La pelota saltaba de un lado al otro debido a la fuerza ejercida por las jugadoras. El lugar estaba invadido por la energía competitiva y los jadeos fuertes de éstas. Cada gruñido resonaba en los oidos de los que estaban presentes. Cualquiera que centrará su atención en lo que estaba sucediendo podía cautivarse con la batalla que se libraba en la cancha.
Los expectadores parecían enloquecer cada minuto que pasaba al contemplar a esas dos mujeres dar lo mejor de sí mismas. Sin embargo, Rebecca veía el partido con gran desinterés.
Ella nunca había sido fan del deporte, y si se permitía ser honesta, tampoco lo entendía a la perfección. Sólo asistía a los partidos porque su entonces novia participaba en ellos y quería mostrarle su apoyo. Cuando su relación con ésta culminó, se juró a sí misma que no asistiría más a partidos de tenis, pero la vida está llena de ironía... y resultó que la persona con la que ahora salía también participaba activamente en el deporte.
Ella no podía negarse a asistir; era un ser complaciente por naturaleza. Siempre buscaba satisfacer a sus parejas aunque eso significase dejar a un lado sus propias promesas.
Veía la pelota ir y venir, pero no seguía su trayecto como los demás parecían hacer. Incluso, hasta se olvidaba de dónde estaba al sumergirse completamente en sus pensamientos. Depronto, por inercia, sus ojos se centraron en quién tanto había evitado observar. Rebecca sabía que no debía verla; su mirada pertenecía a alguien más. Y ese alguien estaba también ahí siendo el contrincante.
Rebecca debía mirar a su pareja actual, no a quién lo había sido en el pasado. Ella no debía mirar a quién le había enseñado a besar bajo una mesa mientras jugaban a las escondidas.
No debía mirar a quién le había enseñado la lujuria.
Ella no debía notar su cuerpo sudado, ni tampoco sus cachetes rojos por la actividad física, no debía notar cómo su cuerpo corría de un lado al otro asegurándose de golpear la pelota. No debía notar cómo los musculos de sus brazos y sus piernas se marcaban ante los movimientos. No debía notar cómo su mano se aferraba a la raqueta, ni como sus venas resaltaban ante el esfuerzo.
Ella no debía. No debía. No obstante, sus ojos parecían ser independientes y no importarle las ordenes que ésta enviaba al cerebro.
Se moría por ignorarla, por centrar su atención en quien ahora era su pareja, pero qué dificil era ignorar a la persona que la había dejado con las manos llenas de amor. Qué dificil era ignorar a quién su corazón había escogido para amar desde que eran adolescentes; con quien se había plasmado un futuro y por quien había anulado la minima posibilidad de encontrar a alguien más.
Rebecca lo estaba intentando, realmente lo hacía. Ya había pasado año y medio desde su ruptura, pero sus ojos terminaban atraídos por la fuerte presencia de esa mujer.
— Deja de verla -dijo su amiga, Irin, golpeandola con su codo
Rebecca frunció el ceño, y volteó a verla.
— No la estoy viendo -replicó con seguridad
— Sí, claro -expresó con sarcasmo Irin — Agradece que ambas están concentradas en lo suyo, de lo contrario no podrías explicarle a tu novia la forma en qué ves obsesivamente a tu ex.
Becky no contrarrestó, simplemente suspiró dejando caer sus hombros. No podía negar que su atención estaba centrada completamente en Freen, su ex novia. Ésta parecía tener un poder mágico sobre ella que la hipnotizaba al punto de hacer que todoa su alrededor desaparezca.
— No sé porqué me obligas a venir a esto -dijo Irin con fastidio — es aburridísimo.
— Por lo mismo -respondió Rebecca redirigiendo su mirada a la pelota — no quiero sufrir yo sola.
— Lo mismo pasaba con Freen -afirmó molesta su amiga — sólo deja de ser tan gallina y sé honesta con Charlotte, para variar.
-—No puedo, le hace feliz que la venga a ver -explicó la rubia resoplando
Su amiga siguió hablando pero dejó de escucharla, se había nuevamente sumergido en sus pensamientos. Observar a Freen jugar con tanta seguridad le hizo recordar la primera vez que la vió hacerlo; la castaña llevaba puesto un polo blanco con una falda que permitía apreciar sus piernas largas y esbeltas. En su cabeza, llevaba una visera que protegía sus ojos de la luz del sol. Al terminar el último set, ésta resultó victoriosa, y lanzó un beso a su querida expectadora quien fingió atraparlo y le sonrió grandemente.
El recuerdo trajo nostalgia a la Rebecca actual, pero el sentimiento por ver a quién tanto había amado, nunca había dejado su cuerpo.
De repente, el ruido proveniente del público se detuvo. Charlotte en un esfuerzo por no perder el contacto con la pelota, había girado su brazo de tal forma que hizo que la pelota tomara un trayecto inesperado y saliera de la cancha. Tal era la fuerza con que viajaba ésta, que el impacto terminó haciendo que la cabeza de Rebecca rebotara contra la grada de atrás. El lugar quedó en silenció por varios segundos antes de ser llenado por gritos y murmullos.
— ¡Becky! - se escuchó el grito en unísono de parte de ambas jugadoras
Éstas salieron corriendo fuera de la cancha hacía las gradas, Irin sostenía la cabeza de Becky mientras respiraba agitadamente al ver cómo esta se llenaba de sangre. No sabía como actuar, estaba siendo victima de un ataque de pánico que regía su cuerpo y la inmovilizaba.
— ¡Irin! ¡Irin! -le gritó Freen intentando sacarla del shock — ¡Llama a su mamá!
Charlotte tomó el cuerpo inconsciente de Becky entre sus brazos.
— Llamaré a su mamá -dijo Freen al notar el estado de Irin —llevala al Hospital Central, ahí tiene su seguro médico.
Charlotte asintió, en sus ojos se podía apreciar el miedo, pero ni ella ni Freen podían darse el lujo de ceder ante éste. Los demás sólo murmuraban, en vez de ayudar.
— ¡Mierda! -exclamó Freen pasando la mano por su cabello con nerviosismo
El celular sonaba pero no había respuesta.
— ¡Mierda! -volvió a exclamar la castaña