Ya no lo soporto.
No puedo pensar, no puedo dormir, ni siquiera parezco ser capaz de utilizar mi poder para algo que no sea intentar descifrar si él se encuentra en su habitación o no. Doy vueltas en la cama, cierro los ojos, camino por la habitación, bebo agua, y aún así, no puedo conciliar el sueño. Cada noche se asemeja a una tortura. Y esa tortura tiene nombre y apellido; Jace Conner.
Sólo un beso, me digo. Sólo un beso será suficiente para calmar esta ansiedad que siento, esta sed que no puedo calmar con absolutamente nada. Sólo un beso y Jace Conner desaparecerá de mis pensamientos para siempre.
— Sólo un beso— me digo a mí misma, quizás en un intento por convencerme de que lo que estoy a punto de hacer está bien.
Actúo por un mero impulso. Uno que me lleva a ponerme de pie de golpe, el frío del viento exterior haciendo eco en mi organismo, pero ni siquiera puedo decir que me importe. Mis pies descalzos comienzan a deambular por el pasillo del segundo piso antes de que pueda ser capaz de frenarlos, y luego escaleras abajo.
La habitación de Jace Conner está en el primer piso.
Un nudo se apodera de mi estómago cuando mis pies descalzos tocan el frío mármol de la escalera. Cada paso parece resonar en mi mente como una pulsación insistente, recordándome que estoy siendo irracional, dándome oportunidades para que me detenga.
Pero no lo hago.
El pasillo se alarga como si estuviera en un sueño en el que la habitación no parece terminar jamás. El silencio es lo único que reina en este lugar, y mi propia sombra iluminada por la luz tenue de la luna es lo único que puedo ver, creando sombras en las paredes.
El aire se siente espeso de pronto, el frío me aterra. Me convenzo a mí misma de que la única razón por la que tengo tanto frío es porque Jace Conner no está conmigo. Si él estuviera allí, el frío se iría. La incertidumbre se iría. Joder, el deseo se iría.
Veo la puerta de la habitación a lo lejos. Está cerrada, muy cerrada, y sin embargo, una tenue franja de luz escapa y acaricia el suelo de pasillo por debajo de la puerta. Me detengo, respiro hondo, e intento calmar los latidos desesperados de mi corazón.
Cierro los ojos con fuerza y dejo que mi mano toque el pomo de la puerta. Estoy a punto de girarlo cuando me percato de lo que realmente estoy haciendo.
Saco la mano del pomo casi de golpe, como si mi propia valentía estuviera asustándome hasta los cojones, y es que supongo que, en parte, es así.
¿Qué demonios hago? ¿Qué demonios esperaba que suceda? ¿Abrir la puerta y encontrar mágicamente a Jace allí, con los labios listos para besarme?
Probablemente está dormido, y la imagen no hace más que alimentar el deseo que está instalado en mi estómago. Imagino su pecho subiendo y bajando de manera constante y lenta, la visión de un rostro tranquilo contrastando con la máscara sería y aterradora que se pone cada día.
El titubeo en mis manos me hace comprender que no he perdido la cordura. No del todo.
Me giro despacio, preparada para caminar de regreso a mi habitación. A pesar de que el deseo sea abrumador, la razón ha ganado por esta vez. O al menos, eso me digo a mí misma para calmar la sensación de anticipación que tengo.
No. No puedo irme. No puedo. No puedo, no puedo, no puedo...
Me giro de golpe, preparada para enfrentar mi racionalidad una vez más, pero me quedo congelada cuando la puerta se abre y el rostro por el que he estado suspirando todas estas noches se aparece bajo el marco de la puerta.
Luce tan sorprendido como yo, sólo que un poco más adormilado
— ¿Eleanor?— frunce el entrecejo, confundido. Pero entonces, cometo el error de bajar la mirada hasta su torso desnudo.
Qué hombre tan magnífico.
El cosquilleo se me produce nada más mirarlo, su piel desnuda, su abdomen marcado, sus brazos musculosos que resaltan gracias a aquel tatuaje teñido de negro. Trago saliva y subo la mirada hasta su cabello desordenado, la cicatriz que luce con tanta confianza.
El aroma que proviene de su cuerpo es varonil, masculino, embriagador. Me siento atrapada por él, por todo lo que representa, por la maldad que presume y la bondad que esconde. Me siento atraída como una polilla volando al fuego, consciente de que bien podría tener éxito o morir en el intento.
La sensación de peligro que emana de este hombre es impresionante. Tan sólo mirarlo me hace sentir que podría morir, y sin embargo no me puedo resistir. Él siempre dice que soy una experta para meterme en problemas, y supongo que esta no es la excepción.
— ¿Ojos celestes, estás bien?— pregunta al cabo de unos segundos en los que no respondo, su voz cargada de una preocupación que me hace desearlo incluso más.
Asiento lentamente, no muy segura, no muy convincente, y él lo sabe. Pero la intensidad de lo que siento es abrumante, y de pronto no sé que decir. No puedo apartar la vista de él. No puedo dejar de desearlo.
Ni siquiera sé cómo comenzar a explicar lo que siento. Lo que quiero.
Sólo un beso, pienso. Eso es lo que he estado queriendo durante todos estos días, ese es el pensamiento que no me ha dejado dormir. Sólo un beso y toda esta sensación de deseo desaparecerá de mi cuerpo.
Jace da un paso al frente. No sé cómo alguien puede estar tan cerca pero sentirlo tan lejos al mismo tiempo. Recorro su pecho con la mirada, cada centímetro de su piel bronceada, cada músculo que siempre está escondido debajo de su ropa.
Y luego, mi mirada atrapa la suya. Se queda allí como si el tiempo sólo existiera para que yo tome la iniciativa. Sus ojos grises parecen estar clavados en los míos.
— ¿Qué sucede?— parece decir su mirada cuando ladea el rostro apenas unos centímetros.
— Nada— parece decir la mía cuando niego con la cabeza en un movimiento tan leve que es apenas perceptible.
Jace frunce el ceño apenas un poco, lo suficiente para darme otro indicio de lo que quiere decir:— ¿Estás segura?— pero no lo dice. Aún así, lo entiendo.
Y nuevamente, niego con la cabeza en un movimiento leve y sutil.
Los ojos de Jace bajan lentamente por el contorno de mi rostro hasta llegar a mis labios, y yo no puedo evitar humedecer mi lengua para luego morder mi labio inferior en un movimiento lento. Ni siquiera era consciente de lo fuerte que mi corazón ha comenzado a latir, de la manera en la que mis pulsaciones se han acelerado como si ya no pudieran acelerarse más.
Ya ni siquiera siento el frío del suelo, el frío de la brisa, ni el frío de mi ropa delgada. Bien podría estar desnuda y no lo sentiría porque mi cuerpo está en llamas. Mis manos están tan calientes que podrían quemar a alguien.
Jace hace el intento de dar un paso al frente, tanteando. Pone un pie delante de otro, pero no termina de moverse. — ¿Está bien si me acerco?— parece estar preguntando. Y yo, que asumo que puedo leerlo bien, asiento.
Pero se queda allí, de pie, todavía demasiado lejos. Hay un ruego implícito en mi mirada que él parece comprender de inmediato.
Sus ojos se oscurecen unos cuantos tonos, su voz se vuelve más grave, y por primera vez desde que lo conocí, lo que veo en el rostro de Jace es inseguridad.
— Me encantan nuestras conversaciones silenciosas, Eleanor, pero esta vez voy a necesitar que me lo digas.
Siento mi mandíbula tensarse. Cada músculo que la compone.— Sabes lo que quiero— sueno extremadamente segura.
Pero sé que lo sabe. Sé que Jace Conner puede leerme tan bien como yo a él.
Su expresión de seriedad no cambia, a pesar de que hay un brillo distinto en sus ojos. Una llama que ni siquiera logro descifrar.
— Me hago una idea. ¿Qué quieres de mí, Eleanor?
— Algo que no sé si puedas darme— susurro, de pronto perdiendo el valor que creí tener hace unos segundos. Algo en mi estómago se azota con fuerza, mis pies incapaz de moverse de allí, rostro en alto.
Jace da otro paso al frente, y de pronto siento que cada centímetro de espacio que hay entre nosotros es una tortura.
— Puedo darte lo que quieras. Siempre y cuando me lo pidas.
Siento que el último respiro que tenía guardado abandona mi cuerpo y lo único que queda es el pequeño lamento que deja detrás y que se escapa de mi garganta. La tensión que se respira en el ambiente podría cortarse con un cuchillo.
— Dilo— exige, un dolor incomprensible se escabulle en su voz. Un dolor que resuena en cada parte de mi mente, me traspasa, me quema.
Yo también lo estoy sintiendo, quiero decirle. Ese dolor. Ese ardor. Esa llama que no me deja dormir.
Jace da otro paso al frente, y esta vez, nuestros pechos sí que están juntos. Tan cerca que su respiración jadeante y acelerada está haciendo que nuestras pieles se junten. Tan juntos que, cuando alzo el rostro, lo único que puedo ver son sus ojos, envueltos en una maldad retorcida, en una sonrisa digna de una persona que para muchos podría ser la reencarnación de un ser perverso.
Una sonrisa digna de un animal.
Un animal sediento, jadeante, desesperado.
Sé, en ese instante, que si Jace Conner es la reencarnación de algún ente maligno, yo estoy dispuesta a irme al infierno. Porque el infierno no puede ser tan malo como la tortura de desearlo.
— Dilo, Eleanor— insiste, su vista dirigiéndose lentamente hacia el tirante de mi bata de dormir que ha caído, deslizándose fugazmente por mi hombro. Trago saliva.
No se supone que deberías disfrutar del infierno, y aún así, estoy aquí, ardiendo en él. Y no estoy dispuesta a marcharme.
Jace comienza a trazar una línea que va desde mi dedo índice y subiendo por mi brazo. La sensación de la yema de sus dedos contra mi piel hace que el éxtasis se apodere de mí. Cierro los ojos y ahogo un pequeño respiro jadeante cuando su mano llega hasta el tirante de mi bata.
— ¿Quieres que lo suba?— pregunta en un pequeño susurro, acercando sus labios a mi oído.— ¿O quieres que lo deje allí?
Su aliento a menta golpea mi rostro y le provoca un leve cosquilleo a mi cuello. La tortura cada vez es más grande. Hubo un tiempo en el que creí que podría con todo, pero nada me preparaba para el dolor de necesitar el cuerpo de Jace Conner.
— Quiero...— logro decir apenas, abriendo los ojos solamente para ver que él está allí, su nariz a milímetros de la mía. Sólo un empujón de cualquiera de los dos bastaría para que nuestros labios se uniesen, y por un segundo, lo intento. No sé cómo, pero logro mover mis pies y tambalearme hacia adelante.
Sin embargo, en el segundo en el que lo hago, Jace da un paso atrás. No me deja caer; coge mis muñecas con sus brazos y levanta una de sus cejas cuando logro abrir los ojos. Está jugando conmigo. Está disfrutando del sentimiento que me abrasa.
Sus dedos acarician las palmas de mis manos. Consciente o inconscientemente, Jace lleva mis manos hasta su pecho, acercándome un poco más a él.
— Eres malo— le recrimino con una mirada de suplica. Jace esboza una pequeña sonrisa diabólica.
— Hago cosas malas, Eleanor. Y las hago muy, muy bien.
— ¿Ah, si?— susurro, sosteniéndole la mirada como puedo.
Él saca una de sus manos de mi muñeca y la lleva hacia atrás de mi cabeza, enterrando sus dedos en mi cabello con tanta suavidad que no puedo evitar el cosquilleo excitante que el gesto me provoca.
Junto mis piernas, como si eso pudiera calmar un poco la excitación, y soy testigo de la manera en la que Jace pasa la lengua por sus labios, preparado para devorar a su presa.
— Si— acerca mi cabeza un poco más hacia sí, al mismo tiempo que da un paso al frente, y luego otro. Ni siquiera me doy cuenta el momento exacto en el que mi espalda se clava a la pared, sus dedos aún revoloteando en mi cuero cabelludo, su nariz acercándose a mi cuello como si fuera un animal olfatéandolo.
Cuando se separa, cierra los ojos como si el aroma le provocara un alivio intenso. Poderoso.— Estamos jugando un juego peligroso, ojos celestes.
— ¿Por qué?— jadeo. Jace acerca tanto sus labios que nuestras narices se tocan, pero nuestros labios aún no. Y joder, necesito que lo hagan. Lo necesito.
— Porque no sé si me podré comportar contigo.
Me quedo atónita durante unos segundos, clavada allí como si no pudiera creer lo que acaba de salir de su boca, congelada en el tiempo. Jace me olfatea una vez más, al mismo tiempo que yo digo:— Quizás no quiera que te comportes.
Mira al cielo como si estuviera rezándole a algún dios, y cuando vuelve a atrapar mi mirada, niega para sí mismo. Está intentando controlar lo que obviamente es incontrolable.
— ¿Qué estás esperando?— jadeo, consciente de que lleva mucho rato examinando mi rostro, olfateándome, deseando esto tanto como yo.
— Estoy esperando que me lo pidas.
Así que lo hago. No puedo no hacerlo. No puedo más.
— Bésame— respiro agitada.— Bésame, por favor.