Disclamer: Como ya todos sabéis, ni los personajes, ni parte de la trama, ni los lugares me pertenecen a mí, sino a Rumiko Takahashi. Estaré publicando (espero) esta serie de historias cortas los próximos días por el gusto de participar en una nueva dinámica, sin ningún ánimo de lucro.
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Nota de la Autora: Esta historia participa en la maravillosa #Rankane_week_2024 organizada por las chicas de la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" #Por_amor_al_fandom. ¡Gracias por invitarme!
#Día_7_Celos
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28 de Julio: Celos.
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¿A quién vas a Acariciar?
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1.
El ataque
Era un bonito día de verano. Bonito, de verdad.
Con mucho sol y una temperatura calurosa, aunque no desagradable; incluso corría una ligera brisa, fresca todavía a esas horas de la mañana, que atravesaba la casa de los Tendo de un extremo a otro gracias a que aún estaban abiertas todas las ventanas y las puertas del jardín. Se oía cantar a los pájaros y a los insectos sin que ninguna nota desentonase del resto y, por lo demás, la casa estaba en un prometedor silencio que le hizo cosquillas en la garganta cuando alcanzó el piso inferior.
Estaba de vacaciones, se habían terminado los madrugones para ir al instituto y además, Ranma había dormido bien esa noche.
¡Muy bien, de hecho!
Su padre y Soun se habían ido a pasar el fin de semana fuera, por lo que tenía el dormitorio para él solo. Había descansado tan a gusto que ni siquiera había notado la rigidez de las tablas del suelo a través del fino futón veraniego que utilizaba esos días. ¡Ni un molesto mosquito se había atrevido a invadir el cuarto para torturarle con su fatídico zumbido o sus picaduras!
No era de extrañar que estuviese de tan buen humor.
Fue andando, con un suave balanceo de caderas al ritmo de la melodía que silbaba, hasta la cocina para llenarse un gran vaso de leche fría que, además de saberle a gloria, le refrescó el estómago y la garganta. ¡Deliciosa! Y casi de inmediato, descubrió una pequeña torre de pastelitos de aspecto delicioso sobre la encimera. Su estómago rugió maravillado.
¡Hoy tiene que ser mi día de suerte!
En efecto, los pastelitos estaban exquisitos. El primero que probó conservaba todavía esa textura suave y tierna, como recién salido del horno, y la dulzura de la crema de melocotón que ocultaba en su interior le arrancó una risita de puro placer.
¡Un plato lleno de pastelitos a su entera disposición! Lejos de las peludas zarpas de su padre, parecía un sueño.
¡Pues no pienso dejar ni uno!
Entonces se preguntó si habría alguien más en la casa o se encontraba solo. Las hermanas Tendo solían levantarse antes, incluso en verano; Kasumi habría aprovechado la mañana para hacer recados, antes de que las temperaturas se hicieran insoportables y Nabiki andaba como desaparecida en sus asuntos aquellos días.
¿Y Akane?
Habrá ido a correr a primera hora. Pero ya debería haber vuelto. Sonrió, al notar el rumor de la televisión encendida en el comedor y, sin dudar, decidió que debía ser ella, cosa que le puso aún de mejor humor.
—¿Akane?
Antes de llegar a la puerta, sin embargo, oyó algo.
Crop... crop... crop... crop
Que le hizo detenerse y poner mala cara.
No es posible pensó. ¡Venga, ya! ¿Otra vez?
Apretó los labios y los pastelitos temblaron sobre el plato que llevaba en la mano, pues la tensión viajó, rauda, hasta sus brazos y sus piernas. Ese sonido, que conocía y detestaba con todas sus fuerzas, siguió manifestándose desde el salón y Ranma tuvo la falsa impresión de que aumentaba de volumen hasta vibrar por todo el pasillo, rebotando en las paredes, chocando contra sus tímpanos con saña.
Resopló con desprecio, pero no fue suficiente para aliviar el malestar, así que gruñó al cuello de su camisa.
¡Lo detestaba hasta tal punto que casi se da la vuelta, con sus pastelitos, para atrincherarse en la cocina y no verlo! Pero no, no podía hacer eso. Sabía que sería mucho peor. Ahora estaba obligado a comparecer para, por lo menor incordiar todo lo posible, hasta que ese espectáculo tan lamentable terminara.
¡No voy a permitir, encima, que se salga con la suya!
Respiró hondo, metiéndose otro pastelito en la boca con la esperanza de que su dulzor aliviara la repugnancia que estaba a punto de sentir, pero no. No funcionó. Era superior al pastel más exquisito del mundo. Nada más cruzar el umbral, el estómago se le revolvió.
—¡Buenos días! —Le saludó Akane, sonriente, al verle llegar. Tenía el rostro iluminado y los ojos brillantes, fruto de un buen descanso—. ¡Qué fresquito ha hecho esta noche, ¿verdad?!
>>. ¡He dormido tan bien!
—Sí...
No debía haber ido a correr ese domingo, pues aún iba ataviada con ese pijama azul a rayas que le sentaba tan bien. Los tirantes dejaban a la vista sus brazos delgados, aún un poco pálidos, tenía la piel de gallina porque la corriente de aire que entraba desde el jardín le daba de lleno, pero no parecía importarle. Estaba recostada sobre su barriga en el tatami, la camiseta mostraba algo de la piel de su costado y los pantaloncitos cortos habían cedido descubriendo sus muslos, pues tenía las piernas estiradas y balanceaba sus pies, descalzos, en el aire.
Estaba tan guapa que esa imagen le hizo pensar en una flor recién abierta al sol, aunque se avergonzó de sí mismo por tal comparación. Se activó en él un deseo acuciante y doloroso por tocarla (del cual, por el contrario, no se avergonzó en absoluto).
Lo único que afeaba esa imagen tan hermosa era que, frente a ella, estaba ese...
—¡Oink, oink!
Maldito cerdo.
—P-chan —Llamó él, endureciendo su voz, y sentándose junto a la chica—. Ya está aquí otra vez.
—Lleva una temporada que no se aleja demasiado del dojo —comentó ella—. Estará huyendo del calor de fuera.
—Será eso —convino él, aunque sabía a la perfección que no era verdad.
El cerdo le miró, y él miró al animal. Hubo una chispa silenciosa que estalló en el aire y que se evaporó cuando las miradas, igual de desafiantes, entraron en contacto. Hay estaba esa mueca socarrona que él distinguía en el rostro del animal, marcando territorio, a pesar de que sabía que no le pertenecía.
Estúpido bicho.
Ranma soltó la leche y los pasteles sobre la mesa, sin quitarle un ojo de encima, no fuera a hacerle alguna trastada de las suyas. Después se inclinó hacia la chica, pasando un brazo por su espalda y cuando ésta volvió la cabeza, el chico aprovechó para darle un beso que le rozó la comisura de los labios.
—¡Ranma! —se quejó Akane, sin poder evitar una risita y que los coloretes se le encendieran—. Ten cuidado.
—¿Es que hay alguien más en casa?
Aparte de este cerdo cotilla.
—No, pero aun así...
Los momentos en que ambos se quedaban a solas en el dojo eran más bien escasos, por lo que Ranma era de la opinión de que debían aprovecharlos todos al máximo; su prometida, por otro lado, parecía temer que en cualquier momento alguien pudiera aparecer de la nada y descubrirlos.
—Si alguien llega, oiré el portón antes de que entren en la casa —Le prometió, estirando su rostro de manera que la punta de su nariz recorrió el perfil de la cara y el cuello de la chica que, riendo en voz baja, se giró sobre el suelo, quedando boca arriba y levantó los brazos hacia él. Justo cuando Ranma se preparaba para besarla de verdad, algo le golpeó con fuerza en un costado y se le escapó una exclamación.
Volvió la cabeza y se encontró, cómo no, con el pequeño P-Chan, con los ojos rojos por la furia que contenía su endeble cuerpecito, advirtiéndole de que ni se le ocurriera intentar algo así frente a él.
¡Será posible!
Ranma frunció el ceño y trató de apartarlo con una mano, pero el maldito le mordió un dedo sin piedad alguna.
—¡P-chan, no! —exclamó Akane, levantándose y agarrando al animal—. ¡No se muerde!
Cuando logró que soltara el dedo, le dejó en el suelo y corrió a examinar la mano del chico. Por suerte no le hizo sangre, aunque se veía a la perfección la marca del mordisco, prueba de que había atacado con todas sus fuerzas.
—¡Ya es la segunda vez en lo que va de semana! —se quejó él, enfadado.
—P-chan está muy celoso desde que tú y yo... —Akane, consternada, sacudió la cabeza—. ¡Pobrecito!
>>. Es un animal y no entiende.
—¡Lo entiende a la perfección!
Y sabe bien lo que hace añadió para sí.
Porque, en verdad, era Ryoga quien se escondía tras el inocente P-Chan y usaba su maldición para crear problemas sabiendo que contaba con la protección de la joven Tendo, por seguir siendo su adorable mascota.
Por supuesto que Ryoga sabía que, ahora, Akane y él estaban juntos, pero eso no le había desanimado. En lugar de aceptar, de una vez por todas, que sus sentimientos por la chica no eran correspondidos y marcharse, el muy canalla había decidido quedarse a presentar batalla.
¿Y cómo lo estaba haciendo?
¡Pues estando siempre de por medio y molestando! No se despegaba de Akane en todo el día y con él estaba más agresivo que nunca.
¡Si por lo menos le hubiera desafiado a una pelea en condiciones!
Pero lo que hacía era atacarle como P-Chan, para que él no pudiera responder en condiciones. Y luego estaba ese maldito sonido...
—Lo que pasa es que para P-Chan yo soy como su mamá —explicó Akane—. Y ahora cree que te prefiero a ti.
—Es que es así —soltó Ranma, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué no se lo explicas, entonces? —Le propuso con cierta maldad, señalándole al animal—. Dile: mira P-Chan, Ranma es el mejor del mundo y por eso me gusta más que tú.
El animalillo tembló de ira, gruñendo como si se preparaba para caerle encima de nuevo pero la chica se interpuso, chasqueando la lengua.
—Es un cerdo, Ranma, no entiende lo que le digo.
—Ya.
Pero sí entiende, ya lo creo que lo hace.
Y de hecho, su siguiente movimiento lo dejó todavía más claro. Pues es el descarado animalejo avanzó, meneando sus rechonchas posaderas, y se situó delante de la chica. Se echó al suelo, bien estirado y se giró hasta quedar panza arriba. Ranma sintió un pinzamiento en lo alto de su columna al reconocer ese gesto y tuvo que contenerse, mucho, para no estrellar su puño contra esa barriga arrugada.
—Mira eso —Le indicó Akane, de nuevo, alegre, sin darse cuenta de nada—. ¡P-Chan también quiere mimos!
Ranma apretó la mandíbula al ver la mano de su prometida posarse en la tripa del animal. Hizo una mueca de asco cuando la mano empezó a acariciar con fuerza esa zona, de un extremo a otro, y apretó los puños cuando ese sonido, tan repulsivo, se reanudó.
Crop... crop... crop... crop...
—¿Tiene que hacer eso?
—¡Ronronea! —contestó ella sin darle mayor importancia.
Habían descubierto que los cerdos, así como otros animales, emiten una especie de ronroneo cuando están tranquilos y se les acaricia. A Akane le hizo mucha gracia cuando lo oyó por primera vez, por lo que había tomado por costumbre acariciar a P-Chan, con auténtica vehemencia, hasta que éste comenzaba a hacerlo. Al cerdo también le gustaba, por eso había encontrado la manera de pedirlo en cuanto le apetecía.
El problema era por qué lo hacía y cuándo.
Se presentaba cada vez que los prometidos se quedaban a solas con una expresión odiosa en su enjuto rostro y llevaba a cabo su treta. Y lo hacía, no solo porque esas caricias le provocaban un ominoso placer, sino porque había descubierto que Ranma se ponía furioso cada vez que lo hacía.
Solo con oírlo se ponía... ¡Era el sonido que más odiaba en el mundo!
—¿A qué te gusta, P-Chan? —Le preguntó Akane.
Desde luego, usó esa vocecilla más aguda y melosa de lo normal, la que cualquier persona usaría para hablar a su inocente mascota.
Ranma intentaba apartar la mirada, ya que ese maldito crop era suficiente para ponerle enfermo; pero, por desgracia, de vez en cuando y en contra de su voluntad, no podía sujetar sus ojos que viajaban hasta la mano de la chica, la observaba frotar con ganas la piel sonrosada del animal y se inquietaba cada vez que ésta se deslizaba más de la cuenta hacia las patas. Entonces, como si un rayo le atravesara, su mirada era atraída hacia el rostro del cerdo y el odio le agarrotaba las manos. No soportaba esa mirada turbada, de pupilas agrandadas que se perdían en el techo o en algún mundo todavía más lejano, esa boca entreabierta que era una parodia de sonrisa, en el movimiento inconsciente de una de las patitas que sufría ligeros espasmos de placer.
¡Como lo odiaba!
¡Y más sabiendo que ese cerdo lo hacía a propósito para provocarle!
Es decir, obviamente disfrutaba de ello, claro. Pero lo que P-Chan, o más bien el retorcido de Ryoga, quería era sacarle de sus casillas, hacerle estallar y que la emprendiera contra a golpes contra él para que así, Akane, se pusiera de parte del animal y ellos acabaran discutiendo.
Hasta ahora se había contenido pero la frustración estaba devorando su frágil paciencia. ¡Y es que no podía hacer nada más! Quejarse ante la chica nunca servía de nada, salvo para hacer el ridículo ante ella.
Crop... crop... crop...crop
¡Es que era inaguantable!
—¿Quién habría dicho que los gatos y los cerdos tendrían esto en común?
Ranma se cruzó de brazos.
—Tampoco compares —replicó él—. El ronroneo de un gato es más fino y elegante.
>>. Esto que hace tu cerdo es más un ronquido.
Akane arqueó las cejas.
—¿Estás defendiendo a los gatos?
—¡Nada de eso! ¡Solo digo la verdad!
La fobia terrible que le tenía a los gatos hacía que detestara tanto sus aterradores maullidos como los insulsos ronroneos de éstos, pero había que reconocer que los sonidos eran muy distintos.
¿No decían que escuchar el ronroneo de un gato relaja a la gente?
A él no, por supuesto, pero era verdad. Incluso Akane se lo había comentado alguna vez, después de que él entrara en Neko Ken y se pusiera a ronronear en su regazo.
Neko Ken pensó, de pronto.
Tal vez aquella mañana, tan clara y apacible, aún pudiera salvarse.
—Voy a salir un momento —anunció—. Iré a dar una vuelta antes de que haga más calor.
—Si no has terminado de desayunar —Señaló la chica.
—Me llevaré algo para el camino.
Ranma rebuscó en la nevera hasta que encontró lo que necesitaba y después, se lo guardó en el bolsillo.
Se calzó, dijo adiós desde la puerta una vez más y fue hasta el dojo para coger otra cosa.
Después salió por el portón y echó a andar.
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2.
El Plan
Podría funcionar.
Y una encantadora brisa fresca le dio en la cara, repentina y fantástica, como si el universo le estuviera confirmando que sí.
Una vez más el grandioso intelecto Saotome había encontrado la manera de resolver el problema que tenía con el cerdo. Bueno, no estaba seguro de si lo resolvería para siempre, pero como mínimo le permitiría darle un escarmiento y con eso, a él le bastaba por ahora.
Recuperó, por tanto, en parte su buen humor, aunque no podía olvidar que lo que iba a hacer conllevaba un riesgo. Sí, conllevaba algún peligro y por eso, a medida que avanzaba, notó ese peso molesto en los hombros que te avisa de que no has pensado demasiado la idea que tienes en tu cabeza. Estaba acostumbrado a ello, también a ignorarla la mayoría de las veces. No podía seguir de brazos cruzados por más tiempo o acabaría por volverse loco.
En todo plan, por inteligente y astuto que fuera, y sus planes eran todos así, hay detalles que son imposibles de controlar del todo. Tendría que confiar en su suerte, porque si todo salía bien, habría valido la pena.
Lo único malo es que no me acordaré de nada. En fin, era un sacrificio por un bien a largo plazo. ¿Por qué otro motivo se sacrifica la gente si no es por amor? Se preguntó, con el rostro encendido.
No era solo por él, también era proteger a Akane de las maquinaciones de ese sucio animal aprovechado.
Se dio la razón a sí mismo y suspiró, alabando su nobleza de espíritu.
Por fin encontró un lugar apropiado: un extenso descampado, desierto y cercado por muros bajos. La hierba había crecido por todas partes sin control hasta que el sol de Julio la marchitó, convirtiéndolo en una jungla en miniatura. Había enredaderas que subían por los muros llenos de manchas y grafitis, y trozos de hierro y otros metales amontonados en un rincón.
Ranma se acercó a revisar el único árbol que había por allí y tras pasar las manos por el tronco y observar las raíces, le pareció que podría valer.
—Vamos allá —se dijo, suspirando de nuevo, esta vez por el malestar que ya le estaba estrangulando la garganta.
Sacó del bolsillo lo que había cogido de la nevera: una lata de sardinas.
Aysssss.
La abrió y colocó los pescaditos por todo su cuerpo, esforzándose porque el jugo le empapara bien la ropa. El olor le provocó nauseas, o puede que fuera el pánico que ya podía saborear en el interior de su boca. Fuera lo que fuera, lo soportó. Después sacó la cuerda que había tomado del dojo y se ató a sí mismo al árbol, del modo más fuerte y enrevesado que pudo porque sabía que cuando ellos aparecieran, el pánico le dominaría e intentaría huir.
Más vale que esto sirva para alejar a ese cerdo de las manos de Akane.
Los gatos no tardaron demasiado en aparecer atraídos por el olor. Ante el primer maullido, el chico se irguió, con el cuerpo chorreando sudor helado y los ojos bien abiertos.
—Ahí están...
Por encima del muro que tenía delante empezaron a llegar mínimos de todos los tamaños y colores, con el pelaje encrespado, y exhibiendo, al mismo tiempo, esa calma y aire de superioridad tan característicos de esos demonios. Por supuesto, él les empezó a gritar para que se fueran e intentó con todas sus fuerzas soltarse, tal y como había temido, pero ni una cosa ni otra sirvió de nada. El nudo y la cuerda aguantaron, y después de unos minutos, los animales parecieron convencerse de que no era peligroso para ellos, así que se acercaron más.
—¡¡No, no!! ¡¡Alejaos!! —Ranma apretó los párpados para no verlos y trató de volver en sí—. O sea... ¡Sí, venid aquí, malditos! —Su voluntad se derrumbaba con la misma facilidad con que se alzaba, en cuanto notó el tacto suave de su pelaje en los brazos se perdió de nuevo—. ¡Fuera, fuera!
>>. ¡¡Dejadme en paz!!
Le treparon por las piernas y por el torso para alcanzar las sardinas y, sin inmutarse lo más mínimo, se ponían a comer en absoluto incómodos porque él siguiera gritando desesperado o agitándose con la violencia de un papel que se queda enganchado en una valla por culpa del viento.
El miedo insoportable corrió por las venas del muchacho hasta alcanzar cada centímetro de su cuerpo y las señales eléctricas de su cerebro que señalaban un peligro inminente se volvieron locas. Los maullidos de satisfacción de los felinos llenaban sus oídos, incluso sus pensamientos y entonces, Ranma experimentó ese tirón en su mente que lo arrastraba, sin remedio, a un agujero negro desde el que podía ver, con claridad, como su cuerpo se quedaba atrás.
No...
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Nadie lo sabía, ni siquiera Ranma, ya que lo olvidaba todo una vez que abandonaba el estado Neko Ken. No podía contárselo a nadie, del mismo modo que ningún otro pobre desgraciado traumatizado por esa técnica terrorífica, y que hubiera pasado por ello antes, tuvo nunca la oportunidad de contarlo.
Se suponía que cuando el Neko toma el control del cuerpo del guerrero, éste desaparece sin más durante ese confuso espacio de tiempo y retorna, después, sin tener la menor idea de lo que ha hecho.
Esto era verdad y no lo era del todo.
Ranma no se marchó al transformarse en gato, en realidad, nunca lo hacía.
Igual que las otras veces, aunque no pudiera recordarlo, la conciencia humana del chico despertó a los pocos minutos en un lugar pequeño, oscuro y claustrofóbico, como si estuviera encerrado en un armario. A pesar de ser solo una parte de él atrapado en un rincón de su mente, Ranma tenía la sensación fantasmal de seguir manejando un cuerpo, aunque puede que fuera solo su imaginación.
De hecho, habría sido más acertado decirlo de ese modo. Ranma se imaginó que despertaba en ese lugar, y que miraba a su alrededor sin reconocerlo y se ponía de pie.
¿Dónde estoy? Puede que todas las veces anteriores hiciera lo mismo, pero lo primero fue mirarse las manos; se imaginó que sus manos estaban ahí y después, se imaginó que el resto de su cuerpo también estaba y podía hacer uso de él. También vio (o creyó ver) una luz frente a sus ojos, pero al echar a andar hacia ella se chocó contra algo invisible. No era una luz, sino una rendija por donde se colaba la luz del mundo exterior y él, perdido como siempre, se asomó a ver qué había al otro lado.
¡Gatos! Un enorme racimo de gatos distintos que lo miraban con fijeza. ¡Fuera, fuera! ¡Gatos asquerosos!
Intentó gritarles, y captó que su voz sonaba de un modo diferente a lo habitual, no solo porque parecía provenir de fuera y no de dentro, sino porque no pronunció una sola palabra. Soltó una retahíla de maullidos que, a pesar de todo, lograron que los gatos empezaran a alejarse.
¿Maullidos? Ranma volvió a mirar a su alrededor. Después, se asomó a la rendija otra vez y comprobó que la imagen de fuera se movía como a saltos. Vio el suelo, el final del descampado y por fin, reconoció sus pies y sus manos.
¡Estaba corriendo a cuatro patas!
¡Ah, ya! Se dijo, entendiendo por fin. Vuelvo a estar en Neko Ken. Aunque no podía recordar nada de las otras ocasiones que había estado en ese lugar, comprendió en seguida lo que le había ocurrido y al hacerlo, recuperó los últimos pensamientos que había tenido como humano antes de la transformación. ¡Lo hice a posta, ahora me acuerdo!
Akane, P-Chan, ese maldito ruido y... ¡El plan!
¿Cómo iba a olvidarse de eso?
Se sintió aliviado al recordar que había una buena razón para lo que había pasado: tenía una misión. Debía volver al dojo como gato y darle un susto de muerte al puerco intruso, hacer que se arrepintiera de todos y cada uno de esos repugnantes ronquidos que había hecho ante su prometida.
Y si lo hacía siendo un gato, Akane no podría culparle ni enfadarse con él, ¿verdad? ¡Él no podía controlar lo que hacía en ese estado! Todo el mundo lo sabía. Y tampoco se burlarían de él por reaccionar así a los actos de un cerdo. Al fin y al cabo, los impulsos de los animales pueden llegar a ser irracionales.
¡Soy un maldito genio!
Desde ese misterioso lugar sin nombre, el muchacho observó que el gato avanzaba a buen paso e iba, en efecto, rumbo al dojo. Había usado su fuerza inhumana para romper la cuerda, trepar el muro y ahora daba saltos a cuatro patas a toda velocidad. Por ahora todo iba tal y como lo había planeado.
¡Se sentía eufórico!
La verdad era que la mayoría de sentimientos complejos se habían desvanecido de él, dejando espacio a sus sentidos, mucho más afinados, y a otro tipo de emociones, más simples. Si Ranma pensaba en Akane, el Neko aumentaba el ritmo y la longitud de sus zancadas con el corazón henchido de ilusión, pues deseaba verla con todas sus fuerzas. Y si pensaba en el cerdo, podía oír el eco de un bufido atascado en su garganta y que le entraban ganas de extender sus dedos, garras, para arañar algo.
Cuando se vio ante el dojo, empujó la madera del portón con la cabeza para entrar y lanzó un sonoro maullido al que nadie respondió. El patio estaba vacío, pero se le hacía familiar, de modo que dio un par de vueltas y olisqueó el aire para asegurarse.
¡Ya conoces esta casa! Pensó el chico, impaciente. ¡Vamos, ve hacia la otra puerta!
Ésta no pudo abrirla empujando pues estaba cerrada, así que se sentó sobre el felpudo y empezó a maullar al tiempo que arañaba la madera con las uñas.
Verás la bronca que me cae cuando vean las marcas...
Como nadie acudía, el volumen de los maullidos aumentó y por fin, escuchó unos pasos que se acercaban y ante los que se irguió, expectante.
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3.
El contraataque
Levantó la cabeza justo cuando la puerta se abría y vio una figura alta, oscurecida por las sombras del interior de la casa.
—Pero, ¿qué...?
Reconoció, no obstante, su voz y también su aroma, y una desmesurada alegría estalló en el cuerpo del felino. Era una felicidad tan inmensa como ningún humano podría llegar a experimentar nunca pues el cerebro de una persona, por simple que sea, siempre está contemplando posibles problemas o anticipando el fin de ese sentimiento, pero los animales, cuando ven a su amo, sienten una dicha pura, absoluta y sin fisuras mentales.
Venga, adelante... El Neko se pegó a las piernas de la chica y frotó su lomo contra ellas, arqueando la espalda y estirando las patas delanteras con un cursi maullido que rasgó el aire. Qué vergüenza...
—Ay, Ranma —musitó Akane, agachándose a su lado para mirarle a los ojos—. ¿Ya has vuelto a pelearte con un gato?
Por una vez ha sido por una buena razón.
Le abrió la puerta del todo para que entrara y la cerró tras él. Después se sentó en el escaloncito de la entrada y Ranma, sin tardar un instante, fue a apoyar la cabeza sobre sus rodillas maullando muy contento.
—No te habrás hecho daño, ¿verdad? —le preguntó ella. Le pasó las manos por la cabeza y buscó en su rostro y en su cuello los consabidos arañazos o mordiscos que solía traer cada vez que regresaba en ese estado, pero no halló ninguno.
Las caricias de Akane son muy... agradables.
No solía acariciarle de ese modo cuando era él mismo, quizás se reservara esa dulzura para los animales. No es que no comprendiera lo que impulsaba las oscuras intenciones de P-Chan cuando reclamaba la atención de la chica, era solo que no estaba nada bien que lo hiciera engañándola.
Cerró los ojos, disfrutando del movimiento de esos dedos sobre su pelo y le encantó cuando estos se hundieron y rozaron el cuero cabelludo. Pegó más la cabeza a las piernas de la joven, frotando su oreja contra la piel desnuda de sus rodillas.
Supongo que esto no es tan vergonzoso siendo un gato.
Nadie pensaría mal de él por disfrutar en esas circunstancias, ¿no? ¡Qué tontería! Si nadie podía verle. ¡Además, estaba en su derecho! Si ese cerdo mentiroso podía, ¿por qué no iba él a...?
¡Oh! Ranma se dio cuenta de algo en ese mismo instante. No había sido solo el enfado o la frustración lo que le había empujado a comportarse así, a llegar al extremo de buscar el Neko Ken con lo arriesgado que era eso para él y para el resto del mundo. Había sido otra cosa, algo mucho más patético.
¡Los celos!
Había sentido celos de P-Chan al verle deleitarse con las caricias de su prometida.
¿Estaba celoso de un vulgar cerdo?
—Gatito tonto... —murmuró Akane, sin saber la suerte de pensamientos que estaba teniendo Ranma desde el interior del gato.
¡Ojala pudiera acordarme de decirle que no me gusta que me llame así!
Aunque había dado en el clavo; era un soberano tonto.
¿Cómo podía tener celos de un animal?
Tan abstraído estaba el Neko por los roces de la chica y él, dándose cuenta de lo ridículo que había sido, que ninguno de los dos oyeron un punteo sobre el suelo que se acercaba a ellos. P-Chan apareció y al verlos, se puso a chillar para recuperar la atención de la chica. El Neko abrió un ojo, sin inmutarse, y contempló al cerdito como si fuera un insecto insignificante.
¡Vamos, gato idiota! ¡Reacciona!
Pero éste estaba demasiado a gusto recibiendo el cariño de su ama y no se movió.
¡Diablos! Desde la rendija, Ranma empezó a desesperarse. ¡¿Te has olvidado de ese sonido tan asqueroso?!
El gato no le hizo ni caso.
A P-Chan tampoco debió gustarle ver a Akane acariciando a otro que no fuera él y su temperamento (o más bien el de Ryoga) que era del mismo tamaño que las diminutas patitas del gorrino, se encendió al instante. Primero empezó a resoplar, luego a golpear el suelo con sus pezuñitas y con un gruñido ronco y profundo, salió disparado con la misma intención de hacia un rato: golpear a Ranma en alguna zona desprotegida.
Será que su instinto porcino no le avisó de que ése ya no era Ranma.
Por suerte, los instintos felinos, mucho más despiertos, sí le avisaron a tiempo para que se pusiera en guardia. De un salto, se alzó con la espalda arqueada ante el cerdo que frenó de golpe, evitando la colisión, cuando el gato le bufó de manera siniestra.
—¡No, Ranma! —exclamó Akane, intentando agarrarle del cuello—. Solo es P-Chan.
>>. P-Chan es tu amigo.
¡Y un cuerno mi amigo! Ranma aporreó la rendija. ¡Dale su merecido!
Cerdo y gato se miraron, sin comprenderse en lo absoluto, pero percibiendo, eso sí, que había algo que los enfrentaba sin remedio. El Neko no se sentía amenazado por ese cerdito enano así que esperó, sin quitarle el ojo de encima, apretando los dientes y enseñándoselos, por si acaso. P-Chan, demasiado acostumbrado a salirse con la suya cuando se enfrentaba a Ranma en esas condiciones y que seguía, por lo visto, sin entender nada de lo que estaba pasando, no se lo pensó.
Volvió a chillar con fuerza y saltó directo al rostro de su adversario, con la intención de cegarle con un arañazo, pero la garra del chico fue rápida como un rayo y lo rechazó de un manotazo letal.
P-Chan acabó revolcándose por el suelo, confundido.
—Nada de peleas —Los regañó Akane, poniéndose en pie. Intentó levantar al pequeño en sus brazos para mantenerlo a salvo, pero Ranma saltó, gruñendo, y se colocó ante la chica en actitud protectora—. Pero, ¿qué haces, Ranma?
>>. P-Chan no me hará ningún daño.
Lárgate P-Chan, aquí ya no pintas nada.
Pero ese gorrino cabezota, o bien no era consciente del peligro real que corría, o bien no le importaba, pues siguió allí, más tieso que un palo, con esos ojillos retadores y gruñendo sin parar.
Akane, preocupaba, intentó tirar de Ranma para que retrocediera.
—Me parece que lo estás asustando —opinó. No pudo moverlo, así que se colocó ante él y le pasó los dedos por debajo de la barbilla—. Vamos, gatito, deja en paz a P-Chan.
¡No, no te distraigas!
La atención del Neko fue a parar al bello rostro de la chica, que le sonreía al tiempo que le hablaba en voz baja. El odio se calmaba, la alegría regresaba sin remedio. Y sus ansias de luchar empezaron a desvanecerse.
Ese fue el momento en que P-Chan aprovechó para volver a la carga. Salió corriendo y saltó, otra vez, hacia la cara de Ranma que no pudo librarse esta vez del ataque furioso de sus afiladas pezuñas.
—¡P-chan no, ¿qué haces?!
El gato se puso a bufar como un loco mientras se pasaba las garras por el rostro que le escocía a horrores. El cerdo saltó al suelo y le lanzó una mirada maquiavélica en la que casi se adivinaba la sonrisa de suficiencia de Ryoga. Ranma experimentó la subida del odio otra vez, mucho más visceral y animal que antes.
Ve a por él... ¡Qué no se escape!
Cuando el pequeño, al fin, se dio cuenta de que algo no era como siempre y estaba en auténticos problemas, soltó un chillido agudo de pánico y salió corriendo por el pasillo. El gato, por supuesto, corrió tras él.
—¡No, parad los dos!
Pero el ruego de Akane no fue oído por ninguno.
P-Chan entró al comedor, buscando algún escondite, pero no halló nada que le convenciera, así que lo único que pudo hacer fue ponerse a dar vueltas en torno a la mesa de madera, seguido muy cerca por Ranma, que no dejaba de bufarle y acercar sus garras a él. El otro, en un intento desesperado por tomar ventaja, saltó sobre la mesa, sobre la televisión y el resto de muebles del lugar, pero cuando el gato le imitaba para cazarle lo derribaba todo, debido a su mayor tamaño y a su fuerza desmedida. En pocos minutos, la estancia quedó destrozada.
—¡¡¿Qué estáis haciendo?!! —Les gritó Akane muy enfadada.
P-Chan optó, entonces, por salir al jardín y Ranma lo siguió.
Se precipitó hacia uno de los muros que lo rodeaban y trató de escalarlo sin éxito, sus patitas no se agarraban al cemento y por poco, no acabó acorralado por el gato. Consiguió zafarse entre las patas de éste en el último segundo y corrió, desquiciado, hacia uno de los árboles. Saltó con todas sus fuerzas y agarrándose a una rama con la boca quedó colgando en el aire.
¿Se cree que un gato no puede subir a un árbol?
Ranma le miró desde abajo, relamiéndose como si, en verdad, pensara devorarlo en cuanto lo atrapara. Le maulló un par de veces y el cerdo se estremeció de terror, aunque resistió para balancearse y logró saltar a una rama más alta. Esta vez pudo abrazarse a ésta con sus cuatro patitas y comenzó, como no, a lloriquear en busca de una salvación que ya no dependiera de él.
¡Ya lo tienes!
El gato se preparó para subir también al tronco pero en el último momento Akane le cayó encima, agarrándose a su espalda y lo despanzurró sobre la hierba. Su ama le miraba con el ceño fruncido y los coloretes encendidos por el esfuerzo de sujetarle.
¡Akane, no te metas! ¡Esto es entre el cerdo y yo!
—¡Ranma, tranquilo! —Le pidió. Sin soltarle del todo, consiguió erguirse y cogerle el rostro, obligándole a mirarla solo a ella—. Tranquilo, no pasa nada.
¡Claro que pasa! ¡Se me va a escapar!
Por desgracia, el felino ya estaba sucumbiendo al poder que su ama ejercía sobre él. En cuanto le ponía los ojos encima, su instinto depredador se apaciguaba y empezaba a maullar como un idiota.
¡No, no!
—Eso es, tranquilo —Akane introdujo sus dedos entre los cabellos de su cabeza y le masajeó con suavidad. El gato respondió cerrando los ojos de gusto—. Muy bien, eso está mejor —Le cogió de la tela de la camisa y tiró de él—. Vamos a casa.
El gatito la siguió del modo más dócil y patético posible, sin oponer ningún tipo de resistencia y frotando su lomo (espalda) contra las piernas desnudas de la joven.
Gato, traidor.
Cuando llegaron a las puertas del jardín, escucharon que el cerdo saltaba al suelo y trotaba hacia ellos, dispuesto a dar más problemas, pero Akane empujó al gato al interior y se volvió hacia el otro.
—Tú quédate fuera, P-Chan —Le ordenó con paciencia—. Ranma es muy peligroso para ti mientras esté así.
>>. Es mejor que estéis separados.
El cerdo protestó, claro, pero Akane cerró las puertas dejándole fuera.
Bueno, algo es algo.
Por lo menos le había dado un buen susto a ese idiota. La próxima vez que viera a ese animal exhibiendo su sudorosa panza ante Akane para que ésta le acariciara, quizás bastara con un gruñido gatuno para que saliera pitando. Y había sido gracioso verle correr y subirse a ese árbol muerto de miedo, lástima que fuera a olvidarlo todo después.
La chica se arrodilló junto a la mesa y Ranma se echó sobre sus piernas. Con un pañuelo y gran (e insospechada) delicadeza por su parte, su prometida se puso a limpiarle los arañazos que tenía en el rostro. Fue tan agradable que el gato no tardó nada en ponerse a ronronear.
—Vaya, vaya —Susurró ella, sonriente—. Es verdad que este sonido es más bonito que el que hace P-Chan.
Se lo dijo al oído, como si fuera un secreto y el corazón del gato se aceleró, satisfecho. Siguió ronroneando, cada vez más cómodo y calmado. Desde las puertas cerradas les llegaban los chillidos del cerdo pero, por una vez, Akane solo tenía ojos para él.
Experimentó un absoluto sentimiento de triunfo, aunque no sabía si era algo de lo que sentirse orgulloso.
Me he convertido en gato para asustar al cerdo del que tenía celos. No, eso no sonaba demasiado bien. Y a la mínima caricia, me vuelvo en un gatito cursi y obediente.
¡Pero era agradable, maldita sea!
Akane le pasó un brazo por los hombros y le siguió acariciando la cabeza con la otra mano.
—Ojala fuera siempre así.
Estar los dos solos, sin peleas, sin celos, sin animales ajenos molestando. Parecía sencillo que pudieran disfrutar de estar juntos, pero en aquella casa era muy complicado.
En fin, habrá que hacerse a la idea.
El Neko se incorporó entonces y se quedó mirando a la chica.
¡Eh! ¿Qué haces? Ranma entendió la clase de impulso que se abría camino a través de la conciencia aturullada del felino y se puso en guardia. ¡No, no, no! ¡De eso nada! Golpeó la rendija con sus puños incorpóreos pero el gato le ignoraba otra vez. Su cabeza empezó a acercarse a la de la chica.
¡Ni se te ocurra, gato asqueroso! ¡El único que besa a Akane soy yo!
Y un extraño calor invadió su consciencia, provocando que los sentidos agudizados del animal le abandonaran de golpe. Sintió un pinchazo en la cabeza, apretó los párpados y al abrirlos, tenía la cara de la chica frente a él.
—¿Ranma?
—¿Akane? —murmuró, desorientado—. ¿Qué ha pasado?
—Neko Ken otra vez —Le explicó con simpleza—. Has vuelto a casa transformado en gato y menudo susto le has dado al pobre P-Chan.
—¿Ah, sí?
—¡Mira cómo lo habéis dejado todo!
Le señaló el desorden de la habitación y Ranma dio un respingo. ¿Se había peleado con el cerdo?
Intentó hacer memoria, no de lo que había ocurrido durante su transformación, porque sabía que no lograría acceder a esos recuerdos; pero lo intentó con lo que había pasado antes de eso y se acordó de los vulgares gruñidos del cerdo ante el contacto de su prometida y que él se había marchado, muy enfadado, para...
¡El plan! Volvió a revisar la habitación, mucho más animado que antes. ¿Funcionó? ¿Le di su merecido al cerdo?
—¡Me vas a ayudar a limpiar todo esto antes de que vuelva Kasumi y le dé algo! —Le dijo Akane.
—¡Claro!
¡Ah! ¡Por supuesto!
Seguían estando solos en la casa...
—¿Qué haces? —preguntó ella, cuando Ranma se pegó a ella y recorrió con su nariz su espalda, su cuello y su nuca, con una respiración húmeda y profunda que dejaba marcas invisibles sobre su piel. Sus manos la rodearon, deslizándose por su estómago—. No serás todavía un gatito, ¿verdad?
El chico frunció el ceño ante ese apelativo, pero antes de quejarse en voz alta se preguntó cómo era cuando Akane le acariciaba estando en Neko Ken. Debía ser agradable pero, por desgracia, nunca se acordaba de nada.
La apretó un poco más contra él y la chica soltó una risita ante las cosquillas. Alzó una mano por encima de su cabeza que, bien podría haber sido para darle un coscorrón, pero que, increíblemente, se posó sobre su mejilla.
Los dedos de la joven le acariciaron y Ranma, de haber podido, seguro que habría ronroneado.
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—Fin—
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¡Hola Ranmaniaticos y Ranmaniaticas!
Hemos llegado al final de la Rankane Week :-( Parece mentira, pero así es. Y por aquí os dejo el relato final que debía ir con el tema de los celos antes de desaparecer una temporada. Decidí escribir algo que fuera un poco más ligero y divertido que la historia anterior, jejeje, y nunca está de más darle una lección a Ryoga, ¿o no?
¡Pero es verdad que los cerdos ronronean cuando los acaricias! He visto videos en youtube, aunque es cierto que no tiene nada que ver con el ronroneo de un gato, jajaja.
¿Qué os ha parecido? ¿Ha sido un buen final para la semana?
¡Vaya! Ha sido todo un reto llegar hasta aquí. Debí empezar a escribir antes porque lo he sentido como una carrera contra reloj y revisando mi agenda he visto que llevo casi dos meses escribiendo sobre Ranma y Akane sin parar O.O, creo que necesito un descansito. Así que, aunque me apena que esta semana haya terminado, me alegro de no tener que escribir más por ahora, jajaja.
Quiero daros, una última vez, las gracias por todo lo que me habéis apoyado estos días *__* Estoy muy feliz por haber llegado a tiempo, y solo espero que hayáis disfrutado de estas historias, como yo he disfrutado escribiéndolas. Me han servido para dejar a un lado preocupaciones de la vida adulta y el horrible calor que hace por aquí, ojala que os hayan servido para algo parecido.
Gracias por vuestros mensajes y comentarios de apoyo ^^ Y gracias a las chicas de la página de MFFIYR por invitarme a participar y mantener en pie este fandom con sus dinámicas.
Y bueno, ahora sí, ha llegado el final. Me despido hasta dentro de un tiempito de todos vosotros.
¡Os mando muchos besotes y abrazos!
—EroLady.