Louis no soñó con colmillos clavándose en su cuello, él no soñó con sombras que lo asechaban, como se diría por ahí: él durmió como una tabla.
El simplemente apenas toco la almohada se quedó dormido y no despertó más hasta que su alarma sonó.
Se levantó rápidamente colocándose lo primero que vio y plasmando una sonrisa en su cara. Él no quería que su familia lo viera triste.
–Buenos días –saludo.
Pero nadie le contesto.
En la mesa había una pequeña nota. La tomo entre sus manos y era un pedazo de papel arrancado de algún lugar y habían garabateado en el.
"Teníamos cosas que hacer, volveremos tarde"
Arrugo el entrecejo pero luego se relajó, era bueno que su madre y hermana salieran de vez en cuando, pero con todos los acontecimientos él no podía estar tranquilo. Mucho menos sabiendo que el señor Lazaros andaba cerca.
Era mejor no pensar en ello.
Louis estaba de espaldas a la puerta de la cocina y por el rabillo del ojo podía ver perfectamente a alguien parado allí. Una silueta. Se dio media vuelta pero no había nadie.
Una pequeña emoción recorrió su cuerpo al pensar que podía ser Harry quien estuviera escondiéndose de él, o que mejor, lo estuviera observando.
Termino de hacerse el desayuno y agarro su mochila para dirigirse a clases.
(...)
Cuando entro en la universidad todo estaba desolado, terriblemente vacío. Con el miedo y la curiosidad recorriendo todo su cuerpo, camino y abrió las puertas, viendo los pasillos iguales de solos. Era como que si nadie estuviera allí.
Parpadeo y sombras comenzaron a aparecer, luego cuerpos, y ahora esos cuerpos tenían rostros. Veía todo pero nadie lo veía a él.
Podía recordar ese día, las porristas de un lado hablando y pintándose, algunos chicos gritando en medio del pasillo.
Las carcajadas comenzaron a oírse por todo el sitio y el palideció.
No.
Corrió como que si su vida dependiera de ello y al final del pasillo estaba él.
–Oh, Louis –podía oír esa voz, esa que tanto le causó daño–. ¿Cómo se dice?
Se pudo ver el mismo con sangre por toda su cara, escupiéndola.
–Soy un marica.
Todos al escuchar eso comenzaron a reír.
El recuerdo era tan doloroso como la vez que lo vivió.
Y todo volvió a cambiar, ahora estaba era en un salón, el profesor estaba dictando la clase mientras todos los alumnos copiaban. Un pequeño infante de dieciséis años levanto la mano.
–¿Dígame, Tomlinson? –el profesor le prestó atención.
–Eso está erróneo –dijo tímido–. La respuesta es 0,5.
El profesor lo miro furioso. Todos en las clases comenzaron a murmurar, el señor que estaba delante de él era el mejor en matemáticas y venia un alumno a corregirlo, eso era lo peor.
–¿Cómo dice?
Louis trago saliva.
–A mí me da 0,5, solo quería decirle eso profesor.
Martínez cerró los ojos, y luego los abrió con una sonrisa.
–Todos pueden salir, la clase ha terminado.
Todos los alumnos felices se fueron, y cuando Louis tomo su mochila para irse, la mano de su profesor lo detuvo.
–A mí nadie me corrige.
Louis lo miro. Y justo en ese momento la regla que su profesor tenía en la mano fue a dar a su boca.
No había nadie que lo ayudara, el salón había quedado vacío.
Ahogo un grito y pudo recordar perfectamente el dolor de ese día, como sus dientes habían comenzado a botar sangre y habían tenido que operarlo.
La visión desapareció delante de sus ojos y luego se vio a sí mismo en una esquina llorando.
–Las personas malas merecen sufrir.
Escucho una voz detrás de él, pero no podía quitar la imagen de el mismo llorando. Vio perfectamente como alguien entro y le disparaba.
¿Qué era todo eso?
Volvió a encontrarse en la universidad, con los pasillos llenos de personas, con todos los alumnos riendo.
Con el miedo presente y el corazón queriendo salirse de su pecho, camino hasta donde se encontraba Niall.
––¿Qué paso?
El rubio lo miro.
–Sí, hola. Yo bien ¿y tú como- estas pálido –Niall lo miro asustado–. ¿Te encuentras bien?
Louis asintió.
–Seguro, no pareciera –dijo no muy convencido mirando a Louis–. A parte ¿Qué hacías parado en la entrada de la universidad solo?
El castaño parpadeo.
–Y-Yo –se quedó sin palabras.
–¿Estás seguro que estas bien? Puedo llevarte a la enfermería.
Louis negó.
–Estoy bien, solo con un poco de sueño.
Niall asintió no muy convencido.
–Está bien, bueno, tengo que irme. Tengo clases.
Louis lo vio marcharse y cuando dio la vuelta en una esquina, una bonita rubia se acercó hasta él. Sonriéndole coquetamente.
–¿Me acompañas, guapo?
Louis se removió incómodo. Él de verdad creía que todos sabían que era gay.
–Lo lamento, pero-
Se quedó callado cuando vio sus ojos negros. Y la sonrisa típica que había visto en Harry. Todo su cuerpo reacciono de manera extraña y se desmayó.
Cuando abrió de nuevo los ojos se encontraban en un galpón.
La misma chica rubia se encontraba delante de él vestida todo de negro. Ella le sonrió tan fríamente que Louis sintió que se desmayaría de nuevo.
–¿Dónde estamos? –pregunto confundido.
–En un lugar donde si gritas nadie podrá oírte.
Louis palideció.
–Permite presentarme –ella camino viéndolo tirado en el suelo–. Soy Kata, el demonio de la tortura.
–Eres una mujer.
Ella lo miro seria. Con sus ojos negros clavándose dentro de su alma.
–¿¡Y que!?
Trago saliva.
–No entiendo –confeso–. ¿Por qué me has traído aquí?
Kata respiro profundo, tratando de calmarse.
–¿Qué tienes tú con Harry?
–¿Qué?
–No lo repetiré más, ¿Qué tienes tú con Harry?
A Louis comenzaba a dolerle la cabeza. Se sentía mareado y cada vez sentía más miedo.
–No tengo nada con él.
La rubia mostro sus colmillos.
–Podría matarte –ella explico naturalmente–, en este lugar, donde nadie oye nada, donde nadie dice nada.
Louis quedo petrificado, esas palabras. Esas malditas palabras.
–¿Cómo? –pregunto sin expresión alguna.
–Puedo saber tus mayores miedos –levanto los hombros–. Y sé que este es uno de ellos.
Louis ahogo un grito.
–Ya te lo dije, soy el demonio de la tortura, mi mayor placer es ver como suplicas, como gritas, como sufres, como simplemente pides la muerte.
El castaño comenzó a sollozar arrastrándose por el piso.
En su mente ya comenzaban a crearse escena de esa noche.
–No pido que me entiendas –sus uñas comenzaban a crecer y su voz comenzó a ponerse ronca–. Solo quiero cuidar lo que es mío.
Mostro los colmillos y con ambas manos lo agarro por una pierna, jalándolo con ella y clavándole las uñas en las pantorrillas. Louis grito, grito como nunca en su vida había gritado.
–Es en vano que grites –ella soltó una carcajada–. Nadie vendrá por ti.
Louis comenzaba a perder la conciencia, sentía como su piel era rasgada, su cuerpo convulsionaba a medida que Kata clavaba más a fondo sus largas uñas. Respiro profundo, tratando de pensar en otra cosa y no como su cuerpo temblaba, como le dolía, su garganta se secó y sintió que le faltaba el aire, en medio de todo eso, a su mente vino la imagen de unos bonitos ojos verdes, así que con la fuerza que le quedaba solo pudo gritar un nombre:
–¡Harry!