El agua se fue por completo cuando el Sol empezaba a meterse.
Debía ingeniármelas para bajar a Σs'κα de la roca. De modo que yo descendí primero; la roca era muy alta y tirarlo representaría un gran peligro...
Bajarlo a él fue el verdadero problema.
Lo jalé de una pierna y esperé que el resto del cuerpo cayera sobre mí ¡Y vaya que pesaba! Cuando estuvo entre mis brazos, lo recargué sobre la piedra y respiré hondo antes de volver a la acción. Tomándolo de las axilas, lo arrastré hasta la cueva, donde lo recargué sobre la piedra en la que había dormido yo la noche pasada.
De la fogata y la piel de oso, no quedó nada, al igual que del saco que Šhřιη nos había dado. Seguramente Σs'κα se lo habría quitado para pelear y el agua se lo habría llevado como todo lo demás.
Salí de la cueva y miré a mí alrededor.
Quizás podría ir hasta el bosque y tomar un poco de leña... pero en la lejanía no había nada más que suelo ¿Tanto habíamos caminado?
Me acerqué un poco más a la precipitada bajada y entonces pude ver los árboles a lo lejos. Tardaría mucho en llegar hasta allá y no podía dejar a Σs'κα sin protección.
Volví a la cueva y me senté tiritando junto a él, que aún no salía de su ensoñación.
Pasó un largo rato. Esperar se volvió un martirio para mi cuerpo entumido. No fue sino hasta que la oscuridad empezó a reinar, cuando recobró la consciencia.
Yo enjuagaba la tira de tela en una hendidura donde el agua del monstruo se había quedado.
Le coloqué la tira blanca de nuevo cuando abrió los ojos y sonrió de oreja a oreja.
—Mejoró tu puntería, princesa Καητσ —dijo con un hilo de voz.
Reí con alivio.
—Y tu venciste tu miedo al agua —bromeé.
Σs'κα rió débilmente antes de que ambos guardáramos silencio.
—¿Por qué me salvaste?
Me tardé en contestar.
—Era lo menos que podía hacer por ti después de que salvaras dos veces mi vida.
Coloqué mi mano sobre su frente.
—¿No me odiabas?
Ignoré su pregunta:
—¿Es normal que estés helado?
Σs'κα se encogió de hombros.
—No, no es normal —contestó con indiferencia.
Solté un hondo suspiro.
—Sí, aún te odio... —dije finalmente— Pero para poder matarte debo pagarte todo lo que te debo.
Rió débilmente.
—¿Qué pasó con todas las cosas? —preguntó incorporándose con dificultad, pero lo empujé suavemente con la mano para que se volviera a acostar.
—El agua del monstruo se las llevó todas...
—¿Y cómo es que nosotros no fuimos llevados por la corriente? —su voz era a penas un susurro; como si fuera a desfallecer en cualquier momento.
—Fue gracias a la roca de allá afuera. Esperé a que el agua se fuera y te bajé para entrar a la cueva —expliqué con cierta diversión.
Frunció el ceño.
—¿Quieres decir que me cargaste? —preguntó con asombro.
Reí suavemente al sonrojarme.
—En realidad te tuve que arrastrar... —confesé.
Asintió lentamente. Su rostro se volvió inexpresivo.
—En la noche me volveré a calentar... —dijo de repente.
—Es tu naturaleza —coincidí, recordando a su padre—. Si mañana estás mejor, saldremos de aquí a buscar ayuda y algo con qué curarte ¿Bien?
—Mi salud ahora no es de gran importancia como llevarte a los dioses. No podemos desviarnos por eso —repuso entre dientes.
Fruncí el ceño. Tirado y helado como estaba se me dificultaba hacerme a la idea de que siquiera pudiera caminar.
—Necesitas ayuda si quieres continuar protegiéndome.
—Necesito tiempo, una luna quizás... y eso es todo. Mi madre es la diosa Diana ¿Recuerdas?
Lo fulminé con la mirada ¿Y me decía terca a mí?
—Descansa... —musité antes de incorporarme y dirigirme a la entrada de la cueva, donde me recosté sobre la pared.
Anocheció.
La luna se veía tan hermosa desde allí. Era un círculo perfecto, brillante, entre la oscuridad del cielo. Las estrellas eran tan pequeñas a su lado, que daba la sensación de que se reverenciaban ante el poder de ésta; la diosa Diana. Todavía me preguntaba si siempre nos observaba.
Mi cuerpo tiritaba; mis piernas no estaban completamente cubiertas... parte de mi vestido estaba deteniendo la sangre de Σs'κα. Pero perdida en mis pensamientos, mis ojos empezaron a cerrarse.
Me hice bolita, intentando mantener el poco calor que me quedaba. Era tal el frío, que a ratos me despertaba. Mis miembros estaban cansados y lo único que no parecía congelado, eran mis pies; estaban tan calientes como ayer en la noche, cuando Σs'κα los calentó.
Me sentía confundida, combinado con un vestigio de nostalgia. Confundida porque ¿Qué podrían querer los dioses de mí? Yo nada más era una persona de agua, una ŋöη'καπ... Y nostalgia por ver a mi pueblo, a mis hermanos, a mis padres; por ver correr a los niños a mí alrededor cuando salía al mercado para comprar la comida; por cuidar a los animales en el establo real. Mis padres tenían un gran pueblo. No éramos nómadas, éramos sedentarios. Teníamos nuestro templo, nuestras leyes y nos regíamos por ellas. Ése era mi pueblo y de él estaba orgullosa. Solo que ahora me era imposible volver.
Las lágrimas lentamente recorrieron mis mejillas hasta caer al piso. Esa combinación de confusión y nostalgia resultó en una tristeza incontrolable; hubiera dado lo que fuera por volver a casa.
Entonces mis pensamientos se vieron interrumpidos al escuchar unos pasos detrás de mí. Levanté la cabeza e intenté ver en la penumbra. Descubrí a Σs'κα viniendo hacia mí.
—¿Qué haces? —susurré.
—Si alguien alguna vez pregunta sobre esto, no diremos nada ninguno de los dos —fue todo lo que dijo.
Lo miré con cara de pocos amigos.
Se acostó junto a mí y me abrazó fuertemente, atrayéndome hacia él.
—¿Pero qué...?
—Morirás de frío y no puedo permitir eso. Debo llevarte sana y salva al hogar de los dioses, ya te lo había dicho —me susurró al oído.
—¿Y cómo me calentarás si estás helado? —pregunté fríamente.
—Eso ya lo verás... Soy hijo del dios del Fuego ¿Recuerda, princesa?
Si hubiese podido, lo hubiera fulminado con la mirada en aquel momento ¡Odiaba que me dijera princesa y me hablara de usted en ese tono!
Entonces puso su brazo de forma que yo pudiera recargar mi cabeza en él, mientras que con el otro, me mantenía pegada a su cálido cuerpo que empezaba a surtir efecto en mí. Al poco tiempo dejé de tiritar y mi furia se fue desvaneciendo lentamente... ¿Para qué negarlo? Él ciertamente era el hijo del mismísimo dios del Fuego. Además parecía que ya estaba recuperando su temperatura normal.
El sueño empezaba a vencerme cuando se me ocurrió una pregunta:
—¿Cómo es el hogar de los dioses?
Pensé que ya se había dormido porque el silencio fue sepulcral.
—Luminoso, como estar entre las nubes. Todo allí es de los materiales más finos y preciados, y la luz nunca falta —dijo finalmente—. Ves todo desde allá arriba. La evolución de la gente de agua; la vida en el bosque; la vida en los ríos; la vida en el aire; en las montañas; en los desiertos. Allí te enriqueces más que los propios sabios de las tribus.
Sonreí imaginándome todo aquello.
Mi cuerpo ahora parecía una fogata ¡Era increíble lo rápido que me había calentado!
—¿Cuántas veces has estado allí? —pregunté aún en un susurro.
—Sólo dos. Crecí allí antes de ser raptado por mi padre y ser enviado a los confines del bosque. Estaba tan molesto, que quebranté las leyes de los dioses y fui por segunda vez a su hogar para ser castigado.
—¿Y cuáles son las leyes de los dioses? —mi curiosidad empezaba a acentuarse. Era la primera vez que me abría las puertas y debía aprovechar el momento.
—Son únicamente tres. No revelar su secreto para los que son guardianes de él, no destruir ni su hogar, ni el hogar de la gente de agua y prestarles respeto para dar el equilibrio entre ambos mundos —explicó cansinamente.
—¿Cuál quebrantaste tú? —quise saber.
Parecía sonreír cuando contestó:
—Quemé el bosque...
Me imaginé horrorizada cómo el fuego se comía árboles, plantas y animales, destruyendo toda la vida en él. Eso quebrantaba las tres leyes. El secreto de los dioses era nada más y nada menos que lo sobrenatural. Un humano con poderes para controlar el fuego... no era algo natural. Además de que no respetaba ninguno de los dos mundos y dañó uno de ellos.
—Pero tu castigo no fue tan fuerte como el de Mina ¿O sí?
—Mi padre estaba furioso... era revelarle mi naturaleza de hijo de dios a los demás dioses. Pero no podía hacer nada contra mí. Así que decidió desterrarme. No podría volver a visitar su hogar nunca más —hizo una pausa—. Mina aún puede, sólo quedó convertida en felino. Cuando los cazadores la persiguen, ella corre de vuelta a casa. Yo no tengo un hogar...
Las lágrimas empezaron a desbordarse por mis mejillas por segunda vez.
Ahora sabía por qué Σs'κα no tenía hogar y comprendí su dolor. Por primera vez desde que nos habíamos conocido, me sentí del mismo bando que él.
—Yo tampoco tengo hogar... —le recordé con un hilo de voz.
Entonces sentí cómo me abrazaba con más fuerza; él compartía en aquel instante los mismos sentimientos.
—Descansa, princesa, mañana tenemos un largo recorrido por delante —me susurró al oído con una voz arrulladora.
Cerré los ojos e intenté volar por paisajes desconocidos y dejar mis problemas por un rato. Caí profundamente dormida entre sus brazos.
Al despertar sudaba de pies a cabeza.
Había escondido mi rostro en su regazo; Su cabeza estaba arriba de la mía, como si intentara protegerme aún entre sueños.
Recordé lo que él había dicho durante la noche y rápidamente me incorporé y me alejé de él.
Mi brusco movimiento provocó que él también se despertara.
Me miró con burla ¡Cuánto odiaba esa actitud en él!
—¿Cómo te sientes? —pregunté conteniendo la rabia.
—Puedo caminar —se limitó a contestar.
Se incorporó sin ninguna dificultad y cuando me dispuse a cambiarle el improvisado vendaje, pude ver que la herida había dejado de sangrar y comenzaba a cicatrizar.
—Te repones rápido —comenté mientras enjuagaba la tira y se la volvía a poner con brusquedad.
—¡Yo te lo dije! —exclamó con sonrisa triunfante que gustosa se la hubiera arrancado de haber sabido cómo.
Apreté la tela con fuerza, pero si le había dolido, Σs'κα no dijo nada, limitándose a sonreír con aquella burla característica en él.
Cuando terminé, se puso su armadura y me entregó su capa roja.
—Antes del hogar de los dioses está la casa de los guardianes del camino y después está la última civilización antes de la puerta. En ambos lugares debemos pasar desapercibidos —informó al salir de la cueva—. Si nos descubren, avisarán a los dioses de nuestra llegada y entrar a su hogar será muy difícil.
—Pero... ¿No nos ven los dioses desde allá arriba? —pregunté.
Σs'κα sonrió.
—No pueden vernos, porque estamos casi debajo de ellos —explicó.
Automáticamente miré hacia arriba ¡Qué rara sensación experimenté en aquel momento! ¿Estábamos debajo de los dioses? ¿De las deidades que tenían control de todo nuestro mundo?
Caminaba detrás de Σs'κα.
—¿Cómo es que sabes todo esto?
Σs'κα no contestó de inmediato.
—Mi madre me habla todas las noches para guiarnos.
—¿A través del sueño? ¿Se aparece? ¿Cómo es que ella sabe dónde estamos? —pregunté rápidamente.
Pero él no contestó a ninguna de mis preguntas.
Me puse la capa que me había entregado antes de salir y cubrí mi rostro.
—¿Y con qué te cubrirás tú?
—Ya me conocen, no necesito cubrirme —contestó.
Aquel fue un viaje largo. Pero su capa era tan caliente como él, que a pesar del duro frío que hacía, mi cuerpo seguía hirviendo.
Fueron lunas enteras caminando por aquellos hielos casi perpetuos, donde no había nada más que musgo y eso, hielo. El hambre empezaba a debilitarme. Ya ni sabía cuánto llevaba sin comer... mi estómago ya empezaba a reclamar. Pero observar a Σs'κα fue distracción suficiente durante un rato. Era más fácil mirar las penas de otros que las de uno mismo. Aunque no le dejé ver mi debilidad a Σs'κα, que, si estaba hambriento o cansado, tampoco me lo decía. Pero lo veía en su caminar y a veces en su mirada cuando se volvía hacia mí. La herida que el monstruo de hielo le había causado parecía debilitarlo irremediablemente. Sus pasos eran cansinos y su mirada parecía más fría que antes; ojerosa. Llegaban momentos en los que dudaba de su inmortalidad y temía que cayera a medio camino.
¿Cómo era posible que sobre las montañas hubiera tanto espacio? Los paisajes eran llanos y parecían infinitos, y si Σs'κα desfallecía, entonces no sabría cómo continuar.
Cuando la luna, a lo lejos, pequeña como mi dedo índice, llegaba a su punto máximo descansábamos y cuando el Sol salía, continuábamos con nuestra travesía. La ventaja era que Σs'κα descongelaba hielo para que pudiéramos beber agua, pero de comida ni se hablara. Varias veces llegué a pensar que todo ese desierto congelado escuchaba los lamentos de mi pobre estómago, que suplicaba por comida. Y para continuar con mis desgracias, mis miembros no estaban acostumbrados a tanto, por lo que solían molestarme con un dolor insoportable. Pasó tanto tiempo, que de pronto el dolor me fue indiferente.
Tal vez explicando nuestro destino, podría distraerme un poco... ¿Casa de los guardianes del camino? ¿Los legendarios Œητια? Se decía que aquel hombre y su mujer eran la única gente del agua que había vivido tanto como los dioses; viendo pasar todas las generaciones de sus descendientes junto a su decena de hijos e hijas que cuidaban de ellos a su tan avanzada edad; el hombre era el guardián del camino y la mujer su acompañante fiel.
Le pregunté a Σs'κα cómo era que el camino no era empinado como cualquier camino montañoso, pero Σs'κα me explicó que los dioses habían puesto trampas a la gente del agua para que fuera más difícil llegar a su hogar. El camino era plano y vacío por un truco de ellos. Lo hacían parecer un recorrido interminable para que la gente del agua se rindiera antes de llegar a la casa del guardián. Era un hecho que muchos morían antes de llegar. Ya fuera por sed, por hambre o por la misma locura de la infinidad.
El secreto, decía Σs'κα, era siempre seguir hacia delante y nunca perder de vista el camino a seguir. Al descansar, dormíamos con la cabeza hacia el camino, para que al despertar supiéramos por dónde seguir. Si no hubiera venido con Σs'κα, yo ya hubiera caído rendida. A mis ojos la vereda era siempre la mismo. De no ser por él, que me decía que soportara unas lunas más, probablemente ya le hubiera dejado mi suerte al destino, el de las decisiones sin consentimiento.
—Ya estamos aquí —susurró Σs'κα cerrando los ojos y respirando profundamente. Él necesitaba ayuda lo antes posible.
Miré ansiosa a mí alrededor, pero todo seguía igual ¡Nada de nada!
No dije nada.
Continuamos caminando y entonces la esperanza empezó a renacer en mi interior cuando divisamos una casa de piedra junto a un camino del mismo material. Se veía acogedora.
En el sembradío a su lado había varias mujeres trabajando tranquilamente. Labrando la tierra o recogiendo frutos.
La casa se iba haciendo más grande conforme nos acercábamos y mi esperanza con ella.
Cuando quedamos frente a ésta, quedé maravillada. Parecía de dos pisos... ¿Era eso posible?