Pariente Legal

By lumadiedo

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Necesitaba besarla de nuevo y lo haría, porque no había nada que pudiera impedírselo. Ni la sangre, ni un pap... More

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58 - FIN
Nota de autora

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By lumadiedo

Todas sus cavilaciones habían muerto en una hora. Joy había querido levantarse e irse a dormir a su cama, para no levantar sospechas, pero él se negaba a comportarse como un delincuente. Estaba perfectamente cómodo con su realidad y su relación. Estaba orgulloso de ella, que había enfrentado sus peores temores, y de él mismo, que se sentía más maduro que hacía un año. Además, no podía permitir que durmiera sola, después de haberse entregado a él como lo había hecho. ¿Qué clase de caballero habría sido, sino?

El sol apenas comenzaba a asomarse y la luz era fría y grisácea. Había dormido de forma intermitente, abriendo los ojos a cada hora y mirando a su derecha, para verla descansando profundamente.

Si ella tenía miedo, se dijo, él sería corajudo por los dos. No había vuelta atrás, no importaba si en dos meses estuvieran quitándose los ojos, en medio de discusiones horribles.

La presionó contra su pecho, buscando en ese abrazo transmitirle a Joy toda la determinación que él sentía. Faltaba menos para el casamiento con cada segundo que pasaba y no podía tirarle la bomba a su padre un día antes de contraer éste matrimonio. Se lo diría al día siguiente y, si era necesario, se hospedaría en la casa de Ger hasta que se acostumbraran a verlos juntos.

No podía ser tan terrible, no entendía por qué Joy creía que el mundo se vendría abajo. Estaría en su poder demostrarle que no era el fin del mundo que ellos se quisieran.

Se levantó a las cuatro y media de la mañana, con el sueño completamente fuera de su sistema. Tapó a Joy hasta la barbilla y rebuscó su placar en busca de ropa que ponerse. Como era de esperar, no se oía sonido alguno en la casa. Estaba vagamente iluminada por el sol naciente y fría, por la falta de movimiento. Encendió la ducha con una mezcla de ansiedad e ira, siendo esta última una respuesta inexplicable e inesperada, incluso para él mismo.

Logró entender que lo enfurecía haber llegado a una situación tan ridícula, en la que debía esconderse para darle un beso a Joy, hasta para mirarla embelesado.

Se duchó sin apuro, tratando de que su cuerpo se relajara. Hacía alrededor de dos semanas que no hacía ejercicio y comenzaba a notarlo en cada músculo. Aunque asumía que parte de la tensión en la línea de sus hombros se debía al estrés que le producía todo el circo que estaba viviendo.

Una vez cambiado, bajó las escaleras. Eran ya pasadas las cinco. No sabía qué hacer con todo ese tiempo libre, estaba desesperado por hablar con su padre y quitarse toda la charla de encima, porque no hablaría con Mel, eso lo haría el futuro marido o quizás Joy, pero no tenía tanta confianza aún como para ocuparse él mismo.

Se dedicó a preparar un desayuno clásico, para ocupar las manos, con cereales, yogur y fruta. Cortar, mezclar y armar la mesa le daría un buen descanso de pensar. También dejó la cafetera funcionando, tanto porque a su padre le encantaba el café, como para que sintiera el olor y apurara el proceso de levantarse de la cama.

León daba vueltas por la cocina y lo observaba como lo que parecía: loco. Lavó todo lo que había ensuciado para preparar lo que, más tarde, desayunaría toda la familia.

Le sirvió un platito con leche al minino y se sentó a aguardar que bajara alguien o que pasara un tornado. Cualquiera era una buena opción.

Al cabo de unos minutos, se cansó de esperar y decidió tomar su taza de la mesa y servirse, al menos, el café. Cuando estaba sirviendo, escuchó los pies pesados de su padre caminando hacia el baño. Suspiró, aliviado por no tener que aguardar durante mucho más. Dave no hacía demasiado por las mañanas sin su dosis de cafeína, así que las pisadas en la escalera concluyeron, antes de que Bastian pudiera terminar de prepararle su taza.

Su padre apareció por la puerta de la cocina, en su viejo y rotoso pantalón de jogging, que se negaba a desechar. Bostezó profundamente, mientras se acercaba a él, para darle un abrazo de buenos días.

—Buen día, hijo —expresó con voz ronca, acariciándole la espalda.

—Buen día, pa —sonrió él.

Estaba nervioso, podía sentir el estómago hecho un nudo. Se preguntó cómo podía temerle a ese viejo amoroso que tenía por padre.

—Hiciste el desayuno —exclamó sorprendido. Aquello lo hizo notar lo descuidado que había sido con su padre.

En el pasado, un Sebastian de diez años se levantaba a menudo más temprano, para sorprender a su papá con desayunos repletos de galletas, café quemado y mermelada. Con el tiempo, había dejado de dedicarle tales mimos.

—Pa, no quiero que tengas una mala mañana —con aquel comienzo, sólo podía esperar una expresión preocupada de Dave—, pero necesito que hablemos un minuto.

El hombre tomó su primer sorbo del día y se sentó a la cabecera de la mesa, con una mañana claramente arruinada. Sebastian se sentó junto a él, en el lateral, de forma de poder mirarlo de vez en cuando y no tener capacidad de evitar escuchar cualquier comentario.

—Dime, Bastian, no te hagas el misterioso. ¿Pasó algo malo?

El blondo levantó la vista y clavó sus celestes ojos en los castaños de su padre. No. No había pasado nada malo, al contrario, se dijo.

—Veras... Comenzaré por el principio —suspiró, atento a la bebida de la taza, entre sus manos—. Conocí a Joy antes de que me la presentaras —de reojo observó que el rostro de Dave se relajaba— y... Bueno, medio como que me gustó y comencé a... ya sabes... buscarla.

Se preguntó por qué le costaba tanto explicar algo tan simple. Era frustrante.

—Pa, estoy con Joy —soltó con todo el aire que contenía, irguiéndose en el proceso—. Y yo sé que es un inconveniente, pero no voy a dejar de verla como la veo... Quiero decir, como una mujer. Si es necesario, me iré de casa por un tiempo.

Se negaba a ser cobarde y a darle vueltas al asunto. El hecho era el hecho y no lo cambiaría por más balbuceo que insertara en el discurso.

Dave descansaba la mejilla en el puño y miraba a su hijo con aire divertido. Sebastian estaba confundido, pero no dijo nada. En su mente, ahora le tocaba hablar al adulto y él debía escuchar y aprender de sus errores. Sin embargo, su padre le palmeó el brazo y suspiró, antes de tomar un poco más de café.

—Creí que nunca tomarías coraje, pequeño —comentó de forma casual, alcanzando una galleta del frasco que siempre descansaba en la mesa de la cocina.

—¿Cómo? —preguntó, atónito.

—Lo sospechábamos, Mel y yo, desde hace muchísimo tiempo. No quisimos presionarlos, aunque ayer entré a la cocina y estaban en medio de un beso. Fue un poco incómodo —rio, mientras que Bastian intentaba procesar la información de forma lógica, para evitar sonrojarse de vergüenza.

El rumbo que tomaba la charla lo hacía revivir su adolescencia, las fiestas que daba en su casa y las muchas veces que su padre lo había interrumpido en medio de besos apasionados.

—¿No estás molesto? —preguntó, con voz contenida.

Dave frunció el ceño.

—¿Molesto? ¿Qué podrían haber hecho ustedes, al respecto? No se puede controlar ese tipo de cosas —parecía extremadamente entretenido—, y no comparten sangre.

—¡Gracias! —exclamó al cielo con frustración, Bastian—. Creí que me estaba perdiendo de algo que lo hacía tan terrible. Joy está en un pozo de estrés —trató de calmarse y que la efusividad fuera menor.

—Pobre ángel —negó Dave con la cabeza, antes de llevarse la taza a los labios—. Mel también estaba un poco afectada, al principio. Por suerte, comprendió sola que no era nada para alarmarse.

Aquello era demasiado bueno para ser verdad.

—¿Es decir que no hay problema? —quiso saber, esperanzado.

—El único problema es que va a ser un poco incómodo. Lo que estuve pensando, no lo hablé con Mel aún, pero... Si ustedes quieren, si tú quieres —aclaró—, en algún momento podemos vender la casa y comprar un par de departamentos.

—Es un poco pronto —carcajeó con nerviosismo—. Gracias, pa —suspiró, recostando la cabeza en el hombro de Dave.

—Buenos días —canturreó la voz femenina de Mel, que acarició el cabello de Bastian y siguió hasta el refrigerador.

Se sirvió ensalada de frutas y yogur en un bol.

—Buen día, Mel —sonrió Bastian, nervioso, a lo que la aludida le dedicó una expresión reconfortante.

Mel se sentó junto a Dave y comenzó a mezclar su desayuno, en silencio.

—¿Qué les pasa a ustedes dos, que están tan callados? —sonrió con picardía—. ¿Ya se levantó Joy? —añadió sin darle posibilidad a ninguno de contestar, y mirando directamente a los ojos de Sebastian.

Éste sintió el calor subiéndole por el cuello y se rascó la nuca, tratando de disimular su incomodidad.

—La voy a despertar —contestó.

La realidad era que quería irse de la cocina y dejar a la pareja sola, para que Dave le comunicara los sucesos mañaneros a Mel. Claro que ninguno sabía que Joy dormía en su cama y con su remera puesta sobre nada más que la piel.

Subió dando zancadas y sintiendo el cuerpo mucho más liviano. Ya no había que esconder nada. Quizás no podría besarla cuando fuera adorable durante la cena, porque sería incómodo durante un tiempo, pero el panorama se veía bien.

Conocía a su padre y sabía que su principal interés era verlo feliz. Y, aunque los acontecimientos recientes no habían sido del todo felices, Joy le daba a su vida una perspectiva bastante más luminosa.

Entró a su habitación, en donde ella seguía durmiendo, abrazada a la almohada, cual si hubiera sido su cuerpo. Quería saltar y reír del alivio. Se recostó a su lado y le corrió el cabello revuelto de la frente. La llamó suavemente, tratando de que esa mañana tuviera el mejor despertar de su vida. Le besó la mejilla, la sien, el párpado.

Ella pestañó varias veces en su intento por abrir los ojos. Se estiró entre sus brazos y se acurrucó contra su pecho.

—Hola —moduló en medio de un bostezo—. ¿Cómo dormiste? —agregó con dificultad, pues aún estaba semi dormida.

—Muy bien. Te hice café —susurró, acariciándole el cabello.

Ella sonrió, sin abrir los ojos.

No importaba si todo salía mal. Definitivamente valía la pena.

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