REFUGIADA

By Casandra_Nava

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Marisol es una joven educadora con un corazón compasivo, hasta que un inesperado acontecimiento perturba su v... More

Capítulo 1 [1.1]
Capítulo 1 [1.2]
Capítulo 2 [2.1]
Capítulo 2 [2.2]
Capítulo 3 [3.1]
Capítulo 3 [3.2]
Capítulo 3 [3.3]
Capítulo 4 [4.1]
Capítulo 4 [4.2]
AVISO: Querido lector
Capítulo 5 [5.1]
Capítulo 5 [5.2]
Capítulo 6 [6.1]
Capítulo 6 [6.2]
Capítulo 7 [7.1]
Capítulo 7 [7.2]
Capítulo 7 [7.3]
AVISO: Querido lector
Capítulo 8[8.2]
Capítulo 9 [9.1]
Capítulo 9 [9.2]
Capítulo 9 [9.3]
AVISO: Querido lector
Capítulo 10 [10.1]
Capítulo 10 [10.2]
Capítulo 10 [10.3]
Capítulo 11 [11.1]
Capítulo 11 [11.2]
Capítulo 11 [11.3]
Capítulo 11 [11.4]
Capítulo 12 [12.1]
Capítulo 12 [12.2]
Capítulo 12 [12.3]
Capítulo 13 [13.1]
Capítulo 13 [13.2]
Capítulo 13 [13.3]
Capítulo 13 [13.4]
Capitulo 14 [14.1]
Capitulo 14 [14.2]
Capitulo 14 [14.3]
Capítulo 15 [15.1]
Capítulo 15 [15.2]
Capítulo 15 [15.3]
AVISO: Querido Lector
Capítulo 16 [16.1]

Capítulo 8 [8.1]

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By Casandra_Nava

Por petición de Marcus, Daniel Felton había sido designado guardián de la familia Gutiérrez. El respetable alfa quería asegurarse de que fueran custodiados hasta averiguar más sobre la identidad de su atacante. Nadie en Refugio deseaba que el incidente de los McKinley volviera a repetirse. Aún si eso implicaba que el clan tenía que inmiscuirse en aquello que no le concernía, así sería.

Sin embargo, algo le indicaba a Dan que aquella no era la única razón.

José Gutiérrez y la historia de su misteriosa partida, habían alentado la curiosidad de Marcus Romano. El anticuado alfa que siempre se jactaba de saber todo acerca de los habitantes, no dejo de aseverar que esta vez no sería la excepción. Fue así que Marcus Romano visitó a José Gutiérrez en la clínica local de Refugio, gozando de completa privacidad para entrevistar al anciano. Lo que sea que José compartió con Marcus, no se volvió de conocimiento general. Ni siquiera los más cercanos al alfa habían tenido privilegio de saberlo.

Lo próximo que supo Dan fue de su nuevo papel como protector.

Inicialmente, tener a un grupo de mujeres bajo su cuidado y protección, lo aterró. Tuvo que recordarse en más de una ocasión, sobre todo cuando su sanitario se encontraba acaparado durante las mañanas, que aquello también le favorecía. Poseer camisas planchadas y aromatizantes en el sanitario, eran algunos de los beneficios. Aunado a lo anterior, disfrutaba de una convivencia constante con Marisol, donde intercambiaban más que unas cuantas palabras. Dan casi pudo convencerse que ella se encontraba feliz. Y eso, era suficiente. Él quería que ella fuera feliz porque...

Porque sí.

Ella lo merecía. Merecía estar con su familia, alejada de las habladurías de los impertinentes. Lo que recordó a Dan de las ventajas externas que en estos últimos días disfrutaba.

¡Vaya que los ánimos de los miembros de la manada cambiaban rápidamente!

Una gran parte de los machos que lo habían malmirado, ahora pagaban sus tragos en Road Tavern, lo dejaban ganar en las partidas de billar y se ofrecían a llevar las cervezas en las próximas veladas durante las transmisiones del Super Bowl. Ello, con la esperanza de obtener una invitación a la vieja casa Felton. Por tales razones, Dan había evitado acudir a los lugares que acostumbraba. Por lo menos hasta que la fiebre sensacionalista de los miembros del clan disminuyera.

Esta mañana en particular, decidido a realizar una aparición pública antes de ir a trabajar y disfrutar de un vasto desayuno en compañía de sus protegidas, había descubierto algunas pisadas en su patio trasero. Algo anormal, dado que los miembros de su manada siempre utilizaban la puerta delantera por indicaciones del alfa. A nadie le gustaba sentirse vigilado y usar la puerta delantera era indicación de ser un aliado.

Fue por tal causa que Dan se encontraba un poco contrariado. Nada que ensombreciera su fatiga semanal, pero estaba preocupado al respecto.

Asi que pensó en comentarselo a Roy durante la hora del almuerzo.

A mediodía, ambos se encaminaban a Hal's Classic Diner, la cafetería por excelencia en Refugio. Bien se decía que uno no podía considerarse un lugareño, si no paraba por un par de donas glaseadas y un malteada de chocolate en el sitio. Y Dan no podía estar más de acuerdo.

Estacionó su pick-up en el estacionamiento junto a otros autos. No hubo necesidad de tocar la bocina, al momento, una joven mesera se acercó a tomar su orden. Su uniforme amarillo, sus pecas y el par de frenillos la volvían blanco de burlas de un grupo de adolescentes.

Cuatro varones de no más dieciocho años. Insignificantes impetuosos que sólo por conducir una Ram de grandes neumáticos, se creían con derecho de soltar un montón de improperios. No muy diferentes a él, Roy y los McKinley cuando tenían su edad. Por esa misma razón, Dan planeaba no interferir. Todos atravesaban esa pequeña etapa donde el sentido común se evaporaba, dejando sólo ese lado estúpido y desafiante, latente en cada adolescente.

Aquellos eran sus pensamientos cautos, hasta que una lata de aluminio fue arrojada en dirección hacia la pequeña pecosa, pegando en el costado de su cabeza y provocando que ella se escondiera por la vergüenza de poseer un uniforme estropeado. Este acto tan cobarde terminó por disgustar a Dan.

Salió del auto y miró a los ojos a los cuatro imbéciles. Su gran altura y las cicatrices en su rostro, jugaron a su favor, enmudeciéndolos cuando lo vieron caminar hacia ellos.

—Se disculparan o le diré a Marcus, quien seguramente tomará acciones— pronunció Dan, imprimiendo un tono de completa autoridad. Autoridad era algo que este montón de idiotas necesitaba.

—Anda, hombre. Ve y dile— pronunció uno de ellos, un moreno espigado de sudadera azul. El clásico cabronazo que era desafiante en grupo, sólo para terminar meándose sobre sus pantalones si era sorprendido a solas.

—Le diré. De mi cuenta corre que no vuelvan nuevamente por aquí.

—Joder ¿Por qué no...— pronunciaba el moreno hasta que fue interrumpido por una voz grave tras Daniel.

—¡Largo de aquí! ¡No importa lo que diga Marcus, están vetados hasta que ofrezcan una disculpa a Lizzie!— pronunció Hal Rogers, dueño del restaurante.

El cuarteto se fue del sitio derramando una de las sodas sobre el piso del estacionamiento como declaración de guerra. Por supuesto, sin pagar y sin ofrecer disculpas.

—¿Los conoces?— preguntó Hal a Dan, arremangando la camisa de cuadros. Hal era un hombre corpulento de más de cuarenta años. Poseía una abundante cabellera castaña y una altura considerable para tratarse de un humano.

El abuelo de Hal, quien también compartía su nombre, fue el dueño original del negocio de café y donas. A pesar de tratarse de un cambiaforma, el abuelo Hal no transmitió su característica herencia con el resto de su progenie, pero si su fuerte constitución.

—Eso debería de preguntarte yo a ti— añadió Dan.

—Dos son hijos de Cliff Reynolds —agregó Hal con desagrado —. El que discutía contigo es Justin Davalos. Y el cuarto...—Hal se alzó de hombros —Joder, no tengo idea de quien es.

Dan avistó en la lejanía a Lizzie, platicando con dos de sus compañeras. Una chica de cabellera rosada y una morena con un corte demasiado masculino. En opinión de Dan, las tres tenían el encanto natural propio de su edad. Rebelde e inofensivo. No obstante, nada comparado con Marisol. Ella era la personificación de la perfección. Dulzura, humildad y benevolencia era lo que reflejaban sus ojos oscuros. Y su sonrisa...

Que no lo obligaran a hablar de su sonrisa.

—Debes de proteger más a tus chicas y ese uniforme no ayuda— añadió Dan, buscando concentrarse en la actual conversación.

—Lo tendré en cuenta— agregó Hal, rascando su mentón —es bueno que aparez...

—¿Dónde está Roy?— interrumpió Dan, volviendo su cabeza en todas direcciones. No estaba dentro del auto, ni a sus espaldas. Clásico en aquel hijo de puta, desaparecer imprevisiblemente.

—Adentro. Probablemente coqueteando con mi hija. Fue él quien me dijo de ti poniendo en su lugar a ese cuarteto— argumentó Hal.

En opinión de Dan, Hal parecía llevar bastante bien el asunto entre Lena y Roy de lo que muchos padres serían capaces.

—Como te decía, es bueno que estés aquí. Hay un chico...— se interrumpió Hal sin razón alguna. Al parecer algo llamó su atención una vez que estuvieron dentro de la cafetería. Dan miró en la misma dirección que Hal Rogers.

Ahí estaba Roy conversando con Lena, las meseras en sus uniformes amarillos, la rockola al final del pasillo, los asientos de vinil rojizo y las fotografías en blanco y negro de Marilyn Monroe y Elvis Presley.

Había demasiadas cosas pintorescas en aquel sitio. Hal había conservado el estilo original de la década de los sesenta en la cafetería y muchas de ellas robaban el aliento.

—Es él— dijo Hal —.  Camiseta rayada.

Daniel se enfocó en la descripción otorgada por Hal, encontrándose con un chico no mayor de veinte años, sentado junto a la ventana. De cabellera rubia ceniza, mentón prominente y piel incolora.

—Resultado logrado después de no tomar el sol tan menudo— pensó, él.

Además, ojeras oscuras se posaban sobre su enigmático y apuesto rostro. Aquel hecho lo hacía resaltar entre los jóvenes lugareños, quienes no poseían aquella aura misteriosa. Por lo menos, no hasta que se volvían jóvenes cambiantes. Había algo en la naturaleza del lobo que otorgaba cierto magnetismo, afirmaban algunos. Sin embargo, este joven humano poseía una singular actitud que se notaba a la distancia.

—¿Cómo se llama?— preguntó, Dan, después de estudiarlo

—Edward Cullen.

Dan miró a Hal con desconcierto. ¿Edward Cullen? ¿Dónde lo había escuchado? ¿Alguien famoso? ¿Algún cantante de rock británico? ¿Un actor hollywoodense de la nueva ola?

—Es una broma— confesó Hal, después de advertir que Daniel estaba completamente ignorante —como bien dices, tengo muchas chicas a mi cargo. Todas lo llaman así.

Hal se alzó de hombros y le indicó tomar asiento en una de las mesas cerca de puerta principal. Café y galletas habían sido dispuestos sobre la mesa, por lo que Daniel no deseo indagar acerca del sobrenombre.

En su lugar, continuo con la plática que habían dejado pendiente.

—Entonces, necesitas que escarmiente a ese Edward— hablo, Dan, observando con mayor atención al muchacho, quien  escribía algunas notas en un cuaderno de pasta gruesa, completamente concentrado.

—Su nombre es Harper James y proviene de Cleveland —comenzó Hal —. Adora los cachorros y las películas de Lily Collins. Ha venido desde muy lejos, debido a una promesa a su novia, la cual murió en un accidente. Era porrista y cayó de cabeza durante una práctica.

—Desafortunado.

—Demasiado. Fue aceptado en Georgetown University, pero decidió no acudir este año por la promesa hecha a su primer amor. Viaja en una van de segunda mano, recorriendo el país.

—¿Con el dinero de sus padres?

—La herencia de su difunta tía abuela. Parece que sólo atrae infortunios que lo benefician.

—Su historia es demasiado fantástica, lo admito— comenzó a decir Dan, tratando de brindar un punto de vista objetivo ante una serie de ilusorias hazañas.

—Sólo mis chicas parecen no creerlo— interrumpió, Hal, mordisqueando una galleta de chocolate.

—No sería el primero buscando impresionar. Si miente, no puedo hacer nada. Ni tú tampoco— concedió, Daniel.

Por mucho que la curiosidad llamara dentro de él, sabía que no era correcto interrogar a un visitante sin fundamentos mucho más urgentes y relevantes.

¿Qué sería de su cargo como centinela si se dejaba influenciar por corazonadas de terceros?

—Todo lo contrario, Daniel— las siguientes palabras pronunciadas por Hal, lo dejarían sin opciones —. Una segunda opinión me otorgaría un poco de paz.

➖🔹🔸🌙🔸🔹➖

Sofía miraba a través de la ventana. El sol brillaba, los cardinales cantaban y ella se encontraba confinada a una cama. Habían transcurrido treinta días después de la operación, y el día de mañana sería dada de alta. Hasta entonces, Sofí debía permanecer completamente serena; o bien, terminaría por lastimarse aún más sus doloridas extremidades. Se sentía como otra persona. Físicamente agotada, pero impaciente por seguir adelante. Anhelaba posarse sobre ambas piernas y volver a caminar, deseosa de ir hacia ningún lugar en particular. Aquí, contaba con escaso entretenimiento. Las inusuales conversaciones con Valerie Winter, las visitas de sus familiares y los reality shows transmitidos en televisión. Esas eran algunas de sus patéticas distracciones como reclusa.

A todo lo anterior tenía que añadir a Connor Hardwick. Su taciturno salvador.

Connor siempre procuraba traerle algunos libros, muchos de ellos, novelas de misterio. Género no tan agradable para ella; sin embargo, no dejaba de agradecer el gesto. En realidad, cualquier cosa le bastaba para entretenerse.

—Ese hombre está interesado en ti— le dijo Valerie Winter a Sofí, durante el desayuno.

Valerie era una mujer afroamericana de ochenta años, quien sufría de cuantiosos episodios de pérdida de memoria. Madre de cuatro hijos, abuela de once nietos y viuda de un SEAL fallecido en servicio. Durante su juventud, Valerie había dedicado gran parte de su vida a la instauración de albergues para animales y reservas ecológicas con apoyo de la comunidad. Pese a ello, pocos eran los vestigios que quedaban de aquella dama sumamente inteligente, dando paso a una mujer atolondrada y despistada.

Lo anterior no impedía que fuera una excelente narradora, Val deleitaba a la joven Sofí con innumerables historias. Muchas de ellas hablaban sobre hombres mitad bestia que raptaban a mujeres hermosas para poder aparearse.

Sofí pensaba que aquello era una demostración de la ávida creatividad de su compañera de habitación.

—Ese hombre está interesado en ti— había vuelto a repetir Valerie Winter, al no recibir respuesta por parte de la mismísima Sofí.

—Es solamente gentil, Val— fue la contestación instantánea de Sofí, comenzando a hojear el denso libro a su lado.

Connor Hardwick había pasado por la mañana para entregarle El Psicoanalista, del autor John Katzenbach. Historia que empieza con una carta amenazante dirigida al protagonista, Ricky Starks. Posteriormente, Rick se ve obligado a descubrir la identidad del emisor de la carta o deberá suicidarse. Después de tan dramática introducción, Connor partió, dejando a Sofí y Valerie tomando su desayuno. Previamente, le había concedido a la anciana su porción de fruta. Gracias a ello, Val estaba más elocuente de lo normal.

—Creo que deberías de salir con él, no hay muchos hombres como ese por el mundo— añadió Valerie, apuntando enérgicamente a la joven, con su dedo largo y rugoso —escucha mis consejos. Otros lo han seguido y no tienen quejas de ningún tipo.

—¿Cómo quién?— preguntó Sofí, desafiando a Valerie. Después de todo, lo consideraba su derecho al tolerar muchos de los sermones de la obstinada mujer. La anciana se interrumpió, provocando que Sofía se confiara y decidiera no agregar más. Sin embargo, Val había tomado aire; en señal de un breve interludio.

—Fui yo quien le aconsejo a Amanda que se casará con Gregory Felton y mira lo bien que resultó— confesó Valerie, con el pecho hinchado de orgullo.

—¿Fuiste tú quien junto a los padres de Dan?pregunto Sofía, genuinamente interesada.

—¡Por supuesto!— afirmó Val con vehemencia —¡Amanda armó todo un alboroto cuando se enteró de la condición de Gregory!

—¿Qué tipo de alboroto?— preguntó Sofí, completamente motivada. Odiaba el hecho de hablar a costillas de la familia de su vecino Dan pero, dentro de esta monótona habitación, las conversaciones con Val componían una de sus escasas distracciones.

—Ya lo verás tú, cuando llegue la hora— añadió Valerie con completa naturalidad. Con tanta, que incluso Sofí la creyó por un par de segundos.

—¡Oh vamos!— instó Sofía, una vez recuperada —¡No es como si fuera a decirle a Dan!

—¿Quién es Dan?— preguntó Valerie, desconcertada. Sus ojos se hallaban serenos, pero se percibía la confusión en su voz.

—El hijo de Amanda Felton— apremió Sofí.

—No tengo idea de quién es esa Amanda, querida— pronunció la anciana.

Y Sofí lo supo.

Supo que en ese breve instante la mente de Val había vuelto a desconectarse.

—¿Está todo bien?— pronunció una voz familiar. Linda Park, la joven enfermera del turno matutino. Linda había ingresado a la habitación; portando su uniforme azul celeste, un estetoscopio y una ligera sonrisa. Antes de que pudiera contestar, Valerie ya lo hacía.

—Me gustaría un poco de queso cottage para acompañar, querida— ordenó amablemente Val, como quien ordena en un restaurante.

—Temo que no contamos con ese tipo de queso, Valerie— aclaró Linda, acostumbrada a episodios similares. Linda se enfocó en revisar los signos vitales de Val y corregir la postura de Sofí, reacomodando su almohada.

—Es impensable que no tengan cottage. Pienso que debería reportárselo a su gerente— pronunció Val, indignada. Aquello no mermó el trato amable de Linda, la enfermera sonrió y continúo con su acostumbrada disposición.

—Por supuesto. Yo misma se lo diré, Valerie.

En medio de aquella inusual conversación. Sofí se permitió perderse, imaginándose qué había tratado de decir Val. Probablemente eran palabras de aliento de una mujer que trataba de ejercer el papel de casamentera.

Sofí había llegado a una conclusión con el paso de los años.

Podía verse así misma plantando flores en su jardín, instalando un columpio para sus sobrinos y paseando por las calles de París con un abrigo de ensueño, o disfrutando de un placer azucarado en compañía de alguna de sus hermanas. Podía ver la propiedad que había sido destruida, tan tempranamente, renacer entre las cenizas.

Sin embargo, en ninguna de sus fantasías aparecía Connor Hardwick u otro hombre.

El único hombre que Sofía había amado y necesitado, se había marchado hacía muchos años.

Y ella siempre recordaría ese hecho.

Hola, hola. Ésta es Casandra, con el principio del capítulo 8. Por fin, Jamie y Dan en la misma habitación ¿Lo has disfrutado? Espero que si. Ya lo sabes, te doy gracias por tu apoyo y por seguir agregando Refugiada a tu lista de lecturas. Nos estamos leyendo (⁠つ⁠✧⁠ω⁠✧⁠)⁠つ

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