Crowns Of Fire

By Lucenya_V

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Una historia de dolor, redención y el futuro de la Casa Targaryen. En medio de la guerra y la traición, Lucen... More

Crowns Of Fire
Capítulo 1: Sombras en la Fortaleza Roja
Capítulo 2: Despedidas y Revelaciones
Capítulo 3: Un mar de tristeza
Capítulo 4: Lágrimas y Fuego
Capítulo 5: Fuego en las Sombras
Capítulo 6: El señor de las Mareas
Capitulo 7: Cena bajo las cenizas
Capitulo 8: Sombras del pasado y del futuro
Capítulo 9: Promesas y Realidades
Capítulo 10: Bajo la Luz de la Luna
Capitulo 11: El principio del fin
Capitulo 12: Bajo las sombras del Conflicto
Capítulo 13: La Marca del Dragón
Capítulo 14: Fuego en la Sangre
Capítulo 15: Ecos de un Adiós
Capítulo 16: El precio del Orgullo
Capitulo 17: Huellas de guerra
Capítulo 18: La Culpa de Aemond
Capítulo 19: Un abismo entre nosotros
Capítulo 20: Entre Sombras y Luz
Capítulo 21: El eco de la esperanza
Capítulo 22: El Fuego de las Palabras
Capítulo 23: El Dolor de una Traición
Capítulo 24: La Desesperación de un Alma Rota
Capítulo 25: Días grises
Capitulo 26: Un castillo de hielo
Capítulo 27: Traición y Deber
Capítulo 28: Herencias de Dragón
Capítulo 29: A Sangre y Fuego
Capítulo 30: Cielos Rojos
Capítulo 31: La sombra del deseo
Capítulo 32: El plan en marcha
Capítulo 33: La traición de Jacaerys
Capítulo 34: Fuego enjaulado
Capítulo 35: El Vínculo Perdido
Capítulo 36: La Duda de Lucenya
Capítulo 37: La Duda de las Criadas
Capítulo 38: El Despertar de una Decisión
Capítulo 39: Un Nuevo Horizonte
Capítulo 40: El Juramento de Fuego y Sangre
Capítulo 41: Un Nuevo Comienzo
Capítulo 42: Entre Muros y Corazones
Capítulo 43: El Peso del Futuro
Capítulo 44: El Nombre del Dragón
Capítulo 45: El Inicio de Algo Nuevo
Capítulo 46: El Baile de la Confianza
Capítulo 47: El Precio de la Paz
Capítulo 48: Promesas bajo la Luna
Capítulo 49: La Unión Bajo las Estrellas
Capítulo 50: La Elección de Lucenya
Capítulo 51: La Esperanza que Crece
Capítulo 52: El Vínculo Familiar y la Sombra del Pasado
Capítulo 53: El Reclamo de Alicent
Capítulo 54: El Peso del Arrepentimiento
Capítulo 55: El Juego de Alicent
Capítulo 56: La Sombra del Reino
Capítulo 57: La Ira de un Rey
Capítulo 58: La Muralla de Dolor
Capítulo 59: La Llegada de Helaena
Capítulo 60: Las Sombras de la Verdad
Capítulo 61: La Herida Más Profunda
Capítulo 62: Heridas Que el Fuego No Cura
Capítulo 63: Fénix de Fuego y Venganza
Capítulo 64: El Peso de las Palabras
Capítulo 65: El Fuego de la Venganza
Capítulo 66: La Fuerza de una Madre
Capítulo 67: El Renacer de un Amor
Capítulo 68: Dilemas del Corazón
Capítulo 69: Alas en la Tormenta
Capítulo 70: La Marea Roja
Capítulo 71: En Busca de un Susurro
Capítulo 73: El Dolor de una Madre
Capítulo 74: Regreso a Rocadragón
Capítulo 75: El Dolor de Aegon
Capítulo 76: El amor de un padre
Capítulo 77: El Devorador de Almas
Capítulo 78: La Persuasión de Alicent
Capítulo 79: El Secreto de Lucenya
Capítulo 80: El Rugido de Valkar
Capítulo 81: El Fuego de los Caminos Cruzados
Capítulo 82: Sangre en la Tierra y Fuego en el Cielo
Capítulo 83: Corazones Rotos en el Fuego
Capítulo 84: El Rey Roto
Capítulo 85: Amores Perdidos en el Tiempo

Capítulo 72: El Peso de la Culpa

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By Lucenya_V


Desembarco del Rey se sumió en un pesado silencio tras la desaparición de Lucenya. La ciudad, que había vibrado con la esperanza de una victoria definitiva, se encontraba ahora en un lamento profundo. La reina Lucenya, la mujer que había logrado ganarse el afecto de su pueblo con su valentía y compasión durante la guerra, había desaparecido en las aguas del Gaznate, y con ella, la luz que representaba para muchos.

Aegon no podía escapar de las voces. La gente de Desembarco del Rey lo señalaba por las calles, susurros de desprecio colmaban el aire cada vez que pasaba cerca del mercado o en el palacio. A pesar de las heridas que aún marcaban su cuerpo, el dolor más profundo era el que llevaba en el alma. Cada mirada, cada palabra de reproche, le pesaba como una losa.

En el corazón de la ciudad, el pueblo que había adorado a Lucenya ahora lo veía como el hombre que había fallado en protegerla. El pueblo de la Reina había perdido a su líder, a su madre, a la mujer que se había preocupado por ellos con tanto ahínco durante la guerra. En sus ojos, Aegon era el responsable. Las sombras se alargaban sobre él mientras caminaba por los pasillos de la Fortaleza Roja, sus pasos resonando vacíos.

La noticia de la muerte de Lucenya había corrido como pólvora, y no importaba cuánto Aegon intentara negar la realidad: todos pensaban que había sido su culpa. Su desdén hacia él era palpable. Las mujeres lloraban por la pérdida de la reina, y los niños, que la habían conocido como una madre protectora, sentían el vacío de su ausencia. El caos que le había tocado vivir no parecía tener fin.

Lucenya había sido una figura más que una reina: una madre que conocía el rostro de la pobreza, que había vivido entre el pueblo y había compartido su dolor. Durante la guerra, ella había ido a los barrios más pobres, llevando comida y cuidado a los huérfanos, e incluso intercediendo para proteger a los prisioneros de guerra. Su habilidad para conectar con las personas, su genuina preocupación por su bienestar, la había convertido en una figura amada.

Pero con su desaparición, todo eso se desvaneció. En su lugar, el vacío dejó una cruel acusación. Desembarco del Rey no solo perdió a una reina; perdió a la figura que había simbolizado la esperanza. Y esa pérdida, inconmensurable para muchos, se transformó en ira hacia Aegon.

El pueblo comenzó a clamar por justicia, culpando a Aegon de la caída de su reina. Los murmullos por las calles clamaban por su cabeza. "¿Cómo pudo dejarla morir en el mar?", decían algunos. "Si no hubiese sido por el rey, ella habría estado a salvo."

Las jornadas de Aegon en el palacio se convirtieron en un tormento. Cuando entraba en una sala, todos se callaban al instante. Incluso los consejeros del reino, que una vez habían sido sus aliados, lo trataban con frialdad. No había consuelo para él. Alicent, quien estaba tan preocupada por las consecuencias políticas, mostraba un desdén helado que era palpable.

Pero lo peor de todo era cuando, en la plaza o en los pasillos, los murmullos se convertían en gritos. "¡Asesino! ¡Deja que el pueblo sufra por su culpa!"

Aegon cerraba los ojos, incapaz de mirarlos. Él sabía que, en muchos sentidos, ellos tenían razón. Había fallado. Y eso era lo que más le dolía.

Mientras Aegon soportaba la pesada carga de su culpa, la ciudad seguía adelante como si nada hubiera cambiado, pero con una sombra oscura. La noticia de la muerte de Lucenya había llegado hasta Rhaenyra, quien había sentido el peso de la pérdida como si fuera propio. A pesar de las heridas de guerra, el dolor de perder a su hija la desgarraba cada vez más.

En Rocadragón, Jacaerys, ahora más que nunca, sentía el vacío profundo en su vida. Había perdido a la mujer que amaba, a la madre del que alguna vez fue su hijo, y la guerra había dejado cicatrices imposibles de sanar. Cada vez que miraba el horizonte, pensaba en Lucenya, su rostro, su risa. Pero ella ya no estaba, y lo único que quedaba era un mar vacío.

En Desembarco del Rey Aegon se encontraba solo, con su dragón herido y su alma rota. En las noches solitarias en su cámara, las pesadillas lo perseguían. Recordaba su último vistazo a Lucenya, su caída en el mar, el silencio que lo acompañó cuando ella desapareció. Cada grito en el aire, cada súplica que se elevaba hacia el cielo, era un recordatorio de que su amada ya no estaba a su lado. Y cada vez que pensaba en su futuro, en el reino que tenía que gobernar, lo veía vacío y desolado.

Los días pasaban, pero el peso de la culpa no se aligeraba. Sin embargo, a pesar de todo, Aegon sabía que no podía rendirse. Había algo más por lo que luchar. El futuro del reino, la paz que debían encontrar, y la protección de lo que quedaba de su familia. Aunque su corazón estuviera roto, tenía que seguir adelante. Pero en su alma, la duda seguía: ¿había hecho lo suficiente? ¿Era su culpa?

El viento, que ya había dejado de cargar las voces del pueblo, seguía susurrando a través de las puertas cerradas de la Fortaleza Roja. Y Aegon se preguntaba si alguna vez podría hallar la paz que le habían arrebatado.

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