DÍA 3: "Abejita"
-MAYA-
Me desperecé, separando la parte baja de la espalda del sofá que se había convertido en mi cama aquellas dos últimas noches, a la vez que me frotaba los ojos, intentando que estos se acostumbraran a la luz matutina que bañaba la estancia. Alcancé el móvil, que se encontraba bajo el cojín. Aún era temprano, pero no tenía más sueño.
Desvié la vista al otro extremo del sofá, donde un profundamente dormido Cam abrazaba con piernas y brazos un cojín alargado. Puesto que anoche se acostó tarde ya que se quedó escribiendo y que yo quería hacer una cosa, lo dejé dormir.
Con cuidado de no hacer ruido, me dirigí al jardín, donde me permití un momento para cerrar los ojos y que el sol me acariciara el rostro. Era agradable, me gustaba mucho. Mi madre solía decirme que era como una flor, siempre buscando el sol para estar contenta. Sonreí, recordando la vez que me hizo un disfraz de flor para una obra de teatro en el colegio y me decía que era la flor más bonita que había visto nunca.
Abrí los ojos de nuevo, centrándome en lo que iba a hacer.
Cogí el móvil y marqué su número, llevándomelo a la oreja. Me mordí el labio, rezando porque me lo cogiera, y sobre todo porque no me matara por llamar tan temprano.
Esperé, escuchando los tonos de llamada. Iba a colgar, dándome por vencida, cuando por fin descolgó.
—¿Sí? —su voz soñolienta sonó al otro lado de la línea, sacándome una sonrisa.
—¡Lili!
—¿Maya? —preguntó, todavía con la voz de recién levantada— Qué haces llamándome a las... —hizo una pausa, probablemente para mirar la hora en el móvil, lo supe cuando soltó un quejido lastimero, antes de volver a ponerse el móvil en la oreja— ¿a qué se debe esta tortura? Pensé que me querías.
Solté una risa que la hizo gruñir por lo bajo.
—No dramatices. Yo también te echaba de menos, eh.
—Sí, si yo te echo de menos, pero te echo de menos cuando el sol ya está lo suficientemente alto en el cielo como para pensar con claridad. Llevas desaparecida prácticamente desde que te fuiste, que yo ya pensaba que te habían raptado como mínimo y decides llamarme a esta hora porque me echas de menos.
Rodé los ojos, sonriendo.
Lidia era mi mejor amiga desde... bueno, desde siempre, prácticamente. La típica amistad que empieza con nuestras madres siendo mejores amigas y que continúa deseando que nuestros hijos también lo sean, para continuar la tradición, como solíamos decir. Había crecido a su lado, si había alguien que me conocía incluso mejor que yo misma, esa era Lidia; aparte de que daba los mejores consejos del mundo. Por eso es por lo que la había llamado.
—¿Y bien? —me devolvió a la realidad— ¿Me has llamado únicamente para decirme que me echas de menos? ¿O me vas a contar ya de una vez con cuántos italianos te has liado?
—¡Lidia! —reí con fuerza, aunque bajé el tono, mirando a todos lados, cerciorándome de que nadie me había oído— No es eso, es... es algo un tanto complicado.
—¿Tiene que ver con chicos?
—Se podría decir, pero...
—¿Un chico en concreto? ¿Has dormido con él?
—Bueno, algo así...
—¿Está bueno?
—Eh... sí, pero eso no es...
—¿Por eso es por lo que has estado desaparecida estos dos días?
—Pues bueno, entre otras cosas...
—No me digas más, te vas a quedar a vivir tu romance furtivo y no vas a volver nunca más y...
—¿¡Puedes centrarte?! —la interrumpí, cuando ya comenzaba a divagar. En eso era incluso peor que yo.
—Si no me dices nada, pues yo saco mis conclusiones.
—¡Pero si no me dejas hablar! —le reprendí, exasperada.
La escuché soltar un bufido impaciente. La paciencia no era una de sus virtudes.
—Pues venga, pesada —alargó la última letra—, que por tu culpa ya me he espabilado y no tengo sueño.
—Vale, a ver, lo que pasa es que...
Y durante un largo rato, estuve contándole todo lo que había pasado esas últimas cuarenta y ocho horas. Lo de la cartera, el reencuentro en el bar, el puesto de los patos, el allanamiento, la subida al castillo... en fin, todo. Se lo relaté absolutamente todo, sin omitir ningún detalle. Ella no me interrumpió, solamente soltaba algún gritito de incredulidad o incluso alguna risita.
Sabía que todo lo que había vivido en tan solo dos días era bastante difícil de digerir, sobre todo si se lo soltaba todo así, a bocajarro. Pero necesitaba saber su opinión, a ver qué pensaba acerca de todo esto y si era la locura que yo pensaba que era.
—...y eso sería todo.
Esperé pacientemente a que analizara toda la información que le había dado. Mientras, me paseaba de un lado a otro del jardín.
La escuché respirar hondo y por fin habló.
—Bien, a ver... —comenzó, la imaginé sentada al estilo indio en la cama, con el móvil pegado a la oreja, un mechón de pelo en la boca mientras que con su mano libre lo hacía rulitos y la mirada fija en el suelo. Siempre hacía eso cuando se ponía pensativa— Lo primero de todo, es decirte que estás en tu propia historia de los libros que nos gustan leer, amiga.
Hizo una pausa, antes de continuar hablando. Yo aproveché para sentarme en una de las hamacas.
—Respecto a lo que opino de todo esto... sí, me parece una locura, una tremendísima locura el irte con un desconocido como si nada y haber acabado en la casa de Dios sabe quién, en otro país. Por mucho que parezca una historia de libro, esto es la realidad. Creo que se te ha ido la cabeza por completo —me regañó, pero suavizó el tono, antes de proseguir—. Pero también debo decirte, que jamás pensé que te desmelenarías de esta forma. Estoy orgullosa de ti y de que por fin hayas tomado una decisión arriesgada, sin pensar en lo que otros puedan pensar, solamente luchando por aquello que quieres y en lo que crees.
—Lili... —murmuré, en un susurro de agradecimiento— muchas gracias.
—Aun así, repito que me parece todo muy arriesgado —volvió a su tono serio—, y sí, creo que deberías hablarlo con tus tíos.
—Pero...
Me removí, nerviosa. Sabía la que me iba a caer cuando se lo contara todo, sobre todo por parte de mi tío, capaz era de cogerse el primer avión o barco y presentarse aquí.
—Pero nada —sonó como una madre regañando a una niña—, es lo que tienes que hacer. El que te apoye no significa que vaya a dejarte que les ocultes algo así, deben saberlo y lo sabes —no daba opción a réplica ninguna.
—Lo sé, lo sé... —bufé, rendida— Prometo que en cuanto te cuelgue los llamaré y les contaré todo, pero van a matarme.
—Sí, probablemente. Puede que cuando vuelvas, te estén esperando con una correa electrificada y un pase directo a una clínica psiquiátrica o algo así.
—Vaya, muchas gracias por tus ánimos, amiga —ironicé.
La escuché soltar una pequeña risita por lo bajo.
—Tranquila, prometo ir a visitarte. Además, a lo mejor puedes hacerte famosa ahí, haciendo conciertos para los internos y los enfermeros, sería algo muy loco, ¿no crees? —se rió de su propia broma, yo rodé los ojos, divertida. Entonces, cambió el rumbo de la conversación por completo, casi pude ver su expresión maliciosa—. Ahora hablemos de cosas más interesantes... Me has contado todo lo que has hecho, pero no me has dado detalles acerca de tu compañerito.
—Oh, no.
—Oh, sí —me imitó—. Soy tu mejor amiga, forma parte de tus obligaciones, así que comienza a cantarlo todo.
Resoplé, la conocía lo suficiente como para saber que no se iba a rendir así de fácil, y mucho menos cuando se trataba de un chico. No tenía más opción que hacer lo que me pedía.
—Pues a ver, Cam es... —pensé en el chico de los hoyuelos y me descubrí a mí misma sonriendo— tierno, pero también burlón. Puedo reírme con él y a la vez hablar de los temas más profundos del mundo. Siento que me entiende incluso mejor de lo que me entiendo a mí misma, es como si...
—¿Como si os conocierais de toda la vida? —adivinó.
—Exacto.
—Vaya, parece un buen partido, ¿eh? ¿Estaba bueno, decías?
—Sí... no... bueno, ¡uf, Lili! No lo pienso en ese sentido —me sonrojé.
—Ya, ya, ahora mismo seguro que estás sonrojada.
Bufé fuerte, a lo que ella respondió con una risa divertida.
Odiaba que me conociera tanto.
—Sabes que no puedes mentirme, May —declaró triunfante, muy orgullosa—. Yo solamente digo que como un rollete de verano...
—Lidia...
—Vaaale, no he dicho nada —se rindió, por fin. Si había algo que era, más que cotilla e impaciente, era una lianta de mucho cuidado—. Pero en serio, lleva cuidado, ¿vale?
—Lo haré —le aseguré.
—¿Me lo prometes?
—Te lo promuro.
—Así me gusta —casi pude ver su sonrisa.
Cuando éramos niñas, no nos dejaban jurar, porque decían que era muy fuerte. En fin, cosas típicas de padres. Y como dos genios que éramos, decidimos inventarnos una palabra para nuestras promesas, que básicamente era un juego de palabras bastante simple, pero teníamos siete años, tampoco se nos podía juzgar.
—Y también me tienes que prometer que me enviarás una foto de Cam, necesito verlo con mis propios ojos.
—¡No voy a hacer eso! —exclamé, con los ojos como platos— Qué vergüenza.
—¡Claro que vas a hacerlo! Mi mejor amiga va a pasar dos semanas a no sé cuántos kilómetros con un desconocido buenorro, lo mínimo que puedo hacer es conocer su cara, por si pasa cualquier cosa y tengo que ir a denunciar.
—Claro, claro... seguro que es por eso —dije, con un tono bastante irónico—. Pero bueno, veré lo que puedo hacer.
—¡Bien! —la escuché aplaudir, victoriosa— Eres la mejor, por eso te quiero tanto.
—Pelota...
—Pero también me quieres.
—Bueno... a ratos —me reí cuando la escuché soltar una exclamación ofendida—. Que es broma, sabes que...
Me interrumpí cuando escuché unos ruidos. ¿Cam se habría despertado ya? No, hubiera salido a buscarme.
Me mantuve en silencio, agudizando el oído, pensando que a lo mejor podrían haber sido imaginaciones mías, pero entonces volví a escucharlo, y esta vez distinguí el sonido: era como el de un cerrojo.
De pronto, mi mente comenzó a pensar lo peor y me dispuse a correr al interior de la casa.
No había terminado de llegar al sofá, cuando la puerta trasera de la casa se abrió, dándole paso a una mujer de unos cincuenta y tantos años. Conforme cruzó el umbral, se giró hacia la puerta de nuevo, para cerrarla y poner el cerrojo.
Desapareció en la puerta del baño, sin llegar a reparar en mí. Yo por mi parte, salí de mi estado de parálisis total y me apresuré a coger la mochila de Cam y la mía y comencé a zarandearlo con fuerza, mientras dirigía miradas de puro terror hacia la puerta por la que había desaparecido la mujer.
—Cam, despierta —susurré, lo más bajito que pude, a la vez que seguía moviéndolo, tratando de que se despertara, sin ningún éxito—. Joder, Cam, despiértate, por Dios.
—Mmh... —soltó un ruidito soñoliento, antes de abrir uno de sus ojos y mirarme— Maya Honey, estas no son formas de despertarme, qué poca delicadeza...
—Cam, tenemos que irnos. Ya.
Pareció notar la desesperación en mi tono de voz, ya que se enderezó y quedó sentado en el sofá, frotándose los ojos.
—¿Qué? ¿Qué es lo que...?
Se interrumpió de golpe, dejando caer el brazo con el que se frotaba el ojo y con los ojos completamente abiertos, ni rastro del sueño de hace unos segundos. Palideció de golpe.
No me hizo falta que dijera nada, ni siquiera preguntar por el ruido sordo que había oído a mi espalda, para comprender el porqué de su reacción. Me giré, lentamente, tanto que parecía a cámara lenta. Y ahí estaba, la mujer de antes, con cara de sorpresa y horror; a sus pies se encontraba el cubo y la fregona, los cuales probablemente había dejado caer cuando había descubierto que la casa no estaba sola.
—Yo... nosotros...
—Íbamos a... ya nos... —si mis intentos de comunicación eran pésimos, los de Cam no es que fueran mucho mejores.
Nos incorporamos lentamente, ya con nuestras mochilas colgadas y retrocediendo hacia la puerta, aprovechando el momento de shock de la mujer.
Pero entonces, pareció volver en sí. Recogió la fregona, y con ella en alto, comenzó a avanzar hacia nosotros con rapidez, mientras gritaba en lo que imaginé que sería italiano.
Cuando vimos sus intenciones, también comenzamos a correr hacia la puerta, para huir de una vez por todas de aquella casa, pero cuando Cam intentó abrir la puerta, esta no cedía.
—¡Mierda! ¡Tiene un cierre de seguridad!
—¿¡Y qué se supone que es eso?! —exclamé, igual de alterada.
—¿¡En serio crees que este es momento para que me ponga a explicártelo?!
Vimos a la señora que ya casi nos había alcanzado y fuimos a todo lo que nos daban las piernas hacia las puertas del jardín, esquivando el fregonazo que lanzó al aire cuando pasamos muy cerca suyo.
Fuimos corriendo hacia la valla. Lanzamos las mochilas al otro lado y la cruzamos como si nos fuera la vida en ello, que pensándolo bien... era un poco así. Lo hicimos en el mismo momento en el que la mujer había llegado a nuestra posición, tratando de nuevo darnos con la fregona.
La dejamos ahí, soltando gritos y señalándonos como si fuéramos unos criminales.
<<A ver, sí, que habíamos entrado en la casa con todo el morro, pero tampoco es como si hubiéramos robado nada o algo así>>
En nuestra carrera, pude ver como uno de los vecinos de la urbanización que había salido a regar las plantas, observaba la situación con la boca abierta. No sé a dónde estaba enfocando la manguera, pero estaba claro que a las flores no.
Corrimos sin descanso hasta que estuvimos lo suficientemente lejos de todas esas casas de gente rica. Paramos en una intersección que, si seguíamos por uno de sus caminos, llevaba al paseo que había frente a la playa. Nos apoyamos en nuestras rodillas, intentando recuperar un poco del aire que habíamos perdido durante la carrera.
—Madre mía... esto en ayunas, debería ser ilegal —habló por fin Cam, entre jadeos.
Me quedé mirándolo, totalmente perpleja.
—¿Ilegal? —repetí, pensando que había oído mal o algo así — ¡Ilegal es allanar una casa!
Las personas que pasaban por nuestro lado, se giraron a mirarnos, mientras cuchicheaban, sin despegar la vista de nosotros.
En un momento pensé que era por mis gritos, pero entonces, mirándolo y mirándome, me di cuenta de nuestras pintas. Él iba descalzo y con unos pantalones sueltos, mientras que yo iba con una de sus camisetas y con sus calzoncillos.
De pronto, sentí cómo toda la vergüenza del mundo se aglomeraba en mis mejillas.
—Joder.
—¿Maya? ¿Hola, estás ahí? ¿Qué está pasando?
Miré hacia todos lados, confusa, pero entonces mi vista cayó al teléfono que todavía sujetaba en la mano. Me lo llevé a la oreja lentamente.
—¿Lidia?
—¡No sé qué acaba de pasar, pero ha sido como una película para ciegos! —exclamó, con más emoción de la necesaria.
—Eh... casi me dan con una fregona y probablemente casi acabo presa.
—Necesito actualizaciones de todo, tu viaje se acaba de convertir en mi novela favorita —ignoró por completo lo que le había dicho y siguió—. Y ahora más que nunca necesito foto de Cam, solamente con su voz ya me ha puesto.
Me giré rápidamente, para asegurarme de que no había oído nada, ya que, con los gritos de Lidia, era algo que no descartaba. Por suerte, estaba muy ocupado poniéndose unas zapatillas en los pies y mirándose las plantas con mala cara.
—Que sí, que sí... te mandaré la foto —susurré, tapándome la boca—. Ahora tengo que colgarte, digamos que estamos en la calle con unas pintas un tanto... poco aceptables.
Cam me dirigió una mirada divertida.
—Está bien. Cuídate mucho, ¿vale? —su tono de voz sonó preocupado y triste— Te echo mucho de menos, May, no estoy acostumbrada a pasar tantos días sin saber de ti.
—Lo haré. Te quiero.
Después de colgar la llamada, me quedé mirando el teléfono unos segundos. Finalmente suspiré y lo guardé en uno de los bolsillos de la mochila.
—Pues si me permites decirlo... —me giré hacia Cam, que todavía estaba sonriendo— así con la luz del día, he de decirte que mi ropa te queda genial.
Rodé los ojos y comencé a caminar.
—Vamos a buscar un sitio donde cambiarnos, antes de que me arrepienta de haber aceptado a que pasemos estos días juntos.
Tras soltar una carcajada, escuché cómo andaba rápidamente hasta llegar a mi posición.
Salí del cuarto de baño del bar al que habíamos decidido ir a desayunar y de paso vestirnos como personas decentes. Tuve que arreglarme con ropa que ya me había puesto, ya que no me quedaba nada limpio.
<<Tengo que ir a comprarme algo sin falta>>
Fui a la mesa de la terraza en la que Cam ya estaba sentado, con unas gafas de sol puestas y tecleando en su portátil sin parar. Cuando pasé por su lado, me vi tentada a echar una ojeada a qué era eso que tanto escribía, pero me forcé a no hacerlo y me senté frente a él.
—Hay que establecer unas normas.
Pareció darse cuenta en ese momento de que ya no estaba solo, ya que destensó el ceño que había estado frunciendo y lo sustituyó por una sonrisa ladeada, a la vez que me miraba con interés. Cerró la pantalla del ordenador y apoyó los codos en la mesa, entrelazando los dedos.
—Con que normas... está bien, te escucho —sonaba divertido.
—No podemos seguir dando tumbos de un lado para otro, hay que encontrar un sitio y hay que encontrarlo ya —comencé.
—Vale, es lógico —asintió—. Cuando terminemos de desayunar, iremos. ¿Algo más?
—Sí. Nada de más actos ilegales.
Soltó una carcajada, pero al ver cómo lo fulminaba con la mirada, levantó los brazos, en señal de rendición.
—Vale, vale... nada ilegal —se quedó pensando, mirando a un punto fijo, antes de mirarme por el rabillo del ojo—. ¿Ni siquiera...?
—¡Cam!
—Vaaale.
—Y me vas a acompañar a comprarme ropa —sentencié finalmente.
Me miró, con una ceja alzada.
En ese momento, me sonrojé levemente, pero traté de ocultarlo, simulando que leía la carta. Temí que me dijera que no iba a hacer tal cosa o algo así, a fin de cuentas, acompañarme a que me comprase ropa no era lo más divertido del mundo para hacer en un viaje; pero entonces vi que asentía, sonriente, mirando también su carta.
—Sí, me parece aceptable. A fin de cuentas, debes de tener la ropa justa —observó—. Puedo llevarte a un mercadillo local que hay no muy lejos de aquí.
Lo miré, totalmente agradecida. Bajé de nuevo la vista a la carta que sostenía entre mis manos.
No entendía absolutamente nada de lo que ponía en la carta, y por mucho que la busqué en otro idioma, todo estaba en italiano.
—¿Necesitas ayuda con algo? —preguntó Cam, viéndome pasar las páginas hacia adelante y hacia atrás, una y otra vez.
—N-no.
Iba a añadir algo más, pero entonces un chico de unos veintialgún años, se acercó a nuestra mesa, con una libreta y un bolígrafo en la mano.
Dijo algo que no entendí, pero viendo cómo Cam miraba por última vez su carta y le decía algo que tampoco entendí, supuse que estaba tomando nota. Comencé a ponerme nerviosa.
—¿De verdad que no necesitas ayuda? —me preguntó burlón— Yo puedo decirle lo que quieres pedir.
—No hace falta —le respondí, toda digna.
Me mordí el labio, con la carta entre las manos, entonces, le hice un gesto con la mano al chico para que se acercara. Él lo hizo, y una vez a mi lado, comencé a señalarle los dibujos que había en la carta, para pedirle lo que quería.
Cam no tardó en soltar una carcajada. Yo me limité a cerrar la carta y sonreírle dulcemente al chico, ignorándolo por completo.
<<Muy madura>>
—¿Todo eso porque no querías que pidiera lo tuyo? Maya Honey, no sabes italiano, es normal.
—Mmm...
—Anda, no te enfades, ya te enseñaré alguna cosita, no te preocupes —me dijo, con tono divertido, viendo probablemente cómo mis mejillas se habían teñido de un leve color rojizo—. Voy al baño, vuelvo en seguida.
Vi cómo se levantaba y se dirigía al interior del recinto. Yo me quedé ahí sentada, pensativa.
Saqué el móvil y estuve tentada a llamar a mis tíos, para explicarles todo. De verdad que iba a hacerlo, ya tenía casi el dedo para darle a llamar, pero... me entró el pánico y volví a dejar el teléfono sobre la mesa.
Me revolví el pelo, resoplando, exasperada. Sí, tenía que hacerlo, pero sabía también muy bien lo que iban a decirme y sobre todo lo que pasaría cuando llegase a casa. Necesitaba concienciarme. También es verdad que le había prometido a Lidia que lo haría esa mañana sin falta, pero...
Como salvada por la campana, el camarero apareció, trayendo en una bandeja nuestros respectivos desayunos, distrayéndome de mi reciente ataque de histeria.
Observé cómo dejaba un café frío con nata y una tostada en el lugar de Cam y unas tortitas y zumo de naranja frente a mí. Le dirigí una sonrisa amable al chico, y este volvió a marcharse.
Me quedé observando la nata que sobresalía del vaso del café, la cual estaba medio derritiéndose por el calor que hacía aquella mañana y caía en pequeñas gotitas al plato. Estuve, por un milisegundo, tentada a coger un poquito, pero entonces, vi una figura acercarse con paso despreocupado y me centré en mi desayuno.
—Qué pinta tiene esto, madre mía —dijo nada más sentarse, llevándose el café a la boca—. ¡Sabe aún mejor!
Vi cómo se relamía la nata que le había quedado en el labio superior. Se me hizo la boca agua.
Yo también quería un batido con nata, pero no había dibujos de nata.
Empuñé con fuerza los cubiertos y me llevé un trozo de tortita a la boca. Estaban deliciosas.
<<Aunque con un poco de nata seguro que habrían estado mejor...>>
Cam se me quedó mirando, con una sonrisa divertida, a la vez que elevaba una ceja. Yo lo pasé por alto y seguí a lo mío, pero cuando vi que no paraba de mirarme, levanté la vista.
—¿Qué? —pregunté, tragando lo que llevaba en la boca.
—¿Miel? —preguntó, como si estuviera aguantándose la carcajada— ¿De verdad que te has pedido unas tortitas con miel?
—Sí, y con oreo, ¿qué pasa? Están muy buenas —me defendí, frunciendo el ceño.
Comenzó a reír, como si hubiera dicho lo más gracioso del mundo.
<<Este chico no está bien de la cabeza...>>
—Maya Honey... unas tortitas con miel... no puede ser —dijo, entre risas.
Seguía sin comprender el chiste, y mi frente estaba arrugada a más no poder, observando cómo le faltaba poco para tirarse al suelo y empezar a rodar, por el repentino ataque de risa.
Viendo mi expresión, trató de dejar de reírse.
—Vale, vale... perdón —tosió, recobrando la compostura. Yo di un sorbito a mi zumo, todavía con el ceño fruncido, esperando a que continuara—. Es que eres como la abejita de los dibujos.
Aquello me pilló desprevenida, lo cual provocó que el zumo se me quedase atascado en la garganta y comenzara a toser sin control.
Me di golpecitos en el pecho, intentando respirar, pero el líquido y las palabras de Cam habían provocado que me costara el paso del aire. Poco a poco, fui calmando la tos, tratando de respirar con normalidad, pero fue imposible, la opresión que sentía, era mucho más que un simple ahogamiento causado por el zumo.
El collar me quemaba en el cuello, como si estuviera hecho de ácido.
Notaba cómo mi pecho subía y bajaba sin control. Me llevé una mano ahí, como para intentar controlar mi propia respiración. Pero sentía como todo estaba derrumbándose en mi interior, y no podía permitirlo, había luchado mucho por eso.
Me levanté de golpe, arrastrando la silla hacia atrás con tanta violencia que acabó cayéndose. Cam había dejado de reír hacía rato, ahora únicamente me miraba con una mezcla de confusión y preocupación.
—Eh... ¿Maya? ¿Estás bien? —preguntó, de manera cautelosa— Respira, por favor, ¿hay algo en lo que pueda ayudarte?
—N-no... yo... —intenté hablar, pero el nudo en la garganta me lo impedía— No puedo, yo... ahora vuelvo.
Medio tambaleándome, con la cara desencajada y una mano contra mi pecho, avancé a paso rápido, casi corriendo, hasta el baño. Escuché cómo la silla de Cam se deslizaba también por el suelo, la gente me miraba con cara extraña... pero me daba igual, en ese momento no podía centrarme en nada más que no fuera el dolor y la opresión que me estaban matando.
Una vez en el baño, cerré la puerta y abrí el grifo, echándome agua fría en la nuca y en la cara, tal y como me había enseñado la psicóloga en estos casos, para tratar de relajarme. Hice los ejercicios de respiración, aunque sonaba más bien como un tractor averiado, debido a que más que controlar la respiración, lo que estaba haciendo era hiperventilar de una manera nada recomendable.
Apoyé las manos en el lavabo. Cerré los ojos, apretando los extremos del lavamos con fuerza; notaba cómo los nudillos se me ponían blancos. Las uñas se me clavaron en las palmas, pero no me importaba. Necesitaba tranquilizarme.
Abrí los ojos cuando me pareció escuchar unos fuertes golpes en la puerta, pero no les hice caso, únicamente me fijé en el reflejo que el espejo me devolvía.
Tenía la cara empapada en lágrimas, la bocaligeramente abierta. Pero a lo que de verdad se dirigió mi vista, fue al collarque colgaba de mi cuello. En aquel momento, fue como si me estuviera hablando,obligándome a evocar aquello que no quería.