capitulo 10 十
Dazai arregló su ropa en el espejo, agradecido de que la mancha en sus pantalones no fuera tan visible.
Se peinó el cabello hacia atrás antes de salir de nuevo para saludar a los políticos, Estos estaban sentados uno al lado del otro, conversando casualmente a pesar de la tensión en el ambiente. El asiento al lado de Fyodor estaba desocupado y el moreno se deslizó en él con alegría.
"En cualquier caso," comenzó el diplomático, continuando un pensamiento en el que el no estuvo presente desde el principio "el acuerdo de armas no vale tanto, ¿verdad?"
La gélida mirada de Mikhail no se apartó de Dazai ni un segundo, pero la dulce sonrisa de Dazai no se desvaneció. "Supongo que no," respondió entre dientes apretados.
"¿Qué le queda a uno si pierde su dignidad?" preguntó Fyodor, tomando un sorbo de su té. Un ligero roce en la rodilla de Dazai lo sobresaltó por un momento, pero rápidamente recuperó la compostura. En silencio, el menor tomó un sorbo de su asquerosamente caro vino.
"¡Bien dicho, señor Dostoyevsky, bien dicho!" El diplomático se rió, mientras la mano del ruso seguía deslizándose por su muslo. Pero el lo ignoró.
"No puedes perder la dignidad si nunca la tuviste" dijo Dazai con una dulce sonrisa mientras sentía que la mano le apretaba el muslo antes de retirarla y le lanzó una mirada mientras Dostoyevsky ofrecía una excusa ligera y se marchaba. El resto de la cena fue tranquila, con conversaciones triviales, hasta que los políticos decidieron irse.
Dostoyevsky lo estaba esperando afuera, con un cigarrillo colgando de sus labios. Su teléfono estaba en su mano mientras escribía, chasqueando la lengua. Al notar a Dazai, dejó caer el cigarrillo y lo apagó, guardando su teléfono en su bolso.
"¡Ay, me estabas esperando? ¡Qué lindo!" el moreno se burló.
"¿Preferirías caminar a casa?"
"¡Ni pensarlo! ¡Hace mucho frío!" Abrió la puerta del coche y se sentó en el asiento del pasajero tarareando alegremente mientras esperaba al azabache.
El ruso bufó, entrando en el coche.
Comenzó a conducir y Dazai se dio cuenta de que estaba en un camino desconocido. "¿A dónde vamos?" preguntó, sin dejar que sus preocupaciones se notaran en su voz. Después de todo, si llegara el momento, probablemente podría romperle la cabeza a Fyodor con el cenicero que había en el suelo. Hablando de eso, ¿desde cuándo fumaba?
"Solo un pequeño recado."
"¿Tienes la edad legal para conducir? No pareces tener licencia."
"No pareces ser del tipo que se preocupa por eso," respondió tomando otra curva y entrando en una zona más elegante de la ciudad, donde aparcó fuera de la vista. Le lanzó una mirada de reojo con una ligera sonrisa en los labios. "Tengo la misma edad que tú."
Apagó las luces delanteras y el motor, agachándose para que si alguien mirara por el parabrisas, no lo viera de inmediato.
"¡Oh, estamos haciendo una vigilancia? ¡Qué romántico!" ronroneó, apoyando su cabeza en el hombro de Fyodor.
Él lo apartó rápidamente y lo mandó callar, con los ojos siguiendo a los transeúntes que pasaban. "Qué aburrido," suspiró, inclinándose hacia adelante para apoyar la barbilla en el parabrisas.
Observó a las personas en las calles, la luz de la luna bañándolas con rayos plateados. Una mujer en particular llamó la atención de Dazai. Parecía estar en sus veintes, con un brillante cabello dorado y labios escarlata. Estaba adornada con joyas y se aferraba a un hombre mayor. Reconoció al hombre como un noble que vivía a costa del legado de su familia. Dazai miró al contario notando que sacaba otro teléfono, uno viejo de tapa y enviaba un mensaje rápido.
Casi de inmediato, un grito resonó en la calle. El hombre estaba tendido muerto en el suelo, con fragmentos de su cráneo y cerebro esparcidos por las calles justo frente a su casa.
La mujer estaba salpicada de sangre y Dostoyevsky encendió el motor de nuevo, retrocediendo del lugar y marchándose.
Dazai silbó, impresionado. "¿Primero un político, ahora un noble? ¿Y si alguien ve tu auto? Estuvimos estacionados allí por un buen rato."
"Este no es mi auto." Dostoyevsky lo miró de reojo y el moreno se rió a carcajadas.
"¡claro, claro!".