A lo largo de mi vida he visto distintos tipos de miedo. Está el terror que sienten mis contrincantes en las peleas de boxeo y que algunas veces yo también he sentido. El miedo que me atacaba cuando era pequeño y tenía una pesadilla o cuando me dijeron que mi madre estaba enferma y no le quedaba más que unos pocos meses de vida que acabaron convirtiéndose en semanas. Sin embargo, el pánico que reflejan los ojos de Kayla es tanto que se siente como si me hubieran golpeado en el estómago y hubieran sacado todo el aire que se encontraba en mis pulmones.
El dolor insistente en mi entrepierna apenas me permite erguirme de la postura encorvada en la que me encuentro. Soy plenamente consciente del momento en el que Kayla me reconoce y su rostro se destensa en una señal de alivio. Todo sucede a tanta velocidad que antes de que pueda comprender qué está ocurriendo a mi alrededor, sus brazos ya me están rodeando con fuerza. Me toma solo un par de segundos darme cuenta de que me está abrazando, pero cuando esa realidad llega a mí no dudo en corresponderle.
A pesar de que es alta, su cuerpo se siente tan pequeño enredado en mis brazos que la envuelvo con más ímpetu. Sus puños se cierran en torno al material de mi sudadera y noto como sus hombros tiemblan. Sin embargo, no creo que sea porque está llorando. Es más como si no pudiese coger aire con la suficiente rapidez. No sé cuánto tiempo pasamos así, pero por mi podrían ser horas y me daría completamente igual. Cuando se empieza a separar de mí, el miedo inicial que había visto en sus ojos ha disminuido considerablemente.
—¿Se puede saber en qué demonios estabas pensando?—pregunta y la debilidad que se había apoderado de su cuerpo se ha desvanecido para dejar paso a la seguridad que tanto conozco—. ¿De verdad te parecía buena idea seguirme como un asesino en serie? He estado a dos segundos de visitar a mi abuela que, por cierto, se encuentra a tres metros bajo tierra.
Se lleva una mano al corazón como si ese simple gesto fuese a hacer que los latidos disminuyan de velocidad. Me fulmina con la mirada, pero el alivio es obvio detrás de sus pupilas.
—Lo siento—me excuso a la vez que un sentimiento de culpabilidad se asienta en la boca de mi estómago—. Estaba gritando tu nombre, pero creo que no me has escuchado. ¿Estás bien?
—Dame un minuto para recuperarme y a lo mejor puedo contestarte a la pregunta sin sentir que me va a dar un ataque—murmura y utiliza la mano que no tiene en el pecho para apartarse varios mechones de pelo.
Es entonces cuando me percato de las manchas de sangre que adornan sus dedos. Mi corazón parece saltarse un latido mientras le cojo la mano y busco la herida. El corte de su palma sigue sangrando un poco, pero no hace falta que sea médico para darme cuenta de que no necesita puntos. Algo dentro de mí se calma cuando me doy cuenta de que no es tan grave como parecía en un principio. Entonces una idea me golpea con fuerza y tengo que recurrir a todo mi autocontrol para no hacerle más daño cuando siento la necesidad de cerrar las manos en puños.
—¿Quién te ha hecho esto?—pregunto y me centro en sus ojos para descubrir si lo que me va a decir es mentira o no.
—¿Qué?—dice y su ceño se frunce en un gesto de confusión—. Me lo he hecho yo—. No sé qué es lo que ve en mi cara, porque se apresura a añadir—: Se me ha roto una foto y me he cortado con los cristales. Tranquilo, no es nada grave.
Mis músculos parecen calmarse con esa información y la tensión abandona mis venas con la misma rapidez con la que había aparecido. Me quito la bandana que aparta mi pelo de la frente y se la enredo en la mano asegurándome de ejercer la presión justa para hacer que la herida deje de sangrar, pero sin hacerle daño. Kayla hace una pequeña mueca, pero en su mirada brilla la gratitud.
—Gracias—susurra mientras se sostiene la mano vendada con la otra. De repente, abre los ojos exageradamente y una maldición sale de sus labios entreabiertos—. Mierda. Tengo que volver a casa. Siento lo del rodillazo.
Kayla comienza a alejarse pronunciando disculpas y tengo que recurrir a todo mi autocontrol para no poner los ojos en blanco de la manera más exagerada posible. No puedo creerme que vuelva a pensar que voy a dejarle irse sola. Otra maldita vez.
—Te acompaño—contesto cuando me doy cuenta de que verdaderamente no va a esperarme.
Sus pasos se detienen y me mira con una expresión que soy incapaz de descifrar. La alcanzo con un par de zancadas, pero ella se queda parada en el sitio sin la más mínima intención de avanzar. No luce convencida en absoluto y antes de que pueda replicar, le coloco un brazo por los hombros obligándole a caminar.
—No tienes por qué hacerlo, Jeydon. Estoy bien.
—¿Necesitas que te recuerde lo que dicen el 95% de las mujeres que acaban muertas en una cuneta? No me cuesta nada y, además, tengo que proteger a las demás personas. No vaya a ser que te dé por ir pegando rodillazos a diestro y siniestro. Porque, Kay-Kay, sabes perfectamente dónde golpear para que un hombre vea las estrellas y no precisamente en un buen sentido.
Su risa hace eco en mis oídos y me siento un poco más calmado al notar como parece relajarse a medida que nos dirigimos hacia su casa. Esta vez no opone resistencia al hecho de que le acompañe. Mi vista se desliza hacia ella y frunzo el ceño cuando me doy cuenta de que va en pijama. Ahora que el dolor de la entrepierna está desapareciendo y puedo volver a pensar con claridad, la curiosidad de por qué Kayla está a estas horas por aquí y con estas pintas invade cada centímetro de mi cuerpo.
—¿Quiero saber qué hacías a estas horas por aquí y en pijama?
—Podría preguntarte lo mismo.
—¿Y vas a hacerlo?
—Depende. ¿Quiero saber la respuesta?
—Si lo que quieres oír es que acabo de salir de una de las casas de mis muchas amantes...
—¿Se puede saber en qué circo te has sacado la carrera de payaso?—pregunta a la vez que hace esa mueca cuando algo le exaspera que tanto me divierte.
No puedo evitar echar la cabeza hacia atrás para soltar una carcajada que hace que una parte bastante grande del malestar en el que me había sumido al salir de casa se evapore como por arte de magia. Miro a Kayla y a pesar de que está esbozando una sonrisa con los labios cerrados, sus ojos están fijos en el suelo y hay un indicio de tristeza asomando por ellos. No sé si es su postura cabizbaja o el hecho de que, a pesar de que la conozco de hace muy poco, me genera bastante confianza, pero antes de que pueda controlarme ya estoy hablando.
—Mi padre y su mujer, Grace, estaban en medio de una discusión bastante... acalorada. Así que he salido para calmarme.
Los gritos de mi padre y las réplicas de Grace hacen tanto eco en mi mente que tengo que recurrir a todas mis fuerzas para no taparme las orejas, como si fuese un ruido real. He tenido que salir de casa antes de soltar algo que probablemente hubiera empeorado la situación y de lo que me hubiera arrepentido horas después. Al menos Ivy se ha quedado a dormir en casa de una amiga y no ha tenido que presenciar semejante concurso de chillidos.
Los ojos de Kayla se alzan hasta posarse en mi cara y la luna queda reflejada sobre la superficie. Espero encontrar compasión o pena, pero me sorprende darme cuenta que lo que los inunda no es ninguna de esas emociones. Es comprensión.
—Yo también necesitaba calmarme.
—¿Lo has conseguido?
—Después de que pensase que iba a experimentar 8 muertes distintas e iba a aparecer en las noticias de medio mundo... Sí, creo que he conseguido calmarme—bromea y golpea su hombro contra mi brazo en un gesto divertido—. ¿Y tú? ¿Has conseguido calmarte?
Su rostro se alza para mirarme y esboza la primera sonrisa de verdad en toda la noche. Una sonrisa silenciosa se desliza por mis labios mientras bajo la vista para poder observarle bien.
—Sí... Creo que también lo he conseguido.
Nos quedamos mirándonos como dos estúpidos durante un par de segundos antes de que Kayla parpadee un par de veces y desvíe la mirada. Me aclaro la garganta y me meto las manos en los bolsillos del vaquero porque de repente no sé muy bien qué hacer con ellas.
—¿Sabes? No creo que me necesites para enamorar a Sheila—. La voz de Kayla llega a mí tras unos instantes de silencio y no se me escapa el cambio de tema. Como tampoco lo hace el hecho de que ella no me ha contado qué es lo que hace a estas horas de la noche por aquí.
—¿Por qué lo dices?
—Si eso, puedes darme tu número y te digo cuales tengo y los que quieres que te deje—masculla haciendo una imitación tan mala de mi voz que las ganas de reírme regresan con fuerza.
—¿Crees que fue demasiado?—pregunto y las alarmas se encienden una a una dentro de mi cabeza.
—¿Qué? Claro que no. De hecho, fue bastante... sutil. Deberías darme alguna clase o algo.
—¿Por qué? ¿Hay algún chico que te interese?—inquiero y subo las cejas repetidas veces solo para ganarme un bufido por parte de Kayla.
—¿Un chico? ¿Interesarme a mí? Ni de coña.
La rapidez de su respuesta casi me impide comprender lo que dice. No sé por qué, pero su contestación hace que las comisuras de mis labios se levanten de manera imperceptible.
—¿Una chica entonces?
Kayla hace como que se lo piensa durante un segundo antes de negar con la cabeza.
—Probablemente mi vida sería más sencilla si así fuera. Pero no.
—¿Entonces no hay nadie que te llame la atención? ¿Ni siquiera un poco?
—¿Y este repentino interés por mi vida amorosa? ¿Debería preocuparme, Davies?
—De la única vida amorosa de la que hemos hablado es la mía. Solo me estoy interesando por la tuya.
—Siento ser yo quien te lo diga, Jeydon, pero mi vida amorosa es inexistente.
Le lanzo una mirada de completa confusión, exagerando el gesto hasta que consigo que Kayla suelte una pequeña carcajada.
—No me lo creo. Estoy seguro de que debes tener por ahí a algún chico loco por ti.
—Si tú lo dices... De todas formas, ¿por qué estás tan seguro de ello?
Esta vez soy yo el que hace un gesto exasperado.
—Puede que seas una cabezota de primera y una dramática. Incluso un poco rara a veces. Pero eres mucho más que eso. Cualquier tío con dos ojos sería capaz de verlo. Has conseguido que hable contigo de cosas que no sabe ni Axel. Eso no lo hace cualquiera.
Kayla abre la boca y vuelve a cerrarla, como si lo que fuese a decir no le pareciese lo suficientemente bueno. Sus mejillas han adquirido un leve tono rosado y creo que es la primera vez que veo a la chica a mi lado sin nada que decir.
—No te he preguntado esto antes, pero... ¿Crees que tengo posibilidades con Sheila?
Sus ojos se abren un poco por el cambio de tema mientras se muerde el labio inferior intentando encontrar una respuesta a mi pregunta. Miles de sentimientos pasan delante de sus ojos a tanta velocidad que soy incapaz de reconocer ninguno.
—Yo... No lo sé. La única que tiene la respuesta para eso es Sheila—. Debe de notar la decepción que me inunda porque se apresura a añadir—: Pero tú mismo lo dijiste. No puedes controlar de quien te enamoras. El amor es algo complicado. Cuando crees que te entiendes a ti mismo, a quien no comprendes es a la otra persona. Te ilusionas y desilusionas. Te rompen el corazón y te recompones para que igual te lo vuelvan a romper. Mi madre solía decir que es como una partida de póker. Puedes tirar tus mejores cartas y aun así no ser suficiente.
—¿Tú madre compara el amor con una partida de póker?
—¿Qué? En verdad tiene todo el sentido del mundo.
No puedo evitar reírme cuando su ceño se frunce. Su casa aparece entonces en nuestro campo de visión al girar la calle y no puedo evitar que un poco de desilusión se cuele en mi cuerpo. Me gusta hablar con esta chica y he conseguido no pensar en mi padre y Grace desde que me la he encontrado.
—¿Quién iba a decir que el gran Jeydon Davies tiene problemas para conquistar a una chica? ¿Tu sonrisa no es suficiente o qué?—bromea en el momento en el que nos detenemos frente a su casa.
—Como se lo digas a alguien juro que te mato—digo y la risa se me escapa sin que pueda evitarlo.
—Gracias por acompañarme—murmura y no hace nada por devolverme la bandana. Sinceramente, yo tampoco hago nada por pedírsela.
Le ofrezco una sonrisa y me aseguro de que entra por la puerta. Solo por si acaso. Cuando ya tiene medio cuerpo dentro, se gira y me mira. La duda brilla en sus ojos, pero desaparece casi al instante.
—Si te sirve de algo... Yo sí que creo que tú serías suficiente—dice y antes de que pueda pensar una respuesta, Kayla ya ha desaparecido de mi vista. Pero sus palabras se quedan conmigo durante un rato.
Un rato largo.