Kara.
Hoy fue un día lleno de emociones y revelaciones. Senté a Lori y a Lutessa en la cocina, donde el ambiente tranquilo contrastaba con la tormenta que se agolpaba en mi interior. Tenía que contarles sobre Liam, y mi corazón latía con fuerza, casi como si quisiera escaparse.
Lori, con sus ojitos curiosos fijos en mí, parecía más inquieta que nunca después del episodio que había presenciado con Liam. Su mirada revelaba una mezcla de preocupación y deseo de proteger a su hermano, algo que su edad apenas podía contener. Lutessa, en cambio, mantenía una calma serena, como si supiera que había situaciones que estaban fuera de su control, pero que haría lo posible por ayudar.
—Chicas, Liam tiene autismo —empecé, notando cómo se miraban entre sí, sus expresiones cambiando de curiosidad a una inquietante expectación. — El médico lo confirmó ayer.
Lori frunció el ceño, su preocupación palpable. —¿Qué significa eso? —preguntó, mientras sus deditos inquietos comenzaban a doblar nerviosamente la única servilleta que podía alcanzar. — ¿Mi hermano se va a morir?
—No, cielo —intervino Lena con rapidez, reconociendo la angustia que iluminaba los ojos de nuestra hija menor—. Solo... solo... su cerebro funciona de manera diferente al nuestro.
Las niñas asintieron, pero sus rostros no reflejaban tranquilidad. —Entonces... —continuó Lori, todavía preocupada por su mellizo—. ¿Qué significa eso?
Les expliqué con cuidado, usando palabras simples para ayudarles a entender. —Liam presenta varios síntomas, pero lo más difícil para él es el ruido. Los ruidos fuertes lo incomodan mucho y eso puede hacerlo sentir angustiado. — Mis ojos se llenaron de congoja al ver cómo sus ojitos se humedecían con lágrimas. — Es por eso que tuvo ese episodio en el establecimiento el otro día. — Entonces, mi mirada se centró en Lori, quien parecía absorber cada palabra con una mezcla de miedo y determinación. — También el médico nos dijo que le cuesta mucho socializar. Por eso juega solo con ustedes y con sus primos; son su lugar seguro y le calman la ansiedad.
Lutessa, siempre tan empática, inclinó la cabeza, su expresión reflejando una profunda comprensión. —¿Entonces debemos ser más silenciosas en casa? —preguntó, con los ojos llenos de lágrimas que parecían brillar con la luz de la solidaridad. —A veces nosotras hacemos ruido, gritamos... y le hemos hecho daño a Liam.
—No le han hecho daño —concluí, buscando darles un poco de consuelo en medio de su angustia.
—Ustedes no sabían —añadió Lena—. Nosotros tampoco lo sabíamos.
Lori asintió lentamente, su preocupación aún latente. —Entonces, ¿debemos mantener el mayor silencio posible?
—Exacto —asentí—. En el jardín hay muchos niños ruidosos, así que quizás también deban ayudarlo un poco. —Susurré casi en una súplica. —Quizás puedan ayudarlo a encontrar un lugar en calma.
Lori, siempre comprensiva, tomó mi mano con ternura. —Prometemos cuidarlo, mami Kara. —De inmediato, su sonrisa apareció, dulce y reconfortante. —No te preocupes, nosotros nacimos juntos y siempre nos cuidaremos.
—Yo también lo ayudaré —susurró Lutessa, su voz suave pero firme, mientras una sonrisa iluminaba su rostro. —Cuidaré que ningún niño tonto dañe sus oídos.
Esa promesa me llenó de alivio. Ver la determinación en sus ojos me hizo sentir que no estábamos solas en esto. Mis hijas, con su amor incondicional, serían un apoyo vital en este camino incierto que nos esperaba. Su capacidad para abrazar la situación con inocencia y pureza me reconfortó, recordándome que, al igual que Liam, ellas también eran nuestro lugar seguro.
Sentí cómo la mano de Lena acariciaba mi muslo, entrelazando sus dedos con los míos, buscando esa conexión y comprensión en medio de la tormenta emocional. Para ellas, este desafío no era un obstáculo, sino una oportunidad para amar y cuidar. Comprendí en ese momento la verdadera esencia de la empatía y la mirada pura de los niños: solo ven lo bueno, lo bonito, y las intenciones sinceras que alimentan el amor.
Esa misma tarde, luego de tener esa conversación con dos de nuestras hijas, comenzamos a prepararnos para la ecografía que marcaría el final del primer trimestre. Pero antes de eso, tuvimos que dejar a los niños al cuidado de sus tías, Sam y Alex. Liam estaba extasiado por haber podido compartir con sus primos, convencido de que iba a ganarles en su videojuego favorito. Lutessa, por su parte, estaba llena de emoción por el tiempo que iba a pasar con Ruby, mientras que Lori, con su característico humor travieso, deseaba hacer rabiar a su tía Alex, a la que llamaba "la vieja impaciente".
Así éramos, una familia llena de vida y caos, y cada uno de nuestros pequeños era un mundo que nos llenaba de amor.
A eso de las seis de la tarde, llegamos a la consulta donde nuestra amiga de años nos había preparado un espacio tranquilo para poder conocer a nuestro bebé. Al estar allí, la mezcla de emoción y nervios me envolvió como una marea; me sentía como una niña a punto de entrar en un parque de diversiones, incapaz de controlar la adrenalina que corría por mis venas. Pero en medio de todo, la dulce mano de mi esposa apretaba la mía, un ancla en ese torbellino de sentimientos.
La doctora Deluca nos sonrió al vernos. —¿Listas para conocer al bebé?
—¡Sí! —exclamé, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba, asintiendo como si fuera una niña a punto de estallar de emoción. —Ya... ya queremos saber más sobre ese pequeñito o pequeñita.
—¿Alguna expectativa? —preguntó Carina, mientras mi mirada se dirigía a Lena. Sabía que no éramos de hablar sobre estos temas, ya que lo más importante era que el bebé estuviera bien. —Siempre veo a mamás que hacen apuestas sobre los sexos de sus bebés, pero ustedes son peculiares.
Lena sonrió con dulzura, sus ojos reflejaban la misma mezcla de emoción y nervios que yo sentía. —Si el bebé está bien, nosotros estaremos bien. —Su mirada se centró en mí, y el deseo de besarla me llenó de una calidez que me hizo olvidar el mundo por un instante. —¿Verdad, amor?
—Sí. —Susurré, inclinándome hacia ella para sellar esa conexión en un beso tierno. —Si el bebé y mi esposa están bien, todo estará bien.
—Eres dulce, Kara. —asintió Carina, sonriendo con cariño. —Por suerte, ya se te pasó la etapa de volverte loca.
No pude evitar reír, aunque en mi interior la ansiedad se agolpaba. —Me estoy volviendo loca. —susurré, escondiéndome en el cuello de Lena, sintiendo el calor de su piel y el latido sereno de su corazón. — Me hice buena ocultándolo.
Carina, con su característico encanto, nos hizo una señal para que subiéramos a la camilla. Con cuidado, tomé la mano de Lena, ayudándola a caminar con calma y asegurándome de que nada la lastimara. Cada paso era un acto de amor, una promesa de cuidar lo que más valoraba en este mundo.
Mientras Carina esparcía un poco de gel sobre el vientre abultado de Lena, me susurró: —Maya me contó lo de Liam. Si necesitan ayuda, puedo recomendarles terapeutas ocupacionales, profesores de educación diferencial, kinesiólogos, fonoaudiólogos... todo tipo de profesionales que son expertos en autismo.
—Nos sería de gran ayuda. —respondí, con una mezcla de gratitud y vulnerabilidad. —La verdad es que... aún es difícil de asimilar.
Carina apretó la mano de Lena y me miró con un brillo de compasión. —Es normal, Kara. El diagnóstico de un hijo, por muy leve que sea, siempre supone un duelo para los padres. No significa que sean malos padres, solo es un proceso al que deben habituarse de a poco.
Sonreí, agradecida, mientras Lena murmuraba: —Eres una gran amiga, Carina.
Con una actitud profesional, Carina se centró en la ecografía. —Bien, vamos a hacerla.
Me acerqué a Lena, sintiendo cómo la emoción me abrumaba. Sabía que la ansiedad me podía jugar una mala pasada, y que las burlas de esas dos mujeres adoradas serían implacables si me desmayaba otra vez. Besé suavemente la mano de mi esposa, intentando calmar esos nervios que me devoraban.
—Esto puede tardar unos minutos, Kara. —dijo Lena, su voz suave y reconfortante me envolvía como un abrigo. —Carina debe buscar al bebé.
Carina movió el transductor sobre el abdomen de Lena, y poco a poco, la pantalla comenzó a mostrar la imagen del pequeño. Mi corazón latía con fuerza al ver el contorno de nuestro bebé, una parte vital de nosotros, una nueva vida que empezaba a formarse.
—Mira, ahí está... ¡puedes ver su corazón latiendo! —anunció Carina con una sonrisa radiante.
—Es tan hermoso... —susurré, extasiada, perdida en la imagen del pequeño corazoncito latiendo. — Es perfección pura.
Carina se concentró, moviendo el transductor con cuidado, mientras su rostro iluminado me decía que todo iba bien. Finalmente, sonrió con alegría y anunció: —¡Aquí está! ¡Pronto te daré la bienvenida al mundo, bambino!
Mis ojos se llenaron de lágrimas, y no pude evitarlo. La emoción me abrumaba, y las lágrimas comenzaron a caer silenciosamente por mis mejillas. Era un torrente de alegría, de amor, de esperanza. Pero en medio de esa felicidad, escuché las risas de Carina y Lena, que se burlaban suavemente de mi reacción.
—Mira, Kara, ya empezamos con las lágrimas. —dijo Carina, entre risas, mientras Lena trataba de contener su risa.
—¡Cállense! —respondí, aunque no pude evitar sonreír entre las lágrimas. —Es solo... que es tan hermoso.
—Sí, sí, ya sabemos que eres una llorona —bromeó Lena, mientras me pasaba un pañuelo y me miraba con cariño—, pero no te preocupes, nos encanta.
Y así, entre risas y lágrimas, el amor que compartíamos llenó la habitación, convirtiendo aquel momento en uno de los recuerdos más hermosos de nuestras vidas.
Lena.
Apenas había iniciado el día en la empresa, siendo seguida por Kara quien estaba en su plan estaba en su plan de meterme comida cada 4 horas porque no pensaba dejar que hubiese algún peligro posible, cuando recibí una llamada urgente de la directora, quien de inmediato dijo que Lutessa y Lori habían estado involucradas en un incidente, provocando que se hundiera el corazón en pensar que podrían estar sufriendo de alguna manera.
—Señora Luthor, sus hijas han golpeado a varios estudiantes .—Dijo la directora con tono serio apenas crucé la puerta de su oficina de la mano de Kara. —Entre las dos golpearon a cerca de 10 muchachos que
Iba a decir algo, pero mi mirada se desvió hacia el rostro de Kara Zor-El, mi idiota esposa que parecía estar sonriendo. Al darse cuenta que la miraba, ella lanzó una afirmación que terminó por alarmarme.
—Lena, ¡las niñas hicieron lo correcto! —exclamó, con una sonrisa aún más grande.
—¿Cómo puede ser correcto golpear a otros? —respondí, tratando de mantener la calma.
Kara frunció el ceño. —Pero estaban defendiendo a Liam. Necesitaban protegerlo.
—No importa —dije, reprimiendo el deseo desesperado de golpearla. — No se soluciona así, no podemos normalizar la violencia. — De inmediato me giré hacia la directora. — Vamos a hablar con ellas.
—Las suspenderé. — Cortó la directora con tono firme. — Tres días de suspensión como dicta el reglamento interno ante faltas de este estilo.
Vi a Kara abriendo la boca en ese intento de protestar. — Cierra la boca, mujer, si sabes lo que te conviene. — La directora sonrió al ver que en efecto la rubia cerró la boca. — Comprendemos, de igual manera hablaremos con ellas en casa.
Llamé a Lutessa y Lori, que estaban de pie junto a un grupo de estudiantes. Al ver su orgullo, me di cuenta de que mi reprimenda saldría más dura de lo que pretendía.
—¿Qué estaban pensando? —comencé, sin poder ocultar mi frustración.— No pueden hacer justicia por su propia mano. Eso no está bien.
Lutessa cruzó los brazos. —¡Pero estaban haciendo ruido cerca de Liam! — La mayor de mis hijas no parecía arrepentida en absoluto. — No podía soportarlo, lo vi como cubría sus oídos.
—Entiendo, pero hay maneras de manejarlo. Ustedes no pueden golpear a nadie, no importa la razón —les dije, haciéndoles una seña para que caminaran en dirección a su madre. — Ahora nos iremos a casa y hablaremos de su castigo.
Vi como Lori se inclinó suavemente hacia su hermana. — Le haremos caritas a mami Kara, ella nos defenderá del monstruo.
Kara se acercó al ver mi creciente furia, intentando suavizar la tensión. —Chicas, lo hicieron por amor. Pero hay que aprender a manejar las cosas de otra manera.
Lori miró a Kara, sus ojos brillando de determinación. —Pero si tu eres la mami que nos defiende. — La niña le dio una mirada decepcionada, casi como si su madre la hubiese abofeteado. — ¿También nos vas a retar?
Vi a mi esposa bufar, poniéndose inquieta. — No me hagas esa cara, engendro del diablo. — Los ojos azules de Kara cayeron en los míos. — Yo no puedo retarlas si me hacen esas caras, Lena, defiéndeme.
Lori iba a agregar algo, pero entonces se dio cuenta que íbamos saliendo del establecimiento sin su mellizo. —¿Por qué nos vamos? — Lanzó con cierta desesperación. — ¿Y Liam? No lo vamos a dejar aquí, ¿verdad?
—Nos vamos porque las suspendieron. — Gruñí. — A ustedes, a Liam no.
Esa pequeña copia de Kara me miró con desesperación. — No es cierto. — Claramente, ella no veía lo malo en sus acciones. — Si solo le pegamos a 12 enanos ruidosos.
—¿No se supone que eran 10? — Jadeé horrorizada. — ¿Cuándo subió ese número?
Lutessa sonrió orgullosa. — Cuando la profesora fue a buscar a la directora, golpeamos a dos de mi curso. — De inmediato miró a Kara, buscando aprobación. — Y los amenazamos con que si abrían la boca, usaríamos nuestras influencias en la revista para publicar rumores vergonzosos de ellos, así que se escondieron.
—¿Quién les enseñó a usar esa amenaza? — De verdad estas criaturas eran un engendro de Satanás . — ¿Quién les dijo que dijeran esas cosas?
—Mami Kara y tía Alex. — Me respondieron las niñas al unísono, luego Lori retomó su preocupación inicial. — Pero ¿dejaremos a Liam acá?
Mis ojos furiosos se centraron en Kara, en esa idiota que claramente no sabía donde esconderse luego de que sus hijas tiraran por tierra sus accionares impulsivos y estúpidos. Luego me centré en las niñas que no tenían rostro de culpa en absoluto.
—Liam no fue suspendido, ustedes sí. — Volví a decir con rabia. — Las tres se suben a la parte de atrás del carro porque no quiero verles el rostro hasta que lleguemos a casa.
—¿Mami Kara también? — Preguntó Lu.
—Sobre todo tu mami Kara.
Escuché risas torpes de mis hijas. — Estás en problemas.
Kara.
—Mami. —Estaba al otro lado de la puerta, escuchando cómo Lena hablaba con Liam.— ¿Mi hermano puede ser igual de raro que yo? —Su vocecita preocupada me estrujó el corazón.— Porque mis hermanas no lo son, ya lo sé, solo son un poco tontas e impulsivas, como mami Kara. —Enano del diablo, lo amaba, pero enano del diablo.— Pero ¿qué pasa si mi hermanito es igual de raro que yo?
—Tú no eres raro, cielo. —La voz de Lena sonaba suave, cargada de amor y comprensión, con esa calidez que solo ella podía transmitir.— El hecho de que tengas autismo no te hace raro.
—Pero no soy igual a los demás.
—No, no eres como los demás. —Lena mantenía su tono tranquilo, controlado. Esa compostura que nunca perdía era algo que siempre admiré en ella, incluso en los momentos más difíciles.— Eres como un superhéroe, y si tu hermanito es como tú, sé que lo ayudarás y lo comprenderás. Lo guiarás, porque eres un superhéroe.
Lena se quedó en silencio, y pude imaginar el abrazo que compartían. Esa conexión que ellos dos tenían era única, un vínculo que me conmovía profundamente, una intimidad que a veces me hacía sentir fuera de lugar. Luego, Liam habló otra vez, con esa sinceridad tan suya que me desarmaba cada vez.
—Yo lo cuidaré mucho.
El sonido de un beso me hizo latir el corazón más rápido, como si ese pequeño gesto encerrara toda la ternura del mundo.
—Te amo, mami, ten buenas noches.
—Te amo, mi superhéroe.
Me quedé quieta, observando cómo Lena salía de la habitación, su vientre ya empezando a notarse, y una expresión de emoción y ternura cubriendo su rostro. Pero también había algo más, una tensión, una emoción contenida que me hizo sentir un nudo en el pecho. La vi y supe que había algo que debía decir, algo que aún no me había atrevido a expresar. Entonces, un deseo abrumador se apoderó de mí: tenía que besarla.
Mis pasos me llevaron hacia ella casi sin pensar. La rodeé con mis brazos, sintiendo su cuerpo cálido y familiar contra el mío. Lena me miró, primero con sorpresa, y luego con ese toque de curiosidad que siempre lograba desarmarme.
—¿Qué rayos te pasa? —preguntó finalmente, mientras sus manos se apoyaban en mis hombros, apretándolos ligeramente.— Deja de mirarme con esos ojos de cachorro, eso solo le sale a Kripto.
Era cierto. No podía hacer más que mirarla con devoción. No importaba cuántas veces me dijera que estaba molesta, no podía evitar sentirme abrumada por lo mucho que la amaba. Había algo en Lena en esos momentos, una mezcla de fortaleza y vulnerabilidad que hacía que mi corazón latiera más rápido. La admiraba por su control, por cómo siempre sabía qué decirle a Liam, por cómo, incluso en sus momentos de enojo, seguía siendo la persona más compasiva que conocía.
Pero detrás de esa compostura, sabía que Lena también tenía miedos, preocupaciones que no siempre compartía. Verla enfrentarse a la maternidad, a las diferencias de Liam, y a un embarazo en curso, la hacía parecer invencible, pero yo sabía que no era así. Sabía que, como yo, ella también se sentía vulnerable, que su fortaleza no la hacía inmune a los miedos.
—Sigo enojada contigo, así que no te atrevas a... —comenzó a decir, pero no la dejé terminar, simplemente dejé un beso rápido en sus labios.
Porque sabía que, aunque intentara resistirse, también necesitaba este momento.
El calor subía desde mi pecho hasta mi garganta, esa mezcla de culpa y deseo que se revolvía en mi interior, quemando todo a su paso. Quería hablar, disculparme tal vez, pero las palabras no salían. Lena me miraba con esos ojos llenos de reproche, esos mismos ojos que siempre habían visto a través de mí, más allá de cualquier disfraz, más allá de la fachada que a veces intentaba mantener.
—Sigo enojada contigo —repitió, aunque su voz ya no sonaba tan firme, y lo supe. Sabía que estaba empezando a ceder, a pesar de sus palabras.
Pero no estaba dispuesta a esperar más. Cada parte de mí gritaba que este era el momento. El peso de lo no dicho entre nosotras se había vuelto insoportable, y tenía que deshacerlo, aunque fuera solo por un instante. Antes de que Lena pudiera continuar con su lista de quejas, la tomé por la nuca y la besé. Fue un beso profundo, ansioso, cargado de todo lo que no nos atrevíamos a expresar con palabras. Sentí su resistencia al principio, cómo sus labios se mantenían rígidos, pero luego, poco a poco, se ablandaron bajo los míos.
Cuando finalmente nos separamos, Lena aún tenía sus manos en mis hombros, pero ya no me empujaba. En lugar de eso, me sostenía, como si temiera que me fuera a desvanecer.
—No es justo —susurró, con la voz quebrada, su enfado deshaciéndose como una nube que se disipa en el viento—. No puedes besarme y esperar que todo se arregle.
—Lo sé —respondí, esbozando una sonrisa ladeada y en un tono suave—. Pero a veces, no sé cómo detenerme.
Lena suspiró, y aproveché ese pequeño momento de tregua para besarla de nuevo, esta vez con más suavidad, como una promesa silenciosa. Sus labios, ahora entregados por completo, me respondieron con una dulzura que me hizo temblar. Cada beso era una disculpa no dicha, una súplica para que pudiéramos encontrarnos en ese lugar donde las heridas se desvanecen, aunque solo fuera por un rato.
—No puedes seguir haciendo esto —murmuró entre besos, pero sus manos ya estaban enredadas en mi cabello, acercándome más—. No cada vez que me enojo.
—¿Y si funciona? —bromeé suavemente, con la frente apoyada en la suya.
Ambas reímos, entrelazadas en ese pequeño refugio que solo podíamos construir cuando estábamos tan cerca. La abracé, rodeando su cuerpo con mis brazos, acariciando su espalda mientras sentía el bulto de su vientre presionando contra mí. Lena se relajó por completo en mi abrazo, y me permití, solo por un instante, creer que todo iba a estar bien.
El calor seguía en mi interior, pero ahora no era solo el deseo, era algo más profundo, más intenso. Mientras Lena se relajaba en mis brazos, algo en mi pecho comenzó a latir más fuerte. Sabía que no se trataba solo de esos besos que compartíamos para borrar las tensiones del día, no era una simple disculpa hecha de caricias. Era más. Necesitaba más.
—Ven conmigo —murmuré contra sus labios, casi como una súplica, tomando su mano.
Lena me miró con esos ojos que parecían leerme sin esfuerzo, llenos de curiosidad y, quizás, aún con un pequeño destello de confusión. Pero no me soltó. Guié sus pasos conmigo, atravesando el pasillo hacia nuestro dormitorio, sin decir una palabra más. Solo el sonido de nuestras respiraciones llenaba el aire, mientras la tensión entre nosotras crecía con cada paso que dábamos.
Cuando llegamos al dormitorio, cerré la puerta detrás de nosotras y me volví hacia ella. Lena se quedó quieta, observándome en silencio, con esa mezcla de expectación y vulnerabilidad que solo compartía conmigo. Pude ver cómo intentaba mantener el control, pero la manera en que su pecho subía y bajaba con su respiración acelerada me decía que estaba tan afectada como yo.
Me acerqué despacio, dejé que mis manos acariciaran sus brazos, sintiendo cómo su piel se estremecía bajo mis dedos. Mi mirada encontró la suya, y en ese momento, no pude resistirme más.
—Quiero hacerte el amor, Lena —le dije en un susurro, con la voz quebrada por la intensidad de mis sentimientos—. No solo para borrar lo que pasó hoy... —Acaricié su mejilla, mi pulgar trazando un camino suave por su piel—. Sino porque te necesito. Necesito sentirte conmigo, completamente.
Lena cerró los ojos un momento, como si mis palabras hubieran tocado algo muy profundo dentro de ella. Cuando los abrió de nuevo, ya no había duda. Me respondió con una mirada que quemaba, esa mezcla de deseo y entrega que siempre lograba desarmarme.
—Entonces bésame —susurró, con su voz temblando apenas, mientras daba un paso hacia mí.
No necesité más invitación. La tomé entre mis brazos y la besé de nuevo, pero esta vez, no había nada que contuviera la pasión. Nuestros labios se encontraron con hambre, con la urgencia de dos personas que se necesitaban desesperadamente. La llevé hacia la cama, mis manos recorriendo su cuerpo, sintiendo cada curva, cada línea que conocía de memoria y que, sin embargo, siempre me hacía sentir como si fuera la primera vez.
Nos tumbamos juntas, y el mundo exterior desapareció por completo. Allí, en ese espacio compartido, solo existía ella, solo existíamos nosotras. La manera en que Lena respondía a cada caricia, a cada beso, me hacía saber que estaba conmigo en cada sentido de la palabra.
La desvestí con extrema suavidad, repartiendo besos por su cuerpo, moviéndome de manera decidida mientras mis dedos hacían un barrido por la tersa piel que adoraba cada noche, que acariciaba cada noche y la conocía como mía. Mis besos se detuvieron de manera ferviente entre ese punto más abultado que había entre el ombligo y el inicio de su pubis, como si quisiera darle la bienvenida al mundo a mi hijo.
Cuando la tuve desnuda, me di apenas un segundo para desprenderme de las estorbosas ropas que no me permitían sentir su piel contra la mía. Entonces tomé su cintura, girándome para ponerla sobre mis caderas, solo porque seguía siendo una aprensiva que no se permitiría en absoluto presionar su barriga.
—Mírame. — Pedí con fervor, casi suplicando. — Necesito que me mires.
Sus ojitos verdes cayeron en los míos, entonces la levanté de las caderas, lo suficiente para poder entrar en ella, observando como su rostro se contorsionaba al sentirme en su interior, perdiéndome en ese excelso gesto de placer.
—No... no me pierdas de vista. — Exigí levantando con fuerza mis caderas para darle otra embestida. — Quiero que tus ojos estén en mi. — Me erguí, abrazándola con fuerza mientras volvía a darle otra embestida fuerte, que de seguro sentiría mañana. — Quiero ver como tus ojitos brillan cuando te hago venir.
Escuché un gemido, un sonido magnifico que me hizo perder la cordura y que solo me llevó a levantar las caderas para ir más profundo, para ir más rápido, para perderme en su interior hasta verla deshacerse entre mis brazos, llevándome al cielo de una manera que solo ella podía llevarme.
Cuando finalmente nos detuvimos, la abracé con fuerza, mi cuerpo todavía temblando por la intensidad del orgasmo que habíamos compartido. Lena se acurrucó en mi pecho, sus dedos trazando pequeños círculos en mi piel.
—Te amo —le susurré, sintiendo cómo mi corazón seguía latiendo desbocado.
—Yo también te amo —respondió ella, y en ese momento supe que todo lo demás podía esperar. En ese instante, en esa cama, en sus brazos, estábamos en paz.