Mellea.
Me despierto renovada, con una energía desbordante. Hoy es nuestro segundo día en la cabaña de lujo, y aún me cuesta acostumbrarme a los enormes ventanales que ofrecen una vista impresionante del bosque y la cascada. La luz del amanecer se filtra a través de ellos, tiñendo el espacio con un brillo dorado que me llena de vitalidad.
Recuerdo el día anterior, cuando todo comenzó con el suave murmullo de la cascada. Para mi sorpresa, Biagio se levantó temprano, decidido a prepararnos café. No pude evitar reírme al verlo luchando con la cafetera. Su expresión de frustración fue tan cómica que tuve que contenerme para no estallar en carcajadas. Desde mi lugar, le di instrucciones, divertida y con una sonrisa de oreja a oreja.
Aunque él refunfuñó diciendo que podía solo y sabe que tanto, porque su gran ego no le permitía aceptar que no supiera hacer un simple café. Pero, ¿qué podía decir? Su obstinación es parte de su encanto.
Así que mientras nos tomábamos el café y él veía unas cosas en el teléfono, decidí sorprenderlo con un desayuno especial.
Como esperaba, mis guardias, siempre presentes como secuaces, nos trajeron despensa y ropa la noche anterior. Biagio los recibió, pero yo estaba tan agotada por todas las emociones y el orgasmo alucinante que me regaló que ni siquiera escuché cuando llegaron a dejar las cosas.
Aunque Biagio no es de expresar mucho sus emociones, no puedo evitar notar cómo una ligera curva asoma en sus labios al ver la mesa preparada. Hay algo en su mirada que me hace sentir especial, como si ese gesto fuera un pequeño secreto solo entre nosotros.
Él realmente está esforzándose por ser lo más romántico posible. La forma en que se comportó cuando me pidió matrimonio y cómo actúa ahora son dos facetas de un mismo hombre que jamás había presenciado. Es como si, de alguna manera, me lo hubieran cambiado, pero al mismo tiempo, sigue siendo el Biagio que conozco.
—Huele delicioso —recuerdo que dijo, y aunque esas son solo dos palabras simples, en sus ojos definitivamente transmitía más de lo que las palabras podrían.
Pasamos esa mañana explorando la cascada. Biagio me guío por el pequeño sendero hasta el lugar exacto donde me pidió matrimonio. Allí, nos sentamos juntos, dejando que la belleza del entorno nos envolviera.
Su mano buscó la mía y cuando la tomó me dio un ligero apretón, lo que me reconforto de sobre manera.
Por la tarde, decidimos nadar en el agua cristalina. A pesar de la naturaleza sería de Biagio se mostró juguetón, lanzándome al agua y haciéndome reír hasta que el estómago me dolió.
De regreso en la cabaña, cocinamos juntos (bueno yo cocine mientras él me hablaba y me nalgueaba cada vez que tenía oportunidad). Cenamos juntos, conversando un poco de como comenzaremos los preparativos de la boda (más de parte de mis ansias). Biagio dijo que no tenía porque estresarme por ello, ya que, tenía un buen planificador de bodas que estaba listo, para crear lo que yo deseara y decidiera en el momento que hiciera mis elecciones.
Eso me tranquilizo un poco, pero la presión de que nos casamos en tres semanas me obligara a actuar rápido. Quiero que sea algo especial para ambos, un día que recordemos con una sonrisa.
Esa noche, nos tumbamos bajo las estrellas, y el gran ventanal que nos ofrecía una vista impresionante del cielo iluminado. Su brazo me envolvió, y aunque no dijo nada más, el calor de su cuerpo y su respiración tranquila me hicieron sentir completamente segura. Sin embargo, la tranquilidad no duro mucho; pronto nos encontramos incapaces de mantener nuestras manos y bocas quietas.
Con todos esos recuerdos en mente, me levanto un día más, sintiendo cómo la luz entra suavemente, iluminando la elegante decoración que nos rodea. Me estiro y observo el paisaje, dejando que una profunda paz me inunde. Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre, en este pequeño paraíso que hemos creado juntos.
Biagio ya está despierto, sentado en una de las sillas frente a la ventana, con una taza de café en la mano. Su expresión seria, como cada día, parece enmarcar su rostro mientras su mirada se pierde en el horizonte. A pesar de su naturaleza reservada, hay una calidez constante en su presencia que me hace sentir segura, como si todo estuviera en su lugar.
Sé que no por esto se convertirá en el novio dulce que me llenará de amor vainilla, ni en el tipo que me repetirá constantemente que me ama. Simplemente, él no es así. Pero eso no me importa; lo amo tal como es. Mi Biagio siempre será un poco frío y temperamental, pero me derrite con esas acciones pequeñas que demuestran cuánto cariño me tiene. A veces, no puedo evitar reprocharme fugazmente por todo el tiempo que perdí al no estar junto a él.
—Buenos días —le digo, dejando que la felicidad se desborde en mi voz.
—Buenos días —responde con serenidad, sin dejar de mirar por la ventana.
Me acerco a darle su beso de la mañana, intentando que sea suave, pero él me toma de la cintura y me sienta en sus piernas. El beso se vuelve profundo y caliente, y cuando finalmente nos separamos por la falta de oxígeno, lo encuentro relamiéndose los labios. Sin querer, imito su gesto, y una risa escapada de mis labios nos envuelve en un aire de complicidad.
Me acomodo en su regazo y tomo su café, dándole pequeños sorbos. Sabe increíble, y no lo digo solo porque sea mi prometido; hay algo en su sabor que me recuerda a las mañanas juntos, a los momentos que compartimos.
Nos quedamos en silencio un momento, disfrutando de la tranquilidad del lugar y contemplando la majestuosidad del paisaje. Su compañía es suficiente para llenar el espacio con una sensación de intimidad que me hace sentir en casa.
Hemos decidido pasar la mañana relajándonos en la cabaña. Una vez que finalmente nos levantamos del asiento, me dirijo a la cocina, donde le preparo el desayuno. Cada detalle cuenta, y mi atención en la comida es una forma de demostrarle cuánto me importa.
Biagio es feliz mientras lo tenga alimentado y dejándome toquetear a cada momento. Y si me estuviera follando, ya estaríamos metidos en la cama todo el día, pero ambos somos conscientes que si lo intentamos más, no nos detendremos. En ese aspecto, él se preocupa mucho por mí, y lo aprecio.
Después de un rato, logro preparar unos waffles dulces y salados, junto con otro café para mantenernos despiertos, además de un vaso de jugo fresco. El aroma de la comida llena la cabaña y se mezcla con la calidez del momento.
Mientras comemos, siento su mirada fija en mí, intensa y cálida, como si estuviera tratando de absorber cada detalle.
—Este lugar es tan perfecto —comento, mirando a mi alrededor—. No me quiero ir de aquí, nunca.
—Lo sé —responde, sin apartar la vista de mí—. Si no tuviera mis obligaciones, créeme que mandaría todo a la mierda y te dejaría encerrada aquí conmigo hasta que pasen las tres semanas. Entonces podría follarte tan duro como quisiera, y nos quedaríamos aquí otras semanas más.
—Oye, pero la boda será ese día. Además, también es tu cumpleaños, otro motivo más de celebración —le reprocho divertida—. Así que no seas egoísta. Quiero verme deslumbrante con un vestido de infarto y un maquillaje de reina, y verte en smoking, tan jodidamente atractivo como eres. Quiero presumir que eres mi esposo y disfrutar nuestra boda, bailar hasta que mis pies se cansen.
Hace una mueca, y su expresión se torna más seria. —Yo solo quiero que digas que sí, y entonces podría secuestrarte y llevarte a la primera habitación que veamos, mientras te rompo la lencería. Eso me pondría tan duro que podría taladrar la pared.
No puedo evitar carcajearme, porque sé que es verdad. —¿Me vas a secuestrar en nuestra propia boda?
—Definitivamente lo haría —responde con sinceridad.
—Señor Cicchi, es usted un romántico empedernido. Yo pensaba que deseabas festejar nuestra boda a lo grande.
—Siendo honesto, la boda y todo ese festejo es para ti. Odio las fiestas, odio a la gente, odio que te vean y odio los gritos y lloriqueos de los invitados. No me gusta ser el centro de atención —voy a decir algo antes de que continúe—. Siempre lo soy. ¿Para qué necesitaría una celebración para recibir las miradas que siempre tengo sobre mí?
—Joder, tu maldito ego está tan grande que me encandila, de verdad —niego con la cabeza—. Además, claro que debemos festejar. Uno se casa una vez en la vida.
Me mira con una cara de póker.
—Bueno... nuestros matrimonios falsos no cuentan, ¿sabes? Eso era un cáliz. Además, esta vez sí estaré feliz y deslumbrante. Me voy a casar con el hombre que amo y voy a tener una noche de bodas majestuosa.
—Oh, eso sí me interesa —me dice, tomando mi mano y acercándome a él, dejándome cara a cara—. ¿Por qué no hacemos la boda aquí y que se jodan todos? Total, solo necesitamos traer al poder mayor para la ceremonia. Después de eso, solo te necesito a ti desnuda debajo de mí.
—¿Y qué se supone que me pondré para la ceremonia? ¿Una sábana? —le pregunto, con una mezcla de diversión y exasperación.
Se encoge de hombros como si no le importara.
Lo empujo suavemente. —¡Biagio Cicchi, no se te ocurra pensar eso! ¡No vas a cambiar la boda! ¡Vamos a tener una fiesta espectacular, grande, con muchos invitados! Vamos a ser los recién casados más fotogénicos y enamorados de la historia, ¡y he dicho!
Él bufa como un niño al que no le dan lo que quiere, y no puedo evitar sonreír.
—Está bien, lo haremos a tu manera —dice Biagio, su tono neutral pero firme—. Si es lo que quieres. Pero no prometo no desaparecer contigo un rato.
—Solo un rato, ¿eh? —le guiño un ojo—. Está bien, pero me devuelves antes de que noten nuestra ausencia.
—Trato hecho —asiente, manteniendo su mirada fija en mí—. Pero después de la fiesta, eres toda mía.
—Eso suena como una promesa que puedo aceptar —digo, acercándome un poco más—. Me encanta que estés dispuesto a hacer esto por mí.
—Por ti haría cualquier cosa —admite, su voz baja y seria—. Aunque implique a toda esa odiosa gente y haga el maldito ridículo.
Acerco mi boca a su oído. —Solo piensa en la recompensa al final del día —digo traviesa, y él me responde con una nalgada sonora que me pone cachonda al instante.
—Esa es mi única motivación —responde con una mirada intensa—. Y no digas más, antes de que me olvide de tu recuperación. Mi mente ya está muy perversa en estos momentos, y no creo que mi polla se porte bien hasta entonces.
—Bueno, bueno, no tocaré más el tema de la luna de miel —digo feliz—. Mejor dime qué tienes planeado para nosotros hoy.
La forma en que me observa Biagio me hace preguntarme si fue buena idea preguntar.
La tarde transcurre con una caminata extensa por el bosque. Estoy maravillada por el paisaje; los sonidos de la naturaleza, la vista, todo es tan ideal. Sin embargo, casi me doblo un pie cuando una ardilla pasa frente a mí.
En mi defensa, no me lo esperaba y casi me doy de bruces contra el suelo. Lo bueno es que Biagio estaba al pendiente de mí y logró tomarme antes de que sucediera, aunque no pudo evitar burlarse un poco de mí, el muy maldito.
—¿Te has dado cuenta de que las ardillas no son un obstáculo, sino un aviso de que debes mirar hacia donde caminas? —me dice, riendo.
—¡Cállate! —le respondo, riendo también, mientras me recompongo—. No me esperaba eso, ¿vale?
También hubo momentos buenos, como cuando descansamos y Biagio me hizo quitarme las botas. Mientras masajeaba mi pierna mala y mis pies cansados, esos pequeños gestos me hicieron sentir tan cuidada. Sus manos, firmes y cálidas, transmitían una conexión profunda que me hinchaba el pecho. De vez en cuando, su mano se apretaba alrededor de la mía, y en esos instantes, todo el mundo parecía desvanecerse.
Al regresar a la cascada, lo miro y siento su mirada fija en mí, intensa y ardiente, que me eriza la piel. En un impulso, lo beso con fervor, dejándome llevar por la emoción del momento.
Al anochecer, regresamos a la cabaña. Nos acomodamos frente a la chimenea, y aunque Biagio sigue siendo parco en palabras, su cercanía y el calor de su cuerpo junto al mío me hacen sentir plenamente amada. La luz del fuego danza sobre su rostro, y en ese instante, cada silencio se siente como un abrazo.
Nos quedamos así, en un silencio cómodo, saboreando la promesa de lo que vendrá. A su manera, Biagio me hace sentir que soy su mundo, y en este refugio de lujo, sé que no necesito nada más. Esa noche, nos vamos a dormir, y aunque no hay nada sexual entre nosotros, hablamos un poco. Con el día tan enérgico, me voy quedando dormida. Me abrazo a él como un koala a su árbol, mientras él me acaricia el cabello y yo lo hago con su brazo. Nos dormimos juntos, profundamente.
El último día comienza con un desayuno tranquilo. Decido poner la mesa al aire libre, rodeada de la belleza del bosque, y preparo todos los alimentos matutinos favoritos de Biagio: pan, mantequilla, mermelada, fruta, unos huevos con tocino y un café bien cargado.
Cuando él ve todo lo que preparé, me da un beso en la sien y se sienta a mi lado mientras comenzamos a comer. Sin embargo, Biagio parece inmerso en sus pensamientos desde que despertamos, y me pregunto qué le preocupa.
—Gio —le llamo, y él me mira fijamente mientras bebe de su café—. ¿Pasa algo?
Se queda en silencio un momento, luego alza una ceja. —¿Por qué?
—Has estado muy callado desde esta mañana —le digo, observando su expresión.
Deja la taza de lado, su mirada se vuelve más seria. —Estoy analizando ciertas cosas.
—¿Cómo qué? —pregunto, curiosa—. ¿Puedo saberlo?
La forma en que me mira es muy diferente a lo que estoy acostumbrada, y eso me intriga.
—Después de que te cases conmigo, quiero que te vayas a vivir conmigo.
Casi me atraganto con el pan, pero disimulo, tratando de mantener la calma.
—¿Vivir contigo? ¿Hablas de estar en tu territorio indefinidamente? —pregunto, con una mezcla de sorpresa.
Asiente.
—Ya me lo habías propuesto antes, y bueno, supongo que ahora que estamos comprometidos no es una idea tan descabellada. Me gusta el departamento, pero... ¿estaremos seguros allí de que tu familia no me vea? —pregunto, sintiendo una inquietud en el estómago.
Su mirada sombría me dice que no está de acuerdo con eso.
—No solo hablo de que vivas conmigo en el departamento, muñeca, sino que vivas en el castillo —dice con una seguridad que me deja paralizada—. Quiero presentarte ante todos como la señora Cicchi, mi mujer de ahora en adelante.
Ahora sí que me ha agarrado en curva. Mi expresión de duda reluce inconscientemente, y parece responderle algo que no le gusta.
—Biagio, sabes que te amo, ¿no? Infinitamente. No quiero que dudes de lo que siento por ti. —Necesito encontrar la forma de hacerle entender mi decisión.
—¿Pero? —responde, ahora con un tono más frío.
—Pero no puedo irme a tu castillo y fingir que soy una mujer que conociste por casualidad en el exterior. Tengo un apellido que tu familia odia a muerte; nadie podrá aceptarme, yo lo sé. Incluso podrían intentar matarme...
—Nadie se atreverá a tocarte. Soy el Don, mi palabra está por encima de cualquiera, y lo saben. El que no esté de acuerdo se puede largar o, en el mejor de los casos, se muere.
Mis ojos se abren como platos.
—No puedes decir eso, Biagio. ¿Cómo que matarlos? Es tu sangre.
—Mi sangre nunca estará por encima de mi mujer. —La forma en que lo dice me da un escalofrío, y una parte de mí tiembla ante la intensidad de su mirada.
—Entiendo esa parte, pero por favor... ¿podemos pensarlo? No tengo problemas en irme a vivir contigo a tu departamento, siempre y cuando tu familia no lo sepa.
«Al menos no hasta que sepa quién es el maldito sujeto tras las sombras.»
—Lea —me dice, mirándome con reproche.
—Es un hecho, Biagio. No me importa que mi familia odie a tu familia o lo que sea; yo no voy a decidir la vida de ellos solo porque no están de acuerdo con esta locura —alego, sintiendo que mi voz se eleva un poco—. Y por locura me refiero a que somos enemigos de toda la vida y vamos a casarnos. Voy a tener tu apellido; soy feliz por serlo y emocionada de poder casarme contigo. Pero no quiero ser partícipe de ciertas cosas, y mucho menos de una masacre de tu sangre, porque eso pasará si alguien se llega a enterar de lo nuestro, al menos ahora.
La tensión entre nosotros se siente palpable, como un hilo tenso que podría romperse en cualquier momento.
—Y con alguien que se llegue a enterar, ¿te refieres a que tampoco quieres que tu cobarde familia sepa?
—No, Biagio, no quiero que se enteren —respondo, sintiendo cómo la tensión crece entre nosotros.
Exhala fuerte por las fosas nasales, visiblemente molesto, e incluso aparta su plato de comida. Mierda, esa no es una buena señal.
—Biagio, por favor —le digo, intentando que mi voz suene dulce—, entiéndeme.
—Quiero entenderte, Mellea. De verdad, estoy tratando con todas mis malditas fuerzas de entenderte. —Aprieta los puños sobre la mesa, aunque no hace ningún movimiento brusco, lo que me dice que está conteniéndose.
—No te enojes —le digo, porque sé que no es lo que él cree. Sacude la cabeza, frustrado.
—¿Cómo no quieres que me enoje? Estoy tratando de darte lo mejor de mí, Mellea. Yo sé que soy un hijo de puta y me cuesta mostrar mis emociones. Estoy tratando de que veas mi esfuerzo. Quiero que sepas que me importas y que siento cosas por ti, no que queden en simples palabras pendejas. Quiero mostrarte al mundo como lo que eres: mi mujer. —Su voz se vuelve feroz—. Ya lo eres. Lo único que cambia es el nombre delante de los demás. Vas a ser mi esposa, mía, y vas a tener mi apellido. Lo único que te pido es que te vengas conmigo, donde te corresponde, a mi lado. Nada más.
Siento que las lágrimas amenazan con salir, porque entiendo lo que él siente. De alguna manera, aún está herido por la última vez que nos separamos; piensa que lo que digo es solo una excusa para irme. Pero ya no lo haré; lo que quiero es que comprenda las circunstancias.
Claramente, no quiero que mate a nadie de nuestras familias, pero también está el hecho de que, si me alejo del castillo y me voy a su territorio, la persona que está detrás de mí podría actuar de manera diferente. Necesito descubrir quién es.
—No... —me quedo callada, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
Él aprieta la mandíbula, intentando parecer sereno. Entonces, pienso con claridad y lo tomo de la mano.
—Amor, escúchame —le digo, usando un apelativo cariñoso. Su rostro se transforma y se queda quieto, como si mis palabras le dieran un momento de pausa.
Lo veo debatir internamente y luego sus hombros se relajan, así que aprovecho la oportunidad para hablar.
—No se trata de mí. Entiendo perfectamente lo que me dices, entiendo lo que quieres, y créeme que no quiero más que cumplir todos tus deseos. Pero entiende que nuestras familias nunca aceptarán lo nuestro, a excepción claro de dos personas —le digo, y alza la ceja, confuso—. Sí, eso te lo contaré. A lo que me refiero es que no podemos cambiar sus pensamientos de la noche a la mañana. Incluso a nosotros nos costó quitar esa línea, ¿lo recuerdas? Para nosotros tampoco fue fácil al principio, ni lo fue después, hasta ahora. Solo porque seas el Don, las cosas no cambiarán. Pero podemos intentarlo, ¿sí? No me importa si las familias principales se enteran o si nuestras familias llegan a enterarse después. Lo único que no quiero son represalias de ninguna parte, y mucho menos con la situación actual. Hay muchas cosas que tenemos que averiguar todavía, y no quiero agitar más las aguas hasta saber qué es lo que ha estado pasando. No se trata de ti, créeme, y tampoco estoy buscando excusas para irme de tu lado. —Lo miro a los ojos, sintiendo la intensidad de su mirada—. Jamás lo volveré a hacer, ¿me oyes? Nunca más me iré de tu lado, aunque después no me soportes, amor...
La sinceridad en mis palabras parece calar hondo en él. Antes de que pueda continuar, alza mi mano.
—Ven.
Me levanto de mi asiento sin separar su mano de la mía. Biagio me agarra de la cintura con su mano libre y me sienta en su regazo. Posa su nariz en mi cuello y aspira profundamente, como si intentara memorizar mi aroma.
—Quiero escucharte otra vez —pide, y no puedo evitar sonreír.
—Amor —digo suavemente.
—Suena tan alucinante saliendo de tu boca —murmura, y me da un beso en el cuello que me eriza la piel, enviando un escalofrío por mi columna.
—¿Entonces ya no estás molesto?
Él niega con la cabeza.
—Solo porque nunca te había escuchado llamarme de esa forma.
—¿Entonces cuál es la manera que más te gusta que te diga? ¿Tesoruccio, Gio, amor? O prefieres que te diga cariño, cielo, corazón.
—De la forma que tú quieras, que sea solo para mí —me responde, sonriendo con una perversidad que me hace reír—. Aunque en la cama, puedes decirme algo más fuerte.
—¿Um, como "mi domador"? ¿"Mi matador"? ¿"Mi perverso esposo"? ¿"Amore"?
—Como quieras, pero lo quiero escuchar cuando gimas mi nombre.
Sonrío, sintiendo que el calor sube por mis mejillas. —Lo que mi futuro esposo quiera.
Me da un beso más en el cuello, y el simple contacto me hace sentir como si voláramos.
—Entonces, por el momento, nos mantendremos en el departamento —dice, y asiento, sintiendo que un peso se levanta un poco.
—Si todo sale bien, pero hay algo más que quiero hacer antes de irme contigo.
Biagio es todo menos tonto; inmediatamente deduce a qué me refiero.
—¿Es sobre lo que quieres averiguar? ¿Está relacionado con lo que me dijiste en el vestidor?
—Sí. Iba a decírtelo cuando tuviera una oportunidad de estar a solas. —Lo miro fijamente a los ojos—. Ya lo sabes, Michael me dijo ciertas cosas...
Se tensa al escuchar el nombre. —Ni me recuerdes a ese imbécil baboso.
—Bueno, si respeto por lo que me alejé fue por eso, pero también había algo más que me intrigó en la conversación.
—¿Qué más te dijo?
—¿No lo sabes?
Niega y acaricia mi pierna desnuda, su toque me provoca una mezcla de calidez y nerviosismo. —En cuanto supe que habló contigo después de que te fuiste, bajé y le corté la lengua, así que ni idea.
—Cielos, amor, tú y tu forma tan pacífica de arreglar las cosas —respondo con sarcasmo, dándole un beso corto—. Lo que Michael dijo... no quiero que alucines, ¿vale?
Biagio me observa con un aire de seriedad que me hace sentir un nudo en el estómago. Sé que lo que voy a decir podría cambiarlo todo.
No dice nada y prosigo. —Dijo que si pensaba que con ellos se acabaría esto, estaba equivocada. Me dio a entender que hay alguien detrás de mí, o más bien, de nosotros. Dijo que no me daba cuenta de lo que pasaba frente a mis narices. Luego fui con el poder mayor; sí, de eso también te contaré. Me advirtió que me cuidara de las personas en las que confío, que hay alguien acechando sobre mí en las sombras. ¿Tiene sentido, no? Michael dice eso, y luego el poder mayor me insinúa lo mismo.
Biagio se queda en silencio, analizando mis palabras. Su mano derecha sigue sobre mi pierna, su calor me reconforta en medio de la tensión.
—Si es cierto, entonces investigaré sobre ello. Quien sea el hijo de puta que te está acechando, lo lamentará con creces. —Agacho la cabeza, tratando de esfumar los recuerdos de lo que pasó por esa situación. Biagio me toma del mentón con su mano izquierda—. Muñeca, no volverá a pasar lo mismo. Te lo juro por mi vida que antes me meto un tiro a que vuelvas a la misma mierda.
—Yo lo sé, es solo que no solo me preocupo por mí. No quiero que nada te pase a ti.
Sonríe con un egocentrismo que me resulta familiar. —Nada va a pasarme. Solo estaré vivo para ahuyentar a cualquier bastardo que quiera tocarte un solo cabello. Pero Lea, debes decirme todo lo que pasa. No quiero que me ocultes nada ya.
Lo abrazo, sintiendo su corazón latir con fuerza contra mi pecho. —Lo sé, confío en ti. Y sí, nada de secretos entre nosotros de ahora en adelante.
—Ya que estamos en la conversación, quiero escuchar con detalle lo de las dos personas que están de acuerdo con lo nuestro, también lo del idiota ese y el poder mayor —no me pide; literalmente me exige—. ¿Hay algo más que me hayas estado ocultando?
Me muerdo el labio con fuerza, sintiendo una mezcla de nervios y emoción, y luego hago una sonrisa de travesura.
—Pues hay algo más...
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Me repaso en el espejo una vez más, alisando mi vestido con estampado floral y acomodando los mechones sueltos de mi cabello para darle un toque más sofisticado a mi cola alta. La luz del sol que entra por la ventana resalta los colores vibrantes de mi atuendo, y siento una mezcla de emoción y nervios.
—¿Estás lista? —me pregunta Biagio a través del espejo, su voz grave y tranquila me ancla en el momento.
Asiento y, antes de que pueda dar un paso, se acerca a mí, toma mi cintura y me planta un beso en la cabeza. Su cercanía me llena de calidez.
—Se hace tarde —añade, mirando el reloj en su muñeca.
Voy al armario, buscando mi bolso. Meto mi Glock, chicles, lentes de sol, mi celular y dos revistas que no quiero dejar atrás.
—Estoy lista —le digo a Biagio, ajustándome la correa delgada de mi bolso sobre el hombro.
Salimos a la sala, donde Maggy está envolviendo la lasaña junto al postre que hice, un Zuccotto que está para chuparse los dedos. Ella los envuelve en los moldes, y deja la bolsa lista, así que Levin la toma para cargarla.
—Gracias, Maggy —le agradezco a la mujer que se ha comportado tan maternal conmigo y que está llena de felicidad por la boda—. ¿Pusiste las velas?
—Sí, mi niña, ya está. De hecho, puse otro postre para que lo puedan dejar ahí.
—Excelente, gracias, Maggy —le doy un beso en la mejilla, y ella me abraza brevemente.
—Diviértanse —desea, y su entusiasmo es contagioso.
Tomo a Biagio de la mano mientras Levin abre la puerta cargando la bolsa. Milo espera afuera, y una vez que salimos, pulsa el botón del ascensor. Nos acomodamos todos, y Biagio pasa una mano por encima de mi cadera, casi hasta la altura del dobladillo de mi vestido. Juega con sus dedos un momento, y esa simple caricia me hace sonreír.
—Estás hermosa —me dice, y sonrío mientras apoyo ligeramente mi cabeza en su hombro.
El ascensor se detiene, y al salir nos movemos hacia el lobby. La mujer de la recepción nos saluda, y Levin y yo somos los únicos que regresamos el gesto. A pesar de que ella está celosa de mí, se mantiene profesional, lo que me hace sonreír internamente.
Una vez en la camioneta, subimos y Milo arranca el motor. Conduce hasta la pista donde el jet está siendo revisado. De repente, mi teléfono suena, y al sacarlo, veo un mensaje de Bonnie: ellos nos alcanzarán en Dinamarca, en la clínica de rehabilitación donde está el tío Enzo.
Así es iremos a visitarlo, ya que me estoy quedando con Biagio.
Resulta que llegamos de la cabaña hace tres días y no he querido despegarme de él. Se suponía que regresaría a Alessandria, pero cuando estábamos en el camino de regreso, le dije que no quería irme. Para él fue gratificante que tomara la decisión de quedarme. Oliver y Bonnie, sin embargo, han estado al pendiente de lo demás, y cuando volvamos, ellos nos acompañarán. No dejan de ser mis guardias, y no quiero desprenderme de ellos, porque son muy importantes para mí.
Biagio ya organizó el departamento para que puedan tener su propio espacio. Es un poco raro, dado que Levin y Milo siempre han sido los encargados de su seguridad y Oliver y Bonnie de la mía. Así que tuvimos que reacomodar todo para poder seguir con nuestros guardias de siempre.
Ya ha pasado exactamente una semana desde mi cumpleaños y mi pedida de matrimonio. Aunque el reloj avanza cada vez más rápido, me estoy tomando el tiempo para decidir los preparativos.
Nos avisan que el jet está listo, y subo primero las escaleras, seguida de Biagio. Una vez que estamos en el asiento, me dejo caer con ganas, sintiendo cómo la emoción burbujea dentro de mí. Biagio se sienta a mi lado y, tras quitarme las sandalias, subo mis pies en su regazo mientras le pide a Levin que le pase su computadora.
Milo despega, y aunque sabemos que tardaremos aproximadamente cuatro horas en llegar, dejo caer mi bolso y agarro las revistas de novia. Comienzo a hojearlas, echando un vistazo a algunas recomendaciones y recopilando ideas sobre lo que quiero para nuestra boda.
Biagio se concentra en su trabajo en cuanto Levin le pasa la computadora, y me doy cuenta de que su serenidad es casi inquietante. Levin y Milo también han estado sorprendentemente tranquilos, como si su jefe estuviera en un estado de zen total, lo que me hace sonreír.
Mientras hojeo más páginas de la revista, empiezo a crear la boda en mi cabeza. Cada vestido, cada detalle, se va formando en mi mente.
—¿Ya encontraste algo que te guste? —me pregunta Biagio, bajando la vista de su computadora y mirándome con interés.
—Sí —respondo, sintiendo una chispa de felicidad—. ¿Quieres ayudarme a decidir lo que me falta?
Parpadea un par de veces y luego asiente, cerrando la computadora y apartándola a un lado.
—¿Qué es lo que tienes en mente?
—Bueno, tengo dos lugares en los que quiero casarme. Uno es en tu territorio y el otro en el mío, no sé si podamos hacerlo —lo miro fijamente—. El lago de Di Como o en la isla de Spetses.
—Entonces estás entre Varenna o cerca de Atenas —responde, reflexionando.
Asiento, sintiendo una mezcla de emoción y nervios. —Quería algo más retirado, como la boda de nuestros hermanos, pero solo de ver los paisajes, me quedé encantada.
—¿Y qué quieres tú?
—No lo sé, ambos me gustan mucho, solo que no sé cuál podamos organizar.
—Me voy más por Spetses —declara con confianza.
—¿Sí? —pregunto, sorprendida.
—Es una isla y tiene lugares magníficos. Considerando que quieres algo majestuoso, es el lugar apropiado para que pase desapercibido. Podemos festejar allí, si es lo que tú quieres.
—¡Siiii! —chillo de alegría, dándole un beso fugaz.
—¿Los colores que has decidido? —me pregunta, y siento que la emoción crece.
—Bueno, nuestra primera vez iba vestida de rosa y blanco, y tú de negro y gris —ambos asentimos con la cabeza, entendiendo lo que esa elección representa—. Definitivamente será rosa y negro.
—¿Y el vestido? ¿Dónde lo conseguirás? —indaga, interesado.
—Estaba pensando en ir con Abati, el diseñador del vestido de novia de Alessa —sonrío al mencionarlo—. Aunque también podría darme una vuelta por las boutiques de novia.
Biagio asiente, y puedo ver que está disfrutando de la conversación tanto como yo. La idea de organizar nuestra boda juntos me llena de una felicidad indescriptible.
—Solo dime cuánto necesitas y te transfiero el dinero.
Alzó una ceja. —Yo voy a comprarme mi vestido, Biagio.
—No —niega con firmeza—. La boda irá a mi cuenta, quiero que así sea.
Hago un puchero, sintiendo que mi independencia se ve amenazada. —Y yo quiero poder contribuir.
—Muñeca, ya ha estado decidido.
—Sí, me lo habías dicho desde ayer, pero quiero pagar algo.
Me acaricia la pierna, y su toque envía un cosquilleo por mi piel. —Tú solo encárgate de elegir lo que quieres, y yo te cumplo el capricho. Déjame consentirte.
Me cruzo de brazos, sintiendo que mi obstinación afloraba. —¿Al menos podré pagar la luna de miel?
—No —responde con un tono neutro—. Ya está pagada.
—¿Hablas en serio? —pregunto, sorprendida.
—Sí —dice, y luego sube mi pie y me da un beso en el empeine antes de volverlo a su lugar—. Y no voy a decirte a dónde iremos, es una sorpresa.
—¡Me vas a dar un infarto con tanto! ¡Vamos, dame una pista!
Niega con seriedad, y creo que podrían torturarlo hasta matarlo antes de que suelte la sopa.
—Ya te dije que no, y ni lo intentes porque no vas a lograr averiguarlo.
—Ash, como te odio —respondo, fingiendo indignación.
—Me amas —dice con una sonrisa ligera.
Ruedo los ojos, divertida. ¿Para qué negar lo inevitable? Seguimos platicando sobre los preparativos durante unas horas más. Me encanta que Biagio esté totalmente comprometido con la boda; me da su opinión sobre los centros de mesa y las decoraciones, así como decide qué quiere para el menú y todo lo demás. Su entusiasmo me contagia, y juntos vamos construyendo una visión que me hace sentir aún más emocionada.
Cuando finalmente aterrizamos, ya tenemos la mitad de las cosas decididas. Milo nos avisa que el auto rentado acaba de llegar, así que nos levantamos listos para irnos. Agarro mi bolso mientras Levin, que había estado durmiendo durante todo el vuelo, toma lo que se le encargó. Bajamos del jet y Biagio me abre la puerta para que suba, luego entra él y se sienta a mi lado.
Una vez todos dentro del auto, emprendemos el viaje hacia la clínica de rehabilitación. Cabe mencionar que el tío Enzo cumple años hoy, y por eso decidimos venir a sorprenderlo. Estoy segura de que se llevará una grata sorpresa cuando vea a Biagio.
El recorrido transcurre mientras me mensajeo con Bonnie, avisándole de nuestra llegada. Al parecer, ellos ya están allí. Por otro lado, Biagio se ve muy serio, lo que me hace preguntarme qué está pensando.
Creí que cuando le contara que interné al tío Enzo se enfadaría, pero no fue así. Me dijo que él ya lo sabía y que, aunque no estaba del todo enojado, tampoco estaba contento de que le hubiera ocultado algo así. Esa revelación me deja un nudo en el estómago, pero al mismo tiempo, siento un alivio de que entienda mis intenciones.
Mientras el auto avanza, miro por la ventana, dejando que mis pensamientos vaguen entre la emoción de la boda y la preocupación por la salud del tío Enzo. Sé que hoy será un día especial, y mi corazón late con fuerza al imaginar su reacción al ver a Biagio.
—Hemos llegado —avisa Milo, sacándome de mis pensamientos.
El cancel de tres metros nos recibe. Al llegar, preguntan por nuestros nombres y, tras verificar, nos autorizan a pasar. Automáticamente, el cancel se abre y avanzamos hacia el pequeño estacionamiento. Milo observa el carro donde Oliver y Bonnie están recargados y estaciona a un lado.
Una vez que me bajo, saludo a mis guardias con entusiasmo.
—¡Lea, qué deslumbrante estás! —exclama Bonnie, abrazándome con calidez. Asiento, sintiendo que mis ojos brillan de felicidad.
—Lo estoy, me da tanto gusto verlos. —Me giro hacia Oliver y lo abrazo también, sintiendo la familiaridad y el apoyo que siempre me brindan. Luego volteo a ver a Biagio con una sonrisa radiante, y aunque espero que en algún momento se sienta celoso por mi cercanía con Oliver, eso no sucede. En cambio, él los saluda desde lejos.
—Señorita Lea, ya está todo programado. Acaban de mandar al señor Enzo al jardín; ahí mismo nos esperan —nos informa Oliver, y mi corazón se llena de alegría.
—¡Perfecto! —respondo, casi como si fuera la líder del grupo, y después comienzo a caminar hacia la entrada, con ellos siguiéndome.
Una enfermera nos recibe al entrar.
—Ustedes deben ser los familiares del paciente Enzo Cicchi —dice, echando una rápida mirada a Biagio.
—Así es —contesto, y ella asiente con paciencia.
—Por favor, síganme. Acabamos de sacar al paciente y ahora una de sus enfermeras lo está entreteniendo.
Nos señala por dónde caminar, y pasamos por el lobby, que está decorado en tonos blancos y beige. El piso de cerámica brilla, y los demás trabajadores lucen uniformes impecables y bien peinados.
El lugar está más que limpio, y tiene un aire diferente al de un hospital; es más fresco, con amplias vistas y, sin duda, más decoraciones. En algún momento, pensé que había internado al tío Enzo en un centro psiquiátrico, pero cuando me mandaron las fotografías, me quedé aliviada al ver lo bonito y bien preparado que era.
La enfermera nos lleva hasta lo que parece ser una puerta de cristal deslizable que da vista a un jardín enorme. Allí se encuentran más pacientes y trabajadores. En una mesa bien decorada con un letrero que dice "Feliz Cumpleaños", se encuentra el tío Enzo, luciendo una sonrisa grande que ilumina su rostro.
—Por favor, traten de no armar tanto alboroto porque eso altera a otros pacientes —nos indica la enfermera, dándole otro vistazo a mi prometido. A veces es difícil acostumbrarse a que la gente se quede mirando tanto a Biagio por lo atractivo e imponente que es. —El paciente no tiene idea de que han venido, así que seguro será una gran sorpresa.
El corazón me late con fuerza al anticipar la reacción de Enzo.
Damos dos pasos y la puerta se abre. Caminamos lentamente, sintiendo cómo todas las miradas se posan en nosotros. No sé si es por Biagio, porque tenemos cuatro guardias detrás de nosotros, o porque luzco fabulosa con este vestido, o por todas esas razones juntas.
Cuando atraemos las miradas, el tío Enzo observa a todos confundido hasta que nos ve, y su expresión se transforma, como si hubiera visto a la mismísima divinidad caminando.
Se levanta de su asiento y, al llegar a su encuentro, se me lanza.
—¡Dulzura! —exclama Enzo, estrechándome entre sus brazos. Siento el calor de una figura paterna, como el de tío Carlo.
—Tío Enzo, feliz cumpleaños —murmuro entre su hombro, rebosante de felicidad al verlo. Cuando finalmente me separo, él se pone eufórico al ver a Biagio.
Mi Biagio, con su seriedad habitual, alza la mano para saludarlo, pero Enzo lo toma y lo abraza con fuerza, golpeando su espalda como un padre lo haría con un hijo.
—¡Viniste, sobrino! —escucho que dice, y parece que no quiere soltarlo. A pesar de que Biagio se queda quieto en el abrazo, como si cayera en cuenta de la situación, finalmente le responde dándole palmadas de la misma forma.
Mi hombre, tan serio y tan inexpresivo.
—Me da gusto verte, Enzo —dice Biagio, y su tono sincero resuena en el aire.
Tío Enzo estalla en carcajadas. —A mí también me da mucho gusto verte, sobrino favorito. Por todos los cielos, creí que tendría que mandarte un maldito bunker avisando que estaba en líos para que te preocuparas por mí. O, al menos, enviarte una carta como un maldito enamorado que manda su mensaje por medio de una paloma mensajera.
Biagio niega con una media sonrisa mientras tío Enzo se ríe de sus propias palabras.
—Y también han traído invitados —prosigue Enzo, saludando tanto a los guardias de Biagio como a los míos, sin ninguna distinción—. Vengan, siéntense para la celebración.
Tío Enzo me jala de la mano mientras Biagio levanta una ceja, y le sonrío para que no se preocupe. Él bufa antes de acercarse.
—¡Enfermera Zanoli! —grita a la enfermera, quien niega con una sonrisa ante la efusividad y el alboroto que hace tío Enzo—. ¡Esta es una parte de mi pequeña familia! Él es mi sobrino favorito del que tanto le hablo, Biagio.
Biagio saluda a la enfermera con seriedad y luego continúa.
—Y ella es su mujer, Mellea. La persona que me ingresó aquí y mi sobrina, por supuesto. Ellos son los guardias de mi sobrino, Levin y Milo.
Ellos saludan agitando la mano, y luego tío Enzo se vuelve hacia mis guardias. —Y ellos son...
—Bonnie y Oliver —respondo por él, y Enzo asiente feliz.
—Bonnie y Oliver, los guardias de su mujer.
—Es un placer conocerlos. El señor Enzo habla todo el tiempo de ustedes —comenta la enfermera, sonriendo.
—¡Oiga, no sea chismosa! Se supone que lo que digo es en anonimato. —Le dice Enzo, fingiendo estar molesto, y ella reniega, divertida.
—Apenas íbamos a decidir qué comer, así que por favor, pasen a sentarse.
Hacemos caso y Biagio se sienta al lado de tío Enzo, y yo me acomodo a su costado. Los demás se sientan frente a nosotros.
—De hecho, no será necesario. Le trajimos comida al tío Enzo. Espero que no sea un problema.
Antes de que la enfermera pueda contestar, el tío Enzo grita. —¡Sí! Por fin una comida decente en este lugar.
Todos nos miran, y la enfermera Zanoli niega otra vez con la cabeza, divertida por el alboroto.
Levin me pasa la bolsa, y mientras saco la comida, la enfermera le encarga a uno de sus compañeros que traiga platos y vasos.
—Así que, díganme, sobrinos, ¿cómo han estado? Me alegra demasiado que hayan venido y juntos, sobre todo. —Mira a Biagio—. Así que, por fin abriste los ojos.
—Sí —le responde con seriedad, como es su costumbre.
—¿Y cómo se reconciliaron? No quiero detalles, por supuesto, porque no es sano para mi mente, pero por favor, quiero saber.
Biagio parece no saber cómo empezar, así que intercedo.
—Bueno, verá, tío Enzo, es una historia un tanto complicada...
Justo en ese momento nos traen los platos y nos interrumpen. Sirvo la lasaña a cada uno y recibimos un ponche de frutas. Comenzamos a picar la comida mientras tío Enzo me observa, esperando a que continúe con mi relato.
Le explico brevemente lo que ha pasado entre nosotros y cómo llegamos hasta el día de mi cumpleaños.
—En resumen, su sobrino me sorprendió por mi cumpleaños con una cena romántica en el bosque.
—¿De verdad? —pregunta, zambullendo un gran pedazo de lasaña en su boca.
—Sí, fue mágico, y fue el mejor día de mi vida —cuento, recordando con amor—. Además, me obsequió algo muy importante...
Miro a Biagio, y sin decir nada, él asiente, como permitiéndome que diga lo siguiente.
—Biagio me pidió matrimonio —suelto la bomba, haciendo que sus ojos se abran como platos. Levanto mi mano, donde resplandece mi anillo de compromiso—. ¡Nos vamos a casar!
El grito del tío Enzo seguramente se escucha hasta Italia.
—¡No puede ser una jodida broma! —se levanta y nos abraza a ambos por encima de la mesa—. ¡Un aplauso a estos novios que están enamorados!
Nos suelta y le pone una mano en el hombro a Biagio. —Por fin, sobrino. Creí que nunca te atreverías a casarte con la mujer de tu vida. Dios, hay tanto por procesar. ¿Cuándo será la boda?
—En dos semanas —declara Biagio, y hace que la lasaña se le caiga del tenedor a Enzo.
—¿¡Dos semanas!? ¡Vaya, ustedes no pierden el tiempo! —exclama mientras vuelve a sentarse—. Dos semanas, eso me da poco tiempo para preparar un buen discurso. ¿Y dónde será la boda?
Biagio y yo compartimos una mirada cómplice antes de responder.
—Será en una pequeña isla en Grecia —digo con entusiasmo—. Queremos algo íntimo y especial.
Tío Enzo se queda en silencio por un momento, su expresión es una mezcla de alegría y sorpresa. Finalmente, suelta una risa nerviosa.
—Espero me den la oportunidad de asistir. De verdad no quiero perdérmelo.
—Hablaré con los encargados para que puedas salir —dice Biagio, su voz firme y decidida.
—Eso suena perfecto, sobrino —sonríe tío Enzo, y su alegría es palpable.
—Y hablando de cosas importantes, ¿cómo va tu recuperación, tío? —pregunto con suavidad, cambiando un poco de tema.
Enzo suspira, pero sonríe con optimismo.
—Estoy avanzando, un día a la vez. La clínica es un buen lugar para reflexionar y trabajar en mí mismo. Este tiempo aquí me ha ayudado a ver las cosas de manera diferente.
—Queremos que estés bien y que puedas disfrutar de este momento con nosotros —le dice Biagio, mostrando su apoyo sincero.
Enzo nos mira con los ojos brillantes, y puedo ver que las palabras de Biagio lo tocan profundamente.
—Gracias, eso significa mucho para mí. Estoy seguro de que su boda será un nuevo comienzo, no solo para ustedes, sino también para mí.
Después de la charla, nos esmeramos en comer, y cada uno repite plato hasta quedarnos satisfechos. Incluso invitamos a la enfermera Zanoli a comer con nosotros, estableciendo una pequeña conversación. La atmósfera se siente ligera y llena de amor, y en ese momento, siento que estamos construyendo recuerdos que atesoraremos para siempre.
Tío Enzo se inclina en la silla y se toca la barriga, que parece haber crecido. —Comí como rey. De verdad, sobrina, tu lasaña está de 10; tienes unas manos magníficas para cocinar.
—Gracias, tío Enzo, me alegra que te haya gustado —sonrío, sintiéndome orgullosa de su elogio. Luego le señalo a Milo, que saca su encendedor mientras yo agarro de la bolsa el pastel que preparé para él, o mejor dicho, el Zuccotto, que es una tarta helada semi fría. Es de bizcochos de soletilla mojados en ron e incluye una gruesa capa de nata con vainilla y frutos secos. —Ahora viene el postre, espero que no estés muy lleno.
—¿Para tu comida? Claro que no —responde, y también saca las velas. Le paso el Zuccotto frente a él mientras prendo las velas con el encendedor de Milo. Comenzamos a cantarle las mañanitas en coro, excepto por Biagio, que se mantiene en un silencio contemplativo.
Tío Enzo cierra los ojos y sopla las velas, mientras aplaudimos con entusiasmo.
—¿Qué pediste, tío Enzo? —le pregunto, viendo cómo le da un dedazo al Zuccotto.
—No debería decirlo porque es de mala suerte —dice, haciendo un gesto de negación, pero luego sonríe—. ¡Pedí muchos años de vida! Y además, que me regalen muchos nietos.
La sonrisa que estaba en mi cara se cae de inmediato, pero intento disimular. Biagio me mira y coloca una mano reconfortante en mi rodilla. Después de eso, no digo nada más y seguimos la celebración. Intento responder lo que se espera de mí, pero definitivamente mi alegría se ve afectada.
Pasamos todo el día con tío Enzo. En ese transcurso hablo con la enfermera Zanoli, quien me cuenta cuántos años tiene trabajando aquí, cómo llegó y cómo es su vida cotidiana. Mientras ella me platicaba, logrando alejarme de mis pensamientos negativos, Oliver y Bonnie conversan con tranquilidad con Levin y Milo en un rincón mientras degustaban más del Zuccotto, mientras Biagio se retiro a platicar a solas con el tío Enzo por un largo rato.
Cae el atardecer, y entonces es momento de despedirnos de tío Enzo y de la enfermera Zanoli.
—Gracias por venir —nos dice tío Enzo, con una felicidad que ilumina su rostro—. No saben cuánto significó para mí que estuvieran presentes. Espero verlos dentro de dos semanas para la boda.
—Así será, tío Enzo —declaro con orgullo—. Es importante que estés ese día acompañándonos, así que te avisaremos con antelación. Y por favor, come lo que te dejo Maggy a ella no me gustaría saber que no probaste su comida.
—Si sobrina y si lo comeré todo —dice, luego se vuelve hacia Biagio—. Cuídate, sobrino, y cuida mucho a Mellea.
—Siempre, recuerda lo que hablamos —responde Biagio, su tono grave y serio.
—Sí, sobrino. Lo tendré muy en cuenta.
Nos despedimos también de la enfermera Zanoli y nos dirigimos a la camioneta. Oliver toma el volante, y durante el trayecto de regreso, no digo nada. Incluso cuando despegamos en el jet para regresar a Italia, me quedo en silencio, sintiendo una mezcla de emociones que se agolpan en mi pecho.
Mi mente se siente como un campo de batalla, luchando contra las palabras que me dejó el tío Enzo. Sé que no es su culpa; de hecho, el verdadero culpable es ese hijo de puta que me dejó esteril. Pero escuchar sus comentarios me atraviesa el corazón como un puñal afilado.
—Lea —me llama Biagio, mientras me agarro el cabello por quinta vez—. ¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué? —respondo, intentando ocultar mi vulnerabilidad.
Me mira a los ojos, y su expresión se endurece. —No me mientas.
Aprieto los labios, conteniendo el aire. —Estoy bien, es solo que estoy un poco pensativa por lo que dijo tu tío, eso es todo.
—¿Sobre lo de tener hijos? —pregunta, aunque ya conoce la respuesta.
—Sí —digo, intentando no llorar—. Sé que lo dijo con la mejor intención, pero es difícil escuchar esos comentarios cuando me recuerdan mi realidad...
Biagio toma mi mentón entre sus dedos y acerca su rostro al mío, su mirada es intensa, casi como si pudiera leer mi alma.
—No me importa lo que digan los demás, intencionado o no. Quiero que tú pienses de la misma forma —dice, su tono es serio, pero su calidez me envuelve.
—Lo sé, es solo que sigue doliendo.
—¿Te arrepientes de tu respuesta? —me pregunta en relación al compromiso, y niego de inmediato.
—Claro que no. Estoy segura de casarme contigo.
—Qué bueno, porque yo también. Mellea, aunque no puedas tener hijos, eso no cambia en lo absoluto lo que siento por ti. Eres todo lo que necesito, y no estoy pidiendo más.
—Lo sé, de verdad lo sé —murmuro, bajando la mirada, sintiendo el peso de la emoción.
Biagio me observa con una intensidad que me hace sentir comprendida y protegida. Su seriedad habitual se suaviza un poco mientras habla.
—Lea, quiero que entiendas algo —dice, firme pero con un tono tierno—. La vida ya nos ha puesto suficientes obstáculos, y no necesitamos seguir cargando con los que no podemos cambiar.
Me quedo en silencio, permitiendo que sus palabras se asienten en mi corazón. Siento sus dedos acariciando mi mejilla, su toque es una mezcla de fuerza y ternura.
—Lo que importa es lo que construimos juntos —continúa—. Tú y yo somos una familia, sin importar lo que digan las normas o las expectativas de los demás.
—Lo lamento, a veces el dolor me hace olvidar lo que realmente tengo —digo, con la voz apenas un susurro—. No estaba acostumbrada a que alguien se preocupara tanto por mis sentimientos. Contigo, siento que puedo enfrentar eso y más.
Él asiente, sus ojos nunca se apartan de los míos. Me toma de la mano y la aprieta con suavidad, asegurándose de que entienda cada palabra.
—Te prometo que siempre estaré aquí para ti, sin importar lo que pase —dice con determinación—. No estás sola en esto.
Sonrío, sintiéndome más ligera, comprendiendo que juntos podemos superar cualquier desafío.
—Gracias, Biagio. Por siempre recordarme lo que realmente importa —le digo, y lo beso—. Eres todo lo que necesito, te amo tanto, mi amor.
Me toma de la nuca y estampa sus labios con los míos, en un beso que dice mucho más de lo que las palabras podrían expresar. Sus labios se fusionan con los míos como si fueran imanes imposibles de despegar, y de repente, no sé cómo, pero en un instante ya estoy encima de él, con ambas piernas abiertas, besándolo con una pasión desbordante.
Nuestros guardias están a escasos metros, dormidos, para mi suerte. Trato de no hacer ruido, especialmente cuando Biagio muerde el contorno de mis tetas, ahogando un gemido mientras su mano se desliza por mi espalda y se cuela por debajo del vestido, apretando mi nalga. La mezcla de su ternura y la intensidad de este momento me hacen perderme por completo en él, dejando atrás cualquier temor.
—Mierda, esto es un riesgo —susurro, pero mi cuerpo desobedece, deseando más de él, más de nosotros.
Biagio desliza sus dedos con una habilidad que me deja sin aliento, encontrando mis bragas y presionando delicadamente mi clítoris a través de la tela. Me muerdo los labios para ahogar cualquier ruido que quiera escaparse, pero él no ayuda, porque de repente aparta la tela y su toque se vuelve más ansioso.
La combinación de su beso en mi cuello y la presión de su creciente erección contra mi cuerpo me hace temblar. Mis pensamientos son un caos; tengo ganas de gritar y gemir tantas cosas, pero mi mente me recuerda que no estamos solos. La calidez del momento es abrumadora y, en un instante, me corro. Biagio sonríe, complacido, y me da un beso casto en los labios antes de ayudarme a sentarme a su lado, mientras mi respiración se regula lentamente.
Milo anuncia que hemos llegado, y yo sonrío, sintiendo aún la resaca de mi orgasmo. Con esa explosión de placer y las palabras reconfortantes de Biagio, toda la negatividad se disipa.
Aterrizamos, y la camioneta nos espera en la pista de aterrizaje. Todos nos subimos a la parte trasera, excepto Milo, que conduce, y Levin, que es el copiloto.
Al llegar al edificio de departamentos, todo está en silencio. Subimos en el ascensor, y cuando llegamos al piso de nuestro departamento, Biagio me da una ligera nalgada.
—Adelántate. Le diré a Bonnie y Olivo dónde serán sus habitaciones.
No puedo evitar reprimir una risita al escuchar el nombre de Olivo y me despido de los cuatro guardias antes de entrar al departamento. Enciendo la luz y dejo mis cosas en el perchero, arrojando las llaves sobre la isla antes de dirigirme a la habitación. Me desmaquillo y me cambio a mi pijama de dos piezas, sintiéndome cómoda y relajada.
Salgo a la cocina y empiezo a preparar la cena justo cuando Biagio cierra la puerta detrás de él.
—Ya quedaron instalados —anuncia, quitándose la chaqueta del traje y colocándola en una silla—. Huele muy bien.
Le guiño un ojo en respuesta, metiendo una cuchara de mantequilla de maní en mi boca antes de terminar de cocinar.
Una vez que tengo todo listo, nos sirvo a ambos, y cenamos en un silencio cómodo. La comida me cae de maravilla. Para mí, es un placer poder volver a comer y, sobre todo, a caminar. Aunque ya no uso tacones todos los días como antes, sigo intentando adaptarme. Mi batido matutino se ha convertido en un ritual que me mantiene saludable y fuerte, no quiero dejar de tomarlo hasta que me sienta completamente bien.
Después de cenar, recojo los platos y los lavo, mientras Biagio me ayuda a secarlos y guardarlos en la alacena. Limpio los restos que han quedado en la cocina, disfrutando de esta rutina compartida. Hay algo reconfortante en estas pequeñas cosas, en cómo la vida sigue su curso a pesar de lo que hemos atravesado.
Finalmente, nos dirigimos a la habitación.
Ya cambiada, me acomodo en la cama mientras Biagio se desviste, cambiando su traje por una cómoda pijama. Normalmente, suele estar sin camisa, y cuando finalmente se prepara, apaga la luz, enciende el televisor y se acuesta a mi lado, mostrándome su perfecto six pack. La visión de su cuerpo trabajado me deja sin aliento, y conforme se tapa con la cobija esconde ese definido torso.
En lugar de concentrarme en la televisión, mis ojos se quedan fijos en él. Su perfil, bien cincelado, y su atractivo me encienden. Es mi prometido, y por los cielos, siento cómo mis bragas se humedecen al contemplarlo. Mis hormonas despiertan, y sin cohibirme, empiezo a besar su cara, luego sus labios, descendiendo por su pecho hasta su abdomen, mientras me cubro con la cobija, escondiéndome de la luz del televisor.
No sé cómo, aunque en el fondo lo sé, acabo haciéndole un oral a Biagio. Mientras él "ve la televisión", escucho sus jadeos mientras hago el trabajo lo mejor que puedo. Sus dedos se entrelazan en mi cabello, aferrándose con fuerza mientras introduzco su polla en mi boca. Sus gestos de placer solo avivan mi deseo.
—Maldita sea, muñeca —su voz ronca resuena, llena de excitación mientras me observa por debajo de la cobija, que él mismo levanta para tenerme mejor a la vista—. Eres la cosita más jodidamente perfecta y sexy que he visto en mi vida.
Una sonrisa se dibuja en mis labios mientras lamo su grosor, y llega un punto donde no resiste más, corriéndose en mi boca y me lo bebo todo.
—¿Y eso por qué fue? —pregunta, una vez que me acomodo de nuevo en la almohada, en la misma posición de antes.
—Porque me excitas demasiado —murmuro, recargando mi cabeza en su pecho—. Y es un agradecimiento por haberme masturbado tan rico en el jet.
—Entonces lo haré más seguido si consigo una recompensa tan buena —sonríe, dándome un beso mientras nos hundimos en un sueño profundo.
Desde que estoy con Biagio, mis sueños son más largos y pesados de una manera gratificante. Las pesadillas se han desvanecido, y dormir en sus brazos es la mejor sensación del mundo. Me encanta sentir su piel junto a la mía, y más aún, saber que tiene mi nombre tatuado en ella. Intento alargar la mano para tocar su suave piel, pero no siento nada a mi lado.
Abro los ojos poco a poco y encuentro a Biagio despierto, hablando por teléfono con alguien.
—En mi departamento... sí... a las cinco... ella estará aquí... como quieras... tú sabes lo que te conviene... ajá... ya quiero verte intentándolo, imbécil... adiós.
Biagio cuelga y, por el tono de su conversación, siento que hay algo muy siniestro en juego. Es como si el aire se volviera más denso a mi alrededor.
Justo en ese momento, me mira y le devuelvo la sonrisa.
—Buenos días —digo, intentando mantener la ligereza en mi voz.
Se acerca a mí y pasa sus dedos por mi mejilla, acariciándome con una ternura que contrasta con la seriedad de su llamada.
—Buenos días. Quiero pedirte algo.
—Lo que quieras —respondo, sintiendo una mezcla de curiosidad y preocupación.
—¿Puedes preparar la comida? —me pregunta, y asiento, aunque la duda se asoma en mi mente—. Tendremos visitas y quiero que te arregles, además de preparar unas cosas antes de que lleguen.
Mis pensamientos vuelan hacia la llamada que acaba de tener. ¿Quiénes serán estas visitas?
—Por supuesto —digo, tratando de mantener la calma.
—Llegarán a las cinco.
Me levanto de la cama y miro el reloj: ya es tarde, pero creo que tendré tiempo suficiente para arreglarme y cocinar. Me dirijo al armario, revisando qué puedo ponerme.
—¿Cuántas personas vendrán? —pregunto, mientras busco algo que me haga sentir bien.
—Dos.
—¿Entonces seremos cuatro? —digo, sintiendo una ligera tensión en el aire.
—Así es.
Paso un gancho y luego otro, buscando la combinación perfecta. La curiosidad me consume.
—¿Se puede saber quiénes serán nuestros invitados?
Biagio se queda en silencio, y al no recibir respuesta, lo miro por encima del hombro, expectante. ¿Me lo dirá?
—Ilias y Catherin —responde finalmente, y en su voz hay un matiz que me hace sentir incómoda.
Una oleada de emociones me atraviesa. Ilias es un hombre demasiado duro en el mundo en el que nos movemos y dado que aún no hemos aclarado lo qué pasó con la emboscada del barco, supongo que no vendrá en los términos más amigables conmigo al menos. Catherin, por otro lado, es mi mejor amiga y confío en ella 100%, pero no deja de ser la esposa del
Boss.
—Está bien —digo, tratando de mantener la compostura—. Me aseguraré de que todo esté perfecto.
Mientras continúo buscando mi atuendo, no puedo evitar que una sensación de inquietud se asiente en mi pecho, no sé porque. La atmósfera está cargada de secretos, y aunque confío en Biagio, sé que esta tarde puede deparar varias sorpresas.
Excelente domingo y una disculpa por el retraso, es que quería dejar bien pulido el capítulo.
Sin más les mando besos y bendiciones.💋