Quíone "¡Ya está despierto! Y no crean que han ganado, semidioses. El plan de Hera nunca dará resultado. Antes de que puedan impedirlo, se estarán atacando los unos a los otros."

Leo prendió fuego a los martillos y se los arrojó a la diosa, pero ella se convirtió en nieve: una imagen de sí misma hecha de polvo blanco. Los martillos se estrellaron contra la mujer de nieve y la transformaron en un montón humeante de una masa confusa.

Piper estaba jadeando, pero me sonrió.

"Bonito caballo."

Tempestad se encabritó, mientras la electricidad le recorría las pezuñas. Todo un espectáculo de lucimiento.

Entonces oí un crujido detrás. El hielo derretido de la jaula de Hera cayó en una cortina de aguanieve, y la diosa gritó:

"¡No se preocupen por mí! ¡Solo soy la reina de los cielos y me estoy muriendo aquí dentro!"

Desmonté y le dije a Tempestad que no se moviera. Piper, Leo y yo saltamos al estanque y corrimos hacia la espiral.

Leo frunció el entrecejo.

"Tía Callida, ¿te estás encogiendo?"

"¡No, imbécil! La tierra me reclama. ¡Deprisa!"

A pesar de la antipatía que le tenía a Hera, lo que vi dentro de la jaula me alarmó. No solo la diosa se estaba hundiendo, sino que la tierra estaba subiendo a su alrededor como agua en un depósito. La roca líquida y a le cubría las pantorrillas.

"¡El gigante está despertando!" advirtió Hera "¡Solo tienen unos segundos!"

"Manos a la obra." dijo Leo "Piper, necesito tu ayuda. Habla con la jaula."

"¿Qué?" respondió ella.

"Que hables con ella. Utiliza todo lo que se te ocurra. Convence a Gaia para que se duerma. Atóntala. Tú retrásala, intenta que los barrotes se aflojen mientras yo..."

"¡De acuerdo!" Piper carraspeó y dijo: "Hola, Gaia. Bonita noche, ¿verdad? Vaya, qué cansada estoy. Y tú, ¿qué tal? ¿Lista para dormir?"

Cuanto más hablaba, más segura parecía. Noté que me pesaban los ojos, y tuve que obligarme a no concentrarme en sus palabras. La táctica parecía estar surtiendo efecto en la jaula. El barro subía más despacio. Los zarcillos parecieron ablandarse un poco y convertirse en algo más propio de un árbol que de una roca. Leo sacó una sierra circular del cinturón portaherramientas. No tenía ni idea de cómo cabía allí. Acto seguido, Leo miró el cable y gruñó decepcionado.

"¡No tengo dónde enchufarlo!"

Tempestad saltó al estanque y se puso a relinchar. De alguna forma le entendí.

"¿De verdad?" pregunté.

Tempestad agachó la cabeza y se acercó a Leo trotando. Leo parecía tener sus dudas, pero levantó el enchufe, y una brisa lo conectó al flanco del caballo. Se encendió un rayo que hizo contacto con las clavijas del enchufe, y la sierra circular se activó rechinando.

"¡Genial!" Leo sonrió "¡Tu caballo tiene tomas de electricidad incorporadas!"

El buen humor no nos duró mucho. Al otro lado del estanque, la espiral del gigante se desmoronó con un sonido parecido al de un árbol partiéndose por la mitad. La envoltura exterior de zarcillos estalló de arriba abajo, y cayó una lluvia de fragmentos de piedra y de madera mientras el gigante se liberaba sacudiéndose y salía de la tierra.

Creía que no podía haber nada más aterrador que Encélado. Estaba equivocado.

Porfirio era aún más alto y aún más musculoso. No irradiaba calor, ni mostraba señales de escupir fuego, pero había en él algo más terrible: una fuerza, un magnetismo, como si el gigante fuera tan grande y denso que tuviera su propio campo gravitacional.

Al igual que Encélado, el rey de los gigantes era un humanoide de cintura para arriba, vestido con una armadura de bronce, mientras que de cintura para abajo tenía unas piernas de dragón escamosas y su piel era de color guisante. Su pelo era verde como las hojas en verano y lo llevaba trenzado en largos mechones y decorado con armas: dagas, hachas y espadas de tamaño normal, algunas dobladas y manchadas de sangre; tal vez trofeos arrebatados a semidioses mucho tiempo atrás. Cuando el gigante abrió los ojos, vi que eran de un blanco vacío, como el mármol pulido. El monstruo respiró hondo.

"¡Vivo!" bramó "¡Alabada sea Gaia!"

Emití un pequeño gimoteo que esperaba que mis amigos no oyeran. Estaba totalmente seguro de que ningún semidiós podía enfrentarse solo a aquel monstruo. Porfirio podía levantar montañas. Podía aplastarme con un dedo.

"Leo." dije.

"¿Eh?"

Leo tenía la boca muy abierta. Incluso Piper parecía aturdida.

"Sigan trabajando." ordené "¡Liberen a Hera!"

"¿Qué vas a hacer tú?" preguntó Piper "No pensarás..."

"¿Entretener a un gigante?" dije "No hay alternativa."

"¡Excelente!" rugió el gigante cuando me acerqué "¡Un aperitivo! ¿Quién eres? ¿Hermes? ¿Ares?"

Me planteé seguir con esa idea, pero algo me decía que no me convenía.

"Soy Jason Grace." dije "Hijo de Júpiter."

Aquellos ojos blancos me perforaban. Detrás rechinaba la sierra circular de Leo, y Piper hablaba con la jaula en tono tranquilizador, procurando que su voz no reflejara miedo.

Porfirio echó atrás la cabeza y se rió.

"¡Extraordinario!" Alzó la vista al cielo nocturno cubierto de nubes "¿Así que vas a sacrificar a un hijo por mí, Zeus? Te agradezco el gesto, pero eso no te va a salvar."

El cielo ni siquiera retumbó. Ninguna ayuda de arriba. Estaba solo.

Bajé la porra improvisada. Tenía las manos llenas de astillas, pero eso entonces no importaba. Tenía que ganar tiempo para Leo y Piper, y no podía hacerlo sin un arma como es debido.

Era el momento de mostrarme mucho más seguro de como me sentía.

"Si supieras quién soy," grité al gigante "te preocuparías por mí, no por mi padre. Espero que hayas disfrutado de tus dos minutos y medio de renacimiento, gigante, porque te voy a mandar otra vez de cabeza al Tártaro."

Los ojos del gigante se entornaron. Plantó un pie fuera del estanque y se agachó para verme mejor, a su rival. Recé para que con esa mirada no se enterara de hacía solo unos días había recordado mi nombre.

"Así que... empezamos alardeando, ¿eh? ¡Como en los viejos tiempos! Muy bien, semidiós. Soy Porfirio, rey de los gigantes e hijo de Gaia. En la Antigüedad, salí del Tártaro, el abismo de mi padre, para desafiar a los dioses. Secuestré a la reina de Zeus para provocar la guerra." sonrió mirando a la jaula de la diosa "Hola, Hera."

"¡Mi marido ya te destruyó una vez, monstruo!" dijo Hera "¡Y lo volverá a hacer!"

"¡No me destruyó, querida! Zeus no era lo bastante poderoso para matarme. Tuvo que recurrir a un insignificante semidiós para que le ayudara, e incluso entonces estuvimos a punto de vencer. Esta vez terminaremos lo que empezamos. Gaia está despertando. Nos ha provisto de muchos criados buenos. Nuestros ejércitos sacudirán la tierra... y los destruiremos de raíz."

"No se atreverían." dijo Hera, pero se estaba debilitando.

Lo notaba en su voz. Piper seguía susurrando a la jaula, y Leo no paraba de serrar, pero la tierra seguía subiendo dentro de la celda de Hera, cubriéndola hasta la cintura.

"Oh, sí." dijo el gigante "Los titanes trataron de atacar su nuevo hogar en Nueva York. Atrevido, pero infructuoso. Gaia es más sabia y más paciente. Y nosotros, sus hijos mayores, somos muchísimo más fuertes que Cronos. Nosotros sabemos cómo matarlos, dioses del Olimpo, de una vez por todas. Hay que desenterrarlos del todo como árboles podridos y arrancar y quemar sus raíces."

El gigante miró a Piper y a Leo entornando los ojos, como si acabara de fijarse en que estaban trabajando en la jaula. Avancé y grité para captar de nuevo la atención de Porfirio.

"Has dicho que un semidiós te mató." grité "¿Cómo es posible, si era tan insignificante?"

"¡Ja! ¿Crees que te lo explicaría? Me crearon para sustituir a Zeus. Nací para destruir al señor del cielo. Me quedaré con su trono. Me quedaré con su esposa... y, si ella no me acepta, dejaré que la tierra consuma su fuerza vital. Lo que ves delante de ti, niño, solo es mi forma debilitada. Iré volviéndome más fuerte con cada hora que pase hasta que sea invencible. ¡Pero ya estoy en condiciones de machacarte!"

Se irguió en toda su estatura y alargó la mano. Una lanza de unos seis metros salió de la tierra. La agarró y después pisó el suelo con sus pies de dragón. Las ruinas se sacudieron. Los monstruos empezaron a reunirse por todo el patio: espíritus de la tormenta, lobos y terrígenos, todos juntos respondiendo a la llamada del rey de los gigantes.

"Estupendo." murmuró Leo "Lo que necesitábamos, más enemigos."

"Deprisa." dijo Hera.

"¡Ya lo sé!" le espetó Leo.

"Duérmete, jaula." dijo Piper "Tienes sueño, jaula bonita. Sí, estoy hablando con un montón de raíces. No es tan raro."

Porfirio barrió la parte superior de las ruinas con la lanza, y destruyó una chimenea y salpicó el patio de piedra y madera.

"Bueno, hijo de Zeus, se acabaron mis alardes. Te toca. ¿Qué decías de que ibas a destruirme?"

Miré el montón de monstruos que esperaban impacientemente a que su amo les diera la orden de hacernos pedazos. La sierra circular de Leo seguía rechinando, y Piper seguía hablando, pero parecía inútil. La jaula de Hera estaba prácticamente llena de tierra hasta arriba.

"¡Soy el hijo de Júpiter!" grité, y, para impresionar, invoqué a los vientos y me elevé unos centímetros del suelo "Soy hijo de Roma, cónsul de los semidioses, pretor de la Primera Legión."

No sabía exactamente lo que estaba diciendo, pero recité de un tirón las palabras como si las hubiera dicho muchas veces. Alargué los brazos, mostrando el tatuaje del águila y las siglas SPQR, y, para mi sorpresa, el gigante pareció reconocerlo.

Por un instante, Porfirio incluso pareció inquieto.

"Yo maté al monstruo marino de Troya." continué "Yo derribé el trono negro de Cronos y destruí al titán Críos con mis propias manos. Y ahora voy a destruirte a ti, Porfirio, y a darte de comer a los lobos."

"Vaya, amigo." murmuró Leo "¿Has estado comiendo carne roja?"

Me abalancé sobre el gigante, decidido a hacerlo trizas.

La idea de luchar contra un ser inmortal de doce metros de altura sin armas era tan absurda que incluso el gigante pareció sorprenderse. Medio volando, medio saltando, caí sobre la escamosa rodilla reptil del gigante y trepé por su brazo antes de que Porfirio se percatara siquiera de lo que había pasado.

"¿Cómo te atreves?" bramó el gigante.

Llegué hasta sus hombros y arranqué una espada de las trenzas llenas de armas del gigante.

"¡Por Roma!" grité, y clavé la espada en el blanco que tenía más a mano: la enorme oreja del gigante.

Un relámpago atravesó el cielo, alcanzó la espada y me lanzó despedido. Rodé al caer al suelo. Cuando alcé la vista, el gigante se estaba tambaleando. Tenía el pelo en llamas, y un lado de la cara se le había ennegrecido por obra del relámpago. La espada se había astillado en su oreja. Le corría icor dorado por la mandíbula. Las otras armas echaban chispas y ardían en medio de sus trenzas. Porfirio estuvo a punto de caerse. El corro de monstruos dejó escapar un gruñido colectivo y avanzó: lobos y ogros me clavaban la mirada.

"¡No!" chilló Porfirio. Recuperó el equilibrio y me lanzó una mirada asesina "¡Yo lo mataré!"

El gigante levantó la lanza, y el arma empezó a brillar.

"¿Quieres jugar con rayos, muchacho? Pues olvídate. Soy el azote de Zeus. Me crearon para destruir a tu padre, lo que significa que sé exactamente lo que te matará."

Había algo en la voz de Porfirio que me indicó que no estaba bromeando.

Nosotros no nos podíamos quejar. Los tres habíamos hecho cosas increíbles. Sí, incluso cosas heroicas. Pero, cuando el gigante levantó la lanza, supe que no había forma de que pudiera evitar aquel ataque.

Era el fin.

"¡Ya lo tengo!" gritó Leo.

"¡Duérmete!" dijo Piper, con tal energía que los lobos que tenía más cerca se cayeron al suelo y empezaron a roncar.

La jaula de piedra y madera se desmoronó. Leo había serrado la base del zarcillo más grueso y al parecer había cortado la conexión de la jaula con Gaia. Los zarcillos se convirtieron en polvo. El barro que rodeaba a Hera se desintegró.

La diosa aumentó de tamaño, reluciente de poder.

"¡Sí!" dijo la diosa.

Se quitó la túnica negra y dejó a la vista un vestido blanco y unos brazos adornados con joyas doradas. Su rostro era terrible y hermoso al mismo tiempo, y una corona dorada brillaba en su largo cabello moreno.

"¡Ahora me vengaré!"

El gigante Porfirio retrocedió. No dijo nada, pero me lanzó una última mirada de odio. El mensaje era claro: «En otra ocasión». A continuación, golpeó la tierra con la lanza y desapareció en el suelo como si se hubiera caído por un tobogán.

En el patio, los monstruos empezaron a asustarse y a retirarse, pero no tenían escapatoria.

Hera brillaba con más intensidad.

"¡Cúbranse los ojos, héroes míos!" gritó.

Pero estaba demasiado conmocionado. Lo entendí demasiado tarde.

Observé como Hera se convertía en una supernova y explotaba en un anillo de fuerza que volatilizó a todos los monstruos al instante. Me caí, con la luz grabada a fuego en mi mente, y lo último que pensé fue que mi cuerpo estaba ardiendo.

***

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