Robin suspiraba al ingresar a su clase.
Las 8 AM de un lunes eran toda una pesadilla, si se consideraba que antes vinieron dos días de descanso y relajación que terminaban en caer en la misma rutina irritante, me parecía muy cruel.
Así que, allí me encontraba, en las puertas de un lugar que perfectamente podría ser una cárcel para personas inocentes que solo asistían por el receso.
El aula de clases no se encontraba del todo llena, todavía faltaban varios asientos por ser ocupados. De todos modos, el aire ya se sentía cargado de humedad corporal y calor, contrarios a la frescura invernal del exterior.
Yo me sentaba solo, al lado de una ventana.
Elegí esa ubicación para tener a los pocos amigos que tenía a mi alrededor. De sentarse alguien junto a mí, me distraería con charlas y no prestaría atención a los profesores.
Unos instantes después, la sala se llenó y el profesor inició con su discurso.
— Alabada sea la magia— Saludamos todos en un coro devoto, era lo correcto, lo que correspondía.
Apoyé mis cuadernos en la mesa, tenía espacio de sobra, éramos mis cosas y yo.
La aguja del reloj avanzaba en un débil sonido, parecía que el tiempo se detuvo ahí mismo, en esa interminable clase. Pesada, por el cansancio de haber madrugado, y desconcertante, por tener la mente pendiente en otros asuntos.
Odiaba el rato que estaba en el aula, era un campo minado: si ibas a una esquina te encontrabas con gente mezquina, si estudiabas tranquilo venía alguien a molestarte, si contabas un secreto se esparcía igual que polvo en el viento.
Se sentía como estar en un vecindario desconocido, siempre había que estar en alerta por más que las casas lucieran bonitas. Incluso, era peor cuando las personas del vecindario eran amigas desde hace años, nunca dejarías de ser el vecino nuevo y raro.
Me empezó a a retumbar la cabeza, necesitaba vacaciones mensuales.
Se trataba de estar siete horas sentado en un lugar, donde la mitad de las cosas que "enseñaban" se disipaban de mi mente tan rápido como llegaban, en una rutina de cinco días consecutivos.
Y cuando no eras parte de ningún grupo era aún peor.
No podías contar con ayuda de nadie ni tampoco con alguna persona para confiar plenamente.
Tenía amigos, pero no formaba parte de su sector. Cuando estábamos juntos era un "ellos y yo", nunca un "nosotros".
No quería estar solo, por eso me sentaba cerca, aunque sin acompañante. Quizás era lo mismo que nada.
Estar por completo sin nadie disponía de sus propias dificultades, se trataba de estar solo y ser juzgado.
Así funcionaba la sociedad de seres sociales, quien no cumplía la función de encajar, debía ser castigado con más aislamiento o la falsa compasión de pena.
A veces me gustaría volver a nacer y contar con aceptación social, sentirse fuera del grupo o el pensamiento de no ser como ellos resultaba devastador.
Mi pie comenzó a dar golpes al suelo, frenético, e intenté concentrarme en la clase.
Sin embargo, no encontraba una explicación para todos esos sentimientos, si le preguntara a cualquiera de ellos diría que no le caía mal.
Simplemente reconocía por mi propia cuenta que estaban mejor sin mí.
Saqué mi teléfono del bolsillo de mis pantalones con disimulo, necesitaba distraer mi cerebro de lo que no deseaba ver. Me puse a revisar lo sucedió en el tiempo que no lo use.
No lo encendía desde ayer a la noche que hablé con Ashley, me había ido a dormir tras no haber recibido más respuestas.
La muchacha seguía sin contestar, no le di mucha importancia y abrí las redes sociales, el mundo seguía girando y nunca faltarían noticias nuevas.
Los yendbird habían cortado el comercio con los elfos por disputas. Los primeros odiaban a los elfos, lo que no sabía era el motivo.
Siempre existió temor de que se librara una guerra y sea el principio del fin. Nosotros teníamos magia y buen ejército, los elfos eran grandes estrategas, pero los yendbird eran la población más alta, sus tropas eran inagotables.
El profesor continuaba con su clase de economía a la que no era capaz de focalizar. El olor de su marcador y sus palabras eran estímulos dormidos en mi cerebro.
Más allá de los chillidos de mis pensamientos, se sumó un nuevo factor a mi falta de concentración. Mi celular vibró y una notificación me dio aviso de que Ashley mandó un mensaje.
Escondí el teléfono, por miedo a que alguien lo hubiese oído.
No estaba bien lo que hacía, debería cumplir como buen alumno.
Sentía cierta presión en el pecho que me indicaba que le contestara a Ashley, ella se inscribió a un evento en el que existía probabilidad de morir, claramente prefería permanecer lo más posible en contacto porque sabía que era una persona agradable, sería un desperdicio del poco tiempo juntos.
¿Pero si en vez de ella fuera yo? ¿Les afectaría a todas las personas de mi alrededor si yo dejaba esta vida atrás?
Ante la incertidumbre, alcé mi cabeza y observé las caras atentas de mis compañeros, ¿a cuántas personas no lo afectaría en lo más mínimo que yo desapareciera en ese instante?
Mis ojos cayeron en el asiento vacío de mi lado, en el fondo sabía la respuesta.
Mi vista se empezó a empañar levemente, mis músculos perdieron firmeza y mi respiración se tornó inquietante. Así era el verdadero sentimiento de la soledad, tan vacío y ausente de afecto, tan lleno de tristeza.
¿Era un actor secundario en mi propia vida? ¿Formaba parte de la fiesta o simplemente me limitaba a estar presente, a ser testigo de la felicidad de los demás?
Traté de recomponerme, no era momento de llorar, estaba en un aula rodeado.
No obstante, mi mente se encontraba en una habitación blanca, abandonada.
Siempre me sentí raro, como si no fuera parte de lo normal, pero ¿qué era normal? Yo construía mi propia normalidad y cada uno la suya, no todos tienen una misma respuesta a esa pregunta.
Eso pensé siempre hasta que se me introdujo un intruso que me hacía dudar de todas mis creencias, como si me hubiese picado un bicho que me llenó el cuerpo de un veneno que me convencía de que nunca sería parte de ellos y que jamás encajaría en verdad.
Si los demás eran normales y yo no era como ellos, ¿quería decir que soy raro?
Todos se veían tan felices teniendo a una persona de sitio seguro, alguien en quien confiar a ciegas, y yo también quería esa felicidad para mí, lo deseaba con el mismo fervor de no fracasar en el Festival de Florecimiento y que no sea en vano.
Metí mi celular en el bolsillo de mi pantalón, sin importar que se encuentre encendido.
Me levanté de mi asiento, solté una plegaria para que no me fallaran las temblorosas piernas.
Le pedí, tratando de sonar calmado, a mi profesor si podía ir hacia el baño.
Apenas llegué, me encerré en un cubículo y me senté arriba de la tapa del inodoro.
Mi celular vibró mientras me quitaba las lágrimas de los ojos.
Era un mensaje de Ashley en el que preguntaba si me pasó algo porque le marcaba el visto en su anterior mensaje y no le había contestado, tuvo la deducción correcta.
Quería ser honesto y contarle de mi situación.
Quería hacerlo, necesitaba hacerlo.
Pero no me quería abrir y hablar de mí, me estremecía ante la idea.
Yo era la X restante de una ecuación. No tenía solución.
Fue ahí cuando no lo soporté más, confié en mi nueva amiga y solté la tormenta.