Los días interminables se volvieron dos semanas infinitas en las que los escasos mensajes de Mitsuba se volvieron más infrecuentes, donde las noches que pasaba pensando en él venían seguidas de pesadillas en las que el mundo era helado, los rayos caían a una tierra donde no había esperanza y avanzaba por un pasillo lleno de espejos que le mostraban a Mitsuba sin vida, frio, fantasmal...
El trabajo continuaba, el voluntariado, el club, sus clases, el entrenamiento, todo continuó, pero sin Mitsuba. Todo siguió adelante con él solo para reflexionar el desastre que se había vuelto su vida desde el accidente: iba a clases donde evitaba ver la silla vacía frente a él y en cambio, fruncía el ceño a las gardenias que alguien había decidido poner en el jarrón. Se esforzaba en cumplir sus obligaciones del club de gastronomía, de entregar sus desordenadas tareas y no ganarse la ira de Akane-senpai. Teru vino de visita, tenerlo ahí el fin de semana debió distraerle con todas las cosas que tenía que contarle sobre Yokohama, pero no fue así, en cambio tuvo que soportar las sonrisas lastimeras de su hermano mientras preguntaba por el accidente, por Mitsuba. Kou no quería hablar de accidente, pero terminó haciéndolo porque así era con Teru, le restó importancia antes de que los recuerdos del suceso lo abrumaran y parloteó sobre sus recientes actividades en el club, de la escuela, de sus amigos, lo cual por suerte distrajo la atención de Teru lejos de accidente.
—¿Cómo está Yashiro-san? —Inquirió su hermano apoyado en la encimera de la cocina mientras Kou lo vigilaba, asegurándose de mantenerlo lejos de cualquier comestible.
—Dice que Kagome ha perdido su encanto sin ti ahí. —Kou suspiró, sirviendo café en una taza. La sonrisa de su hermano creció, en contra de lo que las personas pensaras a Teru le agradaban los halagos— Los primeros días estuvo devastada.
—Me alegra ser recordado.
—Cuando sepa que estuviste de visita y no le dije nada va a enloquecer. —Se burló Kou— ¿Dos de azúcar?
Se giró hacia su hermano, que lo observaba con detenimiento. Su expresión era la misma que tenía cuando lo miraba entrenar; evaluación, observación, conclusión.
—Ah... —Teru ladeó la cabeza, estrechando los ojos— Veo que ya no estás enamorado de ella. Después de años...
El corazón de Kou dio un salto vertiginoso.
—¡Yo no estaba tan enamorado de ella Niisan!
—Lo estabas, o eso pensaba... —Kou no se molestó en replicar, su hermano sabia cosas con el mismo don espeluznante que su madre: porque las sabia, y punto— Supongo que debería estar aliviado... —Extendió las manos en un gesto de paz y disculpa, para que no pudiera malinterpretarse— Yashiro-san es una chica increíble, pero...
—¿Pero?
—No era el tipo de persona que tenía en mente para ti. —Dijo resuelto, como si Kou se supone que debería entender eso— Además, nunca fue un secreto que ella ya eligió a Yugi-san, por mucho que finja que no lo ha hecho. Dos cucharadas por favor.
Kou se sobresaltó al darse cuenta de que no había respondido la pregunta hasta entonces, suspiró, agregándolas. Esto debería hacerlo sentir algo, tristeza, desamor, alguna frustración, pero el recuerdo de Nene estaba teñido por nada más que amistad, un cariño infinito y la camaradería usual.
No había celos o corazones rotos como antes. Aquella vez en la que había corrido bajo la lluvia desilusionado le parecía tan lejana como si fuera un sueño, quería a Nene, pero ya no sentía la necesidad de probarle su valía, o de competir por su atención... No lo había pensado hasta entonces y la revelación fue tan liberadora como atemorizante.
¿Cómo es que todo cambió tan rápido? ¿Qué decía eso de sí mismo? Se giró hacia Teru con una expresión que esperaba no delatara su conflicto interno, amaba a su hermano, pero no estaba listo para ninguna de las conversaciones similares a las que tuvo con Amane y Tsukasa.
—Pues creo que lo superé. Estoy bien con ello. —Le dijo a su hermano dándole la taza humeante— Y estoy feliz por ella y Amane. Son mis mejores amigos, serán perfectos juntos.
Lo cual era cierto, había sido muy tonto para no notarlo mucho antes.
Teru olfateó la taza humeante, complacido, era una especie de adicto a la cafeína. Universitarios.
—Bien, me alegra que tengas buenos amigos Kou. Amigos verdaderos. —Remarcó— Deben aprovechar su último año, yo estuve ocupado con la Presidencia. Veré a Akane y Aoi mañana en el café, deberías decirles a tus amigos, seria agradable verlos a todos antes de irme...
—No a todos. —Kou replicó automáticamente.
Teru parpadeó, Kou se mordió la lengua por haber hablado sin cuidado.
—¿Qué?
—No están todos. —Explicó, aferrándose a su propia taza de té— Sou... Mitsuba. Mitsuba no ha vuelto.
En seguida el rostro de su hermano cambió, la compasión estaba de vuelta. Junto con la sobreprotección de hermano mayor. Casi se abofetea por soquete. No quería hablar de Mitsuba porque era terreno más que peligroso, era minado. ¡Pero no pudo evitarlo! No todos, no estaban todos, Mitsuba no había regresado y que alguien asumiera por un instante que nada pasaba lo sacaba de quicio.
Cosas pasaban.
Lo estaban atropellando todas esas cosas.
—Mitsuba va a volver pronto Kou. —Le aseguró su hermano con una de sus brillantes sonrisas alentadoras— Nunca se perdería el último año.
—¡No digo que se lo pierda...! —Se encogió al darse cuenta de que estaba levantando la voz— Yo... Teru-nii, dijo que volvería pronto, pero han pasado dos semanas. Y casi no responde mis mensajes, se supone que soy su mejor amigo. ¿No debería contarme todo? Pero ahora resulta que está tan bien para salir con sus amigos de Tokio. Ni siquiera sabía que tuviera amigos en Tokio... Amane dice que está ignorándome...
—Eso es ridículo. Mitsuba no te ignoraría. —Aseguró Teru.
—¡Eso dije yo!
—Bueno, tú eres quien mejor lo conoce.
—¡Eso también dije yo!
Teru frunció ligeramente el ceño, aún sonriente. Parecía más divertido por su perorata que otra cosa.
—Cálmate un poco, hermanito, Mitsuba tendrá sus razones para no volver. Y para todo lo demás... —Tomó un sorbo de café, le echó una mirada inquisitiva a Kou— Y pensar que ustedes dos se llevaban como perros y gatos cuando se conocieron...
Kou bufó.
—Eso fue como hace chorrocientos años. Casi no lo recuerdo, ni siquiera recuerdo que supiera pronunciar correctamente su nombre... —Hizo muecas para fingir que le costaba recordar, Teru se rio— Recuerdo que me llamó estúpido.
—Ese es el Mitsuba que conozco. —Dijo Teru, y sus ojos azules chispearon al mirar a su hermano— Y el Kou que conozco siempre está demasiado obsesionado con cuidar de él.
Podía sentir como se sonrojaba, como el calor le subía por el cuello.
—¡No estoy obsesionado!
Primero Tsukasa y ahora Teru. ¿Quién más creía aquello sobre él? Su hermano arqueó una ceja, sin borrar una sonrisa que aparentaba ser dulzura, pero era arrogante.
—¿Qué hay de la vez que ibas a arrojarte desde el tejado por él?
Oh... Esa vez.
Sabe que suena mal, pero es solo eso no fue tan terrible como se escuchaba en voz alta. No por eso es menos vergonzoso. Cuando Mitsuba y él tenían unos siete años solían subir al ático durante las reuniones del clan Minamoto, sus padres invitaban a los Mitsuba (aunque casi siempre solo asistía la Sra. Mitsuba) y Kou estaba feliz de poder jugar con él. Y si era honesto su familia estaba aliviada de no tener que cuidar que no incendiara nada. Solo que un día, uno de sus primos mayores: Taishiro Minamoto insistió en perseguirlos, durante uno de sus juegos de héroes y príncipes decidió hacerles una broma: de alguna forma convenció a Kou de que Mitsuba estaba maldecido por un espectro y solo podría salvarlo si se arrojaba por la ventana.
Taishiro después diría que solo estaba jugando, que no pensó que Kou fuera tan estúpido para caer en su mentira, pero Kou tenía siete, aún pensaba que las cigüeñas traían a los bebés y que su primo mayor jamás diría o haría algo para engañarlo. Recordaba la forma en la que fingió estar completamente horrorizado porque podía ver el aura de muerte sobre Mitsuba, como Kou se había esforzado por verla también, pero Taishiro dijo que se debía a que era muy débil todavía.
Kou había replicado que no podía ser verdad aterrorizado por las historias de personas malditas que su abuela les había contado, de cómo tenían destinos horribles. No podía dejar que aquello le sucediera a Mitsuba, quien había sido grosero con su primo al principio, pero conforme Taishiro continúo el engaño Sou se había asustado, aferrándose a la manga de Kou.
Había sido un niño entonces y no soportaba ver llorar a su amigo.
—¡Eso fue culpa de Taishiro! —Replicó Kou, avergonzado—A-Además no me aventé al vacío.
—Pero casi.
Taishiro había comentado en broma que la única forma de vencer una maldición era con el sacrificio de un héroe, igual que las historias de la abuela. Y Kou creía ser un héroe. Quería ser un héroe. Así que cuando le aseguró que él no dejaría que nada malo le pasara a Mitsuba y que haría el sacrificio sea cual fuere Taishiro esbozó una burlona sonrisa, señaló la ventana abierta y dijo:
Entonces salta, primito.
Lo que Taishiro esperaba, lo que cualquiera habría esperado es que Kou se acobardara y comenzara a lloriquear, que llamara a su hermano o que se negara, sin embargo, como Kou nunca estuvo bien de la cabeza no había hecho nada de eso. Inmediatamente después cuadró los hombros, asintió firmemente a Mitsuba en lo que esperaba que fuera un gesto heroico, corrió en dirección a la ventana, y saltó sin pensárselo dos veces...
En general no le gustaba pensar sobre lo poco que recordaba al respecto, era vergonzoso, cada que lo recordaba o alguien de la familia lo mencionaba en frente se Mitsuba este ponía mala cara, miraba a Kou como si quisiera abofetearlo y siseaba que era un estúpido.
—Pero no lo hice. —Insistió Kou.
—No importa que no lo consiguieras Kou. O bueno, puede que si importe. —Tomó otro sorbo, todavía sonreía tranquilamente, aunque una lámina de preocupación cubría sus ojos— Creo que has actuado imprudentemente por Mitsuba más veces de las que puedo contar. Cuando te perdiste en el bosque "cazando un unicornio" porque él quería uno para su cumpleaños, o cuando robaste la espada de la abuela porque Mitsuba había dicho que quería ver un arma legendaria de verdad.
Fue enumerando con los dedos cada momento, con cada uno hundía más profundamente la espina que tenía clavada en el pecho. Porque ahora todas esas cosas estaban vetadas de una luz diferente: del color de los secretos y los deseos.
—Eso fue hace mucho tiempo...
—Exacto. ¿Puedes recordar cuando fue la primera vez que hiciste algo como eso? ¿Cuántos tendrías? ¿Tres o cuatro?
—Eso difícilmente cuenta. —Su hermano levantó una ceja—Bieeeeen, si cuenta. ¡Pero Mitsuba me odiaba incluso antes de conocerme! Y mira ahora, sigue siendo un duendecillo engreído con cara de niña.
Uno que se mantenía en la cabeza de Kou más tiempo del necesario, que no debería estar ahí.
—Precisamente eso. Puede ser un duendecillo engreído con cara de niña y boca de serpiente...
—¡Oye!
—Pero sigues siendo el mismo Kou de siete años que se arrojaría de la azotea solo porque un primo se lo dice si con eso cree que puede salvar a Mitsuba.
Por primera vez entendió lo que Mitsuba le decía sobre que su hermano tenía una presencia intimidante, lo sentía ahora: la forma en la que las palabras se estaban dirigiendo tortuosamente a lo que había estado atormentándolo por días.
Se arrojaría de una azotea por Mitsuba si con eso creía que podía salvarlo, se mentiría a si mismo si lo negara. Puede que estuviera confundido por muchas cosas, pero la verdad innegable era que Mitsuba era su mejor amigo, un latido constante de un familiar corazón. Volvería a rasgar los límites de este mundo y el siguiente, alteraría cualquier orden inalterable si eso aseguraba que estaría bien.
Y eso lo aterrorizaba.
—Está bien Kou, lo sé. —Continuó su hermano, fue como si hubiera arrojado la taza de café caliente al pecho de Kou. ¿Qué era lo que sabía? —Me he sentido de la misma forma que tú alguna vez. Mitsuba ya no es solo tu amigo...
La garganta se le secó, el corazón le golpeteó angustioso dentro de su caja torácica. Estaba a punto de soltar todo lo que tenía atrapado en la lengua como vomito: las dudas, el poder de su Raiteyuu, la historia de Hoshino no Minamoto, el hecho de que estaba casi seguro de ser bisexual y tener una obsesión con su mejor amigo
—Es prácticamente un hermano.
Las cuatro palabras se le clavaron con fuerza entre las costillas. Hermano.
—Aprendieron a andar juntos, fueron a la escuela primeria, secundaria y ahora irán a la universidad, es toda una vida junto a alguien por el que te sientes responsable. He llegado a sobreprotegerte también, eres mi hermanito, aunque a veces admito que me he pasado de la línea.
Las palabras de Teru-nii se escuchaban amortiguadas por las de sus propios pensamientos. Hasta después del accidente no se había obligado a pensar en Mitsuba como alguien relacionado a él, como un hermano. Toda la vida lo había visto como alguien a quien cuidar, sí, pero como un igual, no como un hermanito. Había pensado en Yokoo, Satou y hasta Amane alguna vez de forma fraternal, pero nunca de Sou.
La sola idea de compartir sangre con Mitsuba le ponía enfermo, se sentía incorrecto. Y eso lo hizo sentir peor. ¿No debería desear aquello? ¿No debería sentir tal fraternidad? ¿No seguía eso señalándole la repugnante verdad?
No...
No.
No.
No.
—¿Kou? Te ves pálido. ¿Estás bien? —Su hermano lo llamó, observándolo con curiosidad, Kou asintió vigorosamente.
—Perfectamente.
Si su hermano creía lo contrario no lo dijo.
—Recuerda que el próximo fin de semana es el cumpleaños de la abuela.
—Lo recuerdo...
—Debes reservar los boletos del tren... No lo olvides.
—¡No lo haré Teru-nii!
Teru le echó otra mirada de hermano mayor.
—Y no olvides avisarle a Sousuke cuando vuelva. —Kou se quedó quietísimo de golpe— Madre me pidió que te lo recordara. Cuando no asistió el año pasado a la abuela le entristeció. Pensó que se habían peleado.
—Sí, bueno, no. Tenía un concurso de fotografía, creo. —Lo cierto era que Sousuke no iría al concurso, pero entonces Kou lo había llamado cretino desagradable por algo tonto y Mitsuba se había enfadado tanto cuando se negó a retractarse que al final Kou ni le preguntó cuánto fue a la estación de tren.
La abuela tenia debilidad por Mitsuba, inexplicable considerando que era un cretino grosero.
—Kou... él volverá a tiempo. —Kou no contestó—Y lo que trataba de decir hace un momento es que Mitsuba estará bien y es justificado que te preocupes después de que algo así le sucediera. —Se levantó para revolverle el cabello cariñosamente, llevó la taza al lavaplatos, la luz del atardecer que entraba volvió su cabello del brillante oro: el oro de los Minamoto— Solo quiero sugerirte que relajes un poco, Mitsuba no te ignoraría, no creo que alguno pudiera estar lejos el uno del otro demasiado tiempo. Volverá, los hermanos siempre lo hacen.
Hermano...
Mitsuba no era de ninguna forma su hermano, pero se encontró pensando en ello cada que sus pensamientos se torcían irrefrenablemente hacia Mitsuba. Pensar en él con ese título hacia que lo incorrecto de las palabras le impidieran recordar claramente su sonrisa o hacer listas ridículas sobre todos los momentos en los que Mitsuba había estado lo suficientemente cerca para contar las pecas en su nariz.
Era extraño, se siente como un perro regañado, pero el sentimiento se evapora cuando piensa en lo que Mitsuba pensaría si supiera que estaba así: tumbado en su cama después de un largo día, debatiendo si mirar o no la foto de él que llevaba en la chaqueta, lo llamaría sucio pervertido sin moral espeluznante...
Y Kou merecía todas aquellas palabras, merecía un castigo, merecía expiación. ¿Cómo es que siquiera estaba confundido? No debería estarlo, el hecho de que también le gustaran los chicos no debería poner en duda todos los años de amistad con Mitsuba. Con su mejor amigo en la vida. Estaba poniendo en peligro todo lo que creía, toda su vida, todos los sueños y planes solo porque había algo terriblemente mal con él.
Amane dijo que no había nada malo, pero tenía que haberlo, tenía que estar enfermo para arriesgar perder a Mitsuba porque él... él...
No podía, no había forma que lo que sea que estaba sintiendo tomara forma y emergiera de su pecho como un espectro, Kou iba a exorcizarlo antes de que arruinara la segunda oportunidad que el destino le había concedido. La muerte no le había quitado a Sou, no iba a hacerlo él por su propia mano. Mitsuba había estado antes y estaría después, así era como las cosas tenían que ser.
No lo arriesgaría por nada.
Se había mentido cuando más temprano ese día creyó no recordar lo que sucedió después de que se lanzó por la ventana, en ese entonces hacerlo había resultado bastante simple: un sacrificio para salvar a su mejor amigo, sencillo. Quizá fue porque en los cuentos de la abuela aquellos que eran maldecidos casi siempre eran salvados por un héroe, siendo un Minamoto había crecido con la inamovible verdad de que todas las historias tenían algo de ciertas, puede que Taishiro tuviera razón; era un niño bastante estúpido que no tenía claro lo que significaba "Sacrificio". Pero Kou sabía bien que lo que le hizo saltar sin remordimientos fue el rostro de Mitsuba: estaba al borde de las lágrimas, asustado sujetaba su manga para que Kou lo protegiera.
"Yo seré tu caballero y te protegeré Sou"
Escuchó a Mitsuba decir algo que sonaba muy parecido a "No seas estúpido" Pero seguía llorando haría cualquier cosa porque Mitsuba dejara de lloriquear.
Así que sí, saltó... Y gracias a los dioses Mitsuba fue igual de rápido, se arrojó contra él antes de que tomara impulso, derribándolo y tumbándolos a ambos sobre tejado inclinado, chillaron cuando se deslizaron hasta el borde. Kou trató de sostenerse sin éxito, el lloriqueante Mitsuba se lanzó hacia él, con sus flacuchos y frágiles brazos alcanzó a Kou de un brazo y el peso lo arrastró también. Mitsuba sollozó cuando las piernas cayeron, y luego, el resto del cuerpo de Kou. Quedó colgando, aferrándose al brazo de Sousuke.
—¡MITSUBA! —Gritó, con la muñeca dolorida por la presión de las manos de su amigo. Estaba asustado, ya no quería hacer esto, pero tenía qué si quería salvarlo— ¡Suéltame, no puedes subirme!
Mitsuba no levantó la vista, sollozó al tratar de tirar de él sin éxito.
—¡Si no hago el sacrificio la maldición podría-
—¡No me importa! —Le había espetado su insoportable y llorón mejor amigo de una forma que lo asustó. El dolor de la muñeca pintaba todo de rojo, miró bajo sus pies y gritó cuando se deslizó dos centímetros de las manos de Mitsuba, era una buena caída— ¡Sujétate!
—¡No puedo! —Le gritó de vuelta— ¡Un héroe debe ser valiente! ¡Un héroe hace sacrificios para salvar a las demás personas!
—¡Entonces no seas un héroe, perdedor estúpido! —Kou se dio cuenta de que lo que quebraba la voz de Mitsuba no era la ira, sino el llanto— ¡No te voy a soltar! Tu primo debe estar buscando ayuda... Resiste.
—Pero la maldición... —Gimió Kou.
—¡No me importa estar maldito si tú estás conmigo! —Le había chillado Sousuke, en ese momento estaba demasiado asustado como para pensar en aquellas palabras. Se desesperó cuando Mitsuba se deslizó más por el borde.
—¡No puedes subirme, vas a caer también! —Su rostro estaba pálido con el esfuerzo y lo fulminó con la mirada— ¡Sou, suéltame!
—¡Jamás! —Espetó— No puedes irte a donde no pueda acompañarte estúpido niño exorcista. No te dejaré... —Kou recordaba al fin levantar la vista y verlo: su cara estaba llena de lágrimas, moco y suciedad, sin embargo, la visión le arrebató el aliento— ¡Si tú caes voy a lanzarme también!
—¡No te atreverías! —Le gritó, enfureciéndose.
—¡Me voy a caer y será tu culpa! ¡Así que voy a perseguirte en la siguiente vida!
—¡Ni lo sueñes!
—Y en la que sigue. Y en la que sigue después de esa... —Había tenido el descaro de hacer una mueca de desagrado que no era convincente con las lágrimas y la voz temblorosa— ¿Le harías eso a tu mejor amigo Minamoto-tonto?
Kou había medio sonreído, medio llorado, aferrándose a él, le clavó las uñas tan fuertes que le sacaron sangre. Mitsuba hizo una mueca por el esfuerzo y el dolor.
—¡Eres un enano manipulador embrujado!
—¡Por lo menos yo no soy tan estúpido como para saltar!
—Manipulador...
—Tonto...
Mitsuba lo sostuvo entonces. No lo soltó. Y lo mantuvo colgando del tejado mientras Taishiro gritaba por ayuda. Su padre había llegado a tiempo para subir a Kou al tejado antes de que Mitsuba perdiera las fuerzas, pero esos minutos porque tenían que haber sido cinco minutos como máximo se extendieron interminablemente mientras le decía a Mitsuba que resistiera porque no quería que su fantasma lo persiguiera por sus siguientes vidas.
Fue de las pocas oportunidades en las que recordaba que su padre lo había abrazado, agradeciendo a los ancestros su bienestar. El acto había sido en palabras de su abuela "más que valiente". Todos lo miembros de su clan hicieron una reverencia de agradecimiento a Mitsuba y el abuelo le estrechó la mano. Cuando los adultos obligaron a su primo a contarles la verdad no le importaron las raspaduras y magulladuras, se arrastró por el suelo de su sala hacia Mitsuba que estaba encogido junto a las piernas de su mamá. Lo había abrazado tan fuerte que creyó que Sou podía romperse.
—Estás bien Sou... —Le había dicho Kou, tan suave como una caricia— Estás bien, lamento mucho haberte dicho enano.
Y él había lloriqueado, golpeándolo con las diminutas manos que poseía.
—Tú si eres un tonto, así que no lo lamento... Solo no lo hagas de nuevo. Por favor...
En algún momento alguien les había curado los raspones, les había dado sopa y los envolvió con una manta mullida. Se habían acurrucado en la alfombra como cachorros. Kou recordaba sostener las diminutas manos de un pequeñísimo Mitsuba, haber pensado en lo feliz que estaba de que no estuviera maldito, y de que jamás volvería a darle tal susto. Aunque si pasaba algo así de nuevo estaba seguro de que Mitsuba saltaría de nuevo a por él.
Era increíble tener a alguien que...
"Es prácticamente tu hermano"
Eso somos, mejores amigos, inseparables... Prácticamente hermanos.
Al día siguiente Kou entrenó duramente blandiendo una katana de su salón de entrenamiento hasta que las manos se le ampollaron, no había vuelto a usar su Raiteiju desde el incidente y aunque le causara gran malestar separarse del arma que había sido su compañera por años sostenerla hacia que pensara en lo que era capaz, en las implicaciones mágicas que conllevaba... Y en Mitsuba. Porque todo, todo terminaba haciéndolo pensar en Mitsuba. Así que, igual que todas las noches anteriores cayó exhausto en su cama, tan agotado que no recordó mirar por la ventana así que no se dio cuenta en que, a solo un par de casas la habitación de Mitsuba tenía las luces encendidas.
Después de dos semanas lejos de casa volver a su habitación fue reconfortante, se sintió como haber estado caminando por horas bajo una tormenta hasta que encontró el calor de un refugio, esa palabra sería la más adecuada para describir su habitación: un refugio. Mitsuba Sousuke era bastante quisquilloso en más de un sentido así que el panorama en aquel lugar cambiaba según su estado de ánimo: en los días buenos todos los animales de peluche estaban ordenados como un sequito fiel entre los cojines y la cama, las fotografías se mantenían en sus maletines con el resto del trabajo y los dibujos de Mei-senpai, las luces brillantes sobre su cama estaban encendidas y regularmente habría menos desorden... Pero en los días malos el lugar se transformaba en una zona de guerra, había ropa desperdigada en el suelo, el sequito de peluches había sido abatido, las luces estaban apagadas y no había superficie en la que no hubiera una fotografía.
En aquellos días malos la puerta de su estudio personal no tenía seguro porque le costaba demasiado el mantenerse apartado y no soportaba estar ahí de mal genio. No hay... Pero ese no era un día malo, de hecho, era un día bastante intermedio con esperanzas de ser bueno.
El estudio estaba firmemente cerrado, con todos sus secretos y su arte encerrados entre cuatro firmes paredes. Justo como debería ser. Sin enfermeras, doctores o su padre recordándole que casi muere, no le mal entiendan, la atención fue agradable las primeras veintisiete horas si tenía que ser exacto, luego la presencia de todas aquellas personas preguntándose porque no estaba muerto resultó insultante.
No le gustaba el hospital con sus fríos pisos, blancura cegadora y olor perpetuo a cloro, la casa de su tía no fue mejor: una bruja que Mitsuba podía apostar estaba viva desde el Periodo Edo, no, si alguna vez llegara a hacer una apuesta apostaría que ella fue la serpiente que mordió a Cleopatra. Toda su casa daba la impresión de ser un museo: no como la casa de los Yugi, sino como una casa en la que cualquier cosa que Mitsuba tocara estaba rotundamente prohibida para tocar. La casa de su padre no fue mejor, en general era como estar con su padre: la experiencia estaba bien los primeros minutos con todo el lujo luego comenzabas a sentirte como una cucaracha intrusa que ensuciaba las alfombras persas de cientos de yenes.
Le encantaba la ciudad, pero como a su padre le gustaba recordarle era "difícil". ¿De dónde piensa que lo había heredado? Lo mejor de todo aquello fue el mantenerse ocupado quejándose de todo, y claro, cuando pudo ver a sus exs compañeros del club de radiodifusión.
Y después de dos semanas Mitsuba estaba de vuelta en Kamome. Había vuelto a casa, a su hogar, a su escuela... Donde todo seguía igual a como lo había dejado. ¿no? Bien, la respuesta era no. Porque estaba ciento dos por ciento que había perdido su cámara durante el accidente en la escuela. Pero su cámara estaba sobre su escritorio cuando llegó ayer, tan cuidadosamente colocada como si la hubiera puesto el mismo, lo que solo podía significar una sola cosa: alguien había estado ahí.
Y no cualquier persona. Ese imbécil...
El pánico lo atravesó como un relámpago de pensar que había estado por ahí, husmeando. Inmediatamente había corrido a su estudio, cerciorándose con alivio que estaba cerrado con seguro, lo hizo más por inercia que por otra cosa, ese idiota podría ser un tarado, pero jamás entraría en ese estudio sin su permiso. Permiso que se llevaría a la tumba, muchas gracias.
Noble. Esa era la palabra correcta.
Se sacudió el pensamiento como se sacudiría la lluvia, había más en que concentrarse, como su intento de peinado, por ejemplo. Sousuke tenía un alto rango de destrezas: la fotografía, el cine, el buen gusto por sobre todo y un guardarropa envidiable. Pese a eso tenía sus limitaciones: No era bueno con las palabras como lo era Tsukasa-kun o Cuchilloamane-san que tenían la habilidad de torcer las cosas con un par de frases o fingiendo ser estúpidos, no era bueno en ciencias domésticas o en jardinería como Rabano-senpai y Ao-san, y que el cielo los ampare si alguna vez tendría que fiarse de sus habilidades físicas... Entre esos pequeños e insignificantes detalles se encontraba el hecho más que evidente de que no sabía cómo peinarse adecuadamente.
Al menos lo que sea que había hecho con su cabello estaba bien, recogido en un medio moño con varias horquillas para mantenerlo fuera de su cara, lo llevaba más largo que cuando era un chiquillo así que dejó una parte suelta y si los rumores tenían algo de ciertos a las chicas les gustaba...
No era como si tal cosa le importara, pero si iba a sostener la imagen de insolente arrogante rompecorazones al menos que sirviera para algo aquel look.
Aún tenía tiempo de sobra para llegar a clases, pero prefería adelantarse para no encontrar percances en el camino. Recogió todas sus cosas (excepto su suéter que tampoco estaba con él desde el accidente) y luego de cerciorarse que el estudio estaba firmemente cerrado bajó las escaleras.
Evitó quizás intencionalmente las fotografías de la pared, giró a la cocina donde su madre intentaba sin éxito prepararle un bento adecuado, sintió un pinchazo de compasión por ella. Su madre era tan buena como un pan, quizá demasiado, lo cual le recordaba constantemente que el mal genio lo había sacado de su padre.
—Mamá. —La reprendió arrebatándole los palillos que usaba para acomodar un trozo de salmón— ¿Qué habíamos acordado de esto? Soy bastante capaz de hacer mi almuerzo. Tú por otro lado llegarás tarde si no sales ahora mismo.
—¡Sousuke! —Ella arrulló, inflando los mofletes infantilmente cuando Sousuke cerró el bento y se lo entregó— Es para ti cariño. Debes alimentarte bien ahora que estás en recuperación.
—Me siento bien, mujer. —Aseguró Sousuke enderezando la credencial de enfermera de su madre— Estoy perfecto, como siempre.
—Oh Sousuke... Por supuesto que eres perfecto mi bebito —Susurró acariciándole la mejilla, su madre tendía a mirarlo así mucho más seguido desde el accidente, como si fuera a desvanecerse en cualquier segundo— ¿Seguro que quieres ir?
—Mamá...
—Los doctores...
—¡Mamá! —Él se quejó, habían pasado por esto cinco veces en los últimos dos días— Me siento bien, si quiero conservar mi promedio para tener una oportunidad en la facultad de artes de Tokio no puedo faltar más, además, extraño el Club de Fotografía, a mis amigos, a-
Se mordió la lengua... estaba haciendo eso de nuevo, pensar ese estúpido.
—A Kou-kun ¿No?
Hizo una mueca.
—Supongo...
La mirada que le echó su madre fue también bastante común estos días, una mirada preocupada que sinceramente lo ponía de malas. Su madre y él tenían ciertas tradiciones que jamás cambiaban, se dejaban galletas en el tercer frasco a la derecha en la encimera, ella regaba las plantas cuatro días a la semana y él se aseguraría de cambiarlas de lugar dependiendo de la estación, en sus días libres se sentarían en el sofá en pijamas a mirar alguna mala película romántica a que Mitsuba destruiría y su progenitora chillaría junto a una pizza extra grande.
Eran pocas de sus constantes. Pero lo que sucedía con las constantes en la vida de los Mitsuba era que no se alteraban por ningún motivo, bajo ninguna circunstancia... Y desde que Mitsuba tiene memoria los Minamoto han sido su mayor constante.
La madre de Mitsuba había sido amiga de la madre de Kou desde la academia, los padres de ambos chicos habían estado juntos en la preparatoria y en clases de artes marciales. Para su horror podía asegurar que la Sra. Minamoto le cambió los pañales en algún momento así que siguiendo el orden natural de las cosas Mitsuba tenía que hacerse mejor amigo de alguno de los hijos de la familia de exorcistas....
Y así fue, pero claro que sí, porque la maldita vida de Mitsuba era un cliché.
Así que esa mirada de su madre era más una recurrente pregunta que una acusación.
—¿Has hablado con...? —Comenzó su madre.
—Sip... —Mitsuba se apresuró a cortar aquella línea, pero Sayuri estrechó los ojos— Eh, algo así...
—¿Sucede algo entre ustedes? —Insistió ella. Ese era el problema con su madre, la amaba, pero parecía querer desentrañar todos sus conflictos y ofrecerle soluciones simples en situaciones que no eran para nada simples— ¿Se pelearon?
Siente que se le difunde por el pecho una sensación parecida al fastidio o a la adrenalina.
—Mamá... Estamos bien. Todo está bien.
—Pero es raro que Kou-kun no haya venido a verte...
Siempre era extraño cuando alguien decía su nombre con una facilidad innata, como si no fuera la gran cosa.
—Má.
—¿Acaso fuiste grosero con él Sousuke? —Lo regañó. Él farfulló una excusa indignada alegando que jamás seria grosero a menos que Kou le diera razones— Estuvo muy preocupado por ti...
No podía dormir... Estaba preocupado por ti Sou.
Sousuke parpadea, reprime todo aquello y observa cómo su madre termina de acomodar unos mechones sueltos de su cabello. Desea no hablar de él... Pero no lo logrará, no con su madre. No con esa constante en su vida.
—Lo sé...
Ella le besó la frente, se dirigió a la puerta de la casa y le echó una última mirada a su hijo.
—Se oía devastado cuando lo llamé aquel día... —Suspiró la mujer— Quería tanto ir contigo al hospital. ¿Lo sabes? Así que espero que resuelvan las cosas.
Aquella cosa maldita que resucitó en su pecho cuando decían su nombre se agitó como una anguila. Sousuke lo sabía más que bien, recordaba cada momento, cada segundo agonizante desde que se cayó por las escaleras. Recordaba la oscuridad, como algo vacío se aferraba a lo más profundo de sus huesos, como se le helaba la sangre y su conciencia, sus recuerdos se hacían delgados, nebulosos hasta deslizarse de él, como un globo de helio que se iba alejando...
Podía ver una orilla a lo lejos, no sentía nada, no veía nada más que esa orilla llamándole, deseó dejarse ir... Pero entonces una nueva voz lo llamó. Que le atravesó el espacio donde debía estar su corazón como una flecha.
Abre los ojos...
Aquella voz, era SU voz.
Fue él le hizo despertar. Sentía su calor, la humedad de sus lágrimas, la desesperación. Estaba en la oscuridad, queriendo abrir los ojos porque no sabía porque Kou había estado tan asustado. Deseaba saber, deseaba ayudarle, deseaba quedarse. Podía sentir su mano, cálida como lo único que era real.
No me sueltes. Quería decirle. No me dejes ir Kou.
Y fue como si un rayo lo partiera a la mitad, no a él, sino algo mucho más complicado para entenderlo, a algo que estaba más allá de su entendimiento. Despertó en los brazos de Kou, rodeado de otros rostros que no le importaban, podía sentir su desesperación, su miedo, le partió el corazón.
Aquí estoy, quería decirle. Jamás te dejaría, nunca, nunca Kou.
Había sido tan descuidado, mirando al imbécil como si fuera un dios, aferrándose a él porque estaba tan asustado de volver a la oscuridad que su calor, su voz y la sensación de estar entre sus brazos era lo único a lo que podía aferrarse. Cuando el paramédico dijo que no podía acompañarlo le sostuvo la mano con tanta fuerza que soltarse se sintió como desprenderse de una parte de si mismo.
No de nuevo, no me dejes de nuevo gritó silenciosamente.
Casi se golpea en la cabeza por haber sido tan patético. Por eso cuando su madre le informó que se quedarían más tiempo del previsto en Tokio se recriminó al instante el golpe de alivio que lo invadió.
Por eso había evitado estar pegado a su teléfono celular o escribir constantemente con su mejor amigo.
Estaba jugando con algo peligroso.
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Estaba inquieto, la verdad sea dicha.
Había necesitado un descanso de Kamome y especialmente de Kou, pensó con remordimiento, y lo aceptó con gusto porque no podía sacarlo de su propia mente. Kou había dicho que lo extrañaría, que lo protegería, que nada malo iba a pasarle.
Eso lo estaba matando lentamente. De nuevo.
Se detuvo a mitad de la calle casi frente a la estructura de su academia, el ala donde estaban sus salones no era especialmente vieja, sin duda no tan antigua como las partes de la Academia donde solian rumorear que aparecían espectros o los jardines, pero algo había que hacía que Kamome pareciera viejísima, detenida en el tiempo y separado del resto del mundo...
Los rayos del sol se extinguieron bajo un manto de nubes que avecinaban una tormenta, gris aplomado y azul opaco, tenía aprecio por este clima, pero hubiera preferido un sol encantador y un cielo despejado, radiante, azul veraniego como el color de los ojos de...
Maldita sea.
Maldito sea.
Por un instante se sumió en la soledad y el silencio.
El silencio era algo de lo que disfrutaba raramente, a no ser que estuviera durmiendo. Por lo general estaba rodeada del constante parloteo de él. Siempre a su alrededor, compartiendo sus risas, exigiéndole su atención, buscando su ayuda.
Pensó en la cocina de los Minamoto, el lugar favorito de él: con el tranquilo zumbido de sus canciones favoritas como fondo en sus conversaciones con su mejor amigo, el olor del aceite y la soya. Todo tranquilo, cálido y lleno de cariño, igual que la cotidianidad de la Academia, tan diferente de la ciudad, con sus grises de concreto y las incontables personas.
No había querido separarse de Kamome, pero al mismo tiempo pensó que le iría bien. Como un adicto alejándose de la fuente de su adicción.
Ya basta. Había cosas en las que no valía la pena pensar.
En la vida de Mitsuba Sousuke, donde moraban los secretos, en soledad era el único lugar donde se permitía debilidad. Llevaba años haciéndolo.
Respiró hondo y entró a los terrenos de la escuela para unirse de nuevo a su cotidiana vida.
Y entonces lo vio, parado sobre las escalinatas de la entrada principal, entre sus amigos. Escuchó algo. Le pareció reconocer la aguda voz de Tsukasa haciendo una pregunta, y la de Amane contestándole.
Se detuvo, repentinamente mareado, parados fuera de la casa estaban sus amigos: Akane destacaba por encima de los gemelos Yugi: Amane y Tsukasa. Junto a estos se hallaba Aio, que tiró efusivamente de la mano de Nene. Satou parecía medio dormido, con la cabeza apoyada en el hombro de su amigo, que lo empujó de inmediato para molestarlo.
—¡Mitsuba! ¡Volviste!—gritó Tsukasa de repente.
Todos se giraron para mirarlo.
Akane y Aoi sonreían, Nene gritó una exclamación de júbilo, Saotu y Amane levantaron las manos y las agitaron frenéticamente, el gesto con la cabeza de Yokoo y la sonrisa torcida de Tsukasa era lo más parecido a un saludo que tendría, pero fue a él a quien vio Mitsuba.
Y se le trancó la respiración cuando él lo vió.
Kou lo supo antes siquiera de levantar la vista y advertir quien estaba caminando frente a ellos. Incluso antes de que Tsukasa hablara para llamar la atención de todos. Se llevó la mano al pecho, tenía razón.
Lo notaba: el tenue dolor que había estado sintiendo tras las costillas desde que Sou se había ido de repente era mejor, más como una mariposa que agitara las alas frenéticamente en su corazón y no como el dolor tenso que lo asfixiaba.
Salió corriendo de su lugar, y su raiteijuu repicó contra el suelo cuando lo dejó caer. Llegó a la escalera de piedra frente a la Academia y bajó los peldaños de dos en dos, esquivando a los estudiantes que se apartaron de su camino.
Notó el corazón palpitarle dolorosamente en el pecho cuando Sou lo miró.
Atravesó corriendo el empedrado. Mitsuba tragó saliva, miró a un lado y dio varios pasos rápidos hacia Kou; él era todo lo que podía ver.
No solo como en ese momento, avanzando hacia él el empedrado, sino entregándole cuchillos nuevos para una competencia de cocina, pasándole la manta cuando hacía frío en sus fuertes; frente a él sosteniendo el paraguas, con sus ojos llorosos mientras se saludaban por primera vez hace tantísimos años, sosteniendo su brazo para que no cayera por el borde del tejado.
Aquella mañana cuando lo miró dormir.
Lo vió en sus brazos alejándolo de la muerte, sintiendo su corazón.
Toda una vida con Sousuke...
Se encontraron en medio del patio y Kou lo abrazó, estrellándose contra Sou como si hubiera estado muriendo todo el tiempo que no estuvo con él.
Al fin... Al fin su Sou estaba ahí.
Aquella voz anhelante que había gritado por él al fin se había quedado callada, silenciada por el sonido del corazón de Sousuke.
Estaba bien.
Estaba aquí.
No lo dejaría ir de nuevo.
—Kou... —dijo Mitsuba, pero el sonido de su voz quedó apagado contra el hombro de Kou, que lo estrechó entre sus brazos y lo abrazó con muchisima fuerza.
Mitsuba oyó las palabras que él había dicho alguna vez resonar en su cabeza mientras respiraba el familiar olor de Kou: naranjas, menta y luz solar.
No hay lugar en el mundo al que puedas ir en el que yo no pueda encontrarte
Yo te protegeré...
No recuerdo alguna vez que no haya estado ahí para ti...
Podemos hacerlo todo si estamos juntos...
Por un momento, Kou lo estrechó con tal fuerza que casi no pudo respirar, y hundió su rostro en su cuello lo suficiente para que sus labios le rozaran la piel sensible. El aliento se le escapó y le flaquearon las piernas, luego él lo soltó y dio un paso atrás.
Mitsuba casi perdió el equilibrio. No se había esperado ni que lo abrazara con tanta fuerza ni que se apartara tan deprisa.
Lo miró a la cara, a esos estúpidos ojos azules que lo atormentaban en sus más profundos sueños. La sonrisa de Minamoto fue cegadora, llena de pura alegría de verlo... A Mitsuba, Mitsuba el torpe, fastidioso, engreído y llorón...
A él de todas las personas.
—Estás aquí... Yo... Tú... ¿Como es que...? —Tragó saliva, sus ojos absurdamente brillantes, brillantes de una forma que debía ser ilegal— Hola Sou. Bienvenido...
Oh...
Y si ya no le había quedado claro para entonces que estaba enamorado de Kou durante todas esas semanas en las que solo podía pensar en él entre sollozos, lo supo con claridad en ese momento: cuando lo vio a él y a nada más, cuando el primer aliento que exhaló fue su nombre.
Tres malditas letras de ese maldito nombre.
Su mejor amigo.
La mitad de su chamuscado y maldito corazón.
El chico del que estaba brutalmente enamorado desde que tiene uso de razón.
El primero en aceptarlo por lo que era. El primero en tratarlo como igual, como una persona, como un amigo, una elección sincera que le abrió el camino a más. Y como Mitsuba es estúpido y tiene la tendencia a la tragedia había sido lo suficientemente descuidado para encapricharse con él.
Kou Minamoto.
Quien era tan heterosexual que era una burla.
Mitsuba realmente se odia a sí mismo.
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