JUANJO – DIA 58
Los días pasaban, y la dinámica entre Martin y yo se mantenía en ese delicado equilibrio entre lo público y lo privado. Durante el día, en medio de la rutina del campamento, intercambiábamos miradas y sonrisas cargadas de significados ocultos. A veces, cuando nadie miraba, nos sacábamos la lengua en un gesto juguetón, sabiendo que ese pequeño acto era nuestro código secreto para expresar el deseo que nos quemaba por dentro.
Cada noche, cuando el campamento se sumía en el silencio, encontrábamos la manera de vernos a solas. Nos colábamos en la cabaña del otro. Sin poder apagar las ganas que teníamos de estar juntos sin importar las noches que lleváramos haciéndolo.
Cada beso, cada caricia, se sentían como una liberación después de un día entero de contención. Nos abrazábamos con fuerza, como si el miedo a ser descubiertos desapareciera en esos momentos de intimidad. Martin tenía una forma de mirarme, una mezcla de ternura y pasión que me hacía sentir completamente vivo y deseado. Cuando estábamos juntos, el mundo exterior dejaba de importar. La presión de las normas sociales y el miedo a las consecuencias se desvanecían.
Sabía que lo que estábamos haciendo era arriesgado, pero no podía evitar pensar que valía la pena. Cada momento con él era un regalo, y no quería perderlo.
A veces hablábamos en susurros, compartiendo nuestros miedos y sueños. Yo le aseguré que encontraríamos la manera de estar juntos, aunque fuera complicado. En esos momentos, la conexión entre nosotros se sentía más fuerte que nunca.
Los días continuaban pasando, y aunque sabíamos que nuestro tiempo en la isla era limitado, tratábamos de no pensar en el final. Nos centramos en disfrutar de cada instante, de cada mirada furtiva y cada sonrisa cómplice. Cada noche, cuando nos encontrábamos a solas, era una reafirmación de lo que sentíamos, una promesa de que, pase lo que pase, lucharíamos por estar juntos.
En el fondo, ambos sabíamos que enfrentaríamos desafíos cuando llegara el momento de despedirnos de la isla. Pero por ahora, decidimos vivir el presente, aferrándonos a la felicidad que habíamos encontrado en esos días y noches compartidos. Y mientras tanto, seguiríamos sacándonos la lengua y sonriendo, encontrando en esos gestos pequeños una manera de mantener lo que fuera que estuviera pasando entre nosotros, incluso en medio de la incertidumbre.
A lo largo de mi estancia en el campamento, había descubierto que, además de la relación que compartía con Martin, lo que realmente me llenaba de alegría era el tiempo que pasaba con los niños, en especial con Ruslana. Era una niña llena de imaginación y entusiasmo, y cada momento que compartía con ella se convertía en algo especial. Si además podía disfrutar de esos momentos con Martin, el tiempo se volvía mágico.
Esa tarde, en uno de los talleres dedicados a la sostenibilidad y el reciclaje, los niños debían construir casas para pájaros a partir de materiales reciclados. La idea era genial, y los niños estaban entusiasmados con la actividad. Sin embargo, como ya había pasado el día en que pintamos los carteles yo me había dado cuenta de que las manualidades no eran precisamente lo mío, decidí pedir ayuda a Martin, quien tenía una habilidad innata para el diseño y la construcción.
Mientras los niños se afanaban en recortar y pegar trozos de cartón y botellas, Martin, Ruslana y yo nos colocamos en una mesa apartada, rodeados de papeles, pegamento y demás materiales reciclados. Ruslana estaba especialmente emocionada. Martin se hizo cargo de las partes más complicadas de la construcción, mientras yo trataba de seguir sus indicaciones, aunque no podía evitar reírme de mis propios torpes intentos.
Cada vez que nuestros dedos se rozaban al alcanzar el mismo trozo de material o cuando nuestras miradas se encontraban al coordinar una pieza, sentía una corriente de complicidad y calidez entre Martin y yo. No había necesidad de palabras; nuestros gestos y sonrisas hablaban por sí mismos.
Ruslana, que estaba inmersa en su propio proyecto, de vez en cuando nos miraba con una expresión de satisfacción. Le encantaba vernos trabajar juntos y parecía orgullosa de haber reunido a dos de sus adultos favoritos en su taller. Nos lanzaba sugerencias y correcciones con la seriedad de una experta en manualidades, y Martin y yo nos reíamos ante sus comentarios y correcciones.
Finalmente, cuando las casas para pájaros estuvieron listas, Ruslana nos miró con orgullo y felicidad, sentada entre los dos en su pequeña silla, se levantó y pasó su brazo izquierdo por mis hombros y el derecho por los de Martin, haciendo que los dos nos acercáramos a ella para abrazarla. Nuestros rostros quedaron increíblemente cerca, solo pude fijarme en los preciosos ojos verdes del arquitecto y el pequeño lunar bajo sus pestañas.
Ver la alegría de la pequeña, saber que había disfrutado del taller y que, además, lo habíamos compartido juntos, me hizo sentir que esos momentos eran verdaderamente únicos. Sabía que esos recuerdos serían los que llevaría conmigo mucho después de que el verano terminara.
Esa noche se estaba desarrollando como cualquier otra, terminamos de cenar y Martin y yo, con dos excusas diferentes nos levantamos de la mesa y nos dirigimos, con una distancia prudencial entre nosotros y comprobando que nadie pudiera verlos, a la cabaña del menor. Nada más cerrar la puerta tiré de Martin apoyándolo sobre la pared y me lancé a sus labios.
- Cada día me cuesta más aguantar las ganas de besarte a todas horas.
Martin sonrió antes de contestar, aunque pude notar algo de nostalgia en su voz.
- A mi me pasa lo mismo.
- Ey, ¿qué pasa? – Dije sujetando su barbilla con una mano mientras mantenía el agarre de la otra sobre su cintura.
- Nada, que solo te quedan dos días aquí. – Dijo en un murmuro.
- No me digas que me vas a echar de menos. – Contesté yo tratando de vacilarle para quitarle peso a la situación.
- No tiene gracia, Juanjo. – Dijo él molesto, escapándose de mi agarre y sentándose en el sofá.
- Lo siento. – Le pedí perdón sentándome junto a él. – No era el momento de hacer bromas.
- No lo es, no.
- Martin, nos quedan dos noches aquí, vamos a intentar disfrutarlas, por favor. No pensemos en qué pasará después, ya nos preocuparemos de eso.
Martin no respondió, sino que se sentó sobre mí, apoyando su cabeza en el hueco de mi hombro y rodeándome con los brazos alrededor del cuello. Yo le correspondí, llevando mis manos a su espalda y acariciándola de arriba a abajo. Ambos suspiramos profundamente, llenando nuestros pulmones con el aroma característico del otro. En ese instante, deseé absorber cada segundo de ese momento, sabiendo que cuando me fuera, echaría mucho de menos estos instantes. Necesitaba algo que me recordara a estos días, una forma de retener la esencia de lo que estábamos compartiendo.
Seguí acariciándole la espalda despacio, atreviéndome a meter mis manos por debajo de la camiseta, lo que provocó que su piel se erizara. Martin empezó dejar pequeños besos en mi cuello y fue subiendo poco a poco hacia mi mandíbula, sin dejar ninguna marca para no ponernos en una situación comprometida al día siguiente. Siguió ese camino de besos hasta la comisura de mis labios cuando no pude aguantar más. Le sujeté por la nuca y uní nuestras bocas de nuevo en un beso pasional, un beso que recordaríamos cada día pese a la distancia que estaba a punto de separarnos.
Continuamos besándonos durante varios minutos, quizá horas, acariciándonos cada parte de piel visible. Hasta ese momento, no habíamos pasado al siguiente nivel, no habíamos compartido más que besos y caricias, alguna subida de tono, pero siempre con la ropa puesta.
⚠️+18 (suave)
Martin parecía decidido a llevar nuestro encuentro un poco más allá, en uno de los instantes en los que nos separamos para tomar aire, llevó sus manos al dobladillo de mi camiseta tirando de ella para quitármela. Sin perder tiempo yo hice lo propio con la suya, haciendo que nuestros torsos quedasen desnudos, notando el contacto directo entre nuestros cuerpos.
Ese contacto se incrementó cuando empujé a Martin contra el sofá, quedando tumbado boca arriba conmigo entre sus piernas. Seguimos besándonos desesperadamente, ninguno queríamos ceder el control del beso, mientras nuestras manos paseaban ahora libremente por el cuerpo del otro, haciendo cada vez más intenso ese momento. En esa posición notábamos más todavía el deseo creciente entre los dos.
Comencé a bajar mis besos por su mandíbula, de ahí pasé a su cuello y después seguí descendiendo por su torso, llegando a su pezón izquierdo. Noté como Martin se tensaba, pensé que disfrutaba de la sensación que mi boca le estaba provocando, pero cuando seguí besando su vientre y me acerqué al borde de sus pantalones el menor seguía tenso, más incluso que antes.
⚠️ fin +18!
Levanté mi mirada y nuestros ojos se encontraron. No supe identificar lo que estaba sintiendo, pero desde luego sus ojos no reflejaban el deseo de hacía unos minutos.
Me incorporé sobre mis rodillas, alejándome de él.
- ¿Estás bien?
- Si-si, estoy-estoy bien. – Dijo tartamudeando mientras se levantaba y se sentaba en el sofá de nuevo.
- Perdóname, igual he ido demasiado rápido, pensé que querías...
- Y quería, perdón, no sé qué me ha pasado.
- No me pidas perdón, esto es algo de los dos, si no te sientes cómodo con algo solo tienes que decirlo y paramos. No pasa nada.
- Estaba, estoy cómodo, Juanjo, y me gustaba lo que estaba pasando entre nosotros, pero de repente me ha venido a la cabeza que en dos días no te volveré a ver y no sé...
- Oye, no te preocupes, ven aquí. – Le dije atrayéndolo en un abrazo mientras me sentaba apoyando la espalda contra el respaldo.
- Hace mucho tiempo que no estoy con nadie y aunque me muera de ganas de acostarme contigo creo que si lo hacemos todo será más complicado.
- ¿Más? – Solté una risa nerviosa, haciendo que Martin volviera a mirarme a los ojos.
- Si, cuando te vayas te echaré de menos, echaré de menos tu risa en cada rincón de este campamento, echaré de menos tus miradas a escondidas, echaré de menos tu olor, echaré de menos tus besos y caricias, pero no sé si soportaría echarte de menos en mi cama cada noche.
- Martin...
- No digas nada. Yo solo, lo siento. ¿Podemos seguir como hasta ahora hasta que te vayas, por favor?
- No me pidas perdón, no hay nada que sentir. No voy a engañarte, me muero de ganas de estar contigo, llevo queriendo hacerlo desde la primera vez que me besaste, pero siempre voy a respetar lo que me pidas. Entiendo lo que dices, porque yo voy a echarte de menos tanto como tu a mí. Y por supuesto, ahora que nos hemos besado no pienso dejar de hacerlo hasta que ponga los pies en ese aeropuerto.
- ¿Te quieres quedar a dormir?
- Me encantaría, pero no creo que sea buena idea... Ninguno de los dos queremos que alguien me vea saliendo de aquí por la mañana.
- Tienes razón. - Cedió.
- De hecho, tendría que irme ya.
- ¿Te vas ya? ¿Es por haber cortado el momento?
Su voz sonó temblorosa en ese momento, cargada de dudas y preocupación. Le tomé de las mejillas con ambas manos, haciendo que me mirara de nuevo, para que viera que estaba siendo totalmente sincero con él.
- Escúchame. No es porque hayas cortado nada, de hecho, creo que tienes razón, que nos estábamos dejando llevar sin pensar en lo que podría suponer romper esa línea para después separarnos. Pero si me quedo sabes tan bien como yo que ese momento se repetiría varias veces a lo largo de la noche y ni mi fuerza de voluntad ni la tuya son tan grandes como para soportarlo. Mañana volveremos aquí después de cenar y volveremos a ser los mismos de estos últimos días porque no me imagino una mejor manera de pasar la última noche que con tus besos.
Dicho esto, volví a acercarme a sus labios y le besé expresándole en ese beso todos los sentimientos que se quedaron atascados en mi garganta. Recibiendo de vuelta un beso tierno, lleno de amor. «¿Amor? ¿Era eso lo que sentía por Martin? ¿Era eso lo que Martin sentía por mí?» Pensé antes de sepárame del pequeño.
Me acompañó a la puerta para que pudiera irme a mi cabaña, pero antes volvimos a besarnos, deseándonos las buenas noches sin palabras.
Salí de la cabaña de Martin con las mejillas encendidas y una sonrisa radiante que no podía borrar de mi rostro. La pasión e intimidad de los momentos compartidos aún me recorrían el cuerpo, dejando una sensación de calidez y felicidad que me envolvía por completo. Mientras me dirigía a mi cabaña, pasé por delante de la de mi amiga Almu y escuché unos sollozos ligeros provenientes de su porche.
Intrigado y preocupado, me acerqué más y la vi hecha un ovillo en uno de los sillones, abrazando sus piernas con fuerza. Sin decir nada, entré en su cabaña, saqué una manta y volví al porche para cubrirla con suavidad. Me senté junto a ella, rodeándola con mis brazos en un intento de calmarla.
- ¿Qué te pasa, Almu? – Le susurré, preocupado.
Ella tardó un momento en responder, como si estuviera reuniendo el valor para hablar. Finalmente, levantó la cabeza y me miró con los ojos llenos de lágrimas.
- Me gusta Álex, Juanjo. Me gusta mucho. – Confesó entre sollozos. – Y me da miedo irme de la isla en dos días. No sé cómo voy a afrontar el tener que separarme de él.
Sentí una punzada en el pecho al escuchar sus palabras. Sabía exactamente cómo se sentía. Le apreté el hombro con cariño y le sonreí con comprensión.
- Lo harás, como haces todo siempre, con fuerza y valentía, como tú eres.
Almudena suspiró y se acurrucó más cerca de mí.
- Es que no es solo que me guste, Juanjo. Es todo lo que me hace sentir. La forma en que siempre se preocupa por mí, cómo sabe cuándo necesito un abrazo o una palabra de ánimo, cómo nos decimos todo con sólo mirarnos. Y cómo se ríe con mis chistes, incluso con los malos. – Ella se rio suavemente entre lágrimas. – Me he dado cuenta de que él me hace sentir segura, como si nada malo pudiera pasar mientras esté a su lado. Y de que quiero estar todo el rato con él. Como si no me cansara nunca. – Tomó aire un segundo y afirmó. – Creo que estoy enamorada de él.
Escuchar a Almudena hablar así de Álex me hizo reflexionar. Recordé todos esos momentos que había compartido con Martin: cómo me hacía sentir, la seguridad y la tranquilidad que me daba. La forma en que sus ojos brillaban cuando hablábamos, cómo su risa me hacía olvidar cualquier problema. Y esa sensación de no querer sepárame de él o la necesidad de besarle cada minuto que pasábamos a solas. Me di cuenta de que sentía todas esas cosas por Martin también.
«¿Eso significaba que yo estaba enamorado de él? ¿Así se sentía el amor?» Pensé incapaz de pronunciar aquellas palabras en voz alta frente a mi amiga.
- Es increíble cómo alguien puede llegar a significar tanto, ¿verdad? – Comenté en cambio, tratando de ordenar mis pensamientos. – A veces ni siquiera nos damos cuenta hasta que es casi demasiado tarde. Pero creo que esos sentimientos son lo que hacen que todo valga la pena.
Almudena levantó su mirada para encontrarse con la mía elevando una ceja.
- ¿Me he perdido algo? Hablas como si estuviera pasando por lo mismo que yo.
- ¿Yo? No, era solo un comentario... - Mentí.
- Ya...
- ¿Habéis hablado de qué pasará cuando nos vayamos? – Le pregunté.
- No, no me he atrevido a sacar el tema, supongo que mañana tendremos que hablar de ello.
- ¡Ay! Almu... ¿Dónde nos hemos metido? - Exclamé.
Nos quedamos en silencio por un momento, abrazados y compartiendo nuestras inquietudes. La noche avanzaba y el sonido de las olas del mar de fondo parecía acompañar nuestros pensamientos. Mientras consolaba a Almudena, una revelación silenciosa se instaló en mi corazón: estaba enamorado de Martin. No se lo dije a mi amiga, pero esa noche, supe con certeza lo que mi corazón había estado tratando de decirme todo este tiempo.
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¡Holaa!
Me ha encantado leer vuestras teorías y ojalá fuera tan fácil, pero os recuerdo que están en un país en el que no pueden ni siquiera ir de la mano por la calle... ¿creéis que les dejarán adoptar una niña?
Nos leemos mañana.
Gracias. Besos. B.