Importancia
Estaba en un lugar cálido, suave, se sentía tan bien a pesar del dolor de su cuerpo, le acariciaba la cabeza. Ese sentimiento, ese calor, hacía mucho que dejó de sentirlo, años enteros en qué lo olvidó y se preguntaba realmente si era real o producto de su imaginación.
—¿Mamá?— apenas audible salió de sus labios, le costó una eternidad decirlo, pero es que... tanto tiempo que... ¿Acaso volvió? ¿Volvió por él? ¿Volvió después de todo y está vez lo llevará con ella para librarse de todo? Le gustaría creer que sí.
—¿Mami a dónde vas?
—¿Qué te importa mocoso?
—¿Me vas a volver a dejar solo?— Para el pequeño niño no era la primera si no la segunda vez que veía salir a su madre por esa puerta para no regresar.
—Quédate adentro Alejandro, volveré por ti
—Pero yo... quiero ir contigo, no me dejes otra vez— Se le abrazó a la pierna y empezó a llorar. La mujer, fastidiada, se agachó y se lo quitó de encima.
—¡Que te quedes mierda! ¡Quédate porque yo no te quiero! ¡Quédate a cuidar a los bastardos de tu padre! ¡Te odio, porque por tu culpa mi vida se arruinó! ¡Maldigo el día en el que naciste!— La mujer, así de alterada como estaba, tomó un florero que estaba en la mesita al lado de la puerta y se lo arrojó al niño para después dar media vuelta y salir sin mirar atrás.
Esa fue la última vez que vió a su madre, tenía un mes de haber vuelto y llevar una bebé que era su hermana para después dejarla ahí. El florero roto que le dió entre la cabeza y el cuello le dejaron dos puntos de sutura en la frente y una cicatriz en el cuello que no se ha podido quitar. Y así como esa, le dejó otra en el corazón, la cual, todavía sangra si se le presiona con suficiente fuerza.
La última imagen que tiene de ella, es de ese despampanante cabello negro y esa suave y terza piel morena. La ve a diario en el espejo cada que se mira, es su propio reflejo. Su padre entre castigo y castigo no deja de mencionarle que se parece tanto a ella, incluso le ha llamado un par de veces por su nombre. Pareciera que desquita sus frustraciones con ella en lugar de con él.
Esa visión, ese recuerdo tan palpable como si hubiera sido ayer, no lo había tenido nunca antes. Por lo que, sí lo está teniendo ahora, es porque debe ser ella quien está con él. Ahora le acarició las mejillas, le limpió las lágrimas que salieron involuntariamente del recuerdo. Abre los ojos de golpe, y los vuelve a cerrar porque la luz le lástima. Vuelve a abrirlos, de poco en poco, está viendo borroso, producto de sus delirios quizás, pero logra distinguir una cabellera negra.
—Mamá, volviste. Volviste por mi...— apenas si puede levantar una de sus manos y ponerla sobre la que tenía en el rostro —te extrañé mucho, aún si tú no querías verme— no sabe realmente lo que está diciendo, está apenas consciente.
Melissa había pasado toda la noche en vela cuidando al joven, evitando que se le subiera la temperatura y calmando sus escalofríos, de todos modos no es la primera vez que lo hace, cuidar niños se le daba bien por eso su madame la mantenía aún con empleo. A diferencia de el señorito Damián que había dormido tendido toda la noche ella no había podido cerrar ojo, el joven se encontraba en un estado deplorable y se le encogía el corazón con solo ver su estado: demasiado delgado para poder existir, ojeras pronunciadas y su respirar pesado, este no era un adolescente, era un niño jugando a ser adulto sin saber cómo.
Escuchó las palabras del joven y sintió ganas de llorar, no importaba que tuviera dos hijos, nadie la había llamado madre jamás.
—Me alegra saber que estas consiente
Besó la mano del chico con ternura.
—Pero lamentablemente no soy tu madre, mi nombre es Melissa y soy la niñera de los Price
Eso lo hizo abrir los ojos por completo, preocupado. Vió que no estaba en casa, es más, ni siquiera sabía dónde estaba. La niñera de los Price, eso significa, que está en casa de Damián y sus hermanos están solos en su casa. Intentó levantarse.
—Tengo que irme— Ignoró su propio dolor y se enderezó, no podía dejarlos ahí, tiene obligaciones que cumplir, no puede quedarse.
—De eso nada señorito— La mujer puso una mano en la pierna de Alex, evitado que le levanté —Estás mal, querido, no solo por como te trajeron los señoritos Damián y Adrián, si no por todo, no puedo dejar que te vayas
Melissa intentó recostar a Alejandro otra vez, podía ver la preocupación que emanaba el chico.
—Tomémonos un minuto de calma ¿Quieres? Ya te conté mi nombre, el tuyo es ¿Alejandro? Escuché al señorito Damián decirlo— La mujer acariciaba con ternura la pierna del joven —Déjame, como mínimo traerte algo de comer
Dejó que lo acostara otra vez, quería irse y llegar a casa con sus hermanos, pero la mujer no lo dejaría irse.
—Está bien— La vió salir del cuarto y regresar a los pocos minutos con un plato humeante.
—Esto es lo que le preparo a los niños cuando se sienten mal— le acercó al chico el plato cálido con cuidado, era una sopa con verduras y una generosa porción de pollo, el mejor remedio que conocía —Ahora que es pareja del señorito Damián sería agradable tenerlo más seguido en casa, necesitas comer con urgencia, no es sano el peso en el que estás.
Melissa miraba a Alejandro comer, sentía una calidez en el pecho, así la sentía con todos los niños que le habían tocado cuidar, desde el rebelde Damián que se negaba a llorar cuando ella le trataba las heridas de niño hasta sus mellizos, no importaba que Adam la ignorara o evitará dirigirle la palabra, que estuviera bien era todo el pago que ella necesitaba.
—Él y yo no estamos saliendo, solo somos amigos— Aún tenía el plato en las manos, era una porción más grande de las que estaba acostumbrado a comer —No se preocupe por mi
Melissa negó con la cabeza.
—Perdóneme entonces, el estado nervioso del señorito Damián y un comentario de el señorito Adrian me hizo pensar que ustedes... bueno, realmente si quieres un consejo, aléjate de este lugar— Empezó a retorcer el trapo que tenía en las manos con nerviosismo —Antes de que sea tarde, los Price son traicioneros, mentirosos y crueles, no me mal entiendas, amo trabajar aquí pero ellos están podridos por completo
Se levantó de un salto, acomodándose el uniforme mientras sonreía nerviosamente.
—Yo-yo le diré al señorito Damián que ya despertó, vuelvo en unos minutos
Cuando la mujer se dirigió a la puerta para salir Damián ya se había adelantado, el hijo mayor de los Price entró en la habitación. Tembloroso, tragándose las lágrimas y con una mueca de dolor evidente pero, cuando vió al latino sentado en la cama su dolor pasó a segundo plano. Se abalanzó a abrazarlo.
—Alejandro, mierda, estás... estás bien— No quería soltarlo —No vuelvas a asustarme de esa manera, idiota
—Señorito Damián— Melissa tocó con suavidad su hombro —Creo que sería bueno que lo revisaremos a usted también
—Estoy bien
—No, no lo está
—Deja que te revise— Se lo quitó de encima y lo tomó por los hombros para verlo a la cara y observar sus ojos aguados
Damián lo alejó, sintió la cara ardiéndole de vergüenza, le dolía el rose de la camisa pero estaba acostumbrado, ahora su única preocupación era el chico que tenía enfrente, ya vería cómo recompensárselo a Melissa después.
—¿A quién le importa como estoy? ¿Cómo te sientes tú? ¿Qué tanto te duele aún?
—A mi me importa. Yo ya estoy bien
Damián no creía que fuera capaz de desmoronarse, no cuando llevaba tantos años soportando los golpes, no cuando el mismo se obligaba a seguir de pie, a demostrar a su su padre y la arpía de Emma que podía con eso y más, pero cuando escuchó aquello, cuando los labios del latino pronunciaron palabras tan simples pero que le llegaron hasta el fondo supo que solo Alejandro era capaz de hacerlo pedazos y derrumbarlo y no le molestaba en absoluto. "A mi me importa" Era tan doloroso pensar que habría un segundo significado oculto que simplemente lo ignoró, no quería pensar en por qué alguien le importaría sin querer algo a cambio.
Tomó el rostro del chico con ambas manos y lo besó.
El sabor de esos labios era adictivo, podía irse al infierno con tal de probarlos una vez más. Le acelera el corazón, le hace estremecer y temblar su piel. Lo prohibido siempre es lo más dulce de probar, y Damián, era lo más prohibido que había encontrado.
Aún si quería quedarse así por siempre, debía volver a la realidad. Se separó de él y lo miró a los ojos.
—Qué te revise la espalda para que pueda irme tranquilo
Despertó, sobresaltado al sentir un algo impactar en su rostro, tardando un par de segundos recordar dónde estaba, la sala de su casa. Se llevó las manos al rostro para quitarse aquello y se le hizo un hueco en el estómago al sentir el papel arrugado y oler la tinta impresa. Era un periódico.
—A mi oficina, ahora, tienes mucho qué explicar
Y esa era la voz inconfundible de su padre, ese tono severo y de molestia, le iba a doler, mierda, le iba a doler durante semanas pero bien se lo había ganado. Hizo un recuento mental de todo lo que había hecho ayer que mereciera ser castigado:
Llegar tarde a casa
Salir en las portadas del periódico
Hacer que despidieran a alguien
Dormir en casa ajena
Besarse con un chico
Comerse al hijo del empleado de su padre
Llegar de madrugada a la casa
Meter a Alejandro a escondidas
Dormir en el sillón (Reglas de Emma)
Ahora, la verdadera pregunta era ¿De cuántos de sus delitos estaba consciente? Bien podría castigarlo por solo el periódico, esperaba que fuera solo eso, de todos modos, cuando leyó el encabezado suspiro, nada que lo inculpara. Era culpa de Alejandro después de todo ¿No? Si no se hubiera hecho el difícil en un inicio se hubieran ahorrado todo esto. Estaría ahorrándose el ir hacia la oficina de Edward, esa oficina que tanto miedo le daba.
La oficina de Edward era una habitación prohibida para todos en la casa, incluso para Emma, en lo más profundo de la casa, no importa que oyeras, nadie podía entrar jamás.
A menos, claro que seas citado por Edward, de todos los hermanos, Damián era el único que conocía aquella habitación y en ninguna de las veces salió completo, aquel lugar siempre le robaba algo, no estaba seguro de que le arrebataría está vez.
Cuando tocó la puerta para entrar, su padre le dijo que pasará, estaba igual que la última vez que la vió hace tres años. El librero de madera barnizado gigante que estaba lleno de ejemplares diversos libros sobre negocios, leyes y algún que otro premio con su nombre escrito, frente al librero una silla de cuero marrón y frente a la silla un escritorio de madera oscura tan limpia y ordenada que bien podía hacerse pasar por un adorno más. Había un ventanal a su derecha que estaba parcialmente cubierto por una cortina color carmín y una cómoda pegada a la pared de la izquierda, en ella, un jarrón similar al que había roto hace años con claveles, los favoritos de Emma.
—Toma asiento, creo que ya sabes por qué estás aquí
Damián asintió, intentó ocultar el temblor en sus dedos, se sentó en la silla frente al escritorio de su padre, miraba al suelo. Edward estaba parado frente a la cómoda, sacó una botella de ron y lo sirvió en dos vasos, cuando se sentó le extendió uno a su hijo.
—Damián ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Te gusta hacerme enojar? Dime ¿Disfrutas con mi frustración?— El hombre meneó la bebida —Mírame a los ojos cuando hablo, ten la misma valentía que tuviste en retarme para levantarme la mirada ¡Damián!
Se obligó a mirar a su padre, el miedo que tenía era horrible, esa sensación de un hueco en el estómago, de querer esconderse. Trago saliva.
—No hice nada malo— sentenció al final, con la voz más firme que pudo —Ya soy un adulto, deberías dejar de hacerme esto
—¿Un adulto?— Edward le dio un trago a su bebida —¿Un adulto se comporta como lo haces tú? Adrian me lo contó todo, ahora estoy interesado en la historia completa.
Apuntó al periódico que Damián sujetaba con fuerza, le hizo un gesto para que se lo extendiera, Damián se lo dió, sentía que le quemaba las manos.
—"Hijo mayor de los Price ¿Demasiado piadoso? Mesero se arrodilla a pedirle dinero"— Leyó el titular —Mírame a los ojos y dime que no fue tu culpa esto, júrame que el hijo de Antonio se arrodilló por dinero sin más
Damián se sentía pequeño, como un niño de diez años, su padre era complicado de tratar, nada se le escapa a él, nadie era capaz de tomarlo por tonto... debía intentarlo.
—Lo juro
Edward entrecerró los ojos, miró a Damián unos segundos.
—Entonces, ya que eres un mentiroso, me negarás que metiste a este muchacho a escondidas en la madrugada— Ahí estaba, el titubeo que conocía de su hijo, el gesto con el que se delataba, un cambio de respiración tan leve, tan rápido —Damián
—No metí a nadie en la madrugada
Edward se levantó de la silla, miró a su hijo con ira, no dejaría que el, ni nadie lo tomara por tonto
—Levántate, quítate la camisa
—Papá...
—Entonces dímelo, admite que tienes algo con el hijo de Antonio
—No tengo nada con nadie
Damián se tragó el miedo como si se tratase de una bola de hierro al rojo vivo, le dolía, le ardía pero se levantó, se quitó la camisa con un leve temblor en los dedos, ahora estoy era la guerra, estaba dispuesto a retarlo una vez más.
Mentirle a Edward
El hombre sacó del cajón de su escritorio el cinturón de cuero, Damián podía sentir un escalofrío en la espalda, quería echarse a correr, estaba seguro de que era más rápido que Edward pero no se iba a comportar como un cobarde ¿Quería castigarlo? Que lo hiciera, no se arrepentía de nada, es más, que lo matara, jamás se arrepentiría de nada de lo que hizo ayer. Nada.
—Te daré una última oportunidad, tendré piedad de ti ¿Estuviste ayer en la casa de Alejandro hasta altas horas de la madrugada?
—La piedad es para los débiles, si vas a golpearme hazlo bien— Tragó saliva —No, no estuve en casa de Alejandro
Y sintió el primer golpe, casi quiso soltar un grito, fue más fuerte de lo que estaba acostumbrado, de inmediato se metió la camisa en la boca, sofocado cualquier grito que fuera a soltar, ni Adrián, ni Emma, ni nadie en esa maldita casa tenía que saber que le dolía.
—¿Llegaste a altas horas de la madrugada ayer?
—No.
Volvió a golpearlo, sintió el sudor en la frente, aguantaba, podía hacerlo, necesitaba hacerlo.
—¿Adrián tuvo que ir por ti hasta el otro lado de la ciudad y recogió a dos jóvenes más?
—No. Me regresé solo y en mi motocicleta
Esta vez gruño con fuerza cuando sintió el impacto, podía sentir la piel pulsarle, mordió con fuerza la camisa
—¿Sientes algo por el hijo de Antonio?
—Nada que no sea asco
Las piernas comenzaron a temblarle, se sujetó al escritorio, hasta sus brazos parecían estar a punto de quebrarse, no iba a llorar, no, nadie merecía que lo viera llorar.
—¿Te das cuenta del error que estás cometiendo?
No contestó, Edward volvió a golpearle con fuerza, podía sentir su sangre salpicarle el rostro, ahora tenía frío y sentía el líquido rojo caer por los costados de la espalda, era la primera vez que Edward lo hería de tal manera en tan poco tiempo, realmente estaba molesto. El sabor de la camisa se convino con el de la bilis que sentía iba a devolver, ahora quería vomitar, como si los gritos que estaba ahogando le quemaran por dentro y removieran sus entrañas.
—Te hice una pregunta Damián, contéstala
—Un Price jamás se equivoca, aún tenga al mundo en contra suya— Apenas podía hablar, había escupido la camisa, jadeaba —Palabras exactas tuyas ¿No?
Fue en error escupir la camisa, el último golpe si que lo hizo gritar, se llevó las manos de inmediato a la boca para callar sus quejidos pero sus piernas no soportaron más y se fue de cara al suelo, sintiendo que todo el cuerpo le temblaba y le ardía. Edward lo miraba desde arriba, con desprecio.
—Te hubiera dejado morir en el hospital junto con la puta de tu madre
Damián aún se tapaba la boca, aún podía contener las lágrimas.
—Emma tenía razón, eres una horrible abominación que debí abandonar, solo llegaste a separar mi matrimonio y ahora, después de todo lo que he hecho por ti me contestas como si tuvieras derecho. Usas mis palabras contra mí ¿En qué te vuelve eso Damián? ¿Qué clase de hijo se vuelve uno que es un mal agradecido miserable?
Intentó reincorporarse, sentía que sus brazos eran de gelatina, la espalda le dolía como mil demonios y sentía el picazón en los ojos suplicándole por que dejara liberar las lágrimas, aún, con todo el peso encima, logró ponerse de pie, tambaleante, se sujeto de el escritorio.
—Tu me lo dijiste, querido padre, el amor te vuelve irracional— Sentía la voz espesa —El amor que le tuviste a la zorra de mi madre es lo que te está llevando a esto, yo soy el resultado
Edward ni siquiera se volteó a verlo, ya estaba saliendo de la oficina.
—No vale la pena Damián, ya no vales la pena
Allí estaba, lo último que le quitó la oficina de su padre, el amor de la única persona que está obligado a quererlo.
No importa, ya no importa. Cuando Edward salió de la oficina se colocó la camisa que había hecho bola y aguantó los gritos de dolor cuando tocó la espalda, esperaba que no se notará la mancha en su camisa. Tragó saliva. Tal vez aquellas palabras lo habían roto más de lo que tenía pensado pero ahora tenía otra cosa en mente.
"Alex"
Ahora estaba sentado en la cama de Melissa, con el ceño fruncido mientras se tragaba los sonidos que pudiera soltar del dolor. No sabía que tan mal se veía pero, por la cara de Alejandro supuso que sería tan malo como se imaginaba.
—Damián
—...
—Damián— Empezó a sacudirlo con cuidado.
—...
—¡Damián! Llevo un rato hablándote, ya me voy
—¿Qué? Tú no vas a ir a ningún lado— Había salido de su ensoñación, estaban sentados en la cama de la mujer, quien justamente había terminado de curarle la espalda.
—Me tengo que ir, mis hermanos están solos en casa, además, se molestará mi padre
—Que se joda, además, no dejaste solo a nadie, la niña, ¿Cómo se llama? La impertinente, no se quiso quedar
—¿Trajiste a Agatha? Con más razón debo irme, se quedaron solos los más pequeños— Se levantó y comenzó a ponerse los zapatos y la camisa con cuidado y prisa, no sabe qué hora es pero es de día, espera que no sean más de las doce —¿Dónde está?
—Creo que está con mi hermano, Melissa ve y tráela— La mujer salió después de asentir con la cabeza, ahora estaban solos en el cuarto.
Terminó de abrocharse los zapatos y se puso de pie, cuando alzó la vista, se chocó con el pecho del contrario, quien lo sostuvo de los brazos con delicadeza y lo miró coqueto.
—¿No te vas a despedir?— Le susurró al oído.
—A-ahora no Damián, luego hablamos de esto, en otro lugar— pero fue totalmente ignorado, dió un paso hacia atrás que no sirvió de nada porque Damián lo tomó de la barbilla y le dió un beso, uno cálido, lento y tierno que hubiera durado más y aumentado su intensidad si no hubieran sido interrumpidos.
—Que asco— Agatha entró al cuarto, se rascaba los ojos, se notaba que acababa de despertar —¿Alejandro?— Cuando vió a su hermano de pie, corrió a abrazarlo con fuerza.
—¡Hey! Cuidado ¿Quieres que se le abran las puntadas a tu hermano acaso?
—Ya vámonos Ale, tu amigo no me cae bien, es un engreído, además, seguramente el viejo te dejó así por su culpa— ignoró la voz de Damián y le dió la mano y empezó a jalarse repitiendo una y otra vez "vámonos"
—Ya me voy, nos vemos luego, no quiero causarte más problemas con tu padre
Le dió la mano a la niña y se dirigió con la mujer, ella los sacaría del lado de la cocina para que no los viera.
—Muchas gracias por todo lo que hizo por mi Melissa, Dios bendiga su buen corazón y lamento causarle tantos problemas
Fueron rápidos al irse para que nadie más de la casa pudiera verlos. No llevaban dinero, así que tuvieron que caminar un rato hasta la parada de autobús, en el camino, Agatha le contó lo que pasó después del incidente, le dijo que su padre se había ido y suspiraron aliviados, por lo general cuando se va así de la nada en las madrugadas, tarda uno o dos días en volver, por lo que no tendrían que preocuparse de él, al menos hoy. También le contó que conoció un niño, que había sido extraño y grosero al principio, pero que después de un rato le cayó mejor, que no dejaba de hablarle de animales y que incluso le mostró un conejo que tenía escondido con él. No supo en qué momento se quedó dormida pero la despertó la mujer y la levantó de un sillón en el mismo cuarto. Llegaron a su casa donde su hermana en automático corrió a su habitación a darle un pellizco a Santiago, debía desquitar lo de ayer.
Se sentó en el sillón, ciertamente, le dolía el cuerpo, pero las manos de esa mujer eran mágicas, de no ser por ella, no hubiera sido capaz de levantarse en un par de días. Suspiró y volvió a su mundo real, debía encontrar otro empleo pronto. Se quedó un rato ahí, cerró sus ojos un momento y dejó caer la cabeza en el respaldo del sillón, desesperado, de verdad que necesitaba ese trabajo.
Escuchó la marca de la hora en punto del reloj, por lo que se enderezó solo para ver, como en la pequeña mesa de en medio de la sala reposaba encima un pedazo de papel bien doblado entre los objetos. Lo tomó con cuidado, desdoblándolo y sosteniéndolo en sus manos. Un billete, uno que había visto el día anterior. Apretó los cien dólares y cuando le dio la vuelta había algo escrito.
"Olvidaste la propina ;)"
Una sonrisa se coló por sus labios sin darse cuenta.
Idiota.