Estaba sentado en mi sillón preferido leyendo un libro que tenía las tapas desgastadas de tanto cogerlo. Puede que fuese mi libro favorito, pero cada vez que leía un libro nuevo lo etiquetaba como el mejor y luego lo dejaba en la estantería y no lo volvía a tocar, pero este lo había leído tantas veces que las hojas estaban amarillentas y con una mancha de café en la contraportada, recuerdo de un frío y solitario día de invierno.
Empecé a leer el libro sin notar como pasaba el tiempo. Al cabo de lo que a mí me parecieron unos pocos minutos pero, según el reloj, fueron dos horas y media, llamaron a la puerta. No pensaba levantarme pero, después de mucho insistir, cerré el libro de mala gana y fui a abrir la puerta. Cuando esta se abrió tuve que pestañear varias veces para comprobar que no estaba soñando. En mi puerta estaba la mujer más hermosa que puedas imaginar, tenía un magnetismo especial, algo que no se puede explicar con palabras pero que te invitaba a confiar en ella. No pude evitar fijarme en sus muñecas llenas de tatuajes, era como si los tuviese desde siempre y desprendían un brillo sobrenatural. Lo único que pensaba en ese momento era quién era ella y qué hacía en mi casa y, como si me hubiese leído el pensamiento dijo:
- No tengo un nombre. –dijo con una sonrisa –Casi en cada país, ciudad, pueblo, cultura o religión me llaman de una forma diferente así que puedes llamarme como quieras, Parca, Muerte, Abbaddon, Ker, Azrael... y vengo a por ti, "ha llegado tu hora" es así como lo decís ¿no?