Imperium Towers, propiedad de Alessandro.
Una semana después...
Las luces de la ciudad se extendían como un manto brillante bajo los ventanales de mi penthouse en el Imperium Towers. Desde aquí, todo parecía pequeño, insignificante. Excepto el recuerdo de Angelik. Llevaba una semana intentando concentrarme en mis negocios, en mantener la fachada de control absoluto que siempre había ejercido. Pero cada vez que cerraba los ojos, la imagen de su rostro, sus labios, su cuerpo, invadía mi mente como una tormenta.
El recuerdo de ese momento con Angelik se grabó en mi mente como una melodía obsesiva, cada nota resonando con un deseo creciente. Cada pensamiento, cada imagen, avivaba la llama ardiente dentro de mí, haciéndome desearla más allá de toda razón. ¿Por qué no pude llevarla al límite, hacerla mía por completo? La frustración y la lujuria se mezclaban en un torbellino en mi interior.
Me muevo inquieto en mi silla, sintiendo cómo la tensión se apodera de cada fibra de mi ser. La mera idea de su suavidad, el dulce sabor de sus pechos voluptuosos que encajan perfectamente en mi boca, su aroma embriagador, su entrega total, todo ello es suficiente para avivar la dureza en mi entrepierna. ¡Maldita sea! Si tan solo hubiera tenido unos momentos más, si hubiera logrado probar el exquisito sabor de su sexo y llevarla al punto más alto de éxtasis, sentir su cuerpo arqueándose bajo el mío mientras bebo de su delicioso néctar hasta la última gota, suplicando por más. Pero me dejo duro como roca, sin poder bajarlo, ya siento como empieza a doler. La frustración se mezcla con el deseo, formando una tormenta de emociones que amenaza con desbordarme.
Pero ahora, todo lo que quedaba era el sabor amargo de la oportunidad perdida, la sensación de estar al borde de algo grandioso y haberlo dejado escapar. No importaba cuánto intentara convencerme de que no era el dueño de su cuerpo, la verdad era que estaba lejos de haberla conquistado por completo.
La mandíbula tensa, cierro los puños con fuerza, dejando que la rabia se filtre por cada poro de mi piel. No importa, me digo a mí mismo. Aun tengo el control, todavía puedo llevarla a donde deseo. Pero esta vez, no habrá lugar para dudas ni vacilaciones. Esta vez, seré implacable en mi búsqueda del placer, pero también en mi determinación de alcanzar mis objetivos.
Con un suspiro, me obligo a relajarme, a dejar de lado las fantasías momentáneas que me atormentan. No hay tiempo que perder. Angelik es mi objetivo, mi herramienta para lograr lo que deseo. Y haré lo que sea necesario para asegurarme de que esté completamente bajo mi dominio, incluso si eso significa sacrificar mi propio placer en el proceso.
Me acerqué al bar y me serví un trago de whisky sello azul, el líquido ámbar reflejando las luces de la ciudad. Tomé un sorbo, sintiendo el ardor familiar en mi garganta, pero no fue suficiente para apagar el fuego que ardía dentro de mí. La última vez que la vi, la discusión en el club había terminado con ella subiendo a un taxi, dejándome con más preguntas que respuestas.
¿Por qué me afecta tanto? ¿Por qué su mención de otro hombre reclamándola como suya me enloqueció? Sabía que no tenía derecho a sentirme así, pero el solo pensamiento de alguien más tocándola me volvía loco.
A lo largo de la semana, había tratado de encontrar información sobre este supuesto rival. Nadie, absolutamente nadie, se interponía en mi camino sin pagar las consecuencias. Pero cada pista parecía desvanecerse en el aire, dejándome aún más frustrado.
Me levanté de la silla, por la molestia que me incomodaba y di vueltas en la sala, mi mirada fija en el horizonte. El control que siempre había tenido sobre mi vida se desmoronaba lentamente. Angelik había conseguido lo que nadie más había logrado: hacerme cuestionar mi propia fortaleza.
Tomé otro sorbo de whisky y dejé que el vaso se cayera de mi mano, estrellándose contra el suelo con un estruendo que resonó en el silencio de la noche. Me apoyé en el bar, respirando hondo para mantener la calma. La quería, la deseaba, y no sabia porque, tengo tantas mujeres a mi disposición, pero no eran sufufiente, Angelik comenzaba a llevarme al borde de la desesperación.
Decidido, marqué un número en mi teléfono.
—Quiero toda la información que puedas encontrar sobre el hombre que esta reclamando a Angelik y sobre todos los que la rodean, quiero hasta el nombre de su puta mascota. Si la tiene, TODO, no importa el costo —ordené, mi voz baja pero firme.
Colgué antes de recibir una respuesta. Era hora de tomar el control de nuevo. Nadie, ni siquiera Angelik, escaparía de mi dominio. No descansaría hasta descubrir toda la verdad, hasta asegurarme de que ella entendiera que, a pesar de todo, ahora era mía.
***
—Señor, ya tengo lo que me pidió —me informa Federico, entregando una memoria conectada a un proyector holográfico y colocándola sobre mi escritorio antes de posicionarse frente a mí con rigidez, con una tablet transparente en sus manos.
—Estoy escuchando... —le respondo, dirigiendo mi atención hacia las imágenes proyectadas.
—Ella es Elin Larsen —continúa, señalando a una pelirroja de ojos azules, de unos 25 años, que sonríe en las imágenes en movimiento desde la tableta—. Es la mejor amiga de la señorita Angelik y la principal hacker. Posee habilidades en piratería informática, análisis de datos, seguridad cibernética y contrainteligencia.
Asiento, esperando que prosiga. Luego, cambia la foto y aparece un hombre pelinegro, fornido, de ojos verdes, lo que hace hervir mi sangre.
—Él es Marco Rossi, comandante de campo. Un italiano con experiencia en operaciones especiales, combate cuerpo a cuerpo, manejo de armas y tácticas de infiltración, además de ser piloto... —y así continúa, detallando a cada individuo que se acerca a ella. En total son 11, incluyendo al coronel y al mayor.
Me siento frustrado, sintiendo que ninguno de ellos se compara conmigo. Son simples inútiles que creen que pueden conmigo, cuando en realidad no son más que polvo bajo mis pies. Su insignificancia me resulta patética y, a la vez, entretenida. Pronto, muy pronto, se postrarán ante mí, su dios, reconociendo la superioridad que tanto se esfuerzan en ignorar, adorando el suelo que piso. Sobre todo ese tal comandante Rossi, un hombre que se atreve a pensar que puede competir conmigo, que puede acercarse a lo que es mío. Estoy a punto de ir y arrancarle parte por parte de su cuerpo, disfrutando cada momento de su sufrimiento, hasta que ruegue por misericordia, haciendo que se arrepienta de haber nacido, y mucho más de haber intentado algo con lo que me pertenece. Porque nadie, absolutamente nadie, desafía a Alessandro Lombardi y sale impune. Él aprenderá, igual que los demás, que su lugar está muy por debajo del mío, en el suelo, mientras yo me erijo como el único y verdadero poder en este juego.
Sin embargo, un atisbo de duda se cuela en mis pensamientos, como una sombra efímera que amenaza con oscurecer mi confianza. ¿Qué estoy pensando realmente? ¿Acaso importa lo que esta mujer haga o deje de hacer? Es solo un peón más en mi juego, una herramienta que puedo utilizar a mi antojo para alcanzar mis objetivos. Repito esas palabras en mi mente, dejando que mi ego las absorba y las haga suyas. Ella es libre, sí, pero eso no cambia nada. Yo soy el único que tiene el poder aquí, el único que puede decidir su destino y el de todos los demás.
—¿Es todo? —inquiero con un tono que refleja mi supremacía, mientras observo a Federico con una ceja alzada, mientras él se torna aún más serio y respira profundamente, frunciendo el ceño mientras evalúa lo que está por venir.
—No, señor —responde finalmente, en tono serio —. Hace unas semanas, un mensaje desafiante interrumpió una de sus reuniones. Esta es la información que hemos conseguido —me muestra la pantalla con un gesto casi reverente.
La ira se enciende en mi pecho al leer las palabras. Mi mandíbula se tensa y mis puños se aprietan involuntariamente. ¿Y quién demonios se cree este miserable para dirigirse así a lo que es mío? ¿Acaso no comprende que su vida y su destino dependen de mi mera voluntad?
—¿Quién es ese hijo de puta? ¿Y que pedazo de basura se cree que es para pensar que está por encima de mí? —gruño con un desprecio que emana desde lo más profundo de mi ser—. Necesito todo lo que puedas encontrar sobre esa escoria. Quiero saber quién es, quién está detrás de él, y quiero que lo encuentres, ¡ya!
Federico, como siempre, intenta anticiparse a mis deseos con información sobre los últimos acontecimientos. ¿Acaso cree que puede igualarse a mi sabiduría, a mi visión estratégica?
—Hemos interceptado comunicaciones recientes que sugieren que Enigma no está solo. Tiene un equipo de élite, altamente capacitado en diversas áreas, desde la tecnología hasta el combate —informa, pero sus palabras solo confirman lo que ya sé: que ningún desafío es demasiado grande para mí.
—Han estado interviniendo cargamentos en la selva colombiana con el cartel del jaguar, quien dice que todo lo tienen bajo control, pero no es cierto —dice Federico, su ceño fruncido en un vano intento por comprender la magnitud de mis planes.
Mi sangre hierve aún más al escuchar esto. No solo está este Enigma, sino también un grupo de operativos entrenados que quieren seguir robando mi mercancía de xenz. ¿Acaso no comprenden que todo lo que toco es mío por derecho divino?
—Manda a preparar mi jet, nos vamos a Colombia. Yo mismo me encargaré de poner las cosas en su lugar. —ordeno con una voz que no admite réplica, mientras fijo mi mirada en el horizonte, donde yace mi imperio que ningún mortal puede desafiar.
—Sí, señor. Nos pondremos en marcha de inmediato —responde Federico, su voz llena de respeto y obediencia y fidelidad.
Mientras Federico sale de la habitación, me quedo solo con mis pensamientos, reafirmando mi dominio sobre todo lo que me rodea. Esta guerra está lejos de terminar, pero eso no importa. Porque al final del día, todos reconocerán mi supremacía. Soy Alessandro, el amo indiscutible de este universo, y nadie, osará desafiarme y vivir para contarlo. Cada uno de esos insignificantes insectos aprenderá que en mi mundo, yo dicto las reglas. Ni siquiera Angelik, nadie, absolutamente nadie, se interpondrá en mi camino.
***
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Con cariño
Angelica B.